América

América

América constituye lo que se conoce como el nuevo continente; nuevo respecto al antiguo, ya que fue descubierto recientemente, en 1492, por Cristóbal Colón.

Limita:

Por el Este y el Norte: Con el Océano Atlántico (que penetra profundamente en el Continente, formando el Mar Mediterráneo (Golfo de México y Mar Caribe) y la Bahía de Hudson.

Por el Oeste: Con el Océano Pacífico, al que asoman las costas americanas, en línea más bien recta, de NO a SE.

El continente está dividido en 2 grandes bloques unidos por un istmo, y cuyas diferentes condiciones climáticas, antropológicas e históricas, los dividen en 3 grandes conjuntos:

América central:

Comprende 2 zonas:

Ístmica: Se extiende desde México a Colombia, entre el Mar de las Antillas, al Este y el Océano Pacífico, al Oeste.

Insular: Constituye las llamadas Indias Occidentales, conjunto de islas que se extiende desde Florida hasta las costas sudamericanas, separando el Océano Atlántico del Mar de las Antillas.

América del Norte: Limita al Norte con el Océano Glacial Ártico, al Oeste con el Océano Pacífico, al Sur con el Golfo de México y al Este con el Océano Atlántico.

América del Sur: Está bañada, al Norte, por el Mar Caribe, al Este, por el Océano Atlántico, al Sur, por los mares fríos que llegan desde la Antártida y al Oeste por el Océano Pacífico.

Arte

Culturas precolombinas

Se llama arte precolombino al arte de los pueblos que habitaban el territorio americano antes de la colonización europea y, por ende, el de los grupos indígenas americanos, actuales o extintos, que no sufrieron la influencia de los blancos, manteniéndose inalterables sus formas de vida y sus estilos tradicionales. El arte precolombino tiene gran variedad de formas, que depende tanto de la extensión del territorio como de la diversidad de los niveles culturales y socioeconómicos. En el continente americano se encuentran desde los cazadores árticos a los cazadores nómades de las llanuras, de los agricultores primitivos a la civilización evolucionada de la zona americana central y de la zona andina, que creó verdaderos imperios organizados sociopolíticamente. Tuvieron gran desarrollo las artes figurativas, al tiempo que el estado levantaba monumentales construcciones cívico religiosas. Sin embargo, en la mayor parte del continente, la producción se manifiesta a través de la tribu: el artista actúa en el ámbito de la más estricta tradición, rehaciendo estilos y sufriendo influjos exteriores, pero sin experimentar cambios esenciales. Su artesanía tuvo, casi siempre, un valor utilitario, si bien la estrecha relación entre la vida cotidiana y la religión dio un gran impulso a la construcción de altares, máscaras e insignias de ceremonias, estatuas y pinturas murales, etc.

Siendo imposible trazar un cuadro general del arte precolombino se describe a continuación, sumariamente, las principales manifestaciones de las distintas zonas culturales:

1) La vida nómade los esquimales de América del Norte explica las pequeñas dimensiones de sus objetos de uso común, realizados con los pocos materiales del que disponían, tales como el marfil, el hueso y la madera. Pero supieron adornar con elegantes dibujos curvilíneos o con expresivas escenas realistas sus arpones y arcos, pipas y herramientas, realizando además, en épocas prehistóricas, pinturas sobre rocas con una técnica rudimentaria, pero bien delineadas; son numerosas también las estatuillas (muy redondeadas) en marfil o madera. La producción artística más antigua de la Costa Noroccidental la constituyen toscas esculturas de piedra o petroglifos que, en algunos detalles, parecen anunciar las tallas en madera de la siguiente edad histórica. En la época de los primeros contactos con los blancos, los artistas se dedicaron principalmente a la escultura en madera, alcanzando calidades alto nivel. El estilo es prácticamente figurativo y reproduce figuras humanas y de animales, con preferencia asociados. La escultura en madera era prerrogativa masculina. Las mujeres, hábiles en cestería, fabricaban canastas adornadas con motivos análogos a las esculturas.

El área cultural Ártica discurre junto a las costas de Alaska y del norte de Canadá. Dado que los invienos son prolongados y oscuros, resulta imposible cualquier tipo de agricultura; las gentes viven de la pesca y la caza de focas, caribús y ballenas. Las viviendas tradicionales en verano eran las tiendas. Las casas invernales eran redondas, con estructuras muy aislantes de pieles y tepees; en el centro de Canadá, las viviendas de invierno se solían construir con bloques de hielo. La población era escasa debido a los escasos recursos. El Ártico no estuvo habitado hasta el 2000 a.C. aproximadamente, después de que los glaciares se hubieran derretido totalmente en la región. En Alaska, los inuit y los yuit desarrollaron una ingeniosa tecnología para afrontar la dureza del clima y la escasez de recursos. Hacia el 1000 d.C. varios grupos de inuit de Alaska emigraron a través de Canadá hacia Groenlandia; bautizada como la cultura thule, parece ser que absorbieron a un pueblo anterior en el este de Canadá y en Groenlandia (la cultura dorset). Estos pueblos reciben ahora el nombre de inuit de Groenlandia. Debido a esta migración, las culturas y lenguas inuit tradicionales presentan grandes analogías desde Alaska hasta Groenlandia. Los yuit viven en el suroeste de Alaska y en el extremo oriental de Siberia, y están emparentados con los inuit en cuanto a cultura y antepasados, pero su lengua es algo diferente. Parientes remotos de los inuit y los yuit son los aleutianos, que desde 6000 a.C. están asentados en su patria en las islas Aleutianas, dedicados a la pesca y caza de mamíferos marinos.

La costa oeste de Norteamérica, desde el sur de Alaska hasta el norte de California, forma el área cultural de la Costa Noroccidental del Pacífico. Limitada al este por cordilleras, el territorio habitable es una franja de tierra entre el mar y la montaña. El mar es rico en mamíferos marinos y en peces, como el salmón y el halibut; en tierra firme hay ovejas y cabras de monte, alces (véase Wapití), abundantes bayas, raíces y tubérculos comestibles. Estos recursos abastecían a una densa población organizada en grandes poblados en los que la gente vivía en casas de madera, algunas de más de 30 metros de longitud. Cada vivienda albergaba a una amplia familia, a veces con esclavos, y era dirigida por un jefe. Durante el invierno, los habitantes escenificaban dramas religiosos e invitaban a los poblados vecinos a celebrar con ellos las fiestas ceremoniales denominadas potlatch, en las que se repartían abundantes obsequios. El comercio tenía una gran importancia y se extendía hacia otros continentes como el norte de Asia, donde se adquiría hierro para fabricar cuchillos. Las culturas de la Costa Noroccidental del Pacífico son también célebres por sus magníficas tallas en madera y tótems. Esta cultura se desarrolló después del 3000 a.C., cuando se estabilizaron los niveles marinos y se regularizaron las migraciones del salmón y algunos mamíferos de mar. El esquema básico de su vida apenas cambió y a lo largo de los s. la artesanía en madera fue adquiriendo un alto grado de perfección. Algunos grupos indígenas de la Costa Noroccidental del Pacífico son los tlingit, tsimshian, haida, kwakiutl, nootka y chinook.

2) En las grandes llanuras del interior, los indios, después de adoptar el caballo y las armas de los blancos, acentuaron su nomadismo, abandono la agricultura para dedicarse a la caza. Esta le proporcionó la piel, material fundamental para sus pinturas, las cuales consistieron, en un principio, en simples motivos geométricos, para después adoptar un estilo naturalista que recuerda el de las pinturas paleolíticas europeas. Los caracteres geométricos siguieron adornando ropas, mocasines, máscaras, etc.

3) En el área Suroccidental de los Estados Unidos (Nuevo México y Arizona) la civilización más antigua es la Anazasi, o del arte de la cestería , que se caracteriza por canastos policromados y cerámicas decoradas con dibujos geométricos. Hacia 1050 penetra la civilización pueblos, caracterizada por grandes edificios, mosaicos de turquesa y una cerámica perfecta, adornada, más tarde, con un estilo realista. Vivian los indios en habitaciones excavadas en la roca o en murallas; todavía hoy el núcleo de la aldea es la kiva, cámara ceremonial subterránea, con paredes decoradas con frescos de temas mitológicos.

4) En América Central, las civilizaciones indígenas más arcaicas, llamadas del medio , y localizadas en el Valle de México, se conocen, tan solo, por fragmentos de cerámica decorada, toscas estatuillas de barro y algunas pinturas. De la misma época es la civilización olmeca, que tuvo su sede en la región de Vera Cruz y que se caracterizó por estatuas colosales, máscaras y figurillas de jade. Le sigue la civilización tolteca, que duró 5 s. (450 1000 d. de J.C) y durante la que se desarrolló una arquitectura de dimensiones monumentales y se perfeccionó la técnica del modelado en yeso. Al mismo tiempo, floreció en Monte Albán, la civilización zapoteca, que perfeccionó el trabajo de los metales. Al finalizar el período tolteca se inician las incursiones de los chichimecas que, a partir del 1300, aproximadamente, fueron sometidos por los aztecas, cuyo imperio perduró hasta la conquista de los blancos. Los aztecas, si bien no crearon un estilo propio, se sirvieron ampliamente del arte, especialmente de la arquitectura y de la escultura, para fines religiosos y políticos; levantaron edificios grandiosos en forma de pirámides circundadas de inmensos recintos sagrados, adornados con monumentos, bajorrelieves y esculturas. Fabricaron tejidos y cultivaron la talla, el mosaico de piedras preciosas, las cerámicas y los trabajos con plumas.

5) La manifestación más elevada de la civilización maya fue la arquitectura, cuyo grado de perfección permitió la construcción de grandes centros religiosos dotados de templos, palacios, pirámides, monasterios y observatorios astronómicos. Los edificios tenían varias plantas y techos con bóvedas y arquitrabes. El sugestivo realismo de esculturas y relieves mayas obedece a razones simbólicas, mientras que la pintura parece más decorativa por el uso de colores vivos, tanto en los frescos (en los que las figuras están siempre de perfil y las escenas representan ceremonias, sacrificios, vestiduras de sacerdotes, etc.) como en los códices y en las cerámicas.

6) En América del Sur, las civilizaciones más elevadas florecieron en la zona de la vertiente andina del Pacífico, teniendo por centro el actual Perú, mientras que en las demás zonas hubo manifestaciones de nivel cultural muy bajo. La arqueología ha podido reconstruir la evolución del arte en la zona andina, que pasó por una serie de fases caracterizadas, según Wendell Clark Bennett, en 7 períodos:

1) Precerámico (3000 a 2000 a. de J.C.): Con centro en el valle de Chicama, basan su economía en la agricultura; produjo tejidos pero no conoció los vasos cerámicos.

2) Primer período (1200 al 400 a. de J.C.): Se caracteriza por la formación de grandes centros religiosos; aparecen culturas locales en Chavín; la arquitectura es sencilla y grandiosa y en la escultura predomina el motivo del demonio felino; las vasijas presentan una pátina obscura y lúcida.

3) Segundo período (400 a. de J.C al 400 d. de J.C.): Vio el predominio del estilo Chavín, pero en él se desarrollaron las culturas de Salinas, Paracas y Chancay, notables por sus innovaciones en la cerámica y el tejido.

4) Tercer período (400-1000): Se caracterizó por un desarrollo posterior de las culturas regionales, entre las cuales destacaron la mochica y la nazca; la mochica es famosas por sus vasijas que representan, con crudo realismo, cabezas y figuras humanas, y por los templos en forma de pirámide. Mayores fueron los resultados logrados en el aspecto monumental por los nazca, los cuales, en la cerámica prefirieron la decoración abstracta y estilizada, perfeccionando también el arte textil.

5) Cuarto período (1000-1300): Coincidió con la creación del Imperio de Tiahuanaco y con un gran incremento de la arquitectura religiosa, cuyo monumento más notable es la Puerta del Sol ; la cerámica y los tejidos alcanzan gran perfección técnica en el uso de los colores.

6) Quinto período (1330-1438): Extinguido el imperio de Tiahuanaco, resurgen con nivel más bajo algunos estilos locales (Chimú, Ica) en la cerámica, los tejidos y la orfebrería.

7) Sexto período (1438-1532): Los incas fundan el mayor imperio político de la América precolombina. El estilo vuelve a ser unitario, aunque de calidad inferior, y la influencia artística peruana se extiende sobre una vasta zona: Chile, el confín argentino y Costa Rica.

En rigor, pueden delinearse en América 2 zonas culturales, perfectamente diferenciadas: una que comprende los Estados Unidos (y de alguna manera Canadá), moldeada por el influjo de la tradición cultural anglosajona y europea en general, y en las cuales los elementos indígenas han tenido poca gravitación, y la otra, formada por América Latina, en donde las realizaciones culturales más destacadas han sido resultado del choque y la interpretación de 2 cosmovisiones distintas: la española (o la portuguesa, en el área de Brasil y cristiana y la indígena. De cualquier manera, los logros más felices de la cultura americana conforman ya, tanto en los Estados Unidos como en América Latina, una totalidad autónoma, y tras asimilar y superar influencias de otras culturas, marchan hacia el afianzamiento de su propio carácter continental y nacional.

En el terreno de las artes visuales la herencia de las civilizaciones indígenas es más rica que la referente a la música y a la literatura. El arte precolombino es variado, altamente imaginativo y, muchas veces de un refinamiento comparable con las más avanzadas expresiones artísticas europeas. Parece que arte indígena tuvo su auge entre los s. VII y XIV. Dentro de la civilización maya, con sus centros en Guatemala, parte de Honduras y Yucatán, merece mención especial la arquitectura de piedra, con sus clásicos edificios en forma de pirámide truncada y decorada con esculturas en relieve. Entre los principales centros de este arte pueden citarse a Uaxactún, Tikal, Copán, Palenque y Chichén Itzá. En México se desarrollan las artes zapoteca y tolteca, primero, y la azteca, después. Los aztecas se destacaron en la arquitectura religiosa y diversas clases de construcciones funerarias. En América del Sur, especialmente a los pies de los Andes peruanos, los súbditos del imperio incaico, inspirados en la cultura anterior, la de los tiahuanacos, crearon esculturas y objetos de tendencia realista. Posteriormente, los incas desarrollaron su propia arquitectura, muy diferente de la de otras civilizaciones del Norte. A la llegada de los conquistadores había decaído el esplendor de las grandes culturas nativas; los propios europeos fueron decayendo a que esta decadencia fuera más rápida, con sus campañas de destrucción y la introducción de su propia visión de la vida y la cultura.

Íntimamente ligados con las poblaciones de los cazadores superiores aparece en América un fenómeno en el que hay que detenerse: las primeras manifestaciones artísticas. Se trata de un arte rupestre que aparece en las paredes de las cuevas, profundidades de grutas y refugios y cuyas principales manifestaciones artísticas son las improntas de manos en negativo, animales y escenas de caza y distintos tipos de signos geométricos. Su hermético significado aún no ha sido definitivamente develado a pesar de la proliferación de intentos en tal sentido de antropólogos e historiadores del arte. En cuanto a su relación con los cazadores superiores, está hoy fuera de duda y, por otra parte, manifestaciones semejantes se encuentran en el Paleolítico superior europeo.

Más allá de las descripciones formales y de la distinción de los diferentes estilos, es importante determinar cuál es el significado que tuvieron estas manifestaciones artísticas. Las teorías que consideran a estas representaciones como la primera manifestación del placer estético del hombre (placer que les proporciona el reproducir plásticamente las sensaciones visuales del mundo circundante o la necesidad lúdica de cubrir las superficies con determinadas representaciones durante sus períodos de ocio entre cacería y cacería, son casi universalmente desechadas. El análisis de los materiales arqueológicos y los paralelos etnográficos nos muestran que las manifestaciones artísticas del hombre primitivo tienen un sentido mucho más profundo y vital: son una forma de conexión entre el hombre y el mundo que lo rodea. Es por ello que el arte primitivo está estrechamente ligado a la magia.

Para el hombre primitivo el mundo y los fenómenos que lo rodean son producto de las distintas fuerzas o espíritus que están presentes en cada hecho y cada objeto. Sin embargo, esas fuerzas no son neutras para el hombre: las hay positivas o benéficas o negativas o maléficas. La magia surge relacionada con esas creencias: a través de la magia el hombre puede controlar este mundo, atraer las fuerzas positivas y rechazar las negativas. Pero para estos cazadores primitivos que debían recoger y capturar su alimento viviendo en hordas aisladas, es obvio que todo giraba en torno a conseguir el sustento. También el arte, considerado como una necesidad vital, perseguía este fin. Las manifestaciones artísticas forman así parte de un ritual mágico: son un modo de dominar la naturaleza, de presionar al mundo externo que pugnaba, a su vez, por dominar al hombre. Para el cazador paleolítico las representaciones plásticas eran una especie de trampa para capturar al animal o para favorecer su reproducción: se establece una identidad entre el objeto y la imagen y, por lo tanto, todo lo que le sucede a la imagen le acontece al objeto original. De este modo, al representar el objeto, el hombre adquiere poder sobre el objeto mismo. Esta anticipación del efecto deseado por medio de la representación pictórica no era, sin embargo, una acción simbólica; no era la fe o el pensamiento lo que le brindaba eficacia, sino la imagen concreta, el hecho real. El arte no era una esfera separada de la realidad, sino su continuación directa e inmediata. Gran parte de esta problemática se plantea a partir del auxilio que nos brinda la etnografía, ya que dentro de las culturas primitivas vivientes nos encontramos con manifestaciones de arte rupestre y suponemos que ciertas prácticas les fueron transmitidas desde hace s. y, aunque modificadas, conservan rasgos originarios. Estas culturas aplican rituales mágicos para la consecución de fines prácticos vinculados con la caza, proliferación y perpetuación de la especie humana y de los animales que les brindan sustento, prácticas curativas, etc.; es decir, todo aquello que se relaciona con la supervivencia y bienestar del grupo. Si le preguntamos a un cazador actual ¿para que dispara una flecha contra la representación de un animal trazada sobre una piedra de una cueva, nos contestaría que de este modo se asegura la próxima caza. Esto explica la presencia de incisiones provocadas por flechas u otras armas sobre las figuras de los animales representadas en numerosas cuevas paleolíticas. Se trata de un arte ritual mágico, irracional, capaz de cumplir por sí mismo ese objetivo práctico (asegurar la caza). Pero si se profundiza tal observación, se debe tener en cuenta varios aspectos fundamentales que justifican la lógica del cazador primitivo:

1) Sus respuestas suelen ser incompletas y no totalmente reveladoras para quienes no forman parte de su cultura e ignoran los rasgos esenciales de la misma.

2) La caza que se realiza durante cierta época del año, aquella en que abundan los animales apetecidos, utilizando armas y técnicas adecuadas y muchas veces con ejercitaciones previas.

Por lo tanto, si bien lo mágico es un ingrediente infaltable en las prácticas de cacería y garantiza lo sobrenatural, no excluye el conocimiento práctico logrado por una acumulación y selección de experiencias, lo cual denota un alto grado de abstracción contra la opinión corriente entre los antropólogos partidarios de la mentalidad prelógica. En las sociedades primitivas lo empírico y lo mágico no se excluyen, por el contrario, se complementan.

En Toquepala, en la zona montañosa de Tacna, en el Sur de Perú, en una gran cueva aparecieron manifestaciones de arte primitivo. Sobre sus paredes el hombre pintó animales y reprodujo, en forma más o menos convencional, escenas de caza. No había patrones determinados: las figuras son a veces muy pequeñas, y en otros casos de gran tamaño. Adquirió una gran destreza en representar hombres y guanacos e intentó dibujar otros animales: una especie de armadillo, una langosta o camarón. Sin embargo, prefería las escenas de caza.

Pero los ritos no se limitaban a pintar figuras o escenas. Sobre las mismas hay restos de tajos y puntazos, huellas sin duda de ritos propiciatorios celebrados ante las pinturas, que complementarían su eficacia mágica y que nos hacen acordar a ciertos ritos celebrados en las cavernas europeas.

El hallazgo no es aislado. En Tarata, no lejos de Toquepala, se localizó casi un centenar de abrigos y pequeñas cuevas con pinturas. Aquí, como en otros casos, las pinturas en rojo obscuro serían más antiguas que las realizadas en rojo claro. Otras representaciones se han encontrado en cuevas y abrigos de la región. De este modo aparece cada vez más clara la asociación de este estilo de arte rupestre con los cazadores portadores de una serie de industrias líticas que se conocen con el nombre de horizonte de puntas lanceoladas , por ser estas el elemento característico de esta industria que se extiende por toda el área andina central. Existen aún dudas sobre su correcta ubicación cronológica, pero es probable que se remonten a unos 6 o 7 millones de años a. de J.C.

La profusa difusión del arte rupestre por toda América exige que tal tema sea abordado y analizado a la vez por arqueólogos e historiadores del arte. Ellos podrían establecer en los yacimientos descubiertos y que se descubren permanentemente en América, la vida cotidiana de diversas culturas. Por ejemplo: conocer los diferentes métodos de caza o saber el impacto que produjo en esas culturas la llegada del europeo (jinetes representados en las cuevas de Río Colorado -Córdoba, Argentina- y Cerro Picardo -Jujuy, Argentina-).

Dentro del arte prehistórico se pueden diferenciar 2 sectores: al arte rupestre parietal y el arte rupestre mobiliar. El parietal es el que aparece en las zonas protegidas (los llamados abrigos), altos paredones rocosos y cuevas de relativa profundidad (hasta unos 25 m.): Las pinturas suelen estar ubicadas en las paredes cercanas a la entrada, en paredes interiores y/o en los techos así como también en grandes rocas aisladas. El mobiliar es el de los pequeños objetos de piedra, fácilmente transportables.

En cuanto a los modos de expresión plástica se puede trazar una diferenciación entre manifestaciones pintadas (pictografías) y manifestaciones grabadas (petroglifos), las cuales muchas veces se hallan asociadas. Las representaciones pintadas pueden ser monocromas, como la serie de guanacos blancos de Charcamata, en la Patagonia argentina, o polícromas, mediante el uso de los siguientes colores: ocres, tierras, verdes, en una rica variedad, así como los tonos neutros: blanco, negro y gris. In buen ejemplo lo constituyen los negativos de manos de la Patagonia cuya superposición y ascensión cromática permiten establecer su cronología. Los grabados resultan de la aplicación de diferentes técnicas, como la incisión, el raspado, la percusión o el picado. Consisten en contornos gruesos o finos, de mayor o menor profundidad o en el desbaste de superficies planas para delimitar las figuras representadas. Se puede hacer una amplia clasificación de los motivos que aparecen en el arte rupestre:

1) Abstractos: Estos pueden ser:

Puntiformes: Se distribuyen en largas líneas o están agrupados. Por esta razón algunos antropólogos los interpretan como pisadas, huellas, granos. En algunos casos componen figuras fácilmente reconocibles, como por ejemplo las mulitas de Toquepala, en Perú.

Geométricos: Pueden ser rectilíneos o curvilíneos, aislados o en sucesiones de motivos que se repiten: series de triángulos, cruces, retículas, formas de letras que posiblemente representan hachas sagradas o tumis, motivos serpentiformes, etc. No siempre son fácilmente reconocibles, pues a veces forman parte de composiciones muy complejas. Tal es el caso de las grecas multiplicadas, hasta formar verdaderos laberintos. Son conocidos los del Norte de la Patagonia.

Formatizados: Son aquellos motivos no incluibles en los grupos anteriores que se asemejan a soles, círculos concéntricos o con prolongaciones que recuerdan ciertas formas vivas (biomorfos), escutiformes, etc. Estos motivos pueden interpretarse como simplemente ornamentales o como símbolos de hermético significado para nosotros, esta ambigüedad tentó a los antropólogos a esbozar interpretaciones vinculadas con la economía, la sociedad o el universo mágico de estas comunidades. Tales interpretaciones resultan bastante precarias: hasta los descendientes etnográficos de aquellos artistas han olvidado el significado profundo de estas interpretaciones. Consultados los Gününakëna (patagones septentrionales), acerca del arte rupestre de su región desconocieron no solo el significado sino también que fueron obras de sus antecesores, atribuyéndoselas, en cambio, a un personaje mítico, el Elengashen.

2) Representativos: Estos pueden ser:

Naturalistas: Como por ejemplo la escena del acoplamiento de 2 guanacos o los cazadores que atrapan guanacos mediante la bola perdida en los farallones del Río Pinturas, muestran a los animales en actitudes dinámicas: elasticidad del cuerpo, lomos arqueados, patas alargadas para el salto. Los trazos son seguros y continuos y, si bien el tratamiento de las figuras es sintético, no falta ninguno de los elementos necesarios para reconocerlos.

