En un tibio ensueño, notas de piano lejanas se combinan con el susurro del mar, la Sirena me posee, sonríe y un hilillo de sangre corta lo siniestro de sus labios; toma mi cabeza y la hunde en su vientre, al mismo tiempo que creo escuchar su murmullo grotesco e hiriente de esa melodía infernal que emite cada vez que toma mi sexo, cualquier otro ser perdería el juicio ante tan espeluznante sonido, yo, ya me he perdido en él; es obvio decir que, el sonido de piano se disipa en un feroz despertar ante ese canto de la Sirena, enloquecido, aún sumido en su vientre, bebo de su sangre hasta hartarme; una tenue lluvia lava con suavidad todo vestigio escarlata de la roca, reposo con mi rostro hundido en sus fulgores y delicadamente, beso sus senos; la Sirena me retira de sí y el vacío es palpable, su presencia no disuelve ese precipicio palpitante, su vacío parece poseer vida propia, ese vacío que me abofetea el rostro en todo momento, la Sirena no pertenece a nadie, no necesita a nadie y aún con este claro discernimiento, no dejo de cuestionarme su presencia en mi roca, en mi cuerpo, en mi alma y en mi eminente muerte.
Sin nada que mirar afuera, miro dentro de mí, si en algún momento tuve una convicción, sólo fue una prisión donde ya no desee ver ni cuestionar nada más; creí tener un refugio en esta roca y me negué a alejarme en una de estas tablas o del mismo gran baúl café tabaco, en busca de alguna embarcación, de ser rescatado y volver a tener la oportunidad de tener una vida plena y patética, como la de tantos o simplemente, morir en este oscuro mar; sólo atino a reír de cada certeza, de cada ilusión, de esos proyectos de vida, de esa vida que me ha sido negada, no sé si ese dios que ríe a carcajadas de mi miseria es quien me puso en esta roca abismal o fui yo mismo al tener la arrogancia de prosperar y convertirme en alguien importante ante la sociedad; río a carcajadas de mí, me uno a la burla de dios por toda mi estupidez, los planes de los humanos son tan risorios ante él.