Hace varias semanas os contaba que soy un poco adicta a los números y a las cifras, pero últimamente, con esto de poner en orden mi vida y poniendo en perspectiva este blog y la gente que hay al otro lado... pues confieso que me ha empezado a dar un poco igual.
Después de contaros lo que me está pasando el jueves me he sentido... bien. Me he sentido súper acompañada, arropada, apoyada y querida. Y es curioso, porque a muchas de las personas que estáis al otro lado no os conozco en persona, pero como decían en "V de Vendetta" (la peli es colosal, pero no os perdáis el cómic, a los pies de Alan Moore forever and ever) os quiero. Os quiero, os conozco, os leo, me río con vosotros y sé que en muchas cosas somos almas gemelas. Y formáis parte de mi vida.
Vamos, que es cuestión de calidad y no de cantidad, y por aquí de calidad vamos sobrados. Que ayer recibí uno de los correos más bonitos que he recibido en mi vida (gràcies, Dolors!) y pensé en lo alucinante que es todo esto. Pensé en mi amigo Edu, que un día me contó que había conocido a su mujer por internet y yo enarqué una ceja pensando que eso era un poco increíble (hace muchos años ya, ¿eh? Y enarqué las dos, porque no sé enarcar solo una y es un superpoder que NECESITO tener) cuando ahora a mí me pasa lo mismo.
En fin, que me pongo moñas y no es la intención. A lo que voy con todo esto es a que... a la mierda las estadísticas. Que mejor pocos y bien avenidos. Mi amiga Lucía siempre dice que ella en Facebook solo tiene gente con la que se iría a tomar una cerveza en cualquier momento, y, la verdad, para mí eso es el blog y los blogs de la otra gente: amigos virtuales con los que me iría una noche de fiesta sin dudarlo ni un segundo.
Resumiendo, que se os quiere. Que sois majos majetes. Que muchas gracias. Y que vamos al tema de hoy, que no tiene nada que ver... o quizás sí, porque ayer colgué la foto en Instagram y quedó claro que somos almas gemelas porque hubo una respuesta casi unánime y fue: ¡friki!
Vayamos por partes: me encantan las bolsas de malla. Me parecen súper estéticas y un poquito retro, y con una de ellas en las manos me siento trasladada a cualquier mercado de cualquier ciudad del mundo. Me veo comprando frutas tropicales, flores, pan casero, queso que huele a pies, chocolate artesano... a gente súper cuqui con delantales blancos o grises de lino atados a la cintura que adora su trabajo y te sirve con una sonrisa.
Vamos, que las bolsas de malla para mí no son un objeto, sino una sensación. Y por eso las tejo obsesivamente, aunque, seamos sinceros, muchas veces son bastante incómodas. He encontrado muchos patrones de bolsas de malla y he hecho unos cuantos, y en general las bolsas salen pequeñas y además, con lo que da de sí el ganchillo, acaban deformadas bajo el peso de la compra. Vamos, que si pensáis comprar un par de kilos de pan, sí, perfecto, thumbs up. Pero si vais al mercado como yo, para comprar para cinco personas, tres de ellas pompones preadolescentes con apetito desmedido... pues como que no.
Sin embargo, ¿quién dijo lógica o practicidad? A mí las bolsas de malla me siguen encantando, y aunque sea únicamente para sustituirlas por las bolsas de plástico en la frutería (y que todo el mundo me mire como a una marciana) me valen.
Así que estos días que estoy en modo "reducir stash" (jajaja! No me lo creo ni yo, deberíais ver la compra que hice el otro día en la Cantatrice) decidí gastar alguno de los miles de ovillos de algodón (o pseudoalgodón) que tengo y me lancé a hacer la market bag de Mollie Makes.
Por cierto, curiosidad total: ¿qué colores abundan en vuestro stash? Me he dado cuenta de que en mi stash algodonero el rojo y el blanco son los reyes absolutos. Me veo haciendo Papás Noel o bastoncitos de caramelo o señales de Stop en cantidades industriales.
En fin, que hice la bolsa de Mollie Makes y me gustó bastante. Sigue sin ser demasiado grande, pero en cambio sí que es bastante robusta y aguanta algo de peso. Y me encantó lo cuadradito que queda el punto. Y entonces pensé que era un bastidor perfecto para hacer un dibujo en punto de cruz.
Tenía ya la lana pensada, gruesa y muy bonita, una lana que traje de Uruguay y que he usado para una bufanda-capa que os enseñaré dentro de poco. Me quedaban unos restillos y eran suficientes para mi bordado. Solo necesitaba un dibujo fácil con el que probar. Y en un alarde de originalidad impresionante, pensé en un corazón. Ay, sí. Con lo punk que era yo en mis tiempos.
El corazón era fácil de diseñar y fácil de pasar a la bolsa con muy pocos puntos, así que lo terminé enseguida. Y empecé a mirar y remirar la bolsa. Estaba bonita. Había quedado bien, mejor de lo que me esperaba. Era chula. Pero, ¿y si...? Empecé a buscar en internet imágenes pixeladas de estrellas. Podía hacerle una estrella del otro lado. Pero no cualquier estrella, LA estrella, el objeto de deseo en todas las versiones de Mario.
¿Qué queréis que os diga? Yo también prefiero el lado friki. Mario es el amor de mi (breve) vida gamer y a él vuelvo fielmente cada vez que me entra el mono de la consola. Y aunque el corazón es cuqui y me imagino a estupendas y delgadas blogueras de moda haciéndose una foto lánguida con la bolsa en la mano... me resulta bastante evidente que mis pompones o yo misma saldremos a comprar más contentos y más confiados con un elemento friki al que aferrarnos.
Porque ya lo conté ayer en Twitter, pero mientras mirábamos la tele hablaron de Aragón y los tres, sí, los tres pompones recitaron casi al unísono: "hijo de Arathorn, heredero de Isildur". ¿Os imagináis a alguien así con una bolsa con un corazón? Yo tampoco.