En aquello que odiamos.
Había una vez una Paquita y sí, vivía en un barrio y sí, el amor de su vida era un roedor de dos patas; borracho, infiel, agresivo, pero, trabajador y de apodo le llamaban el ratón. Paquita dio a luz a una segunda hija, muy morena y de rasgos toscos, igualita a su padre, don Miguel, el ratón; su primera hija era idéntica a Paquita, rubia de ojos verdes, de nombre Reina, pues para sus padres, eso representaba con su belleza, una reina; Paquita debió dar varios billetes al padre de su iglesia para que bautizara a su segunda hija con el nombre de Chuli.
Don Miguel hacía viajes extensos debido a su trabajo, Paquita se dedicaba al hogar y al cuidado exclusivo de Reina, era la adoración de sus ojos, le compraba los vestidos más primorosos, le peinaba con bucles, casi a diario y la llenaba de joyitas de oro, la paseaba a todas partes, le llevaba cada semana al cine y a donde su Reina deseara ir; los ojos de Paquita estaban llenos de admiración ante la inegable hermosura de su hija, la presumía tanto como le era posible, era su mayor orgullo, por ella, valía la pena todo el sufrimiento al que era sometida por el ratón, su esposo.
No crean que me he olvidado de Chuli, pero, Paquita, sí la olvidó, durante los meses de ausencia de don Miguel, Chuli era abandonada en la casa, su madre siempre le dejaba una bolsa llena de pan, una jarra de leche y otra jarra con agua; las sobras de los guisados, destinadas al Mocho, el perro de la casa, eran hurtadas por Chuli, las comía con avidez, directo del plato del Mocho, antes de que el perro se percatara, el único cariño que recibía Chuli era el de su abuela Teófila, madre de don Miguel, muerta desde que su padre era un niño, el fantasma de su abuela habitaba tranquilamente, sin importunar a los vivos, sin embargo, ante el desamor de Paquita por Chuli, la abuela Teófila se hacía presente ante su nietecita y la llenaba de cariño. Cuando el ratón volvía a su casa, siempre encontraba a sus hijas bien presentables, casa limpia y comida recién hecha; Paquita había aprendido con el tiempo y con las golpizas de su marido a tener todo disponible en su hogar y a jamás reclamarle por sus infidelidades; el ratón jamás se hubiera imaginado el maltrato al que era sometida su hija, la negra, como él le decía de cariño.
Con el tiempo, Chuli se acostumbró a no bañarse, su madre solo la bañaba cuando don Miguel estaba en casa, los meses que se ausentaba, Chuli era como el fantasma de su abuela Teófila, invisible. Al paso de los años, el ratón enfatizaba más sus conductas, su alcoholismo lo tornaba más violento con Paquita, más descarado con sus conquistas amorosas y solo lograba ser calmado con las caricias en su cabeza de su madre muerta y de su hija, la negra, quien le regañaba como a un niño travieso. Chuli sentía cierto placer cuando su madre mostraba moretones en cara y cuerpo, aún así, hostigaba a su padre por su violencia en casa, la abuela Teófila le arrojaba platos al espantado don Miguel, quien no entendía la mano invisible de esa brujería, Teófila también estaba harta de ver a su hijo consumido por los vicios, el fantasma de la abuela terminaba llorando y maldiciendo entre grandes alaridos, lo cual erizaba los pelos a quien lograra escucharla, sin importar lo lejos que estuviera de esa casa.