Esquemáticos: Son esquemáticos con respecto al tratamiento de la figura humana, tal vez debido a que eje de la vida económica y centro de atención de los pueblos cazadores es justamente la captura de la presa t frente a este hecho se muestran sumamente detallistas y minuciosos.

Estilizados: El esquematismo de la figura humana llega a su máxima estilización cuando se lo representa mediante puntos que rodean a los animales, del mismo modo que en una de las varias técnicas usadas para la caza. Para llegar a este grado de esquematismo, los artistas han seguido una serie de pasos desde la representación muy sintética del cazador (cabeza, tronco y extremidades), a través de la simple mención del brazo que sostiene el propulsor hasta los palotes y el punto. La figura aparece tratada sin mayor detalle cuando se trata de la representación de una deidad, shamán o brujo, según se puede inferir de un personaje de mayor tamaño del Río Doncellas, ataviado con el uncu (vestimenta talar típica de la zona) en actitud imprecativa, con los brazos en alto y con el rostro oculto por una máscara y coronado por una ornamentación de plumas.

Son también los grupos de cazadores los que han dejado la huella de un arte espléndido en las paredes de cavernas y abrigos de toda la región andina, arte que, al margen de su intencionalidad o función, es reflejo de una aguda percepción de la naturaleza, un profundo conocimiento del mundo animal circundante, gran sentido del movimiento y considerable capacidad de expresión y de síntesis.

El marco cronológico debe encuadrar estas realizaciones artísticas ampliamente, ya que, en rasgos generales, se le puede citar entre el 12.000 a. de J. C. y el 500 d. de J. C. Esta amplitud de fechas y el hecho de que en la Patagonia los ejemplos más antiguos de pinturas de cazadores paleolíticos no se remontan más allá del 500 a. de J. C., se debe al hecho comprobado de la expansión hacia el Sur de este tipo de cultura, que incluso en regiones muy marginales, como el Extremo Sur Patagón, se ha mantenido casi hasta nuestros días.

Es de destacar que la pintura rupestre presenta un amplio espectro de diferentes estilos, que van desde los:

1) Negativos o improntas de manos: aparecen sobre todo en el Sur argentino, a veces en asociación con elementos geométricos, tales como puntos aislados, líneas de puntos, círculos, cruces, huellas de guanacos, de ñandúes y de pumas.

2) Escenas: Donde se representan cacerías de guanacos, bien por el cerco de los hombres, o escenas de rastreo y persecución, incluyendo también aquí escenas más sencillas de grupos de animales, guanacos hembras preñadas o alimentando a sus crías, ñandúes acompañados por sus charabones, manadas de animales pastando.

3) Grecas o motivos geométricos: Donde se introducen motivos nuevos y muchas veces desconocidos por los artistas, probablemente por influencias o contactos con otros grupos de mayor desarrollo cultural, tales como la greca escalonada.

Todas estas representaciones pueden ser entendidas en el marco de las intenciones y creencias de una cultura cazadora, y sería conveniente detenerse en el análisis de algunos de los conjuntos a fin de precisar algunos aspectos destacables. En Perú, en los Andes centrales y en la zona de Lauricocha se ha encontrado un importante conjunto de arte rupestre que, entre pinturas y grabados, llega cronológicamente hasta épocas muy tardías. En este caso interesa hacer mención de la cueva N° 3 de Chaclarraga, donde en su pared Sur, y a 2 m. de altura sobre el suelo, aparece una escena pintada en color rojo obscuro. Parece que trata de una manada de auquénidos, tal vez vicuñas, corriendo en fila y tratando de huir, mientras algunas han sido alcanzadas por los dardos de los cazadores situados estratégicamente. A pesar de su estilo, relativamente simple, y de su gran sencillez, la escena es de gran dinamismo, y los animales han sido captados en diversas actitudes. El primer animal parece doblarse ante la azagaya que tiene clavada en el lomo; el segundo se detiene como sorprendido; la mayoría despliegan las patas, dando la sensación de correr al galope tendido. Las figuras humanas están tratadas con menos cuidado, pero la existencia de las armas y su actitud, no deja la menor duda.

La cueva donde aparecen estas pinturas está alojada en un enorme peñón, en una ladera de gran pendiente. Aparecen numerosos grabados y pinturas en sus paredes, de muy diferentes épocas, con abundantes superposiciones. Los restos de la cultura material hallados muestran que la caverna únicamente de manera eventual.

En Toquepala, en la Sierra Sur de Perú, aparece uno de los mayores conjuntos de arte rupestre del país andino. La principal muestra de pintura se encuentra en la cueva denominada Tal – I. Es de dimensiones moderadas: 10 m. de longitud, 5 m. de anchura máxima y 3 m. de altura. La cueva parece más un sitio ceremonial que de habitación o en todo caso habría sido ocupada en períodos de estación y nunca por un gran número de personas; quizás un pequeño grupo que se desplazaba continuamente, reincidentes en sus visitas.

Se representan allí un centenar de figuras, principalmente animales y humanas, componiendo diferentes escenas referentes, sobre todo, al rodeo y acoso de guanacos. En uno de los grupos se ve como una fila de cazadores, que lleva una especie de garrote, rodea en semicírculo a los animales. Uno de los hombres se inclina hacia atrás levantando una pierna, tomando impulso hacia una hembra preñada. Los animales se dispersan en todas direcciones, aterrorizados. En otro grupo de pinturas se observa que algunos animales doblan el cuello, apoyando agotados el hocico en la tierra, mientras los hombres los acosan con las armas.

Otra vez es patente el sentido de la expresión, de dinamismo, de toda la escena, la habilidad del artista para captar los detalles fundamentales de los animales. No se intenta representar un animal o un ser humano naturalista, sino captar la idea, la esencia de la persecución, de la caza, de la muerte del animal; y esto está logrado plenamente.

Es interesante también destacar que las prácticas de caza, incluso en las paredes de las cuevas, continuaron existiendo, incluso hasta en la actualidad. El rodeo y la caza de animales se practican actualmente en las sierras sudamericanas. La costumbre de levantar vallas ha sido además recogida milenios más tarde por lo ceramistas de la costa del Norte del Perú.

Es tal vez en Argentina y más concretamente en la Patagonia donde se ha estudiado con más profundidad el tema del arte rupestre, o al menos donde se dispone de descripciones más detalladas. Es también en esta zona donde la cultura de los cazadores superiores permanece en el tiempo prácticamente hasta hoy, dadas, entre otras condiciones, el carácter de marginalidad geográfica y cultural del extremo Sur del continente meridional. Sin embargo, el grupo de pinturas que atraen la atención en este momento, corresponden al mismo nivel cultural que al de los cazadores paleolíticos andinos, aunque con el normal retraso en su cronología y apareciendo también representaciones de armas peculiares, como las bolas perdidas , pero permaneciendo el mismo sentido en la composición de las escenas, de cacería predominantemente.

Entre estos grupos destaca una escena de la Estancia Sumich en un abrigo alto del Río Pinturas, en la provincia de Santa Cruz. Se trata de una escena de caza, pintada en color amarillo, en la que un grupo de guanacos se encuentra cercado por 2 grupos opuestos de cazadores que se cierran en cerco sobre los animales.

Los seres humanos se representan de manera muy esquemática: siluetas estilizadas en forma de un rectángulo para el cuerpo y 2 líneas para las piernas, sin indicarse la cabeza. En realidad es más bien la posición en torno a los guanacos, que la imagen, sin ninguna indicación de armas, lo que lleva a identificarlos como cazadores. Los guanacos, sin embargo, están dibujados en una forma más realista, representando con gran simplicidad, pero con mucha destreza, los detalles anatómicos, que los hace perfectamente identificables, incluso individualmente. El artista patagón utilizó, además, los accidentes de la pared de la cueva como si fuera las del terreno donde se desarrolla la escena. los 4 últimos guanacos de la fila se han representado en actitud de saltar un hipotético desnivel del suelo; el primero de ellos ha sorteado el accidente y se encuentra de nuevo en plena carrera, el segundo está representado con las patas traseras algo más altas que las delanteras, que están captadas en el momento en que toca el suelo tras el salto; el tercer animal, fijado en el instante de rebasar el obstáculo, lleva las patas delanteras dobladas, el cuello estirado y la cola vuelta hacia el lomo, mostrando en unos pocos rasgos el esfuerzo efectuado. El último guanaco se prepara para saltar, levantando la cabeza y las patas anteriores. En otro momento de la escena la fila de guanacos se representa rodeando un gran obstáculo, viéndose claramente a los animales realizando el correspondiente giro, inclinando el cuerpo y estirando el cuello.

Es indudable el profundo conocimiento de los animales representados, el contacto permanente con el medio y, por supuesto, la patente capacidad de expresión y de síntesis, logrado con muy pocos medios. Es también destacable el tratamiento de la perspectiva, colocando a los cazadores de la segunda fila cabeza abajo. Con ello parece acentuarse sencillamente la intención de representar un hecho concreto, el del rodeo y acoso de un grupo de animales rápidos y ágiles, por parte de hombres, no de un individuo, sino de un grupo necesitado de obtener de la naturaleza su subsistencia.

En otras de las escenas de los abrigos rocosos del Río Pinturas, los cazadores se encuentran representados no solo cercando la manada de guanacos, sino también tratando de separar las crías de los adultos. En este caso las figuras humanas han sido representadas con más detalle, apreciándose con claridad, aunque de manera esquemática, las piernas y los brazos, con lo que se acusa una mayor idea de movimiento. Los cazadores van precedidos por una serie de puntos que parecen indicar huellas. Se trata, por lo tanto, de representar el recorrido y parte esencial de la cacería, no solo es el ojeo y encierro de las piezas, sino también el rastreo y la larga persecución.

El material empleado para la realización de estas pinturas está compuesto de colorantes de origen mineral: hematites, óxidos de hierro, óxidos de cobre, que producen tonos rojos, amarillentos y verdosos. El color se disuelve en agua o en alguna materia grasa y se aplica con una especie de hisopillo hecha con una ramita pelada en cuyo extremo se ha enrollado un mechón de lana; o bien simplemente se dibuja con los dedos, por medio de trazos firmes y seguros.

Uno de los temas de discusión de mayor interés que plantea este arte rupestre, y no solamente en América, sino también en el Viejo Mundo, es el de su intencionalidad, su significado. Intentar especular quien cubrió y para que estas grandes extensiones de piedra, muchas veces en condiciones difíciles, o al menos incómodas, puede ser una tarea apasionante y, sobre todo, esclarecedora para comprender mejor las claves que movían a estos grupos humanos tachados, muchas veces despectivamente, de primitivos.

Aunque parece existir un acuerdo relativamente generalizado sobre la existencia de una serie de factores comunes en todas estas representaciones que permiten interpretarlas dentro de un contexto ritual y como parte de ceremonias de propiciación, sería conveniente delimitar y precisar estos conceptos. Para ello hay que atender tanto a las circunstancias del hallazgo del arte rupestre, o, en otras palabras, en qué lugares se manifiesta, como intentar adentrarse en la mente de esos cazadores a través de comparaciones con otras culturas que en la actualidad viven de manera semejante.

Este tipo de arte se encuentra en cuevas o abrigos, a veces de difícil acceso, que, según el registro arqueológico, no han sido lugar de asentamiento prolongado sino esporádico, lugares que no pueden ser considerados como recintos de habitación propiamente dichos. Además, en algunos casos, se han apreciado ciertas formas en paredes, especies de repisas naturales, con manchas oscuras, como de haber contenido mechas encendidas. Una primera apreciación, por consiguiente, de estas cuevas, puede llevar a considerarles lugares donde se desarrollaban ciertos ceremoniales o rituales, teniendo con toda probabilidad las pinturas algo que ver con ellas.

Por otro lado, se encuentra un determinado contexto cultural, el de grupos humanos reducidos, de íntima dependencia con la naturaleza, lo que lleva a considerar a esta de una determinada manera. Ellos consideran que todo lo que les rodea está lleno de vida, que todo está poblado de fuerzas en constante actividad, que persiguen, como ellos mismos, un objetivo concreto y personal. Los miembros de una banda forman parte de ese orden natural y no deben forzarlo ni alterarlo, pero de él deben obtener su sustento. Pero no es siempre una tarea fácil, y la naturaleza debe ser propiciada para que facilite sus recursos; y también debe ser compensada por lo que se toma de ella para la subsistencia.

Es probablemente en este contexto de magia propiciadora y de restitución donde se enclavan las pinturas rupestres. Como un ejemplo vivo, los pigmeos del África Ecuatorial, antes de iniciar una cacería de antílopes, dibujan en el suelo la silueta del animal y plasman sobre ella las imágenes de los proyectiles que en la cacería real deberán alcanzarlo. En las paredes de las cuevas se ven representadas diversas escenas de cacerías, rastros y persecuciones a animales heridos. Además, las frecuentes superposiciones de imágenes de animales en determinados lugares de las cuevas estarían en probable relación con este intento de restitución de la naturaleza de lo que se ha sustraído.

Hay que tener en cuenta que lo que hay dibujado no es simplemente una imagen del, por ejemplo, animal que se representa, es lo mismo que de dibuja, es ese animal; de ahí la fuerza de la propiciación, y de ahí se puede deducir también la importancia de la o las personas encargadas de realizar las pinturas, que, en este caso, no se puede entender como una finalidad en sí misma, sino comparte integrante de una serie de rituales mágicos. En este sentido, la consideración del shamán artista cobra un interés inusitado.

Es así, con toda probabilidad, el intermediario entre la banda y las fuerzas de la naturaleza, el individuo capacitado con una serie de poderes sobrenaturales, el artista que, con una mano magistral y revelando un íntimo contacto con la naturaleza y con gran capacidad de percepción, supo plasmar estas escenas llenas de vida en las paredes de las cuevas americanas. Sin embargo, él nunca fue juzgado por la bondad y realismo de su arte, sino por el efecto conseguido a través de sus ritos. Se puede imaginar, sin demasiado esfuerzo, a los shamanes encerrados, antes de una importante cacería realizada por varias bandas, en el interior de una de estas cuevas, a la vacilante luz de unas antorchas, dibujando con todo cuidado los hechos que luego se producirán en la naturaleza. Después, una vez obtenida la caza deseada, el shamán volverá a la cueva y, en un rincón reservado al respecto, incluso encima de otros dibujos ya realizados, pintara los animales capturados para que la naturaleza no se duela de lo que se le ha quitado.

No se puede, por tanto hablar de verdaderos especialistas en arte en el seno de estas culturas, sino, más bien, de individuos que, esporádicamente, desempeñan el rol de shamanes, siendo las pinturas parietales parte de las ceremonias que deben desempeñar, y de ahí que algunos autores consideren una serie de deficiencias artísticas en la ejecución de estas pinturas.

Estas características de arte anónimo, de arte realizado por no especialistas, se aprecia todavía más en otro tipo de representaciones relativamente frecuentes en el área patagónica. En la zona del Río Pinturas se encuentra un gran foco de arte rupestre localizado en 3 cuevas, la Cueva de las Manos, la Cueva Grande y el Alero de Charcamata. En todas ellas y aproximadamente desde el 5330 a. de J.C. al 430 d. de J.C., y siempre en un contexto de culturas cazadoras, a veces en cantidades considerables, improntas de manos en negativo. Se trata de la reproducción de una mano humana, con mucha frecuencia la izquierda, de tal manera que se ha colocado sobre la pared la mano desnuda y alrededor se ha esparcido un pigmento mineral, soplando a través de un canutillo sujeto con la mano derecha. Los colores más antiguos son el negro, ocre amarillento, rojo claro, violáceo y, más tarde, rojo obscuro y, por último, el blanco sobre una superficie pintada previamente de rojo, lo que resulta un motivo bicolor, y el verde.

Las manos se encuentran en algunas cuevas a centenares; en otras, aparecen solo unas pocas. El mayor número corresponde a adultos y solo en algunos casos a niños. También, pero con mucha menos frecuencia, se encuentran ejemplos de positivos , o impronta de mano tras haber embebido ésta en pintura. Generalmente se encuentran en cuevas o abrigos, de acceso a veces no muy cómodo, invalida cualquier tipo de espontaneidad o de juego, como ha intentado ver algún autor. Parece, más bien, tratarse de un ritual de identificación, la marca de la visita, el testimonio del acceso a un lugar sagrado, donde se cumple un ritual establecido. Concretamente, en Australia donde se conserva la costumbre, tiene este sentido, y los nativos son capaces de identificar a quienes han colocado sus manos allí como un acto ritual.

Una probable emigración a través del Estrecho de Bering, iniciada en épocas remotas, condujo a la población de los esquimales, generalmente considerada asiática, hasta las regiones septentrionales de América. Alaska, las costas de Groenlandia y Canadá se convirtieron, de esta manera, en la segunda patria de esta misteriosa población que allí dejó huellas en cultura, a partir de los s. V y VI a. de J.C. A esta época se remonta, precisamente, el período de Okiuk, el más antiguo de la fase cultural llamada del Mar de Bering. Las fases sucesivas de Ipiutak, de Birnik y de Pununk, llegan hasta el s. XIII. En todo este largo período es posible identificar características constantes en las actividades artesanales y artísticas de los esquimales. Este pueblo, de costumbres nómades ha dejado obras monumentales y su producción está limitada a objetos de uso cotidiano, además de máscaras y juguetes. Se explican, así, las dimensiones reducidas de los objetos hallados, realizados en hueso, madera y marfil, y adornados con decoraciones pequeñas y caligráficas. En toda esta producción se destaca la elegancia de esta forma, rigurosamente simbólica, y al mismo tiempo, refinada, exaltada y, a veces, por los motivos decorativos en curvas y círculos (Cultura del Mar de Bering) y otras, aplicadas a verdaderas y pequeñas esculturas, preferentemente zoomorfas (fase de Ipiutak). En la fase de Pununk, desarrollada en las islas de San Lorenzo y Diomedes, se observa, con probables influencias de la cultura Siberiana, juntamente con la introducción de utensilios de hierro, que modificaron las características de la decoración de los objetos, que gradualmente se hace más rígida y esquemática.

Se considera que el arte esquimal moderno tuvo origen en este estilo, aunque se vale también de elementos importados de la cultura europea. En realidad se debe al encuentro con la cultura europea, la búsqueda de efectos realistas opuestos a las tendencias locales, típicamente abstractas. Las características de la edad moderna son ciertamente esculturas decoradas, objetos ornados por delicados grabados, enriquecidas por colores, que narran de manera casi escenográfica, hechos de la vida cotidiana. Las máscaras merecen una consideración aparte; generalmente estaban realizadas en madera, se usaban tanto en ritos sacros como en las representaciones teatrales de dramas y farsas. La dificultad por conseguir maderas los llevó a utilizar las que arrastraban el mar y los ríos. Los esquimales realizaban las máscaras en dimensiones modestas, con el agregado de elementos accesorios: plumas, círculos y pequeños objetos simbólicos que las hacían importantes.

Desde la Bahía de Yakutah, en Alaska, hasta el río Columbia, en el Oregon, se asoma en el Pacífico una vasta zona que, aislada en el Oriente por la cadena de las Rocallosas, cobijó el desarrollo de una cultura de notable interés artístico: la de los Indios de la Costa Nor-Occidental. Este pueblo aprovechó una situación económica privilegiada proporcionada por la riqueza pesquera del mar y la fertilidad del suelo. Tuvo, así, los medios no solo para atender a las simples necesidades prácticas, sino también a las exigencias espirituales. Cultivó, además, la producción artesanal de objetos de mimbre y de tejidos, verdaderas manifestaciones artísticas, con fines puramente estéticos. La escultura ocupa el primer puesto por la abundancia y calidad de la producción, mientras que en segundo lugar aparecen el dibujo y la pintura, utilizados naturalmente para decorar las esculturas.

El naturalismo es la tendencia fundamental del arte de estas regiones en su época más antigua. De él han quedado ejemplares, lamentablemente muy escasos, que demuestran la rara perfección alcanzada por este estilo. Sin embargo, gradualmente fue sustituido por una corriente opuesta que tiende a utilizar la imagen según las reglas convencionales, y que se afirma en casi todas las formas de arte. Solamente en el género del retrato escultórico sobreviven casi hasta la época actual, caracteres de inspiración directa de la realidad. Las máscaras constituyen la producción característica, y otro tanto corresponde a los palos totémicos, estrechamente ligados a las costumbres de estos pueblos, esculpidos en troncos de madera de una altura habitual de 12 a 15 mts y, además, pintados en toda su superficie. Contrariamente a cuanto indica el nombre (tótem significa divinidad) no tiene ningún valor religioso. Son símbolos heráldicos de algunas familias que, con la representación de algún animal emblemático tradicionalmente adoptado. Recuerdan su genealogía o celebran un advenimiento particularmente importante. La erección de un nuevo palo era ocasión para fiestas solemnes, en el curso de las cuales se desarrolla el potach, una curiosa ceremonia pública que consistía en una competencia entre los grupos familiares y tribales más importantes para demostrar su potencia económica. Un huésped, por turno, colmaba de dones a los invitados y era considerado tanto más eminente y respetable cuanto más espléndidos eran los regalos. En la producción del ajuar de la casa se puede recordar 2 tipos de objetos, ambos esculpidos y tallados con igual dedicación: el sonajero de madera y el recipiente de almas. Del sonajero se ignora el uso preciso en el ritual; el recipiente de almas, similar en su forma a un pequeño tabernáculo o a una vaina, servía al shamán, es decir al hombre que detentaba los poderes sobrenaturales en la comunidad, para contener el alma del enfermo que deambulaba fuera del cuerpo. Solamente en épocas recientes se desarrolló la escultura en piedra con la producción de objetos de uso práctico que representaban personajes y, además, pequeños modelos de palos totémicos.

Los primeros seres humanos modernos no salen de África antes de hace 100.000 años, llegan a la actual Indonesia en el 70.000 a. de J:C., cruzan el mar hasta Australia en el 50.000, aparecen en Europa hace entre 35.000 y 40.000 años y se extienden por las estepas siberianas tan sólo hace 25.000 años. Durante dos fases de Würm -el último período glacial- , hace entre 50.000-40.000 y entre 25.000- 14.000 el actual estrecho de Bering se desecó. A la zona que quedó al descubierto se la suele denominar Beringia y se extendía desde Alaska hasta la península de Chukchi, en Siberia. Esta retirada del mar, consecuencia de la acumulación de agua helada en los polos, hizo posible que animales y humanos cruzasen desde un continente a otro. Para la mayoría de los investigadores los seres humanos emigraron al continente americano durante aquella segunda fase seca, hace entre los 25.000 y los 14.000. Este momento coincide con la expansión de los humanos modernos hacia el norte de Europa y con los primeros asentamientos de cazadores en el noreste de Siberia, que datan entre los 18.000 y los 15.000. Los primeros yacimientos en Alaska, como Bluefish (13.000 a C.), Dry Creek (9.000 a C.) o Akmak (8.000 a C.); presentan una técnica en microlitos similar a la de la tradición siberiana de Dyukhtai. Dado que no se han encontrado indicios de asentamientos humanos anteriores en Alaska, parece que el noroeste de Siberia fue la tierra que dio cobijo a los antepasados de los primeros americanos. Hace 12.000 años, a medida que los grandes glaciares comienzan a fundirse, el nivel del mar se eleva y la plataforma continental que había constituido la antigua Beringia va poco a poco sumergiéndose hasta constituir el actual Estrecho de Bering. Por otro lado, los casquetes norteamericanos se van retirando al este y al oeste respectivamente y se abre un corredor libre de hielos que se abre paso desde el actual territorio del Yukón hasta Montana, permitiéndose el avance y la colonización de todo un nuevo continente por el ser humano. Algunos prehistoriadores piensan que la colonización se produjo también siguiendo la costa de Alaska hacia el sur. Esta última hipótesis haría encajar algunos datos cronológicos que se analizarán más abajo y cuya apariencia inicial es algo chocante.

