En su atropello tan decidido denotaron
todo tipo de exclamaciones, siempre se espera
algo así, pero no con tanta vehemencia.
Jaloneó mi chamarra, enredó mi cabello,
botó mi bolso en su atrevimiento.
Sus botas quedaron cerca de mi rostro,
al igual que su balón, me tenían prensada,
tuve que empujar su calzado, haciendo un
gran esfuerzo y botó su pelota de un lado a otro.
Me miró sonriendo, bigote con cara de niño!
Cuando ví que le daban dos manotazos,
Le devolví una mirada de enojo,
no pude disimular mi risa,
justo en el momento en que alguien
le golpeaba con su sombrilla.
Con su portafolio en mi pierna, no me podía mover,
volvió a dar un empujón y, esta vez,
probó mi puño, fue inevitable, casi caí en él,
arrastrada, por todas, jalé la solapa de su traje,
tiró su mochila y la bolsa de plástico con su calzado.
"Bien hecho!", "Se lo merecía!", dijeron todas.
Sonrojado, contestó: ¿Qué hice? ¿A mí, me empujaron?
Lo vi recogiendo sus pertenencias y salí del metrobús.
Pasó apresurado, junto a nosotras,
pidiendo disculpas, ya no llevaba la pelota.
Una señora me dijo sonriendo:
"Yo, le pellizqué una pompis!".