Al abandono del sol, poso mi cabeza en ella, sólo para desatar mis manchas;
Espera de forma malsana mi canto; me encadena, se burla de la sal de mi llanto,
Me domina, acaricia mi cabello plata, fielmente; me confiesa hasta el amanecer.
Sin queja, en lucidez, escribo este poema, a ella, la almohada, a mi hoguera,
A mi paz, nube de mis pesadillas, de mis sueños serenos; creo que también me ama,
Me extraña de día, aunque sé que me odia; llora por mí, no lo admite, la siento,
Me mece, se esmera, suspira mi congoja, conduciéndome a la irrealidad del ensueño.
Ella no muerde mi corazón, arrulla mis delirios que me coronan, los que me maldicen,
Los negros, los dolientes; elevándome a lo etéreo, purificándome, aliviándome de ti,
De ellos, de todo, de mí, cada vez que hundo mi rostro, naufragando, me anclo ahí;
En desvelo, espera el sin fin de mi sollozo desvalido, rozando mis sienes, mi boca, mi frente.
Liberándome, sin conseguirlo; sincera, se descubre en mis sueños, se devela que,
Es en realidad un ángel, ángel caído, por mi causa, por ese chacal que me arruina,
Por esos engendros que me consumen, velnias que me arañan y carcomen mi alma;
Hechizo enviado a ungir mi cabeza con incienso, hasta que sonría, de noche, al alba, día a día.
Fuente: este post proviene de Manualidades de Azteca, donde puedes consultar el contenido original.
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