Isabela, Tomás y Luna en el Jardín de la Amistad

En un pequeño y colorido pueblo, había un jardín donde los niños jugaban y reían cada día. Allí, tres amigos inseparables compartían aventuras inolvidables: Isabela, con su cabello rizado y ojos brillantes siempre llenos de alegría; Tomás, curioso y juguetón, con una sonrisa que nunca desaparecía; y Luna, una niña con una discapacidad intelectual, cuya sonrisa gentil y corazón bondadoso iluminaban el día de todos.

Un día, mientras jugaban en el jardín, Isabela propuso un juego nuevo: ¡Hagamos una carrera de obstáculos! exclamó emocionada. Tomás asintió con entusiasmo, pero Luna parecía preocupada. Aunque quería unirse, sabía que sus habilidades eran diferentes.

Isabela y Tomás, notando su vacilación, se acercaron a ella. No te preocupes, Luna, adaptaremos el juego para que todos podamos disfrutar, dijo Isabela con una sonrisa reconfortante.

Así comenzaron a crear un circuito de obstáculos, teniendo en cuenta las habilidades de cada uno. Incluso inventaron reglas especiales, como saltar a la pata coja o recitar un verso de una canción antes de avanzar. Luna se sentía feliz y segura, sabiendo que sus amigos valoraban su presencia en el juego.

La carrera empezó con mucha alegría. Isabela tomó la delantera con sus saltos ágiles, mientras Tomás la seguía de cerca. Luna, con cada obstáculo, sentía más confianza y se llenaba de risas y aplausos de sus amigos. No importaba quién ganara, porque lo verdaderamente especial era jugar juntos y ayudarse mutuamente.

Al terminar el juego, todos estaban exhaustos pero felices. Eso fue increíble, dijo Tomás, ¡todos tenemos habilidades únicas!

Isabela asintió y agregó, Sí, y cuando estamos juntos, podemos hacer cualquier cosa. La amistad es como un jardín, donde todas las flores, aunque diferentes, hacen un lugar más hermoso.

Luna, con lágrimas de felicidad en los ojos, abrazó a sus amigos. Gracias por hacerme sentir parte del juego y por aceptarme tal como soy, expresó con emoción.

Desde ese día, el jardín se convirtió en un lugar aún más especial para ellos. Juntos aprendieron que la verdadera amistad significa aceptar y celebrar las diferencias de cada uno.

Los días pasaban y el trío seguía compartiendo momentos mágicos. Un día, mientras exploraban el jardín, encontraron un viejo baúl escondido bajo un arbusto. Al abrirlo, descubrieron un conjunto de disfraces y una nota que decía: Para los valientes aventureros del jardín, que su imaginación los lleve lejos.

Con gran entusiasmo, empezaron a disfrazarse. Isabela se convirtió en una valiente pirata, Tomás en un intrépido astronauta, y Luna en una magnífica reina. Jugaron, se rieron y crearon historias increíbles, donde cada uno era el héroe de su propia aventura.

A medida que el sol comenzaba a ponerse, se dieron cuenta de que era hora de regresar a casa. Pero antes de irse, Isabela tuvo una idea. Hagamos un pacto de amistad, dijo. Prometamos que siempre estaremos ahí el uno para el otro, no importa qué.

Tomás y Luna estuvieron de acuerdo. Se tomaron de las manos y prometieron ser amigos para siempre, cuidarse y apoyarse en todo momento.

El jardín se había convertido en más que un lugar de juegos. Era un espacio donde la amistad, la inclusión y la imaginación florecían. Y cada vez que volvían, recordaban su pacto y la importancia de aceptar y celebrar las diferencias.

Con el tiempo, otros niños del pueblo se unieron a ellos, atraídos por la magia de su amistad. Aprendieron a jugar y a respetar las habilidades únicas de cada uno, creando un círculo de amistad que crecía día a día.

Los padres de los niños, observando desde lejos, se maravillaban de cómo sus hijos enseñaban e inspiraban a otros a ser más amables y comprensivos. El jardín se había convertido en un lugar de alegría y aprendizaje para todo el pueblo.

Isabela, Tomás y Luna, ahora conocidos como los Guardianes del Jardín, continuaron sus aventuras, explorando y aprendiendo juntos. Cada día era una nueva oportunidad para descubrir, jugar y, sobre todo, para demostrar que la amistad verdadera acepta y celebra cada diferencia, haciendo del mundo un lugar más bello.

Así, en el corazón de aquel pequeño pueblo, un jardín lleno de risas, juegos y amistad florecía, recordando a todos que la inclusión y la aceptación de las diferencias son las semillas de un futuro mejor y más amoroso para todos.

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