Dado que la mujer es amadamente consumida con más frecuencia por mi hermosa Sirena, se mantiene muy decaída, con su cabeza apoyada en mi pecho, beso su cabello salpicado de canas y le pregunto: ¿qué haces contigo?, sin mirarme, me reponde, lo mismo que tú; la apremio a abrir la boca para darle unos trozos de pescado con mis dedos, con mi otro brazo rodeo su cuerpo apretadamente, aquí, cruza por mi mente que esta dama puede morir y me aferro más a ella con mis ojos húmedos; sé que ella lo intuye y musita, también te amo. Con más dedicación, le procuro los alimentos a mi compañera, trepo a lo más alto de la roca para colocar sus prendas y que éstas estén secas y confortables para ella; conversamos con mas frecuencia y la dama denota su deseo de reunirse con su hija muerta; contemplo su cuerpo consumido y desnudo; me toma de las caderas, acercándome a las suyas con una cadencia sensitiva, al mismo tiempo que me invita beber de sus opacos senos; sin agravio alguno, nuestras almas perdonan cualquier rencilla, si la hubiera, el néctar de sus senos no es el mismo de la hermosa Sirena, no sale de mi mente, en el rostro lleno de pasión de esta mujer sólo puedo evocar a ese ser monstruoso, mi amada Sirena, siempre la Sirena. Esta soledad es más inmensa que el mar mismo, ¿cuántas veces se puede morir en este triste destierro?
La oquedad de mi ser me consume, entre el velo de las limosnas que aquí hallé en lugar de la muerte misma, quizás he muerto y este abismo de sal sea mi recompensa o castigo; mi mano, aferrándose al aire mismo, quizás, sólo se apoya en la niebla de mis añoranzas porque, quizás, ni el aire existe y, quizás, mi amante Sirena, sólo sea Belcebú, quien me subyuga a su sexo, a su canto podrido y a sus eslabones del averno; vaya lío, ¿la Sirena es un demonio? quizás, esté demente y la soledad sólo sea estar mal consigo mismo; o, en realidad, ni siquiera existo.