Pepita...mi vida

Casi tod@s l@s que seguís mi blog, sabréis que una de mis aficiones es también la escritura. Desde hace unos años suelo participar en el Certamen Literario de la Mujer, de la Dirección General de la Mujer. En esta XVI edición mi relato corto "Pepita...mi vida" ha resultado finalista. Aquí os lo dejo para quienes queráis leerlo. Esta pequeña obra está dedicada a una persona que aunque conocí bien poco me tocó el alma.
Para ti Antonio, donde estés. Seguro que reconocerás la finca en la que me he inspirado para este relato...

En mi reloj marcan las 6.02 h. de la mañana, la misma hora a la que desde hace un tiempo me despierto cada día. En la persiana magullada por el cierzo y el granizo de días otoñales, golpean incesantes las gotas de la lluvia que comenzó ayer por la tarde y ha estado toda la noche sin parar. Lo sé porque hoy he dormido intranquila y entre sueños y recuerdos que venían a mi mente, ya que no sé distinguir si han sido una cosa u otra, escuchaba el llanto de las nubes acompañándome en una de esas noches raras de mi vida. Parece mentira que después de tantos años me asombre ante mis propias emociones y me cueste aceptar que, a pesar de la experiencia, sigo siendo humana y sintiendo lo mismo que desde que tengo uso de razón. Esto me demuestra que aunque el camino que he recorrido ha sido largo y mi bagaje es pesado, la vida es un continuo aprendizaje. No obstante ello, quisiera despreocuparme ya de todo, y no sentir miedo, más aún cuando sé que a mis 83 años no me queda mucha vida. Supongo que el hecho de resistirme ante los pensamientos oscuros y negativos que a veces me asaltan, o el querer taparlos, sólo aumenta mi propia lucha interna; por eso la vida vuelve a poner en mi camino circunstancias parecidas para ver si esta vez, al fin, logro no desmoronarme ni romperme más sino decime” Pepa, esto te servirá para algo y puedes con ello y mucho más”.
El caso es que a estas horas de la mañana hace bastante frío y noto helada la punta de mi nariz. Miro a través del cristal de la ventana y veo que la ciudad todavía permanece dormida. Sólo unos pocos viandantes caminan por la calle, entre ellos el señor Sebastián que se encamina a la Tintotería Dorce. Todos los días aparca su pequeño camión Ebro naranja en la misma acera del establecimiento, y se escucha el estrepitoso ruido al subir las persianas de su tienda, a eso de las seis y cuarto. En los edificios de enfrente se ven las luces encendidas de los más madrugadores que seguramente estarán con el desayuno. Al pensarlo se me antoja un café con leche, pero después me acuerdo de que a mi cafetera le falta la goma y el filtro y no me apetece tomar malta como sustitutivo. Esta tarde pasaré por la ferretería de la calle Criado, a ver si ya han traído los recambios de la Bialetti, la cafetera que me trajeron mis vecinos Luís y Encarna de Andorra. Ellos ya no viven en este edificio, pero todavía recuerdo muy bien las tardes de café y pastas que hemos pasado juntos, por eso le tengo tanto cariño a este aparato.
Con la mirada puesta en el radiador de la habitación intuyo que el artilugio ha dejado de darme calor durante la noche, porque el ambiente es más frío de lo habitual. Así que me giro hacia mi lado izquierdo y agarrando con fuerza el cubre de ganchillo, que por cierto huele un poco a alcanfor, me tapo hasta las orejas. No es que me alivie demasiado el helor que siento, pero cobija en cierto modo mi interior porque habiéndomela hecho mi madre tantos años atrás, sólo puede aportarme algo maravilloso y tierno.