Reina ya tenía una familia, un esposo enamorado y una hermosa hija, idéntica a ella. Chuli conoció a un chico, Tibio, un extranjero que se enamoró de la exótica morena; Chuli casi no se bañaba, sólo se alisaba un poco el cabello con las manos y si se le ocurría meter un peine a su negra cabellera, este quedaba enredado en su sucia y grasienta melena, casi no había tenido pretendientes, siempre con el mismo aspecto, sucia y desaliñada; sólo conseguía empleos ínfimos y mal pagados; muchas veces, fue despedida por su deficiente aseo personal, no olía mal, hedía horrible; además, odiaba no solo a su bella madre, también a su guapa hermana. Desde muy pequeña, Chuli, Siempre abandonada en la oscuridad de su casa, encerrada para que no lograra salir, le costó trabajo entender que ella era la vergüenza de su madre, jamás podría compararse con su hermana, muchas veces fue mordida por el gran perro Mocho, cuando ella tomaba un puñado de su comida, ya que a Paquita se le olvidaba dejarle algo para que su hija comiera, infinidad de veces buscó en la basura algo para comer, había ocasiones en que su madre y su hermana se ausentaban por varios días, a escondidas de don Miguel, ya que se encontraba de viaje y no podría darse cuenta de lo que sucedía con su familia; el terror de estar sola fue aliviado por el fantasma de su abuela Teófila, ella le acariciaba la cabeza y al mismo tiempo le hacía nudos entre los cabellos, cada vez que Chuli lloraba de miedo y de hambre, le canturreaba una canción hasta que la niña lograba dormirse.
Con Tibio, Chuli se esforzó en ser más limpia, eso si, jamás logró desenredar tanto nudo de sus largos cabellos, optó por anudar al final de los mechones cristos pequeños, recordaba que su abuela Teófila le decía que en cada nudo de su cabello se guardaba una bendición, que los nudos atrapaban el mal que la acechaba, así que prefirió dejarlos así, para su protección, se hacía un chongo del cual tintineaban los pequeños cristos de metal al chocar entre sí y resultó ser un peinado exquisito para Tibio. Chuli también formó una familia, una hija idéntica a su rubio padre fue el orgullo más grande de Chuli, competía en belleza con la hija de Reina. Paquita y el ratón ya daban cuenta de los años, padecían varias enfermedades; unos días antes de morir don Miguel, todavía se dio el gusto de darle sus moquetazos a Paquita, en el velorio de don Miguel, Paquita lucía tremendos moretones en el rostro y un ojo inflamado que no lograba ocultar con los lentes de sol, algunas personas hacían chistes de lo tremendo que era ese ratón y reían al ver a las novias e hijos ilegítimos de don Miguel en su velorio.
Chuli y su familia habían vivido en casa de sus padres, con el pretexto de cuidar de ellos. Paquita creyó haber terminado su infierno de vida cuando volvieron del sepelio, Chuli la encaró, a solas, le advirtió que a partir de ese momento, ella le pagaría todas las que le debía, que ahora era el momento de su venganza, Paquita se derrumbó en un sillón y lloró con amargura, estaba realmente enferma y esa sentencia de Chuli la atemorizaba grandemente; en cuanto pudo, habló con Reina y le pidió que la admitiera en su casa, omitió las amenazas de Chuli, Reina, su hija amada le negó el apoyo, no había espacio para ella ni para sus achaques.
Paquita se fue deteriorando más rápido de lo que hubiera deseado, vivía más marchita, extrañaba mucho a su ratón, sus gritos groseros y hasta sus golpes; ante cada encuentro con Chuli, bajaba la cabeza, lloraba cada vez que la negra le escupía a la cara su miedo de niña al ser abandonaba en esa casa oscura, las mordidas que había recibido del gran perro por tomar un poco de su comida, las veces que comió basura por hambre, de hacerla sentirse la vergüenza de la familia por su color de piel, de no haberla orientado en su desarrollo de niña, de negarle su cariño de madre y de tantas cosas más. En cada tintineo de los cristos del cabello de Chuli, Paquita se estremecía, sabia que estaba perdida, jamás tendría la serenidad que había soñado y lloraba como aquella niña morena, abandonada en la penumbra; algunas veces, escuchó a la negra, cuando era niña, hablar con alguien que le respondía, nunca le dio importancia, no le importaba en lo absoluto y aquí, en su situación de desamparo, conoció al fantasma de la abuela Teófila, era su suegra, era idéntica a la de la vieja foto que colgaba en una pared que contenía diversas fotos de sus padres muertos y esta vez, ese fantasma le consolaba, acariciando la cabeza plateada de Paquita, canturreando esa canción añeja, hasta que, entre sollozos, Paquita, logró quedarse dormida.