En su avance hacia el sur el ser humano se encuentra un entorno ecológico muy diferente al de hoy con altos herbazales que cubrían las llanuras actuales. Se mantienen aún los enormes animales del final del Pleistoceno: el mamut, el mastodonte, el perezoso gigante, una especie de bisonte mucho mayor a la actual; algunos carnívoros como el león americano o el oso rostricorto del doble de tamaño que sus equivalentes actuales. Sin embargo, este nuevo entorno virgen permite el desarrollo del gran complejo cultural de Clovis, que aparece hace entre 12.000 y el 10.000 años. Hace entre 11.000 y 10.0000 años se inicia un cambio que nos lleva a un nuevo período interglacial. Se produce el paso del Pleistoceno al Holoceno con la retirada de los casquetes polares a los límites aproximados que conocemos hoy en día y un cambio medioambiental de enormes proporciones, disminuyen las precipitaciones de nieve y lluvia, se acentúan las estaciones y se produce la extinción de los grandes animales que habían servido de sustento a los cazadores de Clovis. Alrededor de hace aproximadamente 10.900 años aparece un nuevo complejo cultural, el de Folsom, que presenta diferencias grandes con el anterior y está adaptado a unas condiciones ecológicas prácticamente iguales a las que conocemos hoy en día. Ambos complejos, Clovis y Folsom, constituyen lo que se ha venido en llamar Período Paleoindio Temprano y abarca aproximadamente 1.000 años, desde hace 11.500 años hasta 10.500 años aproximadamente.

Al extenderse hacia el sur, los pueblos que se engloban bajo la denominación complejo de Clovis, se encontraron un entorno poblado por grandes animales que no habían sido cazados antes por el ser humano. Estos pueblos desarrollaron una tecnología eficaz que les permitió una gran eficacia predatoria. Las enormes extensiones de terreno vírgenes favorecieron que no hubiera competencia por los recursos, no era necesario defender los territorios de caza, cuando un área se agotaba bastaba con que el pequeño grupo se desplazara unos cuantos kilómetros. Estas circunstancias llevaron a que el complejo de Clovis se extendiese por toda América del Norte, desde Canadá hasta el norte de México y desde la costa este a la oeste. Los yacimientos nos dicen que la presa principal de los pueblos de Clovis fue el mamut, que en ocasiones se ha hallado en lo que se supone son depósitos de carne congelada olvidados o no utilizados. Se piensa que la finalidad de estos depósitos era almacenar alimento para los duros inviernos de las llanuras, alimentos que, en caso de que no existiera necesidad, se dejaba perder. El mamut, aunque principal, no era la única fuente de alimentos, también cazaban mastodontes, formas extintas de bisonte, caribúes, ciervos, pequeños mamíferos, se pescaban peces y recolectaban diferentes tipos de bayas. No sabemos si los cazadores de mamuts de Clovis lo hacían de manera oportunista, en el curso de campañas estacionales o de ambas maneras, lo que sí es cierto es que dominaban una tecnología que les hubiera permitido cualquiera de las modalidades.

En cuanto a los restos materiales es necesario destacar la punta de Clovis como fósil director del complejo cultural. Si bien existen variedades regionales en cuanto materiales (que son siempre de gran calidad: sílex, obsidiana) y tecnología, la punta de Clovis manifiesta un grado de perfección y belleza difícil de encontrar en época prehistórica. Es una hoja tallada por presión, con una acanaladura proximal que avanza hasta, como máximo, la mitad de la pieza. Esta acanaladura, que servía para fijar la punta a un fuste con gran seguridad, es la que le da identidad propia (Fig. 2). Además de la punta de Clovis también hallamos otros útiles líticos (bifaces, objetos en forma de semiluna, núcleos, otros tipos de hoja) y útiles en hueso (leznas, enderezadores de fuste) que se relacionan con objetos europeos y asiáticos, lo que enlazaría al complejo de Clovis con el Paleolítico Superior del Viejo Mundo. La mayoría de los arqueólogos piensan que la punta de Clovis se descubrió en Norteamérica, una vez atravesada Beringia. Muy recientes descubrimientos, sin embargo, ponen entre interrogaciones esta tesis. En 1996 King y Slobodin informan del hallazgo de una punta con acanaladura en Siberia, en Uptar, a 1.000 millas del Estrecho de Bering. Es la primera de este tipo hallada fuera de América. Los autores del hallazgo opinan que tiene una antigüedad considerable, aproximadamente de 10.000 a 11.000 años. Dado que es muy poco probable que la tecnología se trasladara hasta Eurasia una vez inundado el Estrecho de Bering, solo existen dos hipótesis: la primera es que la punta fuera inventada por cazadores de Beringia y que, con la inmersión de esas tierras, fuera trasladada después hasta América y Siberia. Otra es que se inventara simultáneamente en los dos continentes. Solo una mayor investigación puede hacer que nos optemos por una u otra alternativa.

Al final del período de Clovis se produce la extinción masiva de las grandes especies pleistocénicas americanas. ¿Fueron esos cazadores altamente especializados los responsables de tal proceso Una aproximación intuitiva podría hacernos inclinar por tal posibilidad. El ser humano llega a un continente donde encuentra a unos animales que nunca antes se habían enfrentado con un predador tan eficaz y frente al que seguramente no tenían un instinto defensivo. La caza masiva se habría traducido en una extinción de los herbívoros, en primer término, y de los carnívoros después al disminuir críticamente su sustento. Este panorama, sin embargo, se tambalea al revisar el registro arqueológico. Primero, sabemos que la dieta de los cazadores de Clovis es mucho más variada de lo que tal hipótesis sugeriría. Segundo, la extinción también afectó a especies que no se han asociado a yacimientos Clovis, se han encontrado mataderos de mamut y mastodontes, yacimientos relacionados con bisonte pero no por ejemplo de caballo o camélidos que también se extinguieron en esa época. Parece necesario decantarse, por tanto, por la hipótesis de que fueron los grandes cambios climáticos, y no la expansión humana, los que acabaron con la fauna pleistocénica.

Solapándose con los momentos finales de Clovis aparece un nuevo complejo cultural, el de Folsom que, sin embargo, va a tener una amplitud geográfica menor que el anterior, los restos de Folsom se limitan a las llanuras, el sudoeste de los Estados Unidos, y la zona central y sur de las Montañas Rocosas. Los pueblos de Folsom ya no van a ser cazadores de mamuts, las presas principales eran una especie extinguida de bisonte y ovicápridos, aunque se han hallado en los yacimientos restos de camélidos parece que sus restos se usaban para construir útiles y no existen pruebas de su caza. Los bisontes se cazaban utilizando trampas naturales, lo que explica las grandes concentraciones de huesos fósiles que hallamos hoy. Estos mataderos, utilizados en ocasiones por numerosas generaciones, son una de las principales fuentes de conocimiento del complejo cultural al que nos referimos. Sabemos, por ejemplo, que se acampaba al lado de donde se producía la matanza, utilizando la carne, que seguramente se congelaba dado que las cacerías se producían en invierno, a medida que era necesario. El emplazamiento era abandonado en primavera. Habitaban pequeñas viviendas similares a los tipis de los posteriores indios de las llanuras y, casi con absoluta seguridad, vestían prendas de piel. Precisamente por comparación con estos pueblos y otros grupos cazadores-recolectores recientes se puede entrever cómo sería la vida de estos paleoindios. Eran grupos que se componían de 20 a 50 individuos, divididos en familias nucleares de entre 4 y 10. Su principal sustento económico era la caza, que era una actividad masculina y de prestigio, aunque la recolección de plantas, actividad femenina, era parte fundamental de la dieta. Eran nómadas y su ocupación fundamental era la supervivencia diaria. El poder lo detentaba un varón cuyo carisma residía en ser el mejor proveedor. La mayor parte del año el grupo se dividía en subgrupos más pequeños, pero en algunas ocasiones se juntaban varios grupos con motivo de realizar rituales y cacerías masivas. Los grupos eran territoriales y exógamos, emparejándose con individuos de otros grupos siendo la mujer la que se desplazaba a la residencia del marido. La cacería se enmarcaba en toda una serie de rituales complejos con objeto de favorecer la eficacia a la hora de capturar un animal que se ponía a disposición de los hombres a cambio de ser tratado con un mínimo respeto. Una de las características básicas de la economía era la cooperación, no importaba quien era el proveedor, todos los miembros del grupo compartían el recurso, cosa que constituía un seguro de vida en momentos de escasez. Los individuos que más prestigio social alcanzaban eran los mejores proveedores, pero también, los mejores distribuidores. Respecto al registro material del complejo de Folsom hallamos objetos decorativos, útiles de hueso como agujas, punzones& pero sobre todo destacan los trabajos en piedra que muestran gran variedad y una calidad excepcional. Especialmente interesante es el fósil director de este complejo cultural, la punta acanalada de Folsom, que es similar a la de Clovis pero con la diferencia de que la acanaladura se prolonga a todo lo largo de la pieza (Fig. 2), la curiosidad de esta característica tipológica ha generado gran cantidad de bibliografía. La cuestión que se debate es cuál es la función que dicha acanaladura cumple. ¿Es un rasgo utilitario o estético-artístico La cuestión es interesante porque reflejaría, en último término, diferentes modos de vida. Veamos las diferentes posibilidades.

Respecto la opción primera, que sea un rasgo utilitario se manejan diferentes hipótesis: La acanaladura cumple la función de aligerar la pieza y obtener una mayor distancia de lanzado. · La acanaladura busca conseguir un efecto bayoneta al permitir un mayor flujo de sangre de la herida y un más rápido desangrado de la presa. · La acanaladura mejora el enmangue al adelgazar la base de la pieza. La primera hipótesis parece poco consistente dado que la diferencia son muy pocos gramos de peso y muy escasa diferencia en el lanzado, más si tenemos en cuenta que se utilizaba un atlatl (propulsor). La segunda tampoco se sostiene porque la mayor parte de la acanaladura va cubierta por el mango, con lo que no se facilita el desangrado. La última es la más comúnmente aceptada, aunque un análisis más detallado nos confirma que tampoco es muy convincente. Siendo cierto que se mejora el enmangue, la punta antecesora de Clovis puede cubrir la misma mejora sin el aumento de fragilidad que conlleva la acanaladura larga de Folsom. Hoy se sabe que el tallado tipo Folsom, aun utilizando los mejores materiales, conlleva un mínimo de pérdida de un 50% de las piezas intentadas, además es un tallado muy complejo que requiere una gran inversión de tiempo. La pregunta que surge es la siguiente, si la mejora en el enmangue estaba conseguida por la punta Clovis sin los inconvenientes señalados de la de Folsom ¿por qué se desarrolla esta última técnica que supone una significativa mayor inversión de trabajo y ninguna mejoría en cuanto a eficacia Hay más preguntas sin respuestas, si la punta de Folsom supone una mejora técnica, ¿por qué esta mejora no es adoptada por otras culturas contemporáneas Las respuestas son más fáciles de encontrar si optamos por la opción estético-artística. Según Barker, los pueblos de Folsom modifican el diseño de Clovis añadiendo una mayor cantidad de trabajo y dificultad en la realización de las piezas por que desean sus cualidades estéticas. Los otros pueblos contemporáneos no adoptan esta técnica porque, a su vez desean las características estéticas de sus propias puntas. Todas las puntas paleoindias son igualmente funcionales y sus diferencias representan un arte nacional, se hace un esfuerzo consciente para producir un diseño representativo del grupo.

Algunos arqueólogos plantean la siguiente hipótesis: tras la llegada a los grandes espacios vírgenes de América del norte se produce una gran expansión de los pueblos de Clovis. Al no existir problemas de recursos se produce un rápido aumento de la población. Cuando en una zona los recursos comienzan a disminuir se ocupa otro nicho ecológico virgen hasta ese momento. Sin embargo, cuando todo el territorio es ocupado por diferentes grupos y escasean las nuevas tierras, surge la necesidad de defender el territorio y los recursos a él asociados. Aparece el sentimiento nacional, en sus diferentes manifestaciones, como un intento de alcanzar la propia identidad por oposición a otro que amenaza mis recursos y, en última instancia, mi supervivencia. Las diferencias en tipologías líticas son una manifestación más de este proceso, la mayor inversión de trabajo en la talla de las puntas no supone una mejoría en la eficacia cinegética, pero sí beneficia al grupo al convertirse en un elemento simbólico de cohesión. Barker además expone la necesidad de que las puntas fueran realizadas por especialistas que invertirían una gran cantidad de trabajo en realizarlas, cosa que nos hablaría de una sociedad con una gran cantidad de tiempo libre. Relaciona, así mismo, la disminución en la calidad de los trabajos líticos posteriores con una disminución en el monto de ese tiempo libre.

En las líneas precedentes se ha intentado dar una visión general del estado de la cuestión de la colonización de Norteamérica por los primeros habitantes del continente, sin embargo, algunos datos disonantes hacen que el panorama no resulte tan armonioso como a primera vista pudiera parecer. En primer lugar, surge el asunto pre-Clovis. ¿Son realmente los miembros del complejo Clovis los primeros en ocupar el continente Existen algunas dudas. Dillehay, habiendo excavado el yacimiento de Monte Verde, en Chile, informa de una ocupación de 33.000 años de antigüedad datada por radiocarbono, los ocupantes de esta cueva serían esencialmente recolectores de plantas y crustáceos. Roosevelt encuentra niveles de ocupación en la caverna de Pedra Pintada, en la selva brasileña, datados en 11.000 años de antigüedad. Estos contemporáneos tropicales de Clovis no serían, según esta investigadora, descendientes de aquellos, serían representantes de grupos llegados hasta Sudamérica bordeando la costa oeste americana desde Alaska. En la misma línea Sales Barbosa ha hallado en el Brasil central dos esqueletos datados, en una primera aproximación, en 11.000 años. Barker analizando y comparando las tecnologías líticas de Clovis y Folsom, llega a conclusiones interesantes. Según él el complejo de Clovis utiliza una tecnología de tallado en lascas versus la de tallado en hojas de Folsom. Según el autor, la tipología más parecida a la de Clovis en el antiguo continente es la del Paleolítico Medio, anterior al 30.000 B.P. Propone una temprana migración a América de Homo Sapiens Sapiens pertenecientes a alguna tradición del Paleolítico Medio con tecnología de lascas anterior al 20.000 y cercana al 30.000 B.P. Sin embargo, en algún momento entre el 17.000 y el 11.500 B.P. se produce una siguiente migración de un mínimo contingente humano de tradición Solutrense. Estos exportarían a los habitantes americanos sus técnicas de talla por percutor blando que, juntamente a la tecnología de lascas preexistente, daría como resultado la punta de Clovis. La pregunta que surge inmediatamente es ¿por qué no se han hallado esos útiles de lascas anteriores a Clovis Barker da dos explicaciones: una, los asentamientos serían muy escasos porque pertenecerían a muy pequeñas bandas de cazadores recolectores que se instalarían al aire libre y sólo unos pocos días en cada sitio, lo que haría muy difícil su localización. La otra explicación es sencilla aunque sorprendente, los asentamientos no se habrían encontrado hasta ahora por qué no se han buscado. La mayoría de los yacimientos hallados hasta ahora han sido descubiertos por “cazadores de puntas de flecha”, no por arqueólogos profesionales. La reacción de uno de estos investigadores aficionados al encontrar algo diferente a lo que buscan (técnica Levallois, por ejemplo) hubiera sido rechazarlo e irse a otro lugar. En cualquier caso, estos nuevos modelos de población del Nuevo Mundo aunque muy sugerentes y atractivos, hoy por hoy, no están sancionados por los datos del registro arqueológico de manera contundente. De lo que no cabe duda es que abren un campo de investigación enormemente interesante.

En los actuales Estados Unidos, antes de la llegada de los blancos, vivían poblaciones de un grupo étnico único, presumiblemente originario de Asia, que llevaban una vida de tipo arcaico. No poseían una verdadera y personal forma de arquitectura, ni tampoco un estilo artístico unitario y no conocían forma alguna de escritura. Estaban, en comparación con las poblaciones de Centroamérica, en un nivel de evolución muy inferior. La misma fluidez e inestabilidad de estas poblaciones ha impedido localizarlas según un orden político y cronológico, sobre todo en lo que se refiere a las realizaciones artísticas.

Generalmente se tuvo que adoptar el criterio de 3 grandes subdivisiones de tipo geográfico. De esta manera se puede hablar de:

Indios de los bosques orientales: Desde la región de los grandes lagos hasta el valle del Mississippi, el rico territorio de los bosques del Este, tuvo poblaciones prevalentemente sedentarias dedicadas a la caza y a la agricultura. Uno de los aspectos más relevantes de su cultura son los túmulos de tierra, que constituyen los monumentos arquitectónicos más importantes de América del Norte y que dan origen a la denominada construcción de colinas dada a las poblaciones del valle del Mississippi, en el período prehistórico. Estos montículos de tierra, en efecto, parecen verdaderas colinas, sobre todo por las dimensiones, que pueden llegar a 300 o 400 mts. de largo y 10 mts. de altura. Algunos eran auténticas tumbas, otros, probablemente, tuvieron funciones diversas, que hoy se desconocen.

Artísticamente interesantes son las numerosas esculturas de piedra descubiertas en las tumbas; obras de excelente factura, representan figuras humanas pequeñas, generalmente agachadas, y bellísimas pipas esculpidas en forma de animales y de pájaros. En las regiones orientales, y especialmente cerca de los Iroqueses, las máscaras de madera para uso ritual han tenido gran difusión: representan espíritus y demonios con un expresivo acento en los caracteres grotescos.

El área cultural de los Bosques Orientales está formada por las regiones templadas del este de Estados Unidos y Canadá, desde Minnesota y Ontario hasta el océano Atlántico por el este, y Carolina del Norte por el sur. Esta vasta región, que en origen contaba con bosques muy tupidos, estuvo habitada en principio por cazadores, algunos de los cuales utilizaban puntas de flecha clovis. Hacia el 7000 a.C., cuando las condiciones climatológicas se modificaron y fueron más cálidas, emergió una cultura arcaica. Los pueblos de esta área subsistían, cada vez en mayor medida, a base de carne de venado, frutos secos y granos silvestres. Hacia el 3000 a.C. la población de los Bosques Orientales alcanzó culturalmente unos niveles que no se volvieron a dar hasta después del 1200 d.C.

El cultivo de la calabaza lo aprendieron de los antiguos mexicanos y en el Medio Oeste cosechaban girasoles, amarantos, arándanos y otras plantas similares. Todas ellas se cultivaban para recoger las semillas, que -a excepción de las de girasol- se molían para fabricar harina. Fueron proliferando la pesca y la captura de crustáceos y, en las costas de Maine, pescaban el pez espada. En el área occidental de los Grandes Lagos se extraía cobre a cielo abierto, con el que se fabricaban cuchillos y diversos adornos, y en toda la zona de los Bosques Orientales se tallaban pequeñas esculturas en piedras preciosas. Después del año 1000 a.C. el clima se fue enfriando y comenzaron a escasear los alimentos, lo que provocó una disminución de la población en la parte atlántica de la región. En el Medio Oeste, sin embargo, los pueblos se organizaron en grandes redes comerciales y levantaron grandes túmulos abovedados para ser utilizados como centros de actividades religiosas. Estos primeros constructores de túmulos, denominados hopewell, cultivaban maíz, pero dependían más bien de los alimentos arcaicos. Hacia el 400 d.C. la cultura hopewell declinó. En el 750 surgió la cultura del Mississippi basada en una agricultura intensiva del maíz. Sus pobladores construyeron grandes ciudades con plataformas de tierra, o túmulos, que servían de sustento para los templos y las residencias de los gobernantes. En el río Mississippi, en la actual Saint Louis, Missouri, los pueblos de esta zona construyeron la ciudad de Cahokia, que tal vez alcanzara una población de 50.000 habitantes. Cahokia contaba con centenares de túmulos y su templo principal se hallaba sobre el más grande: 30 m de altura, unos 110 m de largo y 49 m de ancho. Durante este periodo el cultivo del maíz también adquirió gran importancia en la región atlántica, aunque no se construyó ninguna ciudad. La presencia de los europeos en los Bosques Orientales data al menos del 1000 d.C., cuando algunos colonizadores procedentes de Islandia intentaron asentarse en Terranova. A lo largo del s. XVI, los pescadores y balleneros europeos utilizaron la costa de Canadá. La colonización europea de esta región se inició en el s. XVII. No fue preciso vencer gran resistencia, en parte porque los indígenas de la región habían sufrido grandes epidemias provocadas por el contacto con los europeos. Por estas fechas, las ciudades del Mississippi también habían desaparecido, probablemente como consecuencia de las epidemias. Los pueblos indígenas de los Bosques Orientales abarcan a los del pueblo iroqués, como los mohawk o wyandot; a los pueblos de lengua algonquina, como los delaware, shawnee, mohicano, ojibwa, fox, shinnecock, potawatomi e illinois, y de la familia lingüística siux, como los iowa y winnebago. Algunos pueblos de los Bosques Orientales emigraron hacia el oeste durante el s. XIX; otros permanecen en esta región dentro de sus pequeñas comunidades.

Indios de las grandes llanuras: Es mucho más escasa y cualitativamente inferior la producción artística. Falta la arquitectura y la escultura es prácticamente ignorada; las únicas manifestaciones de algún relieve son las obras de las artes menores, en gran parte perdidas, porque fueron realizadas en materiales de rápido desgaste: cuero, plumas y otros.

Las Grandes Llanuras de Norteamérica se extienden desde el centro de Canadá hasta México, por el sur, y desde el Medio Oeste hasta las montañas Rocosas, por el oeste. La caza del búfalo constituía en todos los casos la principal fuente de sustento en esta área cultural, hasta que las manadas fueron exterminadas en la década de 1880. La mayoría de los pueblos de las Grandes Llanuras vivían como pequeños grupos nómadas que se desplazaban siguiendo a las manadas en busca de alimento y pieles. A partir del 850 d.C. se construyeron algunas ciudades a lo largo del río Missouri y en la zona central de esta enorme meseta. Los hábitos de los pueblos de las Grandes Llanuras son los que hoy se conocen como ‘típicas costumbres indias’: largos tocados de plumas, viviendas tipo tepee, pipa ceremonial, trajes de cuero y danzas con un gran sentido religioso. Durante el s. XIX, cuando los colonos invadieron sus territorios, las costumbres de estos pueblos se hicieron célebres a través de los periódicos, revistas y fotografías que popularizaron esta región. Entre los primitivos pueblos de las Grandes Llanuras se encuentran los indios blackfoot o pies negros, cazadores de búfalos, así como los mandan e hidatsa, que se dedicaban a la agricultura en las márgenes del río Missouri y que eran conocidos por los comerciantes franceses como los gros ventres del Missouri. Cuando los colonos europeos se asentaron en los Bosques Orientales, muchos pueblos del Medio Oeste se trasladaron a las Grandes Llanuras, entre ellos los siux, los cheyene y los arapajó. Anteriormente, hacia 1450, ya habían comenzado a trasladarse a esta región algunos miembros de los pueblos shoshón y comanche procedentes de los valles situados al oeste de las montañas Rocosas. A partir de 1630, estos pueblos se apropiaron de numerosos caballos de los ranchos españoles en Nuevo México para comerciar con ellos por toda la región. Así, la cultura de los pueblos de las Grandes Llanuras de aquella época mostró algunos elementos de las áreas culturales vecinas. Otros pueblos de esta región son también los tonkawa y crow.

Indios del Suroeste: Más variada es su producción, que va desde los grabados y pinturas sobre roca y sobre arenisca, a la elaboración del mimbre y de los objetos de plata.

El área cultural del Suroeste abarca Arizona, Nuevo México, la zona meridional de Colorado y la zona septentrional limítrofe de México (los estados de Sonora y Chihuahua). Los primeros habitantes de esta región cazaban con puntas clovis a los mamuts y otros animales hacia el 9500 a.C.; sin embargo, al finalizar los periodos glaciales (c. 8000 a.C.) los mamuts desaparecieron. Los pueblos del Suroeste comenzaron a cazar búfalos (véase Bisontes) y dedicaron más tiempo a recolectar plantas silvestres para su alimentación. El clima fue haciéndose más cálido y seco y, entre el año 8000 y el 300 a.C., emergió una nueva forma de vida, conocida hoy como arcaica. Los pobladores arcaicos cazaban sobre todo venados y pequeños pájaros; cosechaban frutas, frutos secos y semillas de plantas silvestres, al tiempo que utilizaban planchas de piedra para moler las semillas y hacer harina. Hacia el 3000 a.C. los habitantes del Suroeste aprendieron a cultivar el maíz, que ya había sido cultivado en el valle de México, aunque durante s. constituyó un componente menor de su alimentación. Hacia el 300 a.C. algunos mexicanos cuya cultura estaba basada en el cultivo del maíz, el frijol y la calabaza, emigraron hacia el sur de Arizona, como el pueblo hohokam, que vivía en viviendas construidas con adobes formando un círculo que rodeaba una plaza central. Eran los antecesores de los actuales pimas y papagos, que conservan gran parte de su estilo de vida.