“Pero… ¿qué estás haciendo Pepa? Otra vez te estás poniendo nostálgica”- digo para mis adentros. Levántate y ponte una manta como Dios manda, de esas que compraste con Manuel en aquel viaje a Morella”. Tan sólo me separan tres pasos desde mi cama al armario, pero entre el frío y que no estoy ya para demasiados trotes, me entra una pereza bárbara para salir de la cama. Al final me incorporo, doy la luz de la lamparita de bronce de mi mesita de noche, me pongo bien el camisón que, no sé ni cómo demonios está tan enrollado ni cómo se me ha subido por encima de mi cintura, y respiro hondo. “Como he estado tan ajetreada esta noche, yendo y viniendo de aquí para allá, es posible que haya pasado cualquier cosa”-pienso mientras sonrío. El caso es que no deja de hacerme gracia lo del camisón porque si Manuel hubiese estado aquí esta noche no sería raro lo de amanecer así, pero…a él ya le llegó la hora de partir hace casi un año y aunque era muy pícaro, no creo que haya venido a visitarme esta noche en un viaje astral, bueno o quizás sí, igual ha asomado la cabeza desde el cielo y me ha visto más sola que la una…Aparto las mantas y salgo apoyando los pies en el azulejo frío de la habitación de mi casa en el edificio de la calle de la Victoria, en pleno casco antiguo de la ciudad. La casa cruje continuamente y de tanto en tanto las cañerías se congelan así que a veces tengo que calentar el agua en mi olla rojiza de porcelana si quiero lavarme y no perecer en el intento; la pobre se amolda a todo sin quejarse… al puchero, al arroz con acelgas o al agua para lavarme, qué remedio… Los techos de mi casa son muy altos, con vigas de madera y bovedilla y la verdad es que me sobran habitaciones, aunque estoy contenta de vivir aquí. Estoy sola pero exceptuando esos, afortunadamente, escasos días en los que me invade la melancolía, no me siento sola. Abro el armario y al coger la manta que está en lo más alto cae sobre mi cabeza un jabón de esos que suelo poner para que huela bien la ropa. Violeta…es un jabón con forma de violeta, y un aroma especial y único, mi preferido. De hecho lo es desde que alguien me regaló cuando yo era muy joven una cajita con unas pequeñas violetas de caramelo, que olían y sabían a gloria bendita. Después de eso llegaría hasta mí el perfume Violettes de Toulouse, una fragancia que me hacía soñar…claro que en aquellos tiempos ya vencidos hubo muchos motivos para soñar; unos desembocarían en sueños hechos realidad y otros en sueños rotos. Violeta…Violeta también es el nombre de la chica que viene a visitarme cada jueves por la tarde; mis intentos para convencer a la señora que vino del ayuntamiento de que no era necesario fueron en vano, y ahora lo agradezco, ya que los jueves por la tarde no serían sino un día más de la semana, a no ser por ese rato de cháchara, risas y chocolate con churros de la churrería Delicias.
El golpe que me ha dado el jabón me ha iluminado y es que me acabo de acordar de que hoy es 6 de febrero, “vaya… ¡6 de febrero!”- digo sobresaltada mientras me palpita el corazón. ¿Será por eso que me llevo despertando todos los días a las 6.02 de la mañana? ¿Me habrá estado enviando el universo señales para que recordase esa fecha y no pasase como un simple día más? “No me digas que todavía sigues creyendo en las casualidades… ¡pero Pepita...mi vida! “Esa es una frase que me viene a la mente, y que recuerdo muchas veces de Manuel, ese hombre bajito y delgado de ojos claros que, sin duda, ha sido mi gran amor. Con Manuel aprendí a amar de verdad, sin presiones, libremente, y aprendí que me gustaba mucho más hacerle feliz y darle cariño, que esperar a que me mimasen como una niña caprichosa. Y la paradoja de ello es que al amarle así, sin esperar nada a cambio, recibí de él todo lo que siempre había deseado de una relación. Lo mejor de todo, es que durante todos estos años me he sentido una mujer llena, feliz y entera… que hubiera podido vivir sin él, pero que sin embargo al aparecer en mi vida fue como una bendición. Imagino que cuando estuve preparada, cuando comencé a quererme y a valorarme, me encontré con alguien que podía quererme como yo deseaba. Qué recuerdos…
Cojo al fin la manta y antes de acostarme compruebo el radiador. Sí, estaba apagado. No han sido los duendes quienes me han gastado una broma, sólo fue que no me acordé de encenderlo por la tarde ¡Qué cabeza la mía, señor! Lo enciendo y me acuesto en la cama ahora ya bien tapada a ver si puedo coger el sueño y dormir un rato más, porque ¿dónde voy a ir a estas horas de la mañana? Como esta tarde va a venir Violeta, me entra mucha alegría y mis ojos se cierran lentamente al tiempo que voy entrando en un plácido estado de ensoñación, pensando en lo afortunada que soy.
