Toda la manada sabía de las preferencias del viejo lobo de pelaje blanco, la mayoría de la manada solía alimentarse de pequeños animales, conejos, aves, etc., eso era suficiente, atacar, matar y comer; sin embargo, el lobo viejo de pelaje blanco, optaba por divertirse con su comida, se deleitaba de otra manera insana, poseía una gran inteligencia, nunca antes un lobo había osado un disfraz para acercarse a las ovejas, nunca antes un lobo prefería a las más tiernas hembras, para seducirlas, poseerlas y, posteriormente, alimentarse de ellas. Rompía todos los estándares de las conductas de esta especie y sus subespecies, nada tenía que ver con el objetivo de supervivencia. Todos en la manada se alejaban cuando el lobo viejo de pelaje blanco se acercaba a los ovejas que pastoreaban en el campo, entre los arbustos exhuberantes y a la sombra de los árboles, el lobo viejo de pelaje blanco era acompañado por el inseparable lobo gris, nadie más hacía ese rito extraño; elegía la más blanca, la más tierna, se colocaba su piel de oveja y, discretamente, fingiendo alimentarse de las hierbas, se acercaba a su presa, seduciéndola hasta la fascinación de acompañarle a un oscuro rincón, alejado de todo el rebaño, no buscaba un ciclo reproductivo, como todos los demás, era una lujuria, un apetito insaciable, anormal, que había desarrollado con los años, pese a que tenía a su hembra alfa.
El macho alfa, caminaba erguido, divertido, firme, con una sonrisa maliciosa y los ojos entornados, quizás adivinando cuál sería su siguiente presa, quizás ya había sido elegida; siempre, junto a él, el lobo gris, a unos pasos atrás, no dejaba de seguirle, fingía admiración, pero, realmente, le odiaba, él no era el macho alfa de la manada, no tenía esa fuerza descomunal, ni ese olfato, ni esa capacidad visual que hacía de ese lobo viejo de pelaje blanco un casanova, prefiriendo a otras hembras que no eran de su especie, tampoco poseía la capacidad de apareamiento de él y, mucho menos, su rango social; estar cerca de él, lo distinguía, algo que no lograba hacer por mérito propio. El lobo viejo de pelaje blanco, se sentía rejuvenecer y sentía ser muy viril, su ego no tenía límites, sus fantasías con esas hembras jóvenes le reafirmaban como macho, el macho alfa que era y que no quería dejar de ser nunca. Nuevamente, se colocaba su disfraz, el cual se confundía con su pelaje blanco, su hocico babeaba al saborear a la próxima víctima, paciente, seleccionaba a placer su próxima hembra, en la distancia, ninguna de las tiernas ovejas imaginaba a lo que serían sometidas; su amigo, el lobo gris, se mantenía a raya, esperando ver qué hueso alcanzaba. Muchos lobos de su manada, se avergonzaban del comportamiento de su macho alfa, su líder, pero, el lobo gris no, por ello no se le despegaba al lobo viejo de pelaje blanco, quería ser notado, que los demás lo vieran, quería fama, quería ese prestigio de don Juan, casanova, aunque, dentro de él: era miserable, sabía que era menos que nada, claro que lo sabía, era el "perro faldero", de el lobo viejo de pelaje blanco, quizás algún día se animaría a conseguir por cuenta propia su oveja tierna, mientras, lo haría con las sobras que le cedía el macho alfa, con lo que cayera de ese hocico de aliento podrido trataría de ser feliz; algún día, soñaba el lobo gris, el lobo viejo de pelaje blanco, su líder, le entregaría una oveja tierna, viva, en un estado de fogocidad, lista para ser poseída, sacrificada y consumida.