El Jardín Flotante de Carla

En un pequeño pueblo, escondido entre colinas y vastos campos, vivía una niña llamada Carla. Su mundo era ordinario, con días llenos de juegos y risas junto a su mejor amigo Pablo. Pero un día, todo cambió cuando descubrieron el milagro del jardín flotante.

Era una tarde de verano cuando Carla, junto a su hermana, madre y padre, se aventuró al fondo de su jardín. Allí, donde los árboles formaban un arco natural, encontraron un sendero secreto que nunca antes habían visto. Guiados por la curiosidad, comenzaron a caminar por el misterioso camino. Pablo, quien había venido a jugar, se unió a ellos emocionado.

El sendero los llevó a un claro donde la gravedad parecía haberse olvidado de hacer su trabajo. Frente a ellos flotaban islas de tierra, adornadas con las flores más exóticas y coloridas que jamás habían visto. Mariposas de colores brillantes volaban de isla en isla, y las luces como luciérnagas danzaban en el aire.

¡Es un jardín flotante! exclamó Carla, asombrada.

El grupo se adentró en el jardín, saltando de isla en isla. Cada salto era una mezcla de miedo y emoción, como si estuvieran en un sueño del que no querían despertar. Pero pronto, descubrieron que el jardín guardaba un secreto aún más grande.

En el centro del jardín flotante, había un gran roble, bajo cuya sombra se encontraba una estatua de una niña, tan realista que parecía que en cualquier momento cobraría vida. La estatua sostenía una esfera de cristal en sus manos.

Carla, impulsada por una fuerza desconocida, tocó la esfera. En ese instante, sucedió lo imposible: la estatua cobró vida, transformándose en una niña de verdad.

Gracias por liberarme, dijo la niña. Soy Aria, la guardiana de este jardín. Hace muchos años, fui convertida en piedra por una bruja celosa de mi tarea de proteger la naturaleza.

Aria explicó que el jardín flotante era un lugar mágico, un santuario para las criaturas y plantas mágicas. Pero cuando fue transformada en estatua, el jardín comenzó a perder su magia.

Debes ayudarme a restaurar la magia, suplicó Aria a Carla y su familia.

Entusiasmados por ayudar, Carla, su familia y Pablo se embarcaron en una serie de aventuras para reunir los ingredientes necesarios para un hechizo que restauraría la magia del jardín. Viajaron a bosques encantados, cruzaron ríos de cristal y escalaron montañas nevadas. En cada lugar, encontraron no solo los ingredientes, sino también valiosas lecciones sobre la naturaleza y su cuidado.

Finalmente, con todos los ingredientes en mano, realizaron el hechizo bajo la luz de la luna llena. Mientras Aria recitaba las palabras mágicas, el jardín comenzó a brillar con una luz cálida y reconfortante. Las islas flotantes se elevaron un poco más, las flores florecieron con una nueva vida y las mariposas bailaban en el aire con renovada energía.

Lo hemos logrado, dijo Aria con una sonrisa. El jardín ha recuperado su magia, y con ella, su protectora.

Agradecida, Aria les ofreció a Carla y su familia visitar el jardín flotante cuando quisieran, prometiéndoles que siempre serían bienvenidos en ese mágico lugar.

Con el corazón lleno de alegría y asombro, Carla, su familia y Pablo regresaron a su hogar, sabiendo que siempre tendrían un lugar especial en el mágico jardín flotante. Desde ese día, el jardín no solo fue un refugio para las criaturas mágicas, sino también un símbolo de la amistad y la conexión con la naturaleza.

La experiencia en el jardín flotante enseñó a Carla y a sus seres queridos una valiosa lección: a veces, lo imposible solo espera a ser descubierto y creído. Y así, cada vez que miraban al jardín, recordaban que la magia y la maravilla están siempre a nuestro alrededor, solo necesitamos buscarlas.

Y mientras el mundo seguía su curso, el jardín flotante permanecía, un recuerdo eterno de la aventura que unió aún más a Carla, su familia y su mejor amigo Pablo, enseñándoles que juntos, podían hacer realidad lo imposible.

Fin

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