...
Violeta es una chica maravillosa, aunque ahora mismo anda algo, digamos, perdida. El primer día que vino a verme noté en ella mucho nerviosismo detrás de una sonrisa que parecía forzada. Sus ojos sin embargo no me engañaban. Soy una persona muy mayor pero, aunque mucha gente cree que todos los viejos somos despistados y torpes, yo me sigo fijando mucho en las personas, siempre buscando su esencia y el estado de su alma. Unos ojos demasiado brillantes indican emociones desbordadas, de tristeza o alegría, pero siempre exageradas. Y en este caso, yo intuía un halo de tristeza en la chica que amablemente se había ofrecido a visitarme todas las semanas. Violeta tiene una cara muy bonita a pesar de que sus dientes no están perfectamente alineados y tiene la nariz un poco grande. Bueno eso es lo que dice ella, porque para mí es muy guapa. Supongo que su inseguridad le hace pensar en cosas así pero yo no soy nadie para juzgarla, ya que yo también tuve mis miedos en la juventud. Y de hecho alguno me queda por ahí escondido… El caso es que hoy, 6 de febrero, cumple 33 años ¡quién los cogiera! Con 33 años yo ya había vivido intensamente, claro que eran otros tiempos y teníamos menos oportunidades que las que tienen los jóvenes de hoy en día. Yo empecé a trabajar, como muchas chicas de mi tiempo, a los 12 o 13 años cuando mi padre me llevó a la finca de unos señores de las afueras de Zaragoza. Lo pasé muy mal porque a esa edad no comprendes por qué tienes que separarte de la familia; el día que llegamos a aquella casa nevaba mucho y padre no me soltó la mano durante las dos horas de trayecto entre el pueblo y mi destino. Él tenía el corazón destrozado pero ¿qué podían hacer mis padres sino llevarme a aprender un oficio y asegurarme un futuro? Yo hubiera querido quedarme con ellos a verlos envejecer y cuidarles pero ellos pensaron que lo mejor que podían hacer, en aquellos tiempos en los que el país estaba hecho añicos y la esperanza se desvanecía como arena entre los dedos, era aprovechar la oportunidad que vino de la tía Pilar para que yo me fuera a aquella casa “con amo”, como decían en mi pueblo.

Cuando al fin abro los ojos, miro el despertador y veo que son las 12.00 de la mañana. Me he quedado dormida mucho más rato que cualquier otro día. Aunque no hay nadie esperándome, me pongo ansiosa ya que es tardísimo pues no estoy acostumbrada a dormir más allá de las diez de la mañana, y eso en los días que más me cuesta levantarme. Me pongo la bata y camino hacia el comedor a subir la persiana, cuando veo algo en el suelo, un papel que parece que han metido por debajo de la puerta de entrada de la casa. “A ver si es algo importante y como estaba durmiendo no he escuchado el timbre...a ver si ha sido Herminia, la dueña del edificio, o algún vecino que quería algo urgente...”Me agacho a recogerlo y veo que es un sobre, pero no lleva sello ni remitente, sólo pone escrito a mano mi nombre: Pepa Montes López. Me viene un olor a perfume de señora que me resulta conocido; cierro los ojos e inspiro. Me transporto automáticamente a mi juventud, a la finca de la familia Maqueda. Puedo ver la esbelta figura de la señora Rosalía, sentada en su butaca frente al tocador, poniéndose delicadamente en las muñecas ese perfume de Guerlain que Don Eusebio le ha comprado en una exclusiva perfumería de París. Yo la espero de pie a su espalda:
- Pepita cariño, huele, huele, chiquilla… ¿no te parece que estás viajando al jardín de un palacio?- me dice mientras se vuelve hacia mí y me acerca el reverso de su mano a la nariz.
