Las avenidas sombrías bordeadas de estos enormes pilares, con sus ramas como llamas negras, temblando bajo el ardiente sol de mediodía, posiblemente reemplacen en su espíritu a las naves misteriosas de las catedrales góticas del norte. Sacudidos por un estremecimiento, por un vibrante movimiento ascendente, liberados de su rigidez natural, los cipreses se agitan y vibran como una gran llama oscura; es un movimiento arremolinado y poderoso que se transmite de la tierra a los árboles y de los árboles al cielo. Una vez más estos dos cipreses, nos ayudan a penetrar en la vida interior del artista.
Vincent le dice a Theo en una de sus cartas: ” Los cipreses siempre me preocupan, desearía hacer con ellos algo como con los girasoles; me da la sensación de que todavía no los he hecho tal como los veo… Son una nota negra en un paisaje soleado, pero se trata de una nota negra de lo más interesante, de las más difíciles de tratar… Creo que, de las dos telas de cipreses, la mejor es aquella de la que he hecho el croquis. Los árboles son muy grandes y espesos. El anteplano, muy bajo, de zarzas y matorrales. Detrás de las colinas violeta, un cielo verde y rosa con una media luna”.
El color de los cipreses en el paisaje, la “nota negra”, está tratado por Van Gogh con una superposición de pinceladas coloreadas, de todos los colores, que crean la sensación de un fondo negro iluminado por el sol. La pincelada, esto es, la manera de colocar el color sobre la tela con el pincel, varía según la evolución de la personalidad artística de Van Gogh. En el transcurso de los últimos años de su breve vida artística, Van Gogh ya no utiliza las pinceladas lineales, verticales, horizontales, yuxtapuestas o superpuestas; su pincelada “se riza”, se enrolla en una especie de torbellino que es a la vez llama, creación de cosmos, movimiento vertiginoso de la materia.
www.degranero.es
.