Después de descargar el patrón gratuito, empecé a pensar qué lanas podría utilizar. Hacía algunos años mi madre compró de liquidación un montón de ovillos de Katia Merino 100% en bastantes colores diferentes. Además, de la misma calidad en color gris también tenía un buen cargamento. Así que pensé que este sería un proyecto lo suficientemente grande para dar un futuro mejor a estos ovillos.
Muchos de los colores que tenía no sabía cómo combinarlos: una franja de cada color aleatoriamente, alternar gris y otro color… Al final opté por hacer pequeños gradientes de color intercalándolos con un color neutro. El gris en el centro de los gradientes hace que los colores queden más intensos y al mismo tiempo sirve para diferenciar las franjas suavemente.
Ya estaba todo dispuesto. Una vez decidí el ancho de la manta, me puse a ganchillear. Lo bueno de tejer con ganchillo es que se avanza rápidamente, cuestión de vital importancia en proyectos de esta envergadura. No sabía cuál sería el largo definitivo: la manta sería tan larga como los ovillos grises lo permitieran.
El proyecto creció velozmente. Constantemente hacía juegos mentales y me cronometraba para ver cuánto tiempo tardaba en realizar cada franja, cuánto mediría, cuántas franjas podría hacer… Me tuvo bastante entretenida. Cada vez que terminaba un gradiente, tenía ganas de ver el siguiente; cuando llegaba a la mitad, quería ver cómo quedaría terminado… Sí, fue un proyecto un poco obsesivo.
A lo largo del proceso de tejer la manta, tuve que utilizar ovillos de otras marcas y calidades para conseguir el efecto deseado. Hasta tuve que acudir a una tienda para hacerme con un par de colores. De todos los proyectos que he tejido hasta ahora, este ha sido el primero faraónico.
La manta seguía avanzando y el color gris iba disminuyendo a buen ritmo. Algunos ovillos los acabé, de otros quedaron restos. Al final, no recuerdo ya muy bien cómo fue, pero sudé porque no sabía si tendría suficiente gris para hacerle a la manta una vuelta de borde de punto bajo y otra con las conchitas. Tanto apuré el hilo que terminé apenas con dos metros de hilo gris. Al final, la puntilla que me animó a tejer la manta se quedó como inspiración.
Después de la carrera de fondo ganchilllera, vino la de rematar todas las hebras. Una tarde, casi sin pensarlo ni meditarlo, cogí aguja lanera y tijeras y, a sangre fría, me puse a rematar. Creo que ya corría abril o mayo cuando estaba prácticamente terminada. Apenas tardé cinco meses en terminarla y me alegra no haberla abandonado al agujero negro de los proyectos a medias. Eso sí, en ese caso seguro que habría mantenido calentitas el resto de prendas a la espera de ser rescatadas. Además, es estupendo haber dado una nueva vida a estos cálidos ovillos.
Ahora ha vuelto el invierno y ya está en nuestro sofá de forma permanente. Me gusta mucho cómo ha quedado y me hace feliz ver tantos colores cuando nos arropamos con ella. Finalmente, los restos de esta manta dieron para uno de estos cojines.
El patrón es muy sencillo y rápidamente se memoriza. Hubiera querido hacer un cojín a juego con la manta, pero las hebras sobrantes no se podían estirar tanto. No obstante, es posible que todavía haya para una secuela de los restos de los restos. No recuerdo la cantidad exacta de ovillos que utilicé pero la manta pesa pasados los dos kilos, así que creo que utilicé aproximadamente unos cuarenta y cinco ovillos.
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