- Pero señora, si es que yo nunca he estado en ningún palacio.
- ¡Pero Pepita, criatura!- me contesta ella riendo ante mi inocente respuesta, y me da un fuerte abrazo.
Vuelvo a la realidad y dentro del sobre encuentro una carta amarillenta escrita a mano. Comienzo a leerla y me sacude un escalofrío. Los ojos se me van llenando de lágrimas ante las palabras que leo:
Estimada Pepita,
Cuando leas esta carta quizás yo ya no esté aquí. No me importa el tiempo que haya pasado y me quedaré tranquila, allá donde esté, cuando te devuelva algo que es tuyo y te pida perdón. Ha tenido que pasar mucho tiempo para que yo supiese por qué decidiste irte de nuestra casa sin despedirte, pero ahora que lo sé, no voy a dejar pasar ni un minuto más sin disculparme. No puedo reprocharte nada sino todo lo contrario, porque tu conducta en todo el tiempo que has estado en nuestra casa ha sido intachable y te hemos querido como a una hija. Siempre intuí que entre Jorge y tú hubo algo más que cordialidad, hasta que un día…desapareciste; al principio me enfadé mucho contigo pero con el tiempo todo ha salido a la luz. Sabemos que Jorge no ha llevado una vida justamente ejemplar. Después de hablar con él, después de que él haya decidido cambiar de vida y me contara lo que pasó, es cuando me he decidido a dar este paso. Fuiste inteligente al dejarle, con todo el dolor que te supondría, pero sé que él siempre te quiso y se quedó vacío sin ti. Ahora que estás leyendo estas líneas puede que hayan pasado diez, veinte o treinta años, quizás más, y después de que a iniciativa de Jorge te escriba estas líneas, espero que puedas entender su dolor. Yo te entiendo a ti porque tú tenías toda una vida por delante y Jorge no te trató como tú merecías. Él también era demasiado joven y se dio a la vida libertina .No lo disculpo, más cuando es él quien está arrepentido de haber obrado mal. Sirva esta carta como disculpa de todo corazón, por parte de nuestra familia. Aquí tienes la pulsera que te dejaste en nuestra casa, Jorge me dijo que se la habías regalado y yo sé que a su vez tu padre te la regaló a ti, pues así me lo habías dicho el día en que llegaste. Sé que es algo muy especial para ti y quiero que la tengas tú. Pepita…mi vida, espero que la vida te haya traído todo lo que siempre soñaste y que hayas sido muy feliz.
Rosalía Jiménez
8 de abril de 1945
Miro dentro del sobre y allí está la pulsera de filigrana de oro. Tristeza, alegría, anhelo, melancolía... sentimientos encontrados dentro de mí. La cojo entre mis manos y la beso. ¿Cuánto sacrificios harían mis padres para poder comprármela? Y luego de querer asegurarme una vida mejor sólo pude decepcionarles. Es cierto, me fui de aquella finca sin decir nada a nadie, y fue mi tía Pilar la que me acogió en su casa de Zaragoza. Me acuerdo del día que vinieron mis padres a buscarme porque la tía les dijo que yo estaba en su casa, y aún puedo sentir la vergüenza que pasé al verlos. Ellos no me dijeron nada y yo no levanté la cabeza mientras hablaban acaloradamente sobre mí. Y ahora…ahora me llega esta carta para removerme aquello, al tiempo que entre sollozos sujeto la pulsera. La historia con Jorge quedó en el olvido hace una eternidad y yo sólo lo recordaba como un amor fugaz de juventud, mi primer amor. Yo era muy joven y me asusté de mí misma, de lo que Jorge hacía, y de lo que pensarían sus padres de haber conocido nuestra historia. Por eso me fui. Me acuerdo del día que Jorge me regaló mi primer perfume y fui a decírselo a Antonio, el señor que cuidaba el entorno de la finca, y que era como mi padre.
- Mira Antonio, Jorge me ha regalado este perfume, Violettes de Toulouse…-le dije muy emocionada.
- Pepita, no te fíes del señorito. Igual te lo regala a ti que a cualquiera de sus queridas.
- Antonio, ¿qué son las queridas?-le contesté yo.
Las queridas, el juego, los vicios…de todo esto me enteré de sopetón una mañana que me encontré con una chica que salía de la Casita del Príncipe, un pequeño apartamento dentro de la finca que Jorge utilizaba para sus fiestas. Ella me contó sin tapujos la noche tan animada que habían pasado. Llorando fui a contárselo a Antonio. Pocos días más tarde un amigo suyo vendría a recogerme a la puerta de aquella casa, en la madrugada, para no volver nunca más.
Inmóvil, de pie, con las lágrimas nublándome la vista me pregunto por qué tenía que llegar esta carta a mí ahora, al cabo de tantos años. El pesar que siento en este momento, es por el hecho de acordarme de aquellos momentos tan malos que les hice pasar a mis padres y a mi tía. Yo ya me había perdonado hace muchos años por aquello, y sobretodo había perdonado a Jorge, incluso le di gracias por abrirme los ojos y liberarme de una vida que no era para mí. Con los años he aprendido que jamás hubiese necesitado lo que él me ofrecía; no es que me haya conformado con ver la vida pasar sin más, pero no estaba dispuesta a ser la marioneta a la sombra de un vividor, siendo compensada con joyas, perfumes y otros caprichos. Además mi tía Pilar al fallecer, cuando yo tenía 36 años, me dejó una importante herencia y eso me permitió vivir cómodamente, sin necesidad de que nadie me mantuviese. El caso es que yo no tenía ningún cargo en la conciencia porque es cierto que, si bien en un primer momento mis padres se disgustaron mucho, luego comprendieron que las verdaderas razones que me impulsaron a dejar aquel lugar, mucho distaban de un arranque de cabezonería o cualquier chiquillada por mi parte. Y ahora esta carta sólo ratificaba lo que pasó de verdad, porque tal y como se dice: sólo hay tres cosas que no pueden permanecer ocultas durante mucho tiempo, el sol, la luna y la verdad. Tengo casi 84 años y esta historia me queda muy lejana. Confusa pero agradecida por este regalo que me acaba de hacer la vida, guardo con ternura la pulsera y la carta en mi joyero de alpaca. La lluvia todavía cae pacientemente sobre la ciudad y me siento en el sofá a contemplarla. En un rato le contaré a Violeta lo que me ha pasado, puede que le sirva de algo porque ella anda muy desanimada ahora mismo, y no quiero verla así.

Violeta hoy ha traído un trozo de bizcocho con motivo de su 33 cumpleaños, además de los tradicionales churros y chocolate que acompañan su visita.
- Pero Violeta, ¿no es el cumpleañero el que espera los regalos? Vaya bizcocho más rico me has traído- le digo sonriendo.
- ¡Pepita, que no es para ti sola!- contesta ella riéndose.
- Pues ahora soy yo la que te voy a regalar algo-le digo mostrándole mi joyero de alpaca.
Ella lo coge con cara de sorpresa y al abrirlo encuentra mi pulsera.
- Pepita…- dice Violeta.
- Tú eres la única persona a quien podría confiar mis bienes cuando no esté, así como te confío mis secretos- le digo a Violeta.
- Pero esta pulsera es demasiado, no puedo aceptarlo- me dice ella compungida.
Comienzo a comentarle todo lo ocurrido mientras ella escucha atenta. Luego le enseño la carta para que lea. Entonces ella estalla en lloros y me cuenta que se encuentra perdida. Mantiene una relación con un chico desde hace tiempo pero se siente vacía. Ella es el día y él la noche. Ella no pertenece a su mundo porque aunque es muy divertida, no encuentra igualmente divertidas ciertas cosas que hace su novio. Ella padece y sufre porque no ve ningún futuro a la relación pero no puede dejarle porque le quiere.
- Eso es apego Violeta, no es amor- le digo yo. Si decides dar el paso te sentirás libre toda tu vida. Eres muy joven, todavía puedes retomar tu camino.
