La trenza

En el momento que corté su trenza con mi machete, después del pleito de novios, Hermila, la mujer que amaba, golpeó mi pecho con sus pequeños puños, lloraba al decir, Fausto, qué has hecho?, el río bullicioso pareció enfadarse por mi vil acto, pude haberla ultrajado entre los maizales, pude actuar como un cobarde y quitarle la vida; sin embargo, la despojé de toda su protección al huir en mi caballo, con su gran trenza negra en mi mano.

Quizo tata dios o el destino que falleciera el padre de Hermila, don Ruvidio, fue el pretexto para que mi amada Hermila anduviera con la cabeza cubierta con su rebozo por mucho tiempo, en señal de luto, sólo su madre y sus hermanos sabían de la vergüenza de su cabello mutilado; entretanto, yo soñaba con sus labios, sus pequeños ojos negros y ese cuerpo que sólo palpé dos veces cuando cobraba valentía con el alcohol, fue mía todas las noches estrelladas al acariciar con su larga trenza todo mi cuerpo, cometí todos los pecados en su negro cabello, su dulce aroma lo bebí hasta agotarlo, antes de montar mi caballo, cada mañana, para irme a mi jornada en el campo, besaba la larga trenza y ella, me bendecía.

Ambos nos casamos y tuvimos nuestros hijos; mi esposa, Rumi, cuidaba de la trenza de Hermila, cada semana le compraba un listón y la trenzaba con cariño; antes de partir al campo, Rumi me acercaba la trenza de Hermila para que la besara, después, besaba su blanca frente y partía con una sonrisa llena de deseo por aquella mujer que no lograba olvidar. Hermila me evito por largos años, coincidíamos en la iglesia, en las fiestas del pueblo y otras celebraciones; sentía merecer su desprecio.

Enviudamos con meses de diferencia, nuestros hijos ya estaban casados y no me contuve más; me presenté en su casa y le ofrecí matrimonio enfrente de sus hijos. Fue un gran escándalo en nuestro pueblo y no nos importó. Sus hijos y sus hermanos me odiaron y no se opusieron; fue el acto más valiente de Hermila, cuando vio su larga trenza en el altar de Rumi, sollozó y ahí me contó de sus penurias y de lo inválida que la había dejado al cortarle su cabello; por años le amé con el gran ardor contenido y pese a nuestra edad, fuimos los amantes más lujuriosos, entonces, ignoraba que al poseer la larga trenza de Hermila, poseía todo su ser, siempre había sido mía.

Envejecimos juntos, nos llenaron de nietos y nuestra pasión no se apagaba. Hermila enfermo de gravedad, con su voz débil, susurraba: siempre seré tuya, Fausto. Después de sepultarla, volví a mi antiguo vicio con su trenza larga, mis arrugadas manos se aferraban cada noche a dos cuerpos, uno moreno y otro blanco, nos amábamos hasta que me vencía el sueño; mi virilidad no menguaba, mis dos esposas llegaban a mi lecho en cuanto tomaba la larga trenza, sabía que no era un sueño, nos confundíamos los tres, sus largos cabellos se enredaban en mi cuerpo, si era demencia, la locura me hacia el hombre más feliz.

Cata, mi hija, ruborizada, me pidió que fuera más discreto con las mujeres que me visitaban en las noches, que todo el pueblo chismeaba sobre los gritos pecaminosos que escuchaban mis vecinos, que ya estaban indagando quiénes eran esas mujeres deshonestas. Quién podría creer lo que sucedía cada noche, ahora estaba seguro que no estaba perdiendo el juicio, Hermila y Rumi, llegaban cada vez que gozaba con la larga trenza; con estas cavilaciones, tomé la trenza y peinándola, noté un mechón más claro, estaba discretamente colocado, no se notaba, suspiré y comprendí que ese mechón de cabellos castaños pertenecía a Rumi, ella debió colocarlo ahí y trenzarlo, uniéndose a Hermila, en una conexión poderosa y antigua; ahora todo estaba claro, por eso llegaban las dos en cuanto acariciaba la trenza, ahí surgía la magia, era un pacto divino, ellas serían mías y yo de ellas, por siempre.



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