Un cirio para la Sirena (Capítulo XVI)

Espanta tanta soledad, escucho el canto salado, perdiéndome en ese manto gris y la tenue neblina; cierro mis ojos bañados en llanto y percibo el vaivén del mar aún en la roca firme; el débil quejido de la dama me devuelve a la realidad, observo con horror que sus pechos sangran y sus muslos, mancillados con violencia, indican con hilillos rojo brillante el camino hacia donde se hallaba su sexo, la bella Sirena lo convirtió en una masa coagulante y grotesca; enloquecido, presiono sus lesiones con las prendas húmedas, tratando de contener la hemorragia, el nivel del mar empieza a subir, sostengo la cabeza de mi compañera con la mano izquierda y con la derecha continúo presionando entre sus piernas, no logro controlar mi sollozo, incrédulo por lo que hizo la bella Sirena con mi compañera de roca, mi cabeza es un marasmo, no acierto a comprender esta transgresión a mi amada dama.

No hallo un indicio de sentimientos de parte de la Sirena, la fantasía es mía, no existe amor en la majestuosa Sirena, sólo se descarga en nosotros, fuimos su última opción, un cirio para la Sirena, un cirio encendido para ser rezado con la turbulencia del mar y el desenfreno de su pasión; sólo nos contempló como objetos para ser usados y deshechados. No me ama, no le importo. ¿Por qué voy en pos de una ilusión qué no vale nada? ¿Por qué mi corazón le pertenece a alguien tan despreciable? ¿Por qué me traiciono?

Aún postrado ante mi tierna dama que perece, una sombra me cubre, me seduce y vuelvo a degradarme ante su manto estrellado; no hay luna, sólo bruma, sin embargo, en medio de la oscuridad, bebo sus fulgores, sus ojos tiene una luz que perforan mi ser y, con tesón, me profano, doblegándome a sus instintos; mi anillo, atado en unos jirones de mi camisa, se clava en mi costado y, titubeando por un instante, logré cuestionarme, ¿qué opinaría Quirino al saber que se puede copular con una Sirena?, ¿qué opinaría mi familia al saber que amo a este ser despreciable y aberrante?; intenté reclamarle por tomar la vida de la tierna dama y, lamentablemente, me tiré de cabeza en el torbellino erótico de mi amada Sirena y enloquecí desaforadamente en su cuerpo; con avidez, en sus pechos diamantados, bebí grandes tragos de su sangre, sin lograr saciar este desierto de mi ardiente sed, olvidándome, en extravío, de vivir y hasta de la muerte misma.

El cuerpo de mi dulce compañera de roca desapareció, sólo quedaron las prendas manchadas de sangre, por fin se reuniría con su amadísima hija, esa niña inocente que entregó a la Sirena con los ojos cerrados y el corazón llorando. Sé que mi fin se acerca, debo suponer que la hermosa Sirena se hartó de nosotros y de no ser así, ¿por qué sacrificó a esa noble dama? Con tristeza y enojo, recordé observar a ambas en un arrebato amoroso, en poses perversas de su inagotable sexualidad, dignas de un cuadro, cuadro para ser admirado y destruido. Recuerdo, vagamente, un dulce deleite, envuelto en sus bellísimos senos y el canto suave de la sirena, no supe cuando es que me quedé dormido y, cuando desperté, con ligero sobresalto, pude ver cuando la sirena se deslizaba sigilosamente hacia el mar, dejando un rastro ensangrentado, jamás imaginé que ya había tomado la vida de mi compañera de roca; en su agonía, logré confesarle a mi bella dama cuánto le amaba y cuán agradecido estaba por su ternura y presencia en esta funesta soledad y repitiéndole, inconsolable, no me abandones, hasta que se apagó la suavidad de sus ojos y la vil Sirena me tomó en su abrazo llameante, palpitante...



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