Violeta respira aliviada. Es como si se hubiese quitado una pesada losa de encima al contármelo. Supongo que en cierto modo se ha sentido comprendida al saber que no está sola, y que otras mujeres hemos pasado por lo mismo. Cuando se hace de noche Violeta se despide de mí con un beso en la mejilla.
- Gracias Pepita, tienes razón, creo que todavía sigo esperando algo más extraordinario en mi vida- me dice mientras me aprieta fuerte las manos.
...
Son las 10.00 h de la mañana del jueves 13 de febrero. Hoy está lloviendo otra vez, como casi todos los días desde la semana pasada. Al contrario de lo que a otras personas les pasa, a mí me encanta la lluvia. Me quedo calentita en casa con mi estufa de infrarrojos Corcho y mi manta, sentada mientras leo o escucho la radio. A veces pongo música en el tocadiscos. Me suelo poner los viejos discos de vinilo que guardo de la tía Pilar. Desde Jorge Sepúlveda a Ella Fitzgerald, la discografía de la tía abarca varios géneros musicales. Con todos ellos me siento cómoda porque me acuerdo de ella al escucharlos, y eso me hace sentir bien. De hecho suelo dormirme escuchando sus canciones en la siesta. Hoy espero como cada jueves a Violeta. Espero que haya aclarado un poco sus ideas y tenga más claro cuál es su propósito. Sé que fui un poco fría al decirle que lo suyo con ese chico no es amor; cuando venga hoy me disculparé, al fin y al cabo, sea lo que sea ella es libre de decidir si quiere seguir con él o no a pesar de mi opinión.
El timbre suena a las 17.00 h. de la tarde y abro rápidamente. Me encuentro a una Violeta desconocida. Luce una amplia sonrisa y los ojos le brillan nuevamente, pero ese brillo es diferente. Da la sensación de que está relajada, tranquila, como más en paz.
- Pepita ¡me marcho!- me dice si tan siquiera saludarme.
- ¿A dónde? ¡Si acabas de llegar!- respondo con sorpresa.
- No, no es eso- me dice mientras ríe.
- Me marcho al pueblo, necesito encontrarme conmigo misma-continúa.
- Bueno pero ¡traigo los churros y el chocolate!- me dice mientras me muestra la bolsa de papel.
La invito a sentarse y a pesar de que me da pena que se marche, procuro ponerme en su lugar. Conforme ella me va contando, su ilusión me empapa hasta que puedo sentirla de la misma manera que ella. La veo muy contenta y eso me gusta. Me dice que se marcha al pueblo de sus padres. Allí tiene la casa de su abuela y un pequeño negocio que le han ofrecido para regentar.
- Y ahora toma, te he traído un regalo para ti Pepita.- me dice mientras los ojos se le tornan cristalinos.
De su bolso saca un libro, Siddhartha de Hermann Hesse.
- A mí me ha ayudado mucho Pepita. No puedo entretenerme, debo prepararme el equipaje que me voy esta misma noche. Vendré a verte, volveré, no te preocupes Pepita...mi vida-me dice al verme triste.
Nos fundimos en un fuerte abrazo mientras yo no soy capaz de pronunciar palabra. Sé que va a ser un poco difícil para mí el separarme de ella, pero como me pasó a mí en su día, debe seguir su camino e ir dejando atrás lo que ya no le hace feliz. Ella se marcha y al abrir el libro hay una página doblada por su esquina superior, con varias líneas subrayadas. Entiendo que final y felizmente para mí, Violeta también ha retomado su camino:
DESPERTAR
“Al abandonar el bosque donde había dejado a Buda, el Ser Perfecto, y a Govinda, Siddhartha sintió que entre esos árboles abandonaba asimismo su vida pasada, ahora desprendida de él...”
“Siddhartha siguió meditando mientras avanzaba lentamente. Ya no era un joven, constató, sino que se había convertido en un hombre. Constató asimismo que algo se había desprendido de él, como la piel vieja se desprende de las serpientes: que algo ya no existía más en él...”

Fuente: este post proviene de LA HABITACIÓN DE AMÉLIE, donde puedes consultar el contenido original.
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