Los pueblos del sector septentrional del área cultural del Suroeste, tras varios s. de comerciar con los hohokam, modificaron hacia el año 700 d.C. su forma de vida originando la que se conoce como cultura anasazi, igual que los primitivos ‘hombres de las rocas’, cuyo nombre original era cliff-dwellers. Cultivaban también maíz, frijol y calabaza, y vivían en poblados de piedra en forma de terrazas o en bloques de adobe construidos alrededor de plazas centrales; estos bloques presentaban paredes desnudas frente a la parte exterior del poblado, protegiendo así a sus moradores. Durante los meses más cálidos muchas familias vivían en pequeñas casas en el campo. Después de 1275, el sector septentrional padeció importantes sequías, quedando abandonados muchos campos y poblados anasazi; los que se hallaban en las márgenes del río Bravo o Grande del Norte, por el contrario, crecieron y expandieron sus sistemas de regadío. En 1540 los conquistadores españoles llegaron a los asentamientos de los descendientes de los anasazi, los indios pueblo. A partir de 1598 los españoles los dominaron, pero en 1680 los pueblo organizaron una rebelión que les permitió recuperar su libertad hasta 1692. Desde entonces, los indios pueblo han estado, primero, bajo el dominio del gobierno español, después mexicano y, por último, estadounidense. Los pueblo se esforzaron por conservar su cultura: continuaron cultivando sus tierras y en algunos poblados mantuvieron de forma secreta su propio gobierno y religión. En la actualidad hay 22 poblados pueblo. En el s. XV aparecieron en el Suroeste algunos cazadores que hablaban la lengua Athabasca -emparentada con ciertas lenguas de Alaska y el oeste de Canadá-, que habían emigrado en dirección sur por las Grandes Llanuras occidentales. Saquearon los poblados pueblo en busca de comida y, después de que los españoles fundaran los mercados de esclavos, pusieron a la venta a sus prisioneros; de los pueblo aprendieron a cultivar la tierra y de los españoles a criar ovejas y caballos. En la actualidad, estos pueblos son el navajo y el grupo apache. El sector occidental del Suroeste está habitado por individuos que hablan las lenguas yuma, incluidos los solitarios havasupai, que poseen sus cultivos en el fondo del Gran Cañón del Colorado, y los mojave, que viven en la parte baja del río Colorado. Los pueblos de habla yuma viven en pequeños poblados de chozas cerca de los campos pantanosos de cultivo. Otros grupos pertenecientes a esta región cultural son los hopi de Arizona y la etnia tarahumara que habita en el estado mexicano de Chihuahua.

Al analizar el arte precolombino no se debe caer en una generalización continentalista, pues originaría una visión superficial de este arte. Si bien algunos elementos pueden ser rastreados y detectados a lo largo y a lo ancho del continente, tales como la representación del sol, los felinos, la serpiente, etc., se debe indagar en torno de la personalidad de áreas cuyos rasgos culturales, en mucho caso, se pueden analizar en los actuales folclores regionales. Y se dice esto porque existe el riesgo de que a partir de ciertas semejanzas formales y temáticas, se fuerce el contacto o parentesco entre ciertos pueblos. Del hecho de que en Tiahuanaco (Bolivia) y Chiapas (México) se use el signo escalonado no se puede inferir un parentesco cultural que no existe. Otro peligro con respecto al análisis de este arte el de reducir su estudio a la indagación de un estilo o tipo regional prescindiendo del entorno americano, ya que de ese modo se caería en un mero estudio estilístico desvinculado del contexto cultural. Por esto se debe estudiar la obra de arte integrándola con otros aspectos del lugar, la religión, la economía, la estructura social, etc. A partir de ahí se puede analizar la obra de arte en sus aspectos morfológicos y simbólicos, los cánones y tipos de representación, pero siempre teniendo en cuenta que la obra de arte es una totalidad; si se detiene en algún detalle hay que concebirlo integrando un todo significativo de la cultura estudiada. Otra característica importante es que, a diferencia de la tradicional creación individualista del mundo occidental, las categorías que regían al mundo precolombino hacían que fuera un arte hecho para todos, aunque no por todos.

Ningún precolombino concebía a sus dioses en actitudes cotidianas, como sucedía con los griegos. Al humanizar a los dioses acceden a una relación más directa con ellos; los precolombinos nunca llegaron a aceptar eso: existía un abismo entre el mundo de los humanos y el de los dioses, La única realidad de esta cultura, lo único verdadero, lo que regía la vida de la comunidad en todos sus aspectos era el mito.

Cuando un escultor tolteca o maya esculpe un dios, lo que está realizando no es la representación de su imagen, sino que está haciendo al dios mismo. El templo donde él lo colocará será su verdadera morada y, en muchos casos, quedará definitivamente oculto de la mirada de sus adoradores. Esto quiere decir que la gratificación que buscaba el ejecutor de la escultura no provenía del reconocimiento de su obra. Otros eran los mecanismos que llevaban a la creación. El artista se instruía en contacto con los testimonios de obras anteriores, respetando la tradición heredada a través de generaciones. Lo fundamental para ellos era aprender la técnica, lo que hacía que la labor artística se transformara en un oficio que, generalmente, estaba subordinado al culto religioso. El artista era un trabajador más de la comunidad. Lo individual quedaba en la empresa total. Por lo tanto, el creador era un engranaje más dentro de la actividad comunitaria. Ninguna obra llevaba el nombre de su autor, por lo tanto, para nosotros, son anónimas. Eso no significa que la comunidad no reconociera ni valorara a un buen artista; se sabe que los Incas, al conquistar el reino Chimú, reconocieron la calidad de sus orfebres a tal punto que estos fueron trasladados a un barrio de Cuzco con toda clase de beneficios para que siguieran produciendo sus obras.

En el caso de la arquitectura monumental todo el pueblo colabora para levantar los grandes centros del culto. Lo importante es el producto y no quien lo produce; la obra cumple una función determinada, y quien o quienes la ejecutan lo que hacen es prestaron servicio. Muchas veces, los mismos sacerdotes suelen ser los artistas o, en su defecto, los que dirigen la obra, ya que generalmente en la elaboración de la misma hay que ir cumpliendo con rituales rígidamente estipulados.

El artista, tal como dice Paul Klee, hace visible lo invisible, es decir que materializa las fuerzas sobrenaturales que emanan de la deidad, momento en que el artista se desvanece, desaparece con la obra.

El arte precolombino es un arte de servicio de sustitución, cuyo fin es extraartístico, tal como actualmente se puede entender. En él, no se trata de que la obra sea verosímil, sino creíble. En estas sociedades teocráticas, estas obras son aceptadas por el grupo sin restricciones e incorporada a la vida cotidiana. No se da la relación dicotómica entre creador espectador, como en nuestra sociedad actual.

El significado complejo e intrincado de este arte permanecía oculto para el pueblo y su manejo estaba exclusivamente en manos de la clase dirigente, única que tenía acceso a él y, por ende, al conocimiento del mensaje significativo de estas obras.

Pero el pueblo, a distancia, compartía esta religión oficial y, aunque la simbología permaneciera para la mayoría, en toda la comunidad precolombina sea crea un lenguaje compartido y con un nivel de acceso común a todos.

Es necesario saber que a través de los s., junto a esta religión oficial, el pueblo siguió creyendo en los viejos cultos populares que originaron, paralelamente al arte oficial elitista, un arte doméstico, cuyos últimos estertores se visualizan en comunidades agrícolas contemporáneas (tal es el caso del culto a la Pachamama, en el Noroeste argentino).

Los medios técnicos de que disponía el artista precolombino eran rudimentarios. A pesar de conocer los metales y las técnicas para trabajar los mismos, los instrumentos especializados de metal son escasos o casi nulos. No obstante, vencía la resistencia de materiales de gran dureza, con instrumental lítico, logrando obras que, independientemente de su valor, posee una perfección técnica que no fue superada por los medios más modernos (tales como el labrado y encaje de los bosques de piedra de Macchu Picchu o Sacsahuamán. Los mismo ocurre con la cerámica, cuya perfección formal es conseguida pesa r de que el torno era totalmente desconocido. Un ejemplo de esta perfección técnica es la factura de los vasos Nazca o Moche (Perú), que parecen torneados a juzgar por la pureza de sus líneas. Lo mismo ocurre con los de procedencia Teotihuacana en Mesoamérica.

El término Mesoamérica fue impuesto por el antropólogo Paul Kirchoff para designar el área territorial que abarcan las actuales repúblicas de México, Guatemala, El Salvador y Honduras. En este marco desarrollaron su cultura varios pueblos durante 20 s. y en algunos casos sus descendientes subasten aún. Ahí florecieron, en el período prehispánico, altas culturas como las de Teotihuacán, Zapoteca, Maya, Tolteca, Azteca, etc., que si bien son distintas étnica, lingüística y fisonómicamente, así como se diferencian en su arte, ciencia y técnica, detentan a través de su devenir cultural rasgos comunes que permiten englobarlos dentro de un marco compartido por todos ellos: la agricultura basa en el cultivo del maíz, el calendario, la ciencia astronómica, la construcción de centros ceremoniales organizados, sociedades teocráticas rígidamente estratificadas y sustentadas por una compleja religión que, e última etapa, se consolida a través de un proyecto militarista. La historia precolombina de las altas culturas, y por lo tanto de Mesoamérica, puede clasificarse en 3 períodos delimitados:

Período preclásico: abarca aproximadamente desde los años 2500 a.C., fecha probable de la elaboración de la primera cerámica mesoamericana; hasta el 200 d. C., en que se consuma la caída de Cuicuilco y tiene lugar el florecimiento de Teotihuacan. A lo largo de este periodo se da un proceso de evolución de las sociedades agrícolas igualitarias hacia unas más estratificadas que concluirán con la formación del Estado teotihuacano. Se subdivide en:

Preclásico Temprano: El gran hito cultural que marca la transición entre el periodo Cenolítico Superior y el inicio de la civilización mesoamericana es el desarrollo de la alfarería. Esto es así porque la cerámica es uno de los atributos de las sociedades plenamente sedentarias. En el caso de Mesoamérica, se estima que la producción de cerámica debió comenzar entre los siglos siglo XXVI o XXV a. C. Los restos más antiguos de su manufactura son los rescatados en Puerto Marqués, en la sureña área cultural de Guerrero. Los arqueólogos las han fechado en el año 2440 a. C.

La etapa temprana del Preclásico abarca los 1.300 años que van de 2500 a. C. al 1200 a. C. Para esta época, las sociedades mesoamericanas habían llegado a ser plenamente sedentarias, aunque como ocurriría a lo largo de la historia de la región, requerían complementar sus actividades económicas con pesca, caza, y recolección.

La ausencia de obras de gran envergadura, características de los grandes Estados de tipo despótico que vieron la luz en los siglos posteriores, indica que las sociedades del preclásico temprano debieron ser igualitarias. Esto no quiere decir que todos los individuos fuesen iguales. Las sociedades simples, como debieron ser las mesoamericanas en esta dilatada época, se encuentran organizadas sobre la base del parentesco, la división sexual del trabajo y la jerarquización con base en grupos de edad.

A lo largo del Preclásico Temprano, se encontraba inmersa en un proceso de diversificación cultural. En las diversas regiones que componen el área surgieron diferentes tradiciones culturales.

De igual manera, la diversidad ecológica fue un factor dominante en la especialización de las actividades económicas. Sin embargo, ningún grupo podía producir todos los insumos para su subsistencia. Por ello se formaron redes de intercambio comercial, incipientes en este periodo, y relacionadas con las preexistentes en el Cenolítico Superior, que permitieron a las sociedades involucradas en ellas disponer de recursos provenientes de regiones distantes.

El comercio tomó, desde entonces, un papel central en la conformación de la civilización mesoamericana. El intercambio comercial fue el vehículo que facilitó el intercambio cultural entre los mesoamericanos. En el Preclásico Temprano, sin embargo, prevalecen los estilos regionales (por lo menos como se observan en los restos arqueológicos correspondientes a la época), aunque es posible hablar de un

proceso civilizatorio incipiente (como lo llamaba Darcy Ribeiro), que había permitido que todas las culturas del área estuvieran basadas en la agricultura del maíz, y también había sentado los cimientos del sistema de creencias mesoamericanas, expresado en el culto a los elementos.

Durante este periodo, el tipo de asentamiento humano característico debió ser la aldea. Hacia el final de este horizonte algunas de ellas crecieron en población y llegarían a ser dominantes, como El Opeño en Occidente; Tlatilco, Coapexco y Chalcatzingo en el Centro; y San José Mogote en Oaxaca.

Una de las primeras manifestaciones de arquitectura monumental en Mesoamérica es el centro ceremonial de San José Mogote. Se trata de una aldea ubicada en el valle de Etla, uno de los Valles Centrales de Oaxaca. La aldea de Mogote (cuyo nombre original es desconocido) fue la más importante de las que se establecieron en la región, y tuvo su mayor apogeo hacia el final del Preclásico Temprano. Su declinación está claramente asociada con la construcción de Monte Albán, la capital clásica de los zapotecos, hacia el final del Preclásico Medio. Mogote era una aldea de agricultores, que controlaba la región central de Oaxaca (ocupada desde ese tiempo por los zapotecos) y mantenía relaciones con el área olmeca.

La Mixteca es una región compartida por los actuales estados de Oaxaca, Puebla y Guerrero. Se trata de una zona que presenta evidencias de una ocupación antiquísima. Durante el periodo Preclásico Temprano, el sitio principal de la región fue Yucuita (del mixteco yuku=cerro, e ita=flor, de donde su nombre significa Cerro de las flores), una aldea de unos pocos cientos de habitantes, fundada hacia el año 1400 a. C. La aldea contaba con una plataforma central de piedra, en torno a la cual fueron construidas las chozas de sus habitantes. Más tardío fue Monte Negro, contemporáneo de la Fase Monte Albán I, y una de las mayores aldeas protourbanas en la región de la Mixteca Alta.

Preclásico medio: La segunda parte del período que ahora nos ocupa es denominada Preclásico Medio, y comprende los siglos que van de 1200-400 a. C. Se trata de una época de intensos cambios tecnológicos, especialmente en los que respecta a la agricultura. En algunas regiones clave del territorio mesoamericano se construyen los primeros sistemas de irrigación o de control de aguas. En su libro sobre la agricultura mesoamericana, Palerm consideraba que la movilización de grandes cantidades de mano de obra para la realización de los proyectos hidráulicas es un indicio de una sociedad segmentada, con un Estado fuertemente centralizado.

En consonancia con Ángel Palerm, Alfredo López Austin y Leonardo Náuhmitl López Luján dicen que precisamente la estratificación social es una de las características principales de las sociedades del Preclásico Medio. Aparecen, asociados a estos sistemas hidráulicos, complejos ceremoniales de arquitectura monumental permanente, es decir, diseñados para perdurar en el tiempo. Los sistemas de irrigación aparecen primero en el valle de Tehuacán, Puebla, hacia el año 700 a. C.; unos cien años más tarde, en la cuenca lacustre de México; y por el año 400 a. C., en los Valles Centrales de Oaxaca. De modo paralelo a la modernización tecnológica de la agricultura, las especies cultivables asociadas a éste período aumentaron en repertorio.

La eficiencia de la agricultura tuvo redundancia en otros campos de la tecnología y economía mesoamericanas. De esta suerte, el Preclásico Medio es un período de especialización en los procesos productivos. Este fenómeno puede observarse a nivel interno de las diferentes sociedades, sin embargo, más importante es la especialización regional. Los pueblos mesoamericanos, como desde hacía mucho tiempo, habían explotado los recursos de su nicho ecológico, y habían tendido redes incipientes de intercambio. Pero en el Preclásico Medio, los excedentes producidos por la agricultura permitieron a una parte de la población ocuparse en actividades diferentes del cultivo. De este modo, se producían excedentes tanto agrícolas como en las manufacturas o la explotación de los recursos naturales por medio de la minería, caza, pesca.

Todo lo anterior no dejó de tener ciertas repercusiones en la estructura social, es decir, en el sistema de relaciones sociales. Aparecieron nuevos grupos, como los artesanos, y los comerciantes cobraron una presencia más importante. Además, como se había señalado antes, la sociedad en su conjunto se estratificó, y la clase dirigente (compuesta por la nobleza y los sacerdotes) se definió más claramente como un grupo separado del pueblo llano. Esto es posible saberlo por los restos encontrados en los entierros, por la relativa riqueza de las ofrendas funerarias, las representaciones icoógráficas, y, sobre todo, por la aparición de artículos suntuarios de procedencia foránea.

De hecho, en esta época, es posible observar que las élites regionales mantenían relaciones entre sí. La base de ellas era el comercio, pero desde luego que éste estaba acompañado de cierta actividad militar. En el estado actual de conocimiento de las sociedades mesoamericanas, no resulta fácil dar una respuesta adecuada al papel de los militares en las sociedades del Preclásico Medio. Sin embargo, como lo indican numerosos monumentos en Monte Albán, en las Tierras Bajas mayas y el área nuclear olmeca, es seguro que por lo menos estas tres regiones testificaron el expansionismo zapoteca, maya y olmeca.

Por otro lado, el proceso de urbanización incipiente en que se vieron inmersos algunas aldeas de Mesoamérica al ocaso del Preclásico Temprano, toma en esta fase sus características más claras. Las aldeas se convierten en ciudades, que repiten claramente la segmentación de la vida social en los tipos de construcciones (los de la élite suelen ser más suntuosos y duraderos que las viviendas populares). Las ciudades mesoamericanas fueron construidas con base en un plan concienzudo, que convirtió a los centros ceremoniales de esta etapa en verdaderos observatorios astronómicos. Los ejes principales están relacionados con puntos notables de observación astronómica que permitían a los sacerdotes predecir llevar una contabilización del tiempo. Sobresalen, como modelos urbanos de la época, las ciudades de La Venta, en Tabasco, y San José Mogote en Oaxaca.

Relacionados con los procesos de complejización de la vida social y la tecnología, aparecen la escritura y el calendario en Mesoamérica. La primera, desde sus inicios, transmite información política, y vinculados a ella, se encuentran registros cronológicos. Los sistemas de escritura mesoamericana más antiguos corresponden a la cultura zapoteca. Las inscripciones más antiguas proceden del Monumento 3 San José Mogote, y de las lápidas del Edificio de los Danzantes en Monte Albán, así como en las Estelas 12 y 13 del mismo sitio. Indican sucesos fechados en el año 600 a. C. Algunas de estas inscripciones están registradas sobre la base del calendario ritual de 260 días; otras contienen cargadores y signos de años, y posiblemente también ya incluyan símbolos nominativos de las veintenas en que los mesoamericanos dividían el calendario solar de 365 días.

Se solía pensar que la escritura y el calendario mesoamericanos habían sido desarrollos culturales de los antiguos mayas. sin embargo, hoy se sabe que éstos lo recibieron de los olmecas, quienes a su vez podrían haberlo tomado de los zapotecos. Incluso, la famosa Cuenta Larga del tiempo de los mayas y su numeración posicional con base veinte, apareció primero entre los olmecas de las selvas del golfo.

Durante este periodo tiene lugar el desarrollo de la cultura olmeca, que resume todos los desarrollos culturales de los mesoamericanos de aquel tiempo. De esta cultura son los primeros indicios de escritura y del uso de calendario. Debieron tener una estructura social muy compleja que les permitió desarrollar su escultura y arquitectura monumentales. Los principales sitios de esta cultura son La Venta, Tres Zapotes y San Lorenzo, ubicados en la llanura costera del Golfo de México. Estos sitios corresponden a la llamada área nuclear olmeca.

Sin embargo, se han encontrado objetos relacionados con esta cultura en diversos sitios de Mesoamérica, sin que se hayan clarificado hasta el momento las razones de estos hallazgos en lugares tan lejanos como Tibias (Costa Rica) y Tantoc (San Luis Potosí). Los hallazgos de objetos olmecas fuera del área nuclear son particularmente numerosos en las regiones del Centro y Guerrero. En la primera, son emblemáticos sitios como Tlatilco (estado de México), Chalcatzingo (Morelos) y Las Bocas (Puebla). Éste último es conocido porque durante la década de los setenta aparecieron en el mercado de arte precolombino numerosas figurillas, que supuestamente provenían del lugar, mismas que, después se supo, realmente tenían un origen incierto. Sin embargo, excavaciones realizadas en la década de 1990 revelaron la verdadera importancia de “Las Bocas” como una de las pocas aldeas de que se conserven restos en la actualidad.

Más problemática es la relación entre los olmecas y la región de Guerrero. Aquí se han encontrado por lo menos dos asentamientos que muestran indicios de ocupación humana como Teopantecuanitlán y Oxtotitlán , y otros varios donde aparecen muestras de la presencia olmeca, que podrían remitir a que, sitios como las Grutas de Juxtlahuaca hayan tenido una importancia ceremonial para los portadores de la cultura olmeca. Por otra parte, se presume que las relaciones de estos grupos con las áreas oaxaqueña y Maya contribuyó con el desarrollo cultural en esas regiones de las culturas zapoteca y maya.

Los hallazgos arqueológicos en la zona del istmo de Tehuantepec han permitido determinar que en aquélla región tuvo lugar un desarrollo temprano de la cerámica. La principal característica de la cerámica de esta región (datada entre el lejano 1800 y 1350 a. C.), es que a diferencia de sus contemporáneas del valle de Tehuacán y la costa de Guerrero, la cerámica de Barra, Locona y Ocós alcanza grandes alturas artísticas. Esto ha hecho suponer que los portadores del complejo mixe-zoque debieron haber mantenido contactos con los pueblos de Ecuador. La Tradición del Istmo habría penetrado desde el territorio Guatemalteco a la costa del Golfo, donde, en la confluencia de las culturas zapoteca, mixe-zoque y protomaya, habría florecido. Durante el período Preclásico Medio, la Gran Tradición del Istmo se extendió por la costa del Pacífico desde Tehuantepec hasta El Salvador. La cerámica de La Blanca en Guatemala es con mucho la más fina del Preclásico temprano y antecede por unos 600 años a la olmeca más temprana, a la cual Michael Coe, curador emérito del Museo Peabody de Harvard, llama una versión de campo de la mucho más sofisticada Cerámica de La Blanca, por otra parte las esculturas monumentales de la Cultura Monte Alto en el Pacífico de Guatemala, también anteceden por mucho a la olmeca.

Aproximadamente al inicio del Preclásico Medio, tuvo lugar en el Occidente de México l aparición de una tradición cerámica a la que Isabel Kelly dio el nombre de cultura Capacha. Se han encontrado restos de ella en Colima, Jalisco y Sinaloa. Los objetos más característicos de esta tradición son los tecomates decorados con incisión, y las vasijas con cintura, en ocasiones tan estrecha, que parecen dos vasijas, una colocada sobre la otra. Cuando la cultura Capacha tuvo su auge, el Occidente no formaba una unidad cultural bien definida, como sí ocurría con los pueblos de otras áreas, que se hallaban plenamente integrados entre sí y al sistema mesoamericano.

Preclásico Tardío o Protoclásico: La declinación de la cultura olmeca dio origen al periodo Preclásico Tardío (400 a. C.-150 d. C.). Se trata de una época de diversificación cultural y asimilación de los elementos olmecas en los sistemas culturales de cada pueblo. Con esa base dieron comienzo varias de las tradiciones más importantes de Mesoamérica. Sin embargo, Cuicuilco, en el sur del valle de México, y la Chupícuaro, en Michoacán, serían las más importantes. La primera llegó a convertirse en la mayor ciudad de Mesoamérica y principal centro ceremonial del Valle de México; y mantenía relaciones con Chupícuaro. La declinación de Cuicuilco es paralela a la emergencia de Teotihuacan, y se consuma con la erupción del volcán Xitle (circa 150 d. C.), que motivó la migración de sus pobladores al norte del valle de México. La cultura Chupícuaro es conocida sobre todo por su producción alfarera, cuyas huellas se han detectado por una amplia zona ubicada entre el Bajío y la cuenca lacustre.

Hacia el final del Preclásico había comenzado la planificación de las ciudades que llegarían a ser emblemáticas de Mesoamérica, como Monte Albán y Teotihuacan.

Período clásico: El Período Clásico de la civilización mesoamericana está marcado por la consolidación del proceso urbanístico que se venía gestando desde el Preclásico Tardío, lo cual ocurre hacia el siglo III d de J.C. Durante la primera parte de esta época, Mesoamérica será dominada por Teotihuacan. A partir del siglo VII d de J.C, esta ciudad comenzará un largo proceso de decadencia que permitirá el florecimiento de las culturas maya, zapoteca y de los llamados centros regionales del Epiclásico.

Los inicios del Periodo Clásico pueden fijarse alrededor del año 200 d de J.C. y su conclusión hacia el 900 d de J.C. Sin embargo, la cronología varía en cada área cultural. Los antecedentes de este periodo se hallan en la última fase del Período Preclásico, a partir del año 400 d. C., cuando gracias a un incremento en la eficiencia de las técnicas agrícolas, ocurrió una transformación en las sociedades de la época (crecimiento demográfico, mayor división del trabajo y especialización, y el incremento del intercambio comercial). Los cambios tecnológicos que hicieron posible esta transformación fueron condicionados por factores específicos de cada región mesoamericana. Una actividad importante para los mayas, zapotecas y teotihuacana fue la religión.

En este periodo tuvo lugar también una bifurcación de tradiciones en el área mesoamericana: una encabezada por Teotihuacan, y la otra por las ciudades mayas del sureste. Tal diferenciación es visible sobre todo en rasgos centrales del complejo mesoamericano, como el calendario y los sistemas de escritura. Uno y otros fueron llevados a su máxima complejidad en el Área Maya. De acuerdo con López Luján y López Austin (2001), si Teotihuacan, la ciudad más importante de la época, no desarrolló a fondo estos elementos culturales fue por el condicionamiento relativo al socio-político que privó en el Centro de México.

Lejos de lo que se suponía en buena parte de los primeros textos sobre las culturas del clásico, hoy se sabe que tanto Teotihuacan como los estados mayas fueron pueblos guerreros, aunque nunca al grado alcanzado por las culturas del Posclásico. La guerra parece ser un asunto central en la historia del Área Maya, como lo develan las estelas de la época y las representaciones iconográficas de escenas bélicas que se han descubierto en sitios como Bonampak y Toniná. En aquella región florecieron varias ciudades-estado hostiles entre sí. Por su lado, Teotihuacan no pudo haber llegado a ser el gran centro político y económico que fue sin hacer uso de la fuerza, como también lo atestigua la iconografía de la ciudad; aunque parece que las mismas dimensiones del poder teotihuacano libraron a la ciudad de hostilidades de otros Estados en competencia. Igualmente, Monte Albán se impuso en los Valles Centrales de Oaxaca por medio de acciones bélicas, según demuestran las estelas de conquista del Edificio J de esa ciudad.

El comercio jugó un papel importante como elemento de cohesión entre los mesoamericanos. Teotihuacan tuvo un papel importante como centro articulador de la mayor parte de los intercambios. Tras su colapso, la red comercial decayó también, tras lo cual surgieron centros regionales que no alcanzaron a tener la posición que había ocupado antes Teotihuacan.

Otro de los rasgos principales del clásico fue el urbanismo. Las ciudades eran cuidadosamente planificadas y trazadas. Las ciudades, además de ser centros administrativos y religiosos, fungieron como complejos productivos y nodos comerciales.

Como último dato, es necesario recalcar que en el clásico se cristalizaron la mayor parte de las deidades del panteón mesoamericano, y que la religión ocupó un lugar importante en la estructura social como auxiliar del poder político. Presumiblemente, el clero monopolizaba el conocimiento de la astronomía, la matemática, la escritura y hasta el comercio y la política.

En Mesoamérica no existen fuentes escritas sobre este periodo, por lo que el conocimiento principal lo ha proporcionado la arqueología. Existen textos mayas esculpidos y pintados, que se han identificado como cronológicos, astronómicos e históricos, aunque no son la fuente principal para el conocimiento de los mayas, pues están realizados en su compleja escritura jeroglífica, que aún está en proceso de desciframiento. El Clásico, que abarca del año 200 d. C. al 900 d. C., se caracteriza por un notable florecimiento cultural.

Período postclásico: Es la última etapa del desarrollo independiente de la civilización mesoamericana. Como los otros períodos de la cronología mesoamericana, el inicio de este período varía en el tiempo, aunque se suele señalar la caída de las ciudades-Estado del Epiclásico del centro de Mesoamérica como el principio del Posclásico. Sin embargo, en todas las áreas de Mesoamérica ocurrió un proceso de deterioro de las hegemonías regionales del Clásico que concluyó con el abandono de las grandes metrópolis, como Monte Albán en Oaxaca o las ciudades mayas de las Tierras Altas. Por otra parte, el Norte de Mesoamérica fue escenario de un desastre ecológico que implicó el abandono completo de esa región. Ante estos hechos, las migraciones fueron un fenómeno que marcó el inicio del Posclásico. Estos cambios sociales que marcaron a las sociedades mesoamericanas ocurrieron entre los siglos VIII y X d.C. El final del Posclásico ocurrió con la llegada de los españoles hacia la segunda década del siglo XVI. A partir de entonces ocurrió un proceso de transculturación que remodeló las culturas indígenas y sentó las bases de las culturas mestizas de México y Centroamérica.

Antiguamente, se solía presentar al Posclásico como una época dominada por Estados bélicos; en oposición con los pacíficos Estados del Clásico. Las nuevas interpretaciones de las evidencias arqueológicas sobre varios pueblos del Clásico —es el caso de los teotihuacanos y mayas— han dejado claro que la guerra también fue una actividad importante entre esas sociedades. Es especial la imagen de los mayas, a los que se solía imaginar como un pueblo gobernado por sacerdotes entregados a actividades intelectuales. En la actualidad, aunque se reconocen las diferencias entre las sociedades mesoamericanas clásicas y posclásicas, la oposición entre Estados militaristas y Estados teocráticos ha dejado de tener validez explicativa.

El Posclásico es el contexto histórico en el que florecieron pueblos como los mexicas y toltecas en el Centro; los mixtecos en Oaxaca; los tarascos en el Occidente; los huastecos en el norte de la llanura del Golfo de México; los mayas en la península de Yucatán y los pipiles en América Central.

Las sociedades del Posclásico mesoamericano siguieron desarrollándose sobre las mismas bases materiales que en tiempos anteriores. Esto quiere decir que la base de la economía siguió siendo la agricultura, sobre todo de temporal. Algunas regiones poseían mejores condiciones para el desarrollo de sistemas de irrigación que produjeran mejores resultados agrícolas, por ejemplo, en las riberas de los ríos o de los lagos. Algunas zonas con humedad baja desarrollaron también sistemas hidráulicos, con el propósito de aprovechar mejor los recursos hídricos existentes. Por ejemplo, en Tetzcuco se construyeron acueductos que sirvieron para llevar agua desde los manantiales de la Sierra Nevada tanto a la población como a las zonas de cultivo del señorío acolhua. Obras similares se realizaron en Loma de la Coyotera, en la región oaxqueña (Rojas Rabiela, s/f: 5). Mientras tanto, en Yucatán se desarrolló un sistema de cisternas excavadas en la roca madre de la superficie, llamadas chultunes, que tenían por objetivo la recolección de agua de lluvia y su almacenamiento (Zapata Peraza, 1989).

La cronología que con mayor frecuencia aparece en las obras dedicadas a la arqueología mesoamericana divide la historia de los pueblos indígenas prehispánicos en tres grandes períodos. Estos son llamados Preclásico, Clásico y Posclásico. Se han señalado muchas críticas a esta cronología. Aparecida en la primera mitad del siglo XIX, en el marco del Romanticismo europeo que tornaba su mirada con especial interés hacia el pasado, la cronología convencional para Mesoamérica toma como punto de referencia el esplendor de los mayas, expuesto a los ojos del mundo occidental gracias a las obras Incidents of travel in Central America, Chiapas and Yucatan e Incidents of travel in Yucatan, de John Lloyd Stephens y Frederick Catherwood. Los mayas, convertidos en “griegos del Nuevo Mundo”.

Desde el principio, los mayas constituyen el modelo de referencia a partir de los cuales se juzgará y se valorará a las demás culturas precortesianas al ritmo de su descubrimiento. todo aquello que surja cronológicamente después de los mayas llamará entonces “Posclásico” y todo lo imputable a un horizonte anterior a los mayas será bautizado con buena lógica “Preclásico”. Es evidente que esta tripartición cronológica, marcada a partir de las características de la civilización maya, no carece de un fuerte sustrato de apriorismo: lo que precede a los mayas necesariamente se presume como arcaico, y lo que le sucede es decadente.

Dos de los principales retos para los arqueólogos al momento de aplicar esta cronología convencional es la delimitación de los períodos que conforman la historia de precolombina de Mesoamérica, así como el problema que implica el hecho del desarrollo paralelo de diversos pueblos que convivieron en las distintas regiones mesoamericanas. En primer lugar, aparece el problema de cuándo comienza propiamente la historia de los pueblos mesoamericanos. Para algunos arqueólogos, esta historia inicia con la aparición de los primeros indicios de cerámica en Mesoamérica, la llamada cerámica Pox, alrededor del siglo XXV a. C. De acuerdo con esta visión, la cerámica es un indicador del avance del sedentarismo entre los pueblos mesoamericanos que, para ese tiempo, se habían convertido en sociedades agrícolas. La validez de los hallazgos de cerámica Pox en Puerto Marqués (Guerrero, México) ha sido cuestionada por arqueólogos que no comparten la cronología convencional mesoamericana, pero también por otros que la han empleado, como Michael D. Coe o Christine Niederberger.

Según Román Piña Chan, que fue uno de los arqueólogos mexicanos representantes de la llamada arqueología social. Como neo evolucionista, Piña Chán compartía con los principales teóricos de esta corriente antropológica —como Gordon Childe— la idea de que existe una relación entre el estilo de vida cotidiano de una sociedad, el modo de producción y las relaciones sociales derivadas de la necesidad de organización de un grupo para explotar los recursos de su entorno. Con base en su experiencia en la arqueología mesoamericana y orientado por el paradigma neo evolucionista, Piña Chán propuso una cronología para Mesoamérica que se alejaba en varios aspectos de la cronología tradicional. El principio del que partía el autor se condensa en las siguientes palabras: Todo grupo humano o sociedad obtiene de la naturaleza las fuentes de su vida, dominándola por medio de las energías de que dispone, según el grado de conocimientos y tecnología alcanzados en un momento determinado; y la forma de vida resultante y compartida por sus miembros evoluciona y cambia en el transcurso del tiempo, permitiendo nuevas transformaciones de la naturaleza y la sociedad. La cronología de Piña Chán está dividida en cuatro grandes períodos. A diferencia de la cronología tradicional para Mesoamérica, Piña Chán llevó el principio de la historia de la Mesoamérica precolombina hasta el milenio 30 a. C. (alrededor del año 30000 a. C.), que coincide con el fechamiento de los más antiguos restos humanos encontrados en México. A partir de este momento habría comenzado un largo período de adaptación al medio ambiente de la América Media que concluiría con el desarrollo de la agricultura y la consecuente sedentarización de los grupos humanos hacia el siglo L a. C. Hasta el siglo XII a. C., Mesoamérica viviría en una época donde las primeras comunidades sedentarias darían paso a aldeas y éstas a centros ceremoniales, lo que marcaría la aparición del Estado en Mesoamérica. De hecho, lo que la cronología tradicional suele encuadrar como la historia mesoamericana propiamente dicha, Piña Chán la dividió en dos grandes períodos. Se trata de las épocas denominadas Pueblos y estados teocráticos —ss. XII a de J.C. al IX d de J.C. y Pueblos y estados militaristas —ss. IX-1521—.

Las principales críticas que se han formulado a esta cronología corresponden a dos puntos. Por un lado, Enrique Nalda señala que el sedentarismo no podía haber arraigado entre los habitantes de Mesoamérica alrededor del siglo L a. C., puesto que sólo en algunas zonas existen indicios de agricultura. De acuerdo con la evidencia arqueológica, la práctica de esta actividad no habría sido tan intensiva que permitiera sostener a un grupo humano sin recurrir al forrajeo (cacería y recolección). Por otra parte, Piña Chán cayó en el mismo error de Eric Wolf al concebir como teocracias a los estados que se desarrollaron en el tercer período de su cronología —correspondiente al Preclásico y al Clásico en la cronología tradicional— y como estados militaristas a los que florecieron entre los siglos X y XVI —el Posclásico de la cronología convencional—. Como las investigaciones arqueológicas han mostrado posteriormente, todas las sociedades mesoamericanas, desde los olmecas hasta los mexicas, tuvieron actividad belicosa.

Según Piña Chan la cronología sería así:

Período de recolectores y cazadores nómades (que va desde los años 30000 a. de J.C. al 5000 a. de J.C): Se divide en dos períodos, a saber:

Período preagrícola (30000 al 7000 a. de J.C): Se dan los primeros indicios de ocupación humana en Mesoamérica, en las ciudades de El Cedral (San Luis Potosí), Tlapacoya (estado de México) y Mujer del Peñón (Distrito Federal). Se difunde la cultura Clovis La subsistencia se da a partir de la caza y recolección.

Período protoagrícola (7000 al 5000 a. de J.C): Se ven indicios de agricultura incipiente, entre ellos, de la domesticación de la calabaza (Cucúrbita pepo) y el guaje (Lagenaria siceraria). Se depende de los productos obtenidos de la caza y recolección obliga a la constante movilización de los grupos humanos. Se domestica el maíz (Zea mays), el frijol (Phaseolus vulgaris) y el chile (Capsicum annuum).

Período de comunidades sedentarias o sociedades de jefatura (5000 al 1200 a. de J.C):

Agrícola incipiente (5000 al 2000 a de J.C): Aparecen los primeros asentamientos netamente sedentarios, dependientes de la agricultura. También se ven las primeras manufacturas cerámicas en Puerto Marqués (cerámica Pox) y el valle de Tehuacán (fase Purrón). Aparecen las aldeas sedentarias, con escasa diferenciación del uso del espacio. Se consolida la producción cerámica.

Agrícola aldeano (2000 al 1200 a de J.C): Aparecen las aldeas sedentarias, con escasa diferenciación del uso del espacio. Se consolida la producción cerámica.

Período de pueblos y estados teocráticos. Aparición del Estado en Mesoamérica (1200 a. de J.C. al 900 d. de J.C):

Aldeas y centros ceremoniales (s. XII a de J.C. – II d. de J.C.): Aparecen los primeros centros ceremoniales de importancia regional, entre ellos Cuicuilco, Tlatilco y Tlapacoya. Los asentamientos mesoamericanos crecen en tamaño y población sin llegar a ser verdaderas ciudades: los más importantes de estos centros tienen una función principalmente religiosa y la vida en los poblados conserva varias características del modo de vida en las aldeas. Florece la cultura olmeca en La Venta, Tres Zapotes y San Lorenzo. Se funda las ciudades de Teotihuacan, Monte Albán e Izapa.

Centros urbanos (s. III – IX): Florecen los antiguos centros ceremoniales, que se convierten, casi todos ellos, en verdaderas ciudades con una alta especialización espacial. Hay urbanismo y arquitectura monumental. Florecen los estados teocráticos en Teotihuacan, Monte Albán y la región maya. Se fortalecen las redes mesoamericanas de intercambio comercial. Se dan las primeras migraciones chichimecas hacia el final del período.

Período de pueblos y estados militaristas: Se subdivide en:

Ciudades y señoríos militaristas (s. IX-XIII d de J.C.): Florecen los estados militaristas de carácter regional en Tula, la península de Yucatán y la Mixteca.

Señoríos y metrópolis imperialistas (s. XIII-1521): Florecen los dos grandes pueblos imperialistas de Mesoamérica: los tarascos en Michoacán y los mexicas en el valle de México. Concluye la civilización mesoamericana con la conquista española.

Christian Duverger es uno de los autores más críticos respecto a la cronología que tradicionalmente se emplea en la arqueología y la historiografía de Mesoamérica. Para este autor, la historia de Mesoamérica no comienza con la aparición de la cerámica, desarrollo tecnológico sobre el que expresa una reticencia a aceptar como válidos los descubrimientos de Puerto Marqués (la llamada cerámica Pox) y la fase Purrón propuesta por Robert Mac Neish para el Valle de Tehuacán. Ambos hitos han sido datados tradicionalmente a mediados del tercer milenio antes de la era cristiana, pero en circunstancias que a decir de algunos especialistas, incluidos el propio Duverger y Christine Niederberger (2005), son “sospechosas” o “insuficientemente sustentadas”. Sobre el caso de las primeras tradiciones cerámicas del Occidente, Duverger considera que poseen una antigüedad mucho menor de la que se supone —por citar un ejemplo, ubica la cerámica de la cultura Capacha en el siglo VIII a. C.,[8] en contraste con la fecha fijada por Isabel Trusdell Kelly, correspondiente al siglo XV a. C.[9] —, amén que no pueden considerarse como desarrollos propiamente mesoamericanos, puesto que el primer marcador de la civilización de Mesoamérica es la difusión de los rasgos culturales que se identifican con la cultura olmeca.

De acuerdo con la propuesta de Duverger, la historia prehispánica de Mesoamérica se divide en cinco épocas, que corresponden cada una con el florecimiento y difusión panmesoamericana de ciertos estilos bien conocidos a partir de los materiales arqueológicos de la región. La propuesta de Duverger pretende dar cuenta de la continuidad de la civilización mesoamericana —desde el siglo XII a. C. hasta 1521— en contraste con la cronología tradicional —que, de acuerdo con el autor, privilegia las rupturas— recurriendo a la idea de que toda la historia precolombina de Mesoamérica puede resumirse en un proceso de mestizaje en el que gradualmente se van imponiendo los rasgos culturales propios de los pueblos nahuas, a los que concibe como el “cemento” de la civilización mesoamericana. Su cronología es minoritaria, como la de Piña Chán, es una propuesta que no ha logrado desplazar la cronología clásica para Mesoamérica.

Según Christian Duverger la cronología sería así:

Primer período u horizonte olmeca (desde el s. XII al VI a de J.C): se difunde el estilo olmeca por toda el área mesoamericana, que excluye el Occidente y una parte del Centro de México. Se desarrolla la escritura y el calendario de 260 días. Se desarrolla la lapidaria y la talla de pequeñas piezas de jade. Se rinde culto al jaguar, como deidad de la dualidad agua-fuego. La región con mayor actividad cultural en Mesoamérica es el norte del Istmo de Tehuantepec.

Segundo período o de florecimientos regionales (s. V a de J.C. al II d de J.C): esaparece el estilo olmeca. Aparece la cuenta larga mesoamericana. Florece la cultura epiolmeca. Cabezas colosales de La Venta, San Lorenzo y Tres Zapotes. Florecen las culturas de Takalik Abaj, Kaminaljuyú, Izapa y Chiapa de Corzo en la Costa del Pacífico Sur. Se inicia la construcción de Cholula, Teotihuacan y Monte Albán. Se da un expansionismo protozapoteco. Se da una débil mesoamericanización del Occidente. Cuicuilco queda fuera de la tradición mesoamericana, aunque sus rivales en el Valle de México, como Teotihuacan, Tlatilco y Tlapacoya muestran una fuerte presencia nahua.

Tercer período o de Mesoamérica bipolar (s. III al VIII): Se ve un predominio nahua-teotihuacano en Mesoamérica. Florecen Monte Albán y Cholula como parte de la esfera nahua. Arquitectura monumental mesoamericana. Aparición de otras culturas mesoamericanas con fuertes componentes nahuas (cultura Mezcala, cultura totonaca). Emergencia de la cultura maya. El mundo maya disputa la hegemonía mesoamericana a los nahuas del Centro de México. Desarrollo de la escritura jeroglífica maya, perfeccionamiento maya del calendario mesoamericano. Se da la mesoamericanización de Occidente que conlleva la desaparición de la culturas de Colima, Jalisco y Nayarit. Michoacán muestra una gran resistencia a la nahuatlización. Se produce el declive del predominio nahua en Mesoamérica. Ruina de Teotihuacan y Monte Albán. Presencia breve de los mayas en el Altiplano Central (Xochicalco, Cacaxtla). Se produce el declive de la cultura maya.

Cuarto período u horizonte Tolteca (S. IX al XIII): Cambia el componente nahua predominante en Mesoamérica, ahora son los toltecas quienes imponen su hegemonía. Toltequización de los mayas. Florece la cultura mixteca, grupo toltequizado de Oaxaca. Por primera vez, la región Huasteca se integra en Mesoamérica. La civilización mesoamericana se extiende definitivamente hacia los pueblos occidentales y hacia el sur, sobre América Central, abarcando una parte de los territorios de Nicaragua y Costa Rica, donde se encuentran poblaciones nativas de habla otomangueana. Se dan innovaciones en la cerámica (tipos Tohil plomizo y Mazapa) y en la arquitectura (introducción de la columnata y el techo plano). Aparece la metalurgia, probablemente importada desde Colombia, Panamá y Ecuador. Se difunde el culto a Quetzalcóatl.

Quinto período u horizonte azteca (s XIV al 1519): Se expande la cultura azteca. Penetra la cultura mesoamericana en Michoacán, tanto por la nahuatlización de la costa como por el mestizaje de la cultura tarasca. Se da el dominio directo de México-Tenochtitlán y sus aliados de la Triple Alianza (Tetzcuco y Tlacopan) sobre un amplio territorio y una población multiétnica. Existen grupos nahuas en Centroamérica, como los pipiles, que son independientes del poder azteca.

El término Mesoamérica fue impuesto por el antropólogo Paul Kirchoff para designar el área territorial que abarcan las actuales repúblicas de México, Guatemala, El Salvador y Honduras. En este marco desarrollaron su cultura varios pueblos durante 20 s. y en algunos casos sus descendientes subasten aún. Ahí florecieron, en el período prehispánico, altas culturas como las de Teotihuacán, Zapoteca, Maya, Tolteca, Azteca, etc., que si bien son distintas étnica, lingüística y fisonómicamente, así como se diferencian en su arte, ciencia y técnica, detentan a través de su devenir cultural rasgos comunes que permiten englobarlos dentro de un marco compartido por todos ellos: la agricultura basa en el cultivo del maíz, el calendario, la ciencia astronómica, la construcción de centros ceremoniales organizados, sociedades teocráticas rígidamente estratificadas y sustentadas por una compleja religión que, e última etapa, se consolida a través de un proyecto militarista. La historia precolombina de las altas culturas, y por lo tanto de Mesoamérica, puede clasificarse en 3 períodos delimitados:

Período preclásico: abarca aproximadamente desde los años 2500 a.C., fecha probable de la elaboración de la primera cerámica mesoamericana; hasta el 200 d. C., en que se consuma la caída de Cuicuilco y tiene lugar el florecimiento de Teotihuacan. A lo largo de este periodo se da un proceso de evolución de las sociedades agrícolas igualitarias hacia unas más estratificadas que concluirán con la formación del Estado teotihuacano. Se subdivide en:

Preclásico Temprano: El gran hito cultural que marca la transición entre el periodo Cenolítico Superior y el inicio de la civilización mesoamericana es el desarrollo de la alfarería. Esto es así porque la cerámica es uno de los atributos de las sociedades plenamente sedentarias. En el caso de Mesoamérica, se estima que la producción de cerámica debió comenzar entre los siglos siglo XXVI o XXV a. C. Los restos más antiguos de su manufactura son los rescatados en Puerto Marqués, en la sureña área cultural de Guerrero. Los arqueólogos las han fechado en el año 2440 a. C.

La etapa temprana del Preclásico abarca los 1.300 años que van de 2500 a. C. al 1200 a. C. Para esta época, las sociedades mesoamericanas habían llegado a ser plenamente sedentarias, aunque como ocurriría a lo largo de la historia de la región, requerían complementar sus actividades económicas con pesca, caza, y recolección.

La ausencia de obras de gran envergadura, características de los grandes Estados de tipo despótico que vieron la luz en los siglos posteriores, indica que las sociedades del preclásico temprano debieron ser igualitarias. Esto no quiere decir que todos los individuos fuesen iguales. Las sociedades simples, como debieron ser las mesoamericanas en esta dilatada época, se encuentran organizadas sobre la base del parentesco, la división sexual del trabajo y la jerarquización con base en grupos de edad.

A lo largo del Preclásico Temprano, se encontraba inmersa en un proceso de diversificación cultural. En las diversas regiones que componen el área surgieron diferentes tradiciones culturales.

De igual manera, la diversidad ecológica fue un factor dominante en la especialización de las actividades económicas. Sin embargo, ningún grupo podía producir todos los insumos para su subsistencia. Por ello se formaron redes de intercambio comercial, incipientes en este periodo, y relacionadas con las preexistentes en el Cenolítico Superior, que permitieron a las sociedades involucradas en ellas disponer de recursos provenientes de regiones distantes.

El comercio tomó, desde entonces, un papel central en la conformación de la civilización mesoamericana. El intercambio comercial fue el vehículo que facilitó el intercambio cultural entre los mesoamericanos. En el Preclásico Temprano, sin embargo, prevalecen los estilos regionales (por lo menos como se observan en los restos arqueológicos correspondientes a la época), aunque es posible hablar de un

proceso civilizatorio incipiente (como lo llamaba Darcy Ribeiro), que había permitido que todas las culturas del área estuvieran basadas en la agricultura del maíz, y también había sentado los cimientos del sistema de creencias mesoamericanas, expresado en el culto a los elementos.

Durante este periodo, el tipo de asentamiento humano característico debió ser la aldea. Hacia el final de este horizonte algunas de ellas crecieron en población y llegarían a ser dominantes, como El Opeño en Occidente; Tlatilco, Coapexco y Chalcatzingo en el Centro; y San José Mogote en Oaxaca.

Una de las primeras manifestaciones de arquitectura monumental en Mesoamérica es el centro ceremonial de San José Mogote. Se trata de una aldea ubicada en el valle de Etla, uno de los Valles Centrales de Oaxaca. La aldea de Mogote (cuyo nombre original es desconocido) fue la más importante de las que se establecieron en la región, y tuvo su mayor apogeo hacia el final del Preclásico Temprano. Su declinación está claramente asociada con la construcción de Monte Albán, la capital clásica de los zapotecos, hacia el final del Preclásico Medio. Mogote era una aldea de agricultores, que controlaba la región central de Oaxaca (ocupada desde ese tiempo por los zapotecos) y mantenía relaciones con el área olmeca.

La Mixteca es una región compartida por los actuales estados de Oaxaca, Puebla y Guerrero. Se trata de una zona que presenta evidencias de una ocupación antiquísima. Durante el periodo Preclásico Temprano, el sitio principal de la región fue Yucuita (del mixteco yuku=cerro, e ita=flor, de donde su nombre significa Cerro de las flores), una aldea de unos pocos cientos de habitantes, fundada hacia el año 1400 a. C. La aldea contaba con una plataforma central de piedra, en torno a la cual fueron construidas las chozas de sus habitantes. Más tardío fue Monte Negro, contemporáneo de la Fase Monte Albán I, y una de las mayores aldeas protourbanas en la región de la Mixteca Alta.

Preclásico medio: La segunda parte del período que ahora nos ocupa es denominada Preclásico Medio, y comprende los siglos que van de 1200-400 a. C. Se trata de una época de intensos cambios tecnológicos, especialmente en los que respecta a la agricultura. En algunas regiones clave del territorio mesoamericano se construyen los primeros sistemas de irrigación o de control de aguas. En su libro sobre la agricultura mesoamericana, Palerm consideraba que la movilización de grandes cantidades de mano de obra para la realización de los proyectos hidráulicas es un indicio de una sociedad segmentada, con un Estado fuertemente centralizado.

En consonancia con Ángel Palerm, Alfredo López Austin y Leonardo Náuhmitl López Luján dicen que precisamente la estratificación social es una de las características principales de las sociedades del Preclásico Medio. Aparecen, asociados a estos sistemas hidráulicos, complejos ceremoniales de arquitectura monumental permanente, es decir, diseñados para perdurar en el tiempo. Los sistemas de irrigación aparecen primero en el valle de Tehuacán, Puebla, hacia el año 700 a. C.; unos cien años más tarde, en la cuenca lacustre de México; y por el año 400 a. C., en los Valles Centrales de Oaxaca. De modo paralelo a la modernización tecnológica de la agricultura, las especies cultivables asociadas a éste período aumentaron en repertorio.

La eficiencia de la agricultura tuvo redundancia en otros campos de la tecnología y economía mesoamericanas. De esta suerte, el Preclásico Medio es un período de especialización en los procesos productivos. Este fenómeno puede observarse a nivel interno de las diferentes sociedades, sin embargo, más importante es la especialización regional. Los pueblos mesoamericanos, como desde hacía mucho tiempo, habían explotado los recursos de su nicho ecológico, y habían tendido redes incipientes de intercambio. Pero en el Preclásico Medio, los excedentes producidos por la agricultura permitieron a una parte de la población ocuparse en actividades diferentes del cultivo. De este modo, se producían excedentes tanto agrícolas como en las manufacturas o la explotación de los recursos naturales por medio de la minería, caza, pesca.

Todo lo anterior no dejó de tener ciertas repercusiones en la estructura social, es decir, en el sistema de relaciones sociales. Aparecieron nuevos grupos, como los artesanos, y los comerciantes cobraron una presencia más importante. Además, como se había señalado antes, la sociedad en su conjunto se estratificó, y la clase dirigente (compuesta por la nobleza y los sacerdotes) se definió más claramente como un grupo separado del pueblo llano. Esto es posible saberlo por los restos encontrados en los entierros, por la relativa riqueza de las ofrendas funerarias, las representaciones icoógráficas, y, sobre todo, por la aparición de artículos suntuarios de procedencia foránea.

De hecho, en esta época, es posible observar que las élites regionales mantenían relaciones entre sí. La base de ellas era el comercio, pero desde luego que éste estaba acompañado de cierta actividad militar. En el estado actual de conocimiento de las sociedades mesoamericanas, no resulta fácil dar una respuesta adecuada al papel de los militares en las sociedades del Preclásico Medio. Sin embargo, como lo indican numerosos monumentos en Monte Albán, en las Tierras Bajas mayas y el área nuclear olmeca, es seguro que por lo menos estas tres regiones testificaron el expansionismo zapoteca, maya y olmeca.

Por otro lado, el proceso de urbanización incipiente en que se vieron inmersos algunas aldeas de Mesoamérica al ocaso del Preclásico Temprano, toma en esta fase sus características más claras. Las aldeas se convierten en ciudades, que repiten claramente la segmentación de la vida social en los tipos de construcciones (los de la élite suelen ser más suntuosos y duraderos que las viviendas populares). Las ciudades mesoamericanas fueron construidas con base en un plan concienzudo, que convirtió a los centros ceremoniales de esta etapa en verdaderos observatorios astronómicos. Los ejes principales están relacionados con puntos notables de observación astronómica que permitían a los sacerdotes predecir llevar una contabilización del tiempo. Sobresalen, como modelos urbanos de la época, las ciudades de La Venta, en Tabasco, y San José Mogote en Oaxaca.

Relacionados con los procesos de complejización de la vida social y la tecnología, aparecen la escritura y el calendario en Mesoamérica. La primera, desde sus inicios, transmite información política, y vinculados a ella, se encuentran registros cronológicos. Los sistemas de escritura mesoamericana más antiguos corresponden a la cultura zapoteca. Las inscripciones más antiguas proceden del Monumento 3 San José Mogote, y de las lápidas del Edificio de los Danzantes en Monte Albán, así como en las Estelas 12 y 13 del mismo sitio. Indican sucesos fechados en el año 600 a. C. Algunas de estas inscripciones están registradas sobre la base del calendario ritual de 260 días; otras contienen cargadores y signos de años, y posiblemente también ya incluyan símbolos nominativos de las veintenas en que los mesoamericanos dividían el calendario solar de 365 días.

Se solía pensar que la escritura y el calendario mesoamericanos habían sido desarrollos culturales de los antiguos mayas. sin embargo, hoy se sabe que éstos lo recibieron de los olmecas, quienes a su vez podrían haberlo tomado de los zapotecos. Incluso, la famosa Cuenta Larga del tiempo de los mayas y su numeración posicional con base veinte, apareció primero entre los olmecas de las selvas del golfo.

Durante este periodo tiene lugar el desarrollo de la cultura olmeca, que resume todos los desarrollos culturales de los mesoamericanos de aquel tiempo. De esta cultura son los primeros indicios de escritura y del uso de calendario. Debieron tener una estructura social muy compleja que les permitió desarrollar su escultura y arquitectura monumentales. Los principales sitios de esta cultura son La Venta, Tres Zapotes y San Lorenzo, ubicados en la llanura costera del Golfo de México. Estos sitios corresponden a la llamada área nuclear olmeca.

Sin embargo, se han encontrado objetos relacionados con esta cultura en diversos sitios de Mesoamérica, sin que se hayan clarificado hasta el momento las razones de estos hallazgos en lugares tan lejanos como Tibias (Costa Rica) y Tantoc (San Luis Potosí). Los hallazgos de objetos olmecas fuera del área nuclear son particularmente numerosos en las regiones del Centro y Guerrero. En la primera, son emblemáticos sitios como Tlatilco (estado de México), Chalcatzingo (Morelos) y Las Bocas (Puebla). Éste último es conocido porque durante la década de los setenta aparecieron en el mercado de arte precolombino numerosas figurillas, que supuestamente provenían del lugar, mismas que, después se supo, realmente tenían un origen incierto. Sin embargo, excavaciones realizadas en la década de 1990 revelaron la verdadera importancia de “Las Bocas” como una de las pocas aldeas de que se conserven restos en la actualidad.

Más problemática es la relación entre los olmecas y la región de Guerrero. Aquí se han encontrado por lo menos dos asentamientos que muestran indicios de ocupación humana como Teopantecuanitlán y Oxtotitlán , y otros varios donde aparecen muestras de la presencia olmeca, que podrían remitir a que, sitios como las Grutas de Juxtlahuaca hayan tenido una importancia ceremonial para los portadores de la cultura olmeca. Por otra parte, se presume que las relaciones de estos grupos con las áreas oaxaqueña y Maya contribuyó con el desarrollo cultural en esas regiones de las culturas zapoteca y maya.

Los hallazgos arqueológicos en la zona del istmo de Tehuantepec han permitido determinar que en aquélla región tuvo lugar un desarrollo temprano de la cerámica. La principal característica de la cerámica de esta región (datada entre el lejano 1800 y 1350 a. C.), es que a diferencia de sus contemporáneas del valle de Tehuacán y la costa de Guerrero, la cerámica de Barra, Locona y Ocós alcanza grandes alturas artísticas. Esto ha hecho suponer que los portadores del complejo mixe-zoque debieron haber mantenido contactos con los pueblos de Ecuador. La Tradición del Istmo habría penetrado desde el territorio Guatemalteco a la costa del Golfo, donde, en la confluencia de las culturas zapoteca, mixe-zoque y protomaya, habría florecido. Durante el período Preclásico Medio, la Gran Tradición del Istmo se extendió por la costa del Pacífico desde Tehuantepec hasta El Salvador. La cerámica de La Blanca en Guatemala es con mucho la más fina del Preclásico temprano y antecede por unos 600 años a la olmeca más temprana, a la cual Michael Coe, curador emérito del Museo Peabody de Harvard, llama una versión de campo de la mucho más sofisticada Cerámica de La Blanca, por otra parte las esculturas monumentales de la Cultura Monte Alto en el Pacífico de Guatemala, también anteceden por mucho a la olmeca.

Aproximadamente al inicio del Preclásico Medio, tuvo lugar en el Occidente de México l aparición de una tradición cerámica a la que Isabel Kelly dio el nombre de cultura Capacha. Se han encontrado restos de ella en Colima, Jalisco y Sinaloa. Los objetos más característicos de esta tradición son los tecomates decorados con incisión, y las vasijas con cintura, en ocasiones tan estrecha, que parecen dos vasijas, una colocada sobre la otra. Cuando la cultura Capacha tuvo su auge, el Occidente no formaba una unidad cultural bien definida, como sí ocurría con los pueblos de otras áreas, que se hallaban plenamente integrados entre sí y al sistema mesoamericano.

Preclásico Tardío o Protoclásico: La declinación de la cultura olmeca dio origen al periodo Preclásico Tardío (400 a. C.-150 d. C.). Se trata de una época de diversificación cultural y asimilación de los elementos olmecas en los sistemas culturales de cada pueblo. Con esa base dieron comienzo varias de las tradiciones más importantes de Mesoamérica. Sin embargo, Cuicuilco, en el sur del valle de México, y la Chupícuaro, en Michoacán, serían las más importantes. La primera llegó a convertirse en la mayor ciudad de Mesoamérica y principal centro ceremonial del Valle de México; y mantenía relaciones con Chupícuaro. La declinación de Cuicuilco es paralela a la emergencia de Teotihuacan, y se consuma con la erupción del volcán Xitle (circa 150 d. C.), que motivó la migración de sus pobladores al norte del valle de México. La cultura Chupícuaro es conocida sobre todo por su producción alfarera, cuyas huellas se han detectado por una amplia zona ubicada entre el Bajío y la cuenca lacustre.

Hacia el final del Preclásico había comenzado la planificación de las ciudades que llegarían a ser emblemáticas de Mesoamérica, como Monte Albán y Teotihuacan.

Período clásico: El Período Clásico de la civilización mesoamericana está marcado por la consolidación del proceso urbanístico que se venía gestando desde el Preclásico Tardío, lo cual ocurre hacia el siglo III d de J.C. Durante la primera parte de esta época, Mesoamérica será dominada por Teotihuacan. A partir del siglo VII d de J.C, esta ciudad comenzará un largo proceso de decadencia que permitirá el florecimiento de las culturas maya, zapoteca y de los llamados centros regionales del Epiclásico.

Los inicios del Periodo Clásico pueden fijarse alrededor del año 200 d de J.C. y su conclusión hacia el 900 d de J.C. Sin embargo, la cronología varía en cada área cultural. Los antecedentes de este periodo se hallan en la última fase del Período Preclásico, a partir del año 400 d. C., cuando gracias a un incremento en la eficiencia de las técnicas agrícolas, ocurrió una transformación en las sociedades de la época (crecimiento demográfico, mayor división del trabajo y especialización, y el incremento del intercambio comercial). Los cambios tecnológicos que hicieron posible esta transformación fueron condicionados por factores específicos de cada región mesoamericana. Una actividad importante para los mayas, zapotecas y teotihuacana fue la religión.

En este periodo tuvo lugar también una bifurcación de tradiciones en el área mesoamericana: una encabezada por Teotihuacan, y la otra por las ciudades mayas del sureste. Tal diferenciación es visible sobre todo en rasgos centrales del complejo mesoamericano, como el calendario y los sistemas de escritura. Uno y otros fueron llevados a su máxima complejidad en el Área Maya. De acuerdo con López Luján y López Austin (2001), si Teotihuacan, la ciudad más importante de la época, no desarrolló a fondo estos elementos culturales fue por el condicionamiento relativo al socio-político que privó en el Centro de México.

Lejos de lo que se suponía en buena parte de los primeros textos sobre las culturas del clásico, hoy se sabe que tanto Teotihuacan como los estados mayas fueron pueblos guerreros, aunque nunca al grado alcanzado por las culturas del Posclásico. La guerra parece ser un asunto central en la historia del Área Maya, como lo develan las estelas de la época y las representaciones iconográficas de escenas bélicas que se han descubierto en sitios como Bonampak y Toniná. En aquella región florecieron varias ciudades-estado hostiles entre sí. Por su lado, Teotihuacan no pudo haber llegado a ser el gran centro político y económico que fue sin hacer uso de la fuerza, como también lo atestigua la iconografía de la ciudad; aunque parece que las mismas dimensiones del poder teotihuacano libraron a la ciudad de hostilidades de otros Estados en competencia. Igualmente, Monte Albán se impuso en los Valles Centrales de Oaxaca por medio de acciones bélicas, según demuestran las estelas de conquista del Edificio J de esa ciudad.

El comercio jugó un papel importante como elemento de cohesión entre los mesoamericanos. Teotihuacan tuvo un papel importante como centro articulador de la mayor parte de los intercambios. Tras su colapso, la red comercial decayó también, tras lo cual surgieron centros regionales que no alcanzaron a tener la posición que había ocupado antes Teotihuacan.

Otro de los rasgos principales del clásico fue el urbanismo. Las ciudades eran cuidadosamente planificadas y trazadas. Las ciudades, además de ser centros administrativos y religiosos, fungieron como complejos productivos y nodos comerciales.

Como último dato, es necesario recalcar que en el clásico se cristalizaron la mayor parte de las deidades del panteón mesoamericano, y que la religión ocupó un lugar importante en la estructura social como auxiliar del poder político. Presumiblemente, el clero monopolizaba el conocimiento de la astronomía, la matemática, la escritura y hasta el comercio y la política.

En Mesoamérica no existen fuentes escritas sobre este periodo, por lo que el conocimiento principal lo ha proporcionado la arqueología. Existen textos mayas esculpidos y pintados, que se han identificado como cronológicos, astronómicos e históricos, aunque no son la fuente principal para el conocimiento de los mayas, pues están realizados en su compleja escritura jeroglífica, que aún está en proceso de desciframiento. El Clásico, que abarca del año 200 d. C. al 900 d. C., se caracteriza por un notable florecimiento cultural.

Período postclásico: Es la última etapa del desarrollo independiente de la civilización mesoamericana. Como los otros períodos de la cronología mesoamericana, el inicio de este período varía en el tiempo, aunque se suele señalar la caída de las ciudades-Estado del Epiclásico del centro de Mesoamérica como el principio del Posclásico. Sin embargo, en todas las áreas de Mesoamérica ocurrió un proceso de deterioro de las hegemonías regionales del Clásico que concluyó con el abandono de las grandes metrópolis, como Monte Albán en Oaxaca o las ciudades mayas de las Tierras Altas. Por otra parte, el Norte de Mesoamérica fue escenario de un desastre ecológico que implicó el abandono completo de esa región. Ante estos hechos, las migraciones fueron un fenómeno que marcó el inicio del Posclásico. Estos cambios sociales que marcaron a las sociedades mesoamericanas ocurrieron entre los siglos VIII y X d.C. El final del Posclásico ocurrió con la llegada de los españoles hacia la segunda década del siglo XVI. A partir de entonces ocurrió un proceso de transculturación que remodeló las culturas indígenas y sentó las bases de las culturas mestizas de México y Centroamérica.

Antiguamente, se solía presentar al Posclásico como una época dominada por Estados bélicos; en oposición con los pacíficos Estados del Clásico. Las nuevas interpretaciones de las evidencias arqueológicas sobre varios pueblos del Clásico —es el caso de los teotihuacanos y mayas— han dejado claro que la guerra también fue una actividad importante entre esas sociedades. Es especial la imagen de los mayas, a los que se solía imaginar como un pueblo gobernado por sacerdotes entregados a actividades intelectuales. En la actualidad, aunque se reconocen las diferencias entre las sociedades mesoamericanas clásicas y posclásicas, la oposición entre Estados militaristas y Estados teocráticos ha dejado de tener validez explicativa.

El Posclásico es el contexto histórico en el que florecieron pueblos como los mexicas y toltecas en el Centro; los mixtecos en Oaxaca; los tarascos en el Occidente; los huastecos en el norte de la llanura del Golfo de México; los mayas en la península de Yucatán y los pipiles en América Central.

Las sociedades del Posclásico mesoamericano siguieron desarrollándose sobre las mismas bases materiales que en tiempos anteriores. Esto quiere decir que la base de la economía siguió siendo la agricultura, sobre todo de temporal. Algunas regiones poseían mejores condiciones para el desarrollo de sistemas de irrigación que produjeran mejores resultados agrícolas, por ejemplo, en las riberas de los ríos o de los lagos. Algunas zonas con humedad baja desarrollaron también sistemas hidráulicos, con el propósito de aprovechar mejor los recursos hídricos existentes. Por ejemplo, en Tetzcuco se construyeron acueductos que sirvieron para llevar agua desde los manantiales de la Sierra Nevada tanto a la población como a las zonas de cultivo del señorío acolhua. Obras similares se realizaron en Loma de la Coyotera, en la región oaxqueña (Rojas Rabiela, s/f: 5). Mientras tanto, en Yucatán se desarrolló un sistema de cisternas excavadas en la roca madre de la superficie, llamadas chultunes, que tenían por objetivo la recolección de agua de lluvia y su almacenamiento (Zapata Peraza, 1989).

La cronología que con mayor frecuencia aparece en las obras dedicadas a la arqueología mesoamericana divide la historia de los pueblos indígenas prehispánicos en tres grandes períodos. Estos son llamados Preclásico, Clásico y Posclásico. Se han señalado muchas críticas a esta cronología. Aparecida en la primera mitad del siglo XIX, en el marco del Romanticismo europeo que tornaba su mirada con especial interés hacia el pasado, la cronología convencional para Mesoamérica toma como punto de referencia el esplendor de los mayas, expuesto a los ojos del mundo occidental gracias a las obras Incidents of travel in Central America, Chiapas and Yucatan e Incidents of travel in Yucatan, de John Lloyd Stephens y Frederick Catherwood. Los mayas, convertidos en “griegos del Nuevo Mundo”.

Desde el principio, los mayas constituyen el modelo de referencia a partir de los cuales se juzgará y se valorará a las demás culturas precortesianas al ritmo de su descubrimiento. todo aquello que surja cronológicamente después de los mayas llamará entonces “Posclásico” y todo lo imputable a un horizonte anterior a los mayas será bautizado con buena lógica “Preclásico”. Es evidente que esta tripartición cronológica, marcada a partir de las características de la civilización maya, no carece de un fuerte sustrato de apriorismo: lo que precede a los mayas necesariamente se presume como arcaico, y lo que le sucede es decadente.

Dos de los principales retos para los arqueólogos al momento de aplicar esta cronología convencional es la delimitación de los períodos que conforman la historia de precolombina de Mesoamérica, así como el problema que implica el hecho del desarrollo paralelo de diversos pueblos que convivieron en las distintas regiones mesoamericanas. En primer lugar, aparece el problema de cuándo comienza propiamente la historia de los pueblos mesoamericanos. Para algunos arqueólogos, esta historia inicia con la aparición de los primeros indicios de cerámica en Mesoamérica, la llamada cerámica Pox, alrededor del siglo XXV a. C. De acuerdo con esta visión, la cerámica es un indicador del avance del sedentarismo entre los pueblos mesoamericanos que, para ese tiempo, se habían convertido en sociedades agrícolas. La validez de los hallazgos de cerámica Pox en Puerto Marqués (Guerrero, México) ha sido cuestionada por arqueólogos que no comparten la cronología convencional mesoamericana, pero también por otros que la han empleado, como Michael D. Coe o Christine Niederberger.

Según Román Piña Chan, que fue uno de los arqueólogos mexicanos representantes de la llamada arqueología social. Como neo evolucionista, Piña Chán compartía con los principales teóricos de esta corriente antropológica —como Gordon Childe— la idea de que existe una relación entre el estilo de vida cotidiano de una sociedad, el modo de producción y las relaciones sociales derivadas de la necesidad de organización de un grupo para explotar los recursos de su entorno. Con base en su experiencia en la arqueología mesoamericana y orientado por el paradigma neo evolucionista, Piña Chán propuso una cronología para Mesoamérica que se alejaba en varios aspectos de la cronología tradicional. El principio del que partía el autor se condensa en las siguientes palabras: Todo grupo humano o sociedad obtiene de la naturaleza las fuentes de su vida, dominándola por medio de las energías de que dispone, según el grado de conocimientos y tecnología alcanzados en un momento determinado; y la forma de vida resultante y compartida por sus miembros evoluciona y cambia en el transcurso del tiempo, permitiendo nuevas transformaciones de la naturaleza y la sociedad. La cronología de Piña Chán está dividida en cuatro grandes períodos. A diferencia de la cronología tradicional para Mesoamérica, Piña Chán llevó el principio de la historia de la Mesoamérica precolombina hasta el milenio 30 a. C. (alrededor del año 30000 a. C.), que coincide con el fechamiento de los más antiguos restos humanos encontrados en México. A partir de este momento habría comenzado un largo período de adaptación al medio ambiente de la América Media que concluiría con el desarrollo de la agricultura y la consecuente sedentarización de los grupos humanos hacia el siglo L a. C. Hasta el siglo XII a. C., Mesoamérica viviría en una época donde las primeras comunidades sedentarias darían paso a aldeas y éstas a centros ceremoniales, lo que marcaría la aparición del Estado en Mesoamérica. De hecho, lo que la cronología tradicional suele encuadrar como la historia mesoamericana propiamente dicha, Piña Chán la dividió en dos grandes períodos. Se trata de las épocas denominadas Pueblos y estados teocráticos —ss. XII a de J.C. al IX d de J.C. y Pueblos y estados militaristas —ss. IX-1521—.

Las principales críticas que se han formulado a esta cronología corresponden a dos puntos. Por un lado, Enrique Nalda señala que el sedentarismo no podía haber arraigado entre los habitantes de Mesoamérica alrededor del siglo L a. C., puesto que sólo en algunas zonas existen indicios de agricultura. De acuerdo con la evidencia arqueológica, la práctica de esta actividad no habría sido tan intensiva que permitiera sostener a un grupo humano sin recurrir al forrajeo (cacería y recolección). Por otra parte, Piña Chán cayó en el mismo error de Eric Wolf al concebir como teocracias a los estados que se desarrollaron en el tercer período de su cronología —correspondiente al Preclásico y al Clásico en la cronología tradicional— y como estados militaristas a los que florecieron entre los siglos X y XVI —el Posclásico de la cronología convencional—. Como las investigaciones arqueológicas han mostrado posteriormente, todas las sociedades mesoamericanas, desde los olmecas hasta los mexicas, tuvieron actividad belicosa.

Según Piña Chan la cronología sería así:

Período de recolectores y cazadores nómades (que va desde los años 30000 a. de J.C. al 5000 a. de J.C): Se divide en dos períodos, a saber:

Período preagrícola (30000 al 7000 a. de J.C): Se dan los primeros indicios de ocupación humana en Mesoamérica, en las ciudades de El Cedral (San Luis Potosí), Tlapacoya (estado de México) y Mujer del Peñón (Distrito Federal). Se difunde la cultura Clovis La subsistencia se da a partir de la caza y recolección.

Período protoagrícola (7000 al 5000 a. de J.C): Se ven indicios de agricultura incipiente, entre ellos, de la domesticación de la calabaza (Cucúrbita pepo) y el guaje (Lagenaria siceraria). Se depende de los productos obtenidos de la caza y recolección obliga a la constante movilización de los grupos humanos. Se domestica el maíz (Zea mays), el frijol (Phaseolus vulgaris) y el chile (Capsicum annuum).

Período de comunidades sedentarias o sociedades de jefatura (5000 al 1200 a. de J.C):

Agrícola incipiente (5000 al 2000 a de J.C): Aparecen los primeros asentamientos netamente sedentarios, dependientes de la agricultura. También se ven las primeras manufacturas cerámicas en Puerto Marqués (cerámica Pox) y el valle de Tehuacán (fase Purrón). Aparecen las aldeas sedentarias, con escasa diferenciación del uso del espacio. Se consolida la producción cerámica.

Agrícola aldeano (2000 al 1200 a de J.C): Aparecen las aldeas sedentarias, con escasa diferenciación del uso del espacio. Se consolida la producción cerámica.

Período de pueblos y estados teocráticos. Aparición del Estado en Mesoamérica (1200 a. de J.C. al 900 d. de J.C):

Aldeas y centros ceremoniales (s. XII a de J.C. – II d. de J.C.): Aparecen los primeros centros ceremoniales de importancia regional, entre ellos Cuicuilco, Tlatilco y Tlapacoya. Los asentamientos mesoamericanos crecen en tamaño y población sin llegar a ser verdaderas ciudades: los más importantes de estos centros tienen una función principalmente religiosa y la vida en los poblados conserva varias características del modo de vida en las aldeas. Florece la cultura olmeca en La Venta, Tres Zapotes y San Lorenzo. Se funda las ciudades de Teotihuacan, Monte Albán e Izapa.

Centros urbanos (s. III – IX): Florecen los antiguos centros ceremoniales, que se convierten, casi todos ellos, en verdaderas ciudades con una alta especialización espacial. Hay urbanismo y arquitectura monumental. Florecen los estados teocráticos en Teotihuacan, Monte Albán y la región maya. Se fortalecen las redes mesoamericanas de intercambio comercial. Se dan las primeras migraciones chichimecas hacia el final del período.

Período de pueblos y estados militaristas: Se subdivide en:

Ciudades y señoríos militaristas (s. IX-XIII d de J.C.): Florecen los estados militaristas de carácter regional en Tula, la península de Yucatán y la Mixteca.

Señoríos y metrópolis imperialistas (s. XIII-1521): Florecen los dos grandes pueblos imperialistas de Mesoamérica: los tarascos en Michoacán y los mexicas en el valle de México. Concluye la civilización mesoamericana con la conquista española.

Christian Duverger es uno de los autores más críticos respecto a la cronología que tradicionalmente se emplea en la arqueología y la historiografía de Mesoamérica. Para este autor, la historia de Mesoamérica no comienza con la aparición de la cerámica, desarrollo tecnológico sobre el que expresa una reticencia a aceptar como válidos los descubrimientos de Puerto Marqués (la llamada cerámica Pox) y la fase Purrón propuesta por Robert Mac Neish para el Valle de Tehuacán. Ambos hitos han sido datados tradicionalmente a mediados del tercer milenio antes de la era cristiana, pero en circunstancias que a decir de algunos especialistas, incluidos el propio Duverger y Christine Niederberger (2005), son “sospechosas” o “insuficientemente sustentadas”. Sobre el caso de las primeras tradiciones cerámicas del Occidente, Duverger considera que poseen una antigüedad mucho menor de la que se supone —por citar un ejemplo, ubica la cerámica de la cultura Capacha en el siglo VIII a. C.,[8] en contraste con la fecha fijada por Isabel Trusdell Kelly, correspondiente al siglo XV a. C.[9] —, amén que no pueden considerarse como desarrollos propiamente mesoamericanos, puesto que el primer marcador de la civilización de Mesoamérica es la difusión de los rasgos culturales que se identifican con la cultura olmeca.

De acuerdo con la propuesta de Duverger, la historia prehispánica de Mesoamérica se divide en cinco épocas, que corresponden cada una con el florecimiento y difusión panmesoamericana de ciertos estilos bien conocidos a partir de los materiales arqueológicos de la región. La propuesta de Duverger pretende dar cuenta de la continuidad de la civilización mesoamericana —desde el siglo XII a. C. hasta 1521— en contraste con la cronología tradicional —que, de acuerdo con el autor, privilegia las rupturas— recurriendo a la idea de que toda la historia precolombina de Mesoamérica puede resumirse en un proceso de mestizaje en el que gradualmente se van imponiendo los rasgos culturales propios de los pueblos nahuas, a los que concibe como el “cemento” de la civilización mesoamericana. Su cronología es minoritaria, como la de Piña Chán, es una propuesta que no ha logrado desplazar la cronología clásica para Mesoamérica.

Según Christian Duverger la cronología sería así:

Primer período u horizonte olmeca (desde el s. XII al VI a de J.C): se difunde el estilo olmeca por toda el área mesoamericana, que excluye el Occidente y una parte del Centro de México. Se desarrolla la escritura y el calendario de 260 días. Se desarrolla la lapidaria y la talla de pequeñas piezas de jade. Se rinde culto al jaguar, como deidad de la dualidad agua-fuego. La región con mayor actividad cultural en Mesoamérica es el norte del Istmo de Tehuantepec.

Segundo período o de florecimientos regionales (s. V a de J.C. al II d de J.C): Desaparece el estilo olmeca. Aparece la cuenta larga mesoamericana. Florece la cultura epiolmeca. Cabezas colosales de La Venta, San Lorenzo y Tres Zapotes. Florecen las culturas de Takalik Abaj, Kaminaljuyú, Izapa y Chiapa de Corzo en la Costa del Pacífico Sur. Se inicia la construcción de Cholula, Teotihuacan y Monte Albán. Se da un expansionismo protozapoteco. Se da una débil mesoamericanización del Occidente. Cuicuilco queda fuera de la tradición mesoamericana, aunque sus rivales en el Valle de México, como Teotihuacan, Tlatilco y Tlapacoya muestran una fuerte presencia nahua.

Tercer período o de Mesoamérica bipolar (s. III al VIII): Se ve un predominio nahua-teotihuacano en Mesoamérica. Florecen Monte Albán y Cholula como parte de la esfera nahua. Arquitectura monumental mesoamericana. Aparición de otras culturas mesoamericanas con fuertes componentes nahuas (cultura Mezcala, cultura totonaca). Emergencia de la cultura maya. El mundo maya disputa la hegemonía mesoamericana a los nahuas del Centro de México. Desarrollo de la escritura jeroglífica maya, perfeccionamiento maya del calendario mesoamericano. Se da la mesoamericanización de Occidente que conlleva la desaparición de la culturas de Colima, Jalisco y Nayarit. Michoacán muestra una gran resistencia a la nahuatlización. Se produce el declive del predominio nahua en Mesoamérica. Ruina de Teotihuacan y Monte Albán. Presencia breve de los mayas en el Altiplano Central (Xochicalco, Cacaxtla). Se produce el declive de la cultura maya.

Cuarto período u horizonte Tolteca (S. IX al XIII): Cambia el componente nahua predominante en Mesoamérica, ahora son los toltecas quienes imponen su hegemonía. Toltequización de los mayas. Florece la cultura mixteca, grupo toltequizado de Oaxaca. Por primera vez, la región Huasteca se integra en Mesoamérica. La civilización mesoamericana se extiende definitivamente hacia los pueblos occidentales y hacia el sur, sobre América Central, abarcando una parte de los territorios de Nicaragua y Costa Rica, donde se encuentran poblaciones nativas de habla otomangueana. Se dan innovaciones en la cerámica (tipos Tohil plomizo y Mazapa) y en la arquitectura (introducción de la columnata y el techo plano). Aparece la metalurgia, probablemente importada desde Colombia, Panamá y Ecuador. Se difunde el culto a Quetzalcóatl.

Quinto período u horizonte azteca (s XIV al 1519): Se expande la cultura azteca. Penetra la cultura mesoamericana en Michoacán, tanto por la nahuatlización de la costa como por el mestizaje de la cultura tarasca. Se da el dominio directo de México-Tenochtitlán y sus aliados de la Triple Alianza (Tetzcuco y Tlacopan) sobre un amplio territorio y una población multiétnica. Existen grupos nahuas en Centroamérica, como los pipiles, que son independientes del poder azteca.

Cultura olmeca

Esta cultura, a la que muchos autores consideran como “cultura madre de Mesoamérica”, tanto por su antigüedad como por la extensión de su influencia, tuvo su punto central en la costa Sur del Golfo de México, entre Tabasco y Vera Cruz. Su Desarrollo se da entre los años 400 y 300 a de J.C. y su área de irradiación influye en las culturas vecinas contemporáneas, creando un verdadero “horizonte olmeca” que está presente durante gran parte del período preclásico y en una vasta área, que llega por el Noroeste hasta Teotihuacán, al Oeste a Monte Albán y hacia el Sudoeste a Chiapas y Guatemala.

Con respecto al origen de esta cultura. Se ha planteado un problema entre los estudiosos, ya que el mismo constituye un enigma. Los primeros vestigios olmecas se descubrieron en la zona de Vera Cruz – Tabasco. Posteriormente, se detectaron los principales yacimientos que son, a saber, Tres Zapotes, La Venta. San Lorenzo y Cerro Las Mesas. Las obras de estos yacimientos denotan una perfección tal que es difícil creer que estas sean las primeras manifestaciones de una cultura: es posible suponer que debe haber obras de mayor antigüedad que no han sido descubiertas aún. Hasta tanto no se tengan elementos que permitan reconstruir la formación de la cultura olmeca, se lo ve como un pueblo que irrumpe en el panorama mesoamericano con un grado total de madurez, con una sociedad organizada, religión compleja, cultivo del maíz, sistema numérico y de datación (calendario), creación de monumentos conmemorativos, escultura monumental y escritura (notas que serán luego comunes a todas las culturas de Mesoamérica).

La ciudad sagrada, eje de la comunidad, aparece también por primera vez entre los olmecas. Se trata de una gran plaza central rodeada de plataformas y pirámides. Esta disposición responde a las necesidades del culto, ya que este transcurría la aire libre y en presencia de una gran multitud de fieles. También se inicia aquí otra costumbre que se haría extensiva a toda Mesoamérica y es la de superponer en períodos regulares estructuras arquitectónicas. Esto responde a necesidades mágico – religiosas y no a un planteo arquitectónico, ya que la primera estructura suele estar intacta dentro de la segunda, y así sucesivamente.

El primer centro ceremonial de Mesoamérica fue la ciudad de La Venta, cuya plaza está rodeada de plataformas escalonadas. El conjunto se extiende sobre un eje direccional Norte – Sur que mide 2 Km. de largo.

En el extremo Norte se encuentra un montículo que mide 1.20 m x 70 mts x 32 mts en el que se hallaron 3 tumbas que guardaban importantes elementos de jade y esculturas del Dios Jaguar. Con respecto al jade, es necesario señalar que tanto los olmecas como las culturas que lo sucedieron lo consideraban como un elemento sagrado y no un simple material de trabajo, ya que el intenso color verde de esta piedra atraía y provocaba la lluvia que beneficiaba los cultivos.

En cuanto a La Venta, una de las plataformas rectangulares tiene en su parte superior un espacio cuadrangular determinado por la sucesión apretada de columnas basálticas, de tal manera que imposible el paso al interior (para poder penetrar se tuvo que derribar una de sus columnas). Todo este espacio cuadrado está recubierto por un grueso pavimento, bajo el cual se encontró una cruz formada por hachas ceremoniales, cuyos brazos indican los cuatro puntos cardinales, y una máscara de jaguar de gran tamaño, constituida por miles de fragmentos de piedra serpentina verde (teselas), que componen un mosaico y coronado por un tocado integrado por 4 rombos. Esta figura está empotrada en un pavimento de color rojo y amarillo, que permitía que resaltara el color verde del Dios – Jaguar. Además se encontraron también infinitos objetos votivos, cuentas, esculturas y hachas de jade.

El pensamiento mágico de los portadores de esta cultura se pone de manifiesto aquí claramente, ya que este magnífico mosaico de grandes valores plásticos para nosotros, tenía para los olmecas un significado exclusivamente mágico – religioso, puesto que después de ser realizado fuer herméticamente resguardado de la mirada de la comunidad por medio del pavimento y de las columnas basálticas. No era necesaria la presencia física del Dios para que su poder se hiciera efectivo; posiblemente los sacerdotes serían los intermediarios entre el Dios y el pueblo y serían quienes detentaban, en parte, el poder divino.

La escultura olmeca es especialmente antropomorfa; estilísticamente en todas las obras olmecas hay una unidad que las hace inconfundibles con respecto a las culturas de su misma área y época. De la temática de estas esculturas se puede sacar conclusiones sobre su concepción religiosa:

Por la forma obsesiva con la que es representado el Dios Jaguar, parecería ser el Dios creador, participando a la vez de caracteres divinos y terrenos: esto estaría confirmado por ciertas esculturas que representan coitos del Dios con una figura femenina.

Hay muchos personajes que tienen rasgos felinos y que posiblemente representarían a los sacerdotes dedicados al culto del Dios Jaguar: dichas figuras se repiten infinitamente, ya sea en altares, esculturas de bulto, o figuras de cuerpo entero, estelas o pequeñas esculturas de jade, jadeíta, serpentina o calcita.

La escultura olmeca está caracterizada por ciertas manifestaciones, estas son:

1) Cabezas megalíticas: Las cabezas megalíticas de La Venta (Villa Hermosa) están esculpidas en enormes bloques de piedra de hasta 3 mts. de altura y de varias toneladas de peso. La mayor de estas cabezas mide 3 mts de altura y 6 mts de base. Todas ellas se hallan dispuestas en lugares especiales, posiblemente delimitando un espacio mágico. Aunque representan un mismo personaje, y responden a un canon estilístico determinado no hay 2 iguales: ciertas notas de expresividad las hacen inconfundibles y las individualizan: ferocidad, placidez, alegría, expresión mística, etc. En resumen, las características esenciales de estas cabezas son:

La “petricidad”, puesta de manifiesto por la levedad con que es desbastado el inmenso bloque pétreo en su contorno.

Formas redondeadas y bien marcadas, de extrema sensualidad. Los rasgos faciales denotan una exacerbación expresionista que en su mayoría habla de un estado de ánimo de preocupación dado por el ceño fruncido, la mirada inquisitiva, las aletas de la achatada nariz tensas y palpitantes los ojos oblicuos, la sensual boca de labios abultados con un rictus que contrae la comisura de los labios hacia abajo: “boca de jaguar”.

La textura lograda en la piedra da una sensación vibrátil, de real epidermis, y es que los olmecas supieron, como ningún otro artista, sacar partido de las calidades y texturas de las diferentes piedras que usaron, así como también supieron aprovechar expresivamente su brillo, dureza y color.

2) Altares votivos: consisten en bloques de piedra rectangulares, trabajados en una combinación de escultura de bulto y relieves. El tema más frecuente está representado por un sacerdote, sentado a la manera de las figuras budistas emergiendo de las fauces del Dios Jaguar. Este Dios ocupa totalmente la superficie del bloque y aparece de un modo sumamente estilizado, que tiende a la abstracción. Todos los elementos significativos (garras, colmillos, ojos) están dispuestos simétricamente con respecto a un eje central que pasa por el centro de la cara anterior del altar, donde está hecha la hornacina o hueco, que representa la boca del Dios y en la que se halla la figura sentada del sacerdote. Esta figura rompe con la simetría del conjunto, ya que ambos trazos se encuentran en diferentes posiciones. A diferencia de la figura del Dios, el sacerdote está relacionado de acuerdo con un cañón realista. Todos encontrados en medios de la selva, en lugares en que las canteras de piedra más próximas estaban a más de 100 Km.

3) Figuras de pequeño tamaño: Generalmente representa figuras humanas en piedras semipreciosas. Son rechonchas, de miembros cortos, cuerpos voluminosos y rostros chatos, que se achican hacia arriba y cuya expresión responde a la boca de jaguar. Como los rostros son muy redondez y con aspecto infantil se les ha llamado también “baby face” o “cara de niño”. Todas ellas son de gran simplicidad formal y de una carga expresiva muy acentuada. Los principales y más valiosos testimonios que han llegado a nuestros días de la cultura olmeca son de carácter escultórico y se señala como característica importante que, tanto en la escultura como en el bajorrelieve, los cánones que rigen la representación humana (no así la de los Dioses) se aparta de la rigidez de las convenciones que habíamos señalado como propias del arte precolombino. Y no se puede cerrar este panorama sin hacer mención a la magnífica estatua del Luchador, proveniente de Vera Cruz; esta escultura presenta a la figura en un escorzo que le confiere una fuerza expresiva y una tensión dinámica que, conjugada con el juego de espacios y volúmenes que determinan la posición de brazos y piernas, hacen que constituya una pieza inusual en otras culturas americanas.

El centro de Tres Zapotes se halla en una planicie al pie de grandes volcanes. No se encuentran allí edificios imponentes y los vestigios se reducen a montículos de tierra, a veces recubiertos de piedra o mampostería. Por lo tanto lo relevante allí no es la arquitectura sino la escultura. Se hallaron esculturas de bulto de tamaño colosal y generalmente antropomorfas, como una estatua cuya cabeza lleva una gran máscara de jaguar. Otro hallazgo importante es un sarcófago monolítico de 1.6 m de largo x 1 m de ancho; sobre su superficie hay un grabado en espiral que representa serpientes entre las cuales se ve gran cantidades de figuras humanas armadas de lanzas y cubiertas de yelmos, trabadas en combate. Es importante destacar que es posible ubicar en el tiempo esta etapa de florecimiento de Tres Zapotes gracias a una estela denominada “C”, que tiene una inscripción correspondiente al año 31 a de J.C. Otra fecha inscripta en una estatuilla de jade que representa a un personaje de rasgos humanos y pico de pato, señala el año 162 a de J.C.

En la actualidad se discute si los orígenes de la cultura olmeca se encuentran en la costa del Golfo de México o corresponden a la tradición del Itsmo de Tehuantepec, que se ha formulado durante las fases Locona y Ocós. En cualquier caso, está identificada en algunos sitios de la fase Bari (1.400-1.150 a.C.) en torno a La Venta y en Ojochí (1.500-1.350 a.C.), Bajío (1.350-1.250 a.C.) y Chicharras (1.250-1.150 a.C.) de San Lorenzo, a lo largo de las cuales se pasa desde los característicos poblados Ocós a la planificación de un gran centro ceremonial, en cuyos registros aparecen objetos ceremoniales y de status: figurillas huecas con engobe blanco, cerámica confeccionada con caolín y objetos de piedra verde, que se pueden considerar antecedentes directos de las formas olmecas; de ahí que se haya denominado a esta fase como Proto-olmeca o, también, Olmeca I.

La gran civilización olmeca tuvo lugar a lo largo de Olmeca II (1.150-400 a.C.), que incluye el florecimiento y decadencia de San Lorenzo (1.150 a 900 a.C.) y de La Venta (900-400 a.C.). Algunos investigadores han interpretado la existencia de dos amplios horizontes de uniformidad cultural en Mesoamérica sobre la base de estos dos desarrollos, lo que implicaría la valoración de la cultura olmeca como la cultura madre de las civilizaciones mesoamericanas; sin embargo, las posturas actuales sobre este particular están muy enfrentadas, y hoy se duda de la existencia de estos dos horizontes.

Se han identificado al menos dos sistemas de producción de alimentos: uno de recolección intensiva y de caza, y otro agrícola que aprovechó tanto las orillas de las cuencas fluviales y de los pantanos anualmente inundados -y que permitieron la obtención de dos cosechas por año-, como de las zonas menos irrigadas que tuvieron tan sólo un cultivo anual. El sistema agrícola fue de tumba y quema, y en ocasiones estuvo complementado por productos piscícolas de río y de estuario. La colonización de este tipo diferencial de tierras y posibilidades de subsistencia se considera el origen de la desigualdad social, de manera que aquellos que ocuparon las márgenes de los ríos se convirtieron con el tiempo en la elite que gobernó en los centros olmecas.

Los asentamientos más complejos fueron los centros ceremoniales, que actuaron como ciudades en el orden social, económico, político e ideológico. En ellos, los edificios se construyeron de tierra y adobe, y se repellaron también de adobe y arcilla, dada la carencia de rocas duras en el área, a excepción de las alejadas Montañas Tuxtlas que tenían grandes canteras de basalto. Con ella construyeron inmensos montículos y plataformas en los que instalaron templos y edificios públicos. Estas edificaciones se levantaron siempre en torno a patios, sentenciando así un patrón de asentamiento básico en la vida mesoamericana, que afectó tanto a los minúsculos conjuntos habitacionales como a las ciudades más densas.

Rodeando los grupos más voluminosos de los centros ceremoniales se construyeron plataformas de tierra más pequeñas para sustentar las chozas campesinas de carácter perecedero (paredes de palos y barro techadas con hojas de palma).

La construcción de centros tan impresionantes como San Lorenzo, La Venta, Laguna de los Cerros y Tres Zapotes, pone de manifiesto el poder alcanzado por los dirigentes olmecas, que tuvieron que organizar la fuerza de trabajo de miles de personas para mover millones de m3 de tierra. Estos edificios se embellecieron con piedras bien cortadas y fueron drenados por canales internos hechos con piedra basáltica, que recorren los patios y desaguan fuera de la ciudad. Asimismo, en el caso de San Lorenzo nueve grandes cabezas colosales representando otros tantos gobernantes fueron colocadas en las zonas centrales del sitio. Al final, la ciudad fue saqueada, la escultura monumental mutilada y enterrada, y alguna de ella pudo haber sido trasladada al sitio de La Venta. La destrucción de las imágenes de sus líderes indica problemas de naturaleza política y religiosa, aunque algunos investigadores defienden prácticas destructivas cíclicas de naturaleza ritual. Tras la caída de San Lorenzo, La Venta es el centro principal, alcanzando una superficie cercana a las 200 ha. El sitio, construido de arcilla y adobe, se orientó en torno a un eje básico desviado 8° al oeste del norte, a lo largo del cual se emplazaron las más grandes plataformas que sostuvieron templos y edificios de elite construidos con materiales perecederos. Limitando este eje por el norte se construyó el Complejo C, que contenía una impresionante pirámide en forma cónica de 30 m de altura y 128 m de diámetro. Más al norte, el Complejo A se distribuye a lo largo de dos largas plataformas que dejan en medio un patio interior, que sostuvo en el pasado una hilera de columnas de basalto. Esta orientación norte-sur estuvo sancionada por una serie de ofrendas y enterramientos que se dispusieron en los patios y las estructuras a lo largo de este eje.

En La Venta se ha hallado una cantidad abundante de escultura monumental, tanto en superficie como enterrada. Algunas piezas fueron también cabezas colosales, pero sobre todo estelas y grandes altares, tronos de basalto y otras esculturas confeccionadas en bulto redondo. Muchas de ellas estuvieron acompañadas en las ofrendas por objetos rituales en jade, pirita y cerámica. La decadencia de La Venta, una ciudad que en el momento de su esplendor pudo albergar 18.000 habitantes, se produce hacia el 400 a.C.

El último centro de civilización olmeca fue Tres Zapotes, el cual es muy desconocido hasta el momento, aunque claramente fue contemporáneo con los anteriores y les sobrevivió. En su zona nuclear se encontraron 50 montículos agrupados, así como una cabeza colosal y la Estela C, que contiene una fecha de estilo maya de 3 de septiembre del año 32 a.C.

El medio fundamental por el que los olmecas expresaron su ideología fue la escultura monumental, trabajada en bulto redondo y en bajo relieve. El motivo principal fue el retrato de los gobernantes, que nos remite a una sociedad jerarquizada en dos segmentos. Los dirigentes olmecas fueron representados por medio de colosales cabezas de piedra basáltica obtenida en las Montañas Tuxtlas, distantes unos 80 Km. de San Lorenzo; el inmenso peso de cada pieza y el esfuerzo energético requerido para obtenerlas y llevarlas a la ciudad es otra evidencia, junto con la arquitectura pública, de la estratificación social olmeca y del poder que adquirieron sus gobernantes.

También gran relevancia obtuvieron los denominados altares de piedra, en realidad tronos, que se encuentran tanto en el área metropolitana como en zonas de influencia olmeca. En ellos se representaron varios temas recurrentes que documentan la visión del mundo, las divinidades y las prácticas rituales de este pueblo del Golfo de México. Uno de ellos es la presentación de un pequeño hombre jaguar (were-jaguar) por medio de un adulto; en otras escenas los adultos llevan en brazos al pequeño hombre jaguar. Coe ha interpretado estas figuras como la principal deidad olmeca, identificada con los dioses de la lluvia de amplia tradición en la civilización mesoamericana; aunque también se les ha considerado como la expresión de un viejo mito que delega la creación de la Humanidad en la cópula del jaguar con una mujer, y origina un tipo ideal de hombre caracterizado por sus rasgos de jaguar. Evidencias para esta teoría se hallan en tallas de Laguna de los Cerros y de Río Chiquito.

También existen representaciones de actividades militares por medio de guerreros armados. El hallazgo casual de estos motivos en áreas de la periferia olmeca ha hecho sospechar a los estudiosos la naturaleza violenta de la expansión olmeca a otros sitios de Mesoamérica; sin embargo, los ejemplos que tenemos son escasos. Junto a ellos, destacan figuras de significado político y ritual como ceremonias de acceso al trono y de legitimación dinástica. Algunos de ellos se vieron incluso acompañados de signos interpretados como prototipos de escritura jeroglífica.

Muy útil para comprender la sociedad olmeca resulta la pintura mural, aunque ésta se encuentra fuera del área metropolitana. En Oxtotitlan y Juxtlahuaca existen escenas de ceremonias de la elite, con una figura principal sentada sobre un altar.

Al margen de la escultura monumental, los olmecas crearon un sofisticado arte portátil, fundamentalmente en jade, pero también en pirita e ilmenita, minerales con los que confeccionaron espejos. En jade el motivo principal fueron los were-jaguar, junto con hachas en las que se grabaron hombres, perforadores para ceremonias de autosacrificio y máscaras funerarias.

Las relaciones del pueblo olmeca con el exterior han sido objeto de fuerte controversia. Su expansión a Mesoamérica pudo estar conectada con el ascenso de un pequeño grupo dirigente sancionado por la divinidad, y por el acceso diferencial a los productos existentes en el área metropolitana. Para manifestar su poder y prestigio, demandaron artículos exóticos y estratégicos, por medio de los cuales, y de su redistribución, aumentaron de manera paulatina la desigualdad de la sociedad. Para mantener esta estrategia, hubieron de poner en funcionamiento, y potenciar allí donde ya existía, una enorme red de intercambio y de comunicación interélites, que en su momento de máximo apogeo alcanzó 2.500 Km. desde el centro de México a Costa Rica. Como es natural, en un territorio tan amplio la relación fue muy variable y en muchos casos aún no está determinada con rigor. En principio, se estableció con grupos ya evolucionados, que estaban en condiciones de captar los complejos elementos olmecas y que a su vez disponían de materias primas o se asentaban en puntos estratégicos de vital importancia para el desarrollo económico del área metropolitana. Es así como se ha detectado la influencia olmeca en Tlapacoya y Tlatilco (Cuenca de México), en Las Bocas y Chalcatzingo (Morelos), en Oxtotitlan y Juxtlahuaca (Guerrero), en San José Mogote (Oaxaca), a lo largo de los ríos San Isidro y Grijalva y de la costa chiapaneca, en sitios como Pijijiapan, Batehon, Xoc, Tzutzuculli y Tonalá; y su expansión por la llanura costera del Pacífico de Guatemala y El Salvador, en sitios como Abaj Takalik, Monte Alto, El Baúl y Chalchuapa.

En estos centros podemos detectar rasgos olmecas, que a veces consisten sólo en pequeñas figurillas, en otras ocasiones cerámica y arte portátil, en algunas escultura monumental, y en las menos arte mural que, sin duda, requirió el traslado a tales lugares de artistas olmecas y la comprensión del mensaje representado por parte de las poblaciones nativas. Obsidiana, jade, caolín, pirita y tal vez cacao y otros productos perecederos, fueron requeridos por un pequeño grupo asentado en el poder en los centros del área metropolitana. Estas materias primas fueron transformadas en dichos centros, de manera que es muy posible la existencia de especialistas a tiempo completo desde la época de San Lorenzo. Los objetos ya acabados fueron repartidos entre la gente de alto status y resultaron de vital importancia para emprender grandes obras en arquitectura y escultura monumental.

Con esta situación ventajosa, los olmecas difundieron, y en ocasiones inventaron, gran parte del equipo cultural utilizado y reformulado por otras civilizaciones de Mesoamérica. No hay duda de que sus relaciones con esta área cultural fueron simbióticas, y que ellos también adquirieron rasgos procedentes del exterior, pero tampoco debe dudarse de que jugaron un papel importante en la evolución de la civilización mesoamericana.

Cultura de Zacatenco

Sus portadores ocupaban las orillas fértiles y pantanosas del lago Texcoco. La mayor parte de los restos de esta cultura proviene de hallazgos realizados en basurales donde, además de múltiples residuos y desechos de la vida diaria, se hallaron entierros con ricos ajuares funerarios, que proporcionan los principales materiales para el estudio de esta cultura.

La base económica de estas poblaciones es la agricultura y está atestiguado el cultivo del maíz y el algodón. Sin embargo, sigue ocupando un lugar importante la caza de aves y animales salvajes que moraban en los bosques cercanos. A pesar de la simplicidad de los instrumentos, la industria lítica ocupa un lugar importante en la tecnología de estos pueblos. Trabajan la obsidiana, el pedernal y la serpentina, con la que confeccionaban martillos, cuchillos, raspadores, perforadores, puntas de proyectil y metales. También son significativos el trabajo del hueso y la madera. Sin embargo, el elemento más significativo y principal de esta cultura es la cerámica. Se puede distinguir 2 tipos de cerámica:

Utilitaria: Esta cerámica presenta caracteres muy simples y poco elaborados. Las formas son irregulares: se trata, en su mayoría, de vasijas de base globular para almacenar agua o semillas, pero se encuentran también platos con ollitas de cuello, cuencos y jarras. Es una cerámica predominantemente monocroma (blanca, negra o rojiza) y su decoración, cuando aparece, consiste en motivos geométricos incisos o pintados.

Figurillas con significado mágico – religioso: La aparición de estas figurillas de arcilla es, quizás, el rasgo más importante de esta cultura, iniciando una tradición que se prolongará y perfeccionará a lo largo de todo el período preclásico. Se trata de figurillas femeninas relacionadas, sin duda, con ritos de fertilidad. De aspecto burdo, estas figurillas, cuya altura no supera los 15 cm, estan realizadas mediante la técnica del pastillaje, es decir agregando trocitos de arcilla sobre un núcleo central y remarcando luego los detalles mediante incisiones realizadas con un punzón, un palito o, simplemente, con la uña. Aparecen siempre desnudos y con un marcado desarrollo de los muslos y de los órganos femeninos: la cabeza es de gran tamaño, con rasgos muy detallados y esta coronada con un complejo tocado.

Situada al Norte de la Ciudad de México, se encuentra la zona arqueológica de Zacatenco; que data de unos 100 años antes de Jesucristo. Las primeras exploraciones se efectuaron en 1920; y está catalogada como una de las culturas más hondas del Valle de México a 3 metros del suelo actual en una serie de estratos se hallaron restos humanos, estatuillas, cerámica y objetos de obsidiana; todos ellos demuestran ser ofrendas funerarias. Abundan estatuillas con una mujer cargando un niño, que bien puede representar algún culto especial. Algunos huesos se hallan coloreados de rojo. No existen indicios de sacrificios humanos. Posiblemente la economía de esta raza; fue el cultivo del maíz; así como la explotación de productos lacustres y de caza. Este grupo étnico está ligado a los habitantes de otros sitios del valle de México.

Teopanzolco

Se localiza en la colonia Vista Hermosa, al norte de la ciudad de Cuernavaca, Morelos. Teopanzolco es una palabra del idioma náhuatl que se interpreta como “El lugar del templo viejo”. Como muchos sitios arqueológicos, éste ha sido absorbido por el crecimiento urbano. Se sabe que el centro monumental fue emplazado en una colina formada por un derrame de lava, producto de la actividad volcánica que cerró el extremo sur de la cuenca de México.

En el valle de Morelos existieron grupos sedentarios por lo menos desde el 2000 a.C.; la evolución de éstos fue similar a la de los del resto del Altiplano central. En los inicios del periodo Clásico, se dio un desarrollo regional, al que se sumó la presencia de la cultura teotihuacana que fue muy importante en el área.

El Posclásico Temprano se caracterizó por la presencia de manifestaciones culturales propias en la mayoría de las regiones de Mesoamérica. Para el Posclásico Tardío, los grupos dominantes en el Altiplano fueron de origen náhuatl; el de los tlahuicas fundaron el señorío de Cuauhnáhuac, que desarrolló sus propias manifestaciones, aunque relacionadas con los matlatzincas del valle de Toluca, que fueron conquistados por los mexicas. Moctezuma Ilhuicamina sometió esta vasta región principalmente productora de algodón, elemento que los habitantes del área tributaron hasta el momento de la conquista de México-Tenochtitlan por los españoles, como lo demuestra la Matrícula de Tributos.

Durante los primeros años de la Colonia el señorío de Cuauhnáhuac pasó a formar parte del marquesado del Valle, que abarcó desde Morelos hasta Oaxaca. Las tierras de este marquesado pertenecieron a Hernán Cortés, quien introdujo el cultivo de la caña de azúcar y su industrialización mediante el primer molino, ubicado en Tlaltenango, al norte de lo que actualmente es la ciudad de Cuernavaca.

Teopanzolco es un sitio arqueológico que se ubica en la ciudad de Cuernavaca, Morelos, México. Teopanzolco es una palabra del idioma náhuatl que se interpreta como El lugar del templo viejo.

Se sabe que el centro monumental fue emplazado en una colina formada por un derrame de lava, producto de la actividad volcánica que cerró el extremo sur de la cuenca de México.

En el valle de Morelos existieron grupos sedentarios por lo menos desde el 2000 a. C.; la evolución de éstos fue similar a la de los del resto del Altiplano central. En los inicios del periodo Clásico, se dio un desarrollo regional, al que se sumó la presencia de la cultura teotihuacana que fue muy importante en el área.

El Posclásico Temprano se caracterizó por la presencia de manifestaciones culturales propias en la mayoría de las regiones de Mesoamérica. Para el Posclásico Tardío, los grupos dominantes en el Altiplano fueron de origen náhuatl; el de los tlahuicas fundaron el señorío de Cuauhnáhuac, que desarrolló sus propias manifestaciones, aunque relacionadas con los matlatzincas del valle de Toluca, que fueron conquistados por los mexicas.

Moctezuma Ilhuicamina sometió esta vasta región principalmente productora de algodón, elemento que los habitantes del área tributaron hasta el momento de la conquista de México-Tenochtitlan por los españoles, como lo demuestra la Matrícula de Tributos.

Durante los primeros años de la Colonia el señorío de Cuauhnáhuac pasó a formar parte del marquesado del Valle, que abarcó desde Morelos hasta Oaxaca. Las tierras de este marquesado pertenecieron a Hernán Cortés, quien introdujo el cultivo de la caña de azúcar y su industrialización mediante el primer molino, ubicado en Tlaltenango, al norte de lo que actualmente es la ciudad de Cuernavaca.

Durante el período conocido como “Preclásico Tardío” (1150-1350 d. de J.C.) sobre un montículo (mogote) se erigió una enorme pirámide con frente hacia el poniente, en cuya parte superior colocaron los templos adoratorios techados con ramajes, en honor de Huitzilopochtli (dios de la guerra) y Tláloc (dios de la lluvia). Esa estructura piramidal fue concebida rodeada por varias plataformas, una de las cuales, por tener la forma rectangular adelante y circular atrás, así como por estar dirigida hacia el oriente, pudo corresponder al lugar de adoración de Ehécatl-Quetzalcóatl en su advocación Tlahizcalpantecuhtli, Venus, Estrella de la Mañana. También, en la parte posterior de la pirámide de las deidades de la guerra y de la lluvia, se construyó otra de menor tamaño, dedicada (supuestamente) a Tezcatlipoca (Espejo Humeante) dios omnipresente y omnipotente de los misterios y de la noche.

Las demás estructuras piramidales que rodean la gran pirámide, también eran altares para otras deidades menores y algunas de ellas tenían fosas para el depósito de los restos mortuorios de los sacrificados a los dioses patrones de ese centro ceremonial. Ese macabro antecedente está íntimamente ligado a lo que se refiere en las “Relaciones Originales de Chalco Amequemecan”, página 113, de Francisco de San Antón Muñón Chimalpahin Cuauhtlehuanitzin: “1490, año conejo… Y en ese mismo año el Señor Nezahualpilli, de Tetzcuco, puso su mano sobre los totollapanecas de Huexotzingo. Muchos de los huexotzincas y de los zozoltecas se entregaron como prisioneros del Ahuitzotl y fueron entrados en Cuauhnáhuac a la casa del diablo” La “casa del diablo” también así llamado Teopanzolco, para ser realizado ahí un sacrificio multitudinario de huexotzingos.

Es un lugar de monumentos construidos en una colina originada por derrame de lava, producto de la actividad volcánica que cerró el extremo sur de la cuenca de México. Teopanzolco formaba parte de la antigua Cuauhnáhuac, y estos son los únicos vestigios que quedan de aquella ciudad. La roca basáltica del lugar fue el material utilizado para construir los edificios. Las piedras que forman las esquinas y parte de las construcciones están labradas. De los acabados exteriores de estas construcciones, es decir los aplanados de estuco y su pintura no se conserva nada, se supone que deben haber estado pintados, como se observa en otras zonas arqueológicas.

Los vestigios recuperados en Teopanzolco revelan la coexistencia de dos grupos, los habitantes del sitio y los mexicas, conquistadores del señorío. De ahí que la cerámica más abundante e incluso el estilo arquitectónico se asocie con los mexicas.

En el año 1921 Manuel Gamio y José Reigadas Vertiz fueron los que empezaron la limpieza de los edificios prehispánicos de la zona. En los años 1956/57 los arqueólogos Román Piña Chan y Eduardo Noguera han excavado el basamento de Ehecatl, además de algunos pozos estratigráficos para determinar la secuencia cronológica cerámica de Teopanzolco. En el año 1963 el arqueólogo Roberto Gallegos y el ingeniero Juan Dubernard continuaron con los trabajos de exploración del sitio. En los años 1968/69 arqueólogo. Jorge Angulo Villaseñor realizó trabajos en el basamento de Tezcatlipoca, continuando con estas excavaciones Wanda Tomassi en el año 1980. En el año 1985 la arqueóloga. Bárbara Konieczna se hizo cargo de la zona arqueológica por parte del Centro INAH-Morelos y a partir de entonces cada año se realizan trabajos de mantenimiento de la zona arqueológica, así como los estudios arqueológicos menores. De ellos, se pueden mencionar los trabajos de limpieza de la Plataforma Norte en el año 1985 y los pozos estratigráficos excavados en el año 1991 por la arqueóloga. Silvia Garza de González. En el año 1997 se inició el proyecto de estudio global de la zona arqueológica de Teopanzolco, realizando las excavaciones en la porción Sur. Los trabajos aportaron datos de gran interés sobre la ocupación del sitio en la época prehispánica.

14 edificios se levantan en Teopanzolco. El Edificio 1 por sus dimensiones está considerado el principal. Un gran basamento piramidal de planta rectangular; en el que se observan dos etapas de construcción sobrepuestas. En la arquitectura del México antiguo era común la sobreposición de edificaciones. Entre los dos cuerpos existe una entrecalle, recurso arqueológico, que muestra las diferentes etapas constructivas.

En la fachada principal orientada al oeste, se encuentran las escalinatas dobles, las cuales dan acceso al templo correspondiente. El templo del norte está dedicado a Tláloc, dios del Agua Celeste y la fertilidad. El templo del sur está consagrado a Huitzilopochtli, representante del Sol y dios de la Guerra.

El templo de Tláloc consta de un recinto con cuatro pilastras en los extremos. El de Huitzilopochtli es mayor y está dividido en dos secciones, en la del fondo se conservan restos de un altar. Frente al Edificio 1 se abre una amplia plaza de planta rectangular, al sur se localiza el Edificio 2, al lado norte del 1, se ubica el 12 y en la parte posterior del 1, en el lado este del sitio se encuentran el 13 y el 14. El extremo oeste está limitado por los demás edificios, y en el norte no hay construcciones.

El edificio 2 es una plataforma baja, de planta irregular, que presenta en la cara norte una amplia escalinata. Los edificios 3 y 5 son basamentos de planta cuadrangular con escaleras. En esta última, en una fosa fue localizado un gran conjunto de restos óseos humanos, mezclados con navajas de obsidiana. “O para prevenir la extinción del quinto sol, bajo el que vivían los mexicas y que habría de perecer el día 4 ollin, se ofrecía al insaciable astro del día corazones humanos y un flujo constante del preciado líquido escarlata: sangre humana” (Nigel Davies)

La zona arqueológica de Teopanzolco quedó integrada en una colonia de la ciudad de Cuernavaca; se logró proteger del crecimiento urbano en un área que comprende dos hectáreas aproximadamente, con vestigios monumentales y evidentes, pero el patrimonio puede estar oculto debajo de casas, construcciones y avenidas. Aunque se ha conservado el centro ceremonial, de la zona habitacional y de la extensión de la ciudad se sabe poco, ya que la mayor parte de los vestigios arqueológicos se encuentran bajo las construcciones del actual desarrollo urbano. En la actualidad parte de la zona de Teopanzolco, “El lugar del templo viejo”, se conserva bardeada, como si fuera una construcción más de la colonia Vista Hermosa. El sitio está al cuidado del Instituto Nacional de Antropología e Historia.

Copilco

Su antigüedad data aproximadamente de 500 años de Cristo. La zona se encuentra situada al Norte del Pedregal de San Ángel al Sur de la Ciudad de México.

La zona de Copilco es un cementerio que quedó cubierto con las capas de lava de cuatro a seis metros de espesor que arrojó el volcán Xitle cuando hizo erupción y que dio origen a los Pedregales. Cuando se realizaron excavaciones se descubrieron muchos esqueletos que permanecen en sus sitios primitivos; en algunos lugares se encontraron artículos de cerámica que se cree fueron llevados con ofrendas fúnebres. Según estudios de peritos arqueólogos, estas sepulturas datan de más de 500 años antes de Cristo, es decir, de hace poco más o menos de 2 mil 500 años.

Se han practicado varios túneles que llevan a los sitios donde se encuentran los cadáveres ocupando sus lugares primitivos, hay en torno de ellos muchos artículos de cerámica que deben ser ofrendas funerarias, su economía muy primitiva consistió en maíz, caza y pesca.

Ticoman

Esta zona arqueológica se encuentra cerca de Zacatenco y de él Arbolillo al Norte de la Ciudad de México. Su antigüedad data aproximadamente del siglo V de nuestra era.

Sus construcciones se encontraban sobre una especia de península en el cerro que entraba al lago que existía en esa época; y estaban dispuestas en forma de terracería para facilitar la habitación. Este sitio fue explorado en los años 30 por el arqueólogo norteamericano George Clapp Vaillant.

Se encontraron 2 sepulcros; instrumentos para la elaboración de pieles, restos de conchas marinas, cerámica con una elaboración más artística que la de Zacatenco y el Arbolillo; además de objetos de Jade y serpentina que demuestran un nivel más alto de cultura.

Las excavaciones de Ticomán se realizaron en el periodo que va de noviembre de 1929 a junio de 1930. Este trabajo fue la continuación de los estudios efectuados en Zacatenco. Con la clasificación de figurillas encontradas se definieron los periodos Ticomán Temprano, Intermedio y Tardío. Con esta investigación se constató que existe un vínculo directo entre Zacatenco y Ticomán. Algunos tipos de figurillas localizados en este lugar coinciden con las encontradas en Cuicuilco y en el Occidente de México, en Chupícuaro (Guanajuato), en Gualupita (Morelos) y en varios sitios de Puebla. Los resultados obtenidos en este trabajo ponen a discusión las grandes líneas históricas sobre la cronología de los pueblos del Centro de México.

Su economía más elevada que la de otras regiones era a base de maíz, caza y pesca.

Arbolillo

Posiblemente los habitantes de ésta zona arqueológica que se localiza como Ticomán y Zacatenco al Norte de la Ciudad de México; llegaron a esa vecindad, aproximadamente 100 años antes de nuestra era.

La Zona fue explorada en 1935 por el Arqueólogo Norteamericano George Clapp Vaillant habiendo a su vez efectuado exploraciones en Zacatenco y Ticomán.

Se deduce que pertenece la raza de esta Zona al mismo grupo étnico de Ticomán; pues sus sepulcros como los de esta zona y las de Zacatenco tienen huesos teñidos de Rojo. Así mismo se han encontrado figurillas de barro, cuentas de jade y algunos mosaicos de turquesa.

Su economía reside en el cultivo del maíz, la caza y la pesca.

Es un yacimiento arqueológico que se encuentra en el territorio del actual municipio de Tlalnepantla de Baz, en el estado de México. Se trata de los restos de una antigua aldea agrícola que se desarrolló durante el Período Preclásico en la ribera occidental del lago de Texcoco. De acuerdo con los datos disponibles, la ocupación más antigua de este sitio podría fecharse en el año 900 a de J.C. Los objetos rescatados de El Arbolillo hablan de una sociedad con fuertes lazos de intercambio con otras aldeas de la zona, como Zacatenco y Copilco. Fue investigada, entre otros, por Christine Niederberger y George Clapp Vaillant.

Tlapacoya

En Tlapacoya se encontraron los restos de uno de los más viejos abuelos de América estos han sido descubiertos a solo 28 Km. de la Ciudad de México. Su edad se calcula aproximadamente en 9 mil años.

Gracias a las excavaciones realizadas se han localizado más de 2000 piezas entre las cuales un cráneo humano, osamentas de pescados, pelícanos, gaviotas, garzas, garzas, patos, osos americanos y un venado muy grande llamado Odococlios Allí. También se han encontrado fragmentos de piedra filosos que utilizan para cazar y labrar la tierra. Estos descubrimientos demuestran que la gente que vivió en Tlapacoya hace 22 mil años, además de ser pescadores y cazadores, practicaban la agricultura teniendo como cultivos al maíz, chayote y alegría.

Se cree que Tlapacoya era una isla o tal vez una península que era bañada por el lago de Chalco.

Tlapacoya es un sitio arqueológico localizado a 28 Km. de la Ciudad de México, ubicado en Ixtapaluca, Estado de México. Se localiza al pie del cerro Tlapacoya (mejor conocido como el Cerro del Elefante, debido a que tiene la silueta del paquidermo), en la ribera de lo que fue el lago de Chalco. El sitio es conocido por las figurillas estilo Tlapacoya, sofisticadas piezas de alfarería creadas entre los años 1500 y 300 a de J.C., y son una muestra muy representativa del arte mesoamericano del período Preclásico. Muchos expertos suponen que Tlapacoya estuvo bajo la influencia de los olmecas, o que por lo menos mantuvo lazos de orden comercial con ellos, debido a la gran cantidad de objetos de ese estilo encontrados en las excavaciones del sitio.

Además de las figurillas de barro del preclásico, en Tlapacoya han sido encontrados restos de seres humanos con una antigüedad de hasta 25 mil años. Los más controvertidos hallazgos de Tlapacoya son ciertos artefactos datados por los arqueólogos en una antigüedad de 25.000 años AP. La evidencia encontrada en Tlapacoya pone en duda la veracidad de ciertas teorías sobre el poblamiento de América, relacionadas con la cultura Clovis.

En 1966, durante una obra de construcción en la autopista México-Puebla, en un montículo rocoso conocido como el cerro de Tlapacoya, a orillas del antiguo lago de Chalco, quedaron al descubierto restos de huesos de animales y algunos artefactos de piedra, obsidiana y cuarzo, reunidos en torno al rastro de una hoguera que se encendió en tiempos lejanos. El análisis químