Nos diremos:
Supongamos que mi tema es melancólico y, por ello, casi silencioso.
Elegiré un paisaje en el cual, por las motivaciones que ya tengo determinadas, habrán de aparecer los elementos que lo formen, dispuestos en líneas horizontales.
Necesito una leve brisa que no altere su paz, pero que si exista para impresionar psicológicamente el oído del espectador, e inmediatamente pensaríamos en unos arboles, o nubes o flores, que siguieran una línea levemente ondulada, aunque siempre estabilizada por troncos, cimas montañosas o tallos, según conviniera a su equilibrio.
Y necesito reflejar mi intención principal, la melancolía. ¿Con qué? Con el color.
Tras esto, repasaríamos mentalmente el significado de los colores para obtener el adecuado a tal sensación; pero no puede ir solo, queremos una obra policroma, no monocroma, o sea, una gama.
Resultado: el indicado color (malva en sus tonalidades claras) tiene que combinarse con aquellos que refuercen su impresión con el conjunto de todos: el ritmo apetecido. Tomaríamos grises, azules, verdes neutros (es decir, tendiendo al gris), amarillos pálidos, rosas y cuantos precisáramos para “pintar una sensación” pero justamente eso, cuantos precisáramos, no cualesquiera otros que rompieran su ritmo.
¿Te imaginas ese melancólico paisaje que decimos, alterado de golpe por un radiante sol naranja sobre ramas de verde rabioso? “¡Imposible…!,” responderías,porque echaríamos a perder toda la impresión de melancolía que se pretende.
El color tiene un ritmo para cada tema, y cada tema precisa de un color para expresar su ritmo, pero siempre acompañado por sus colores hermanos más afines, o sea, una gama de color.
Espero que te haya gustado esta breve reflexión sobre el ritmo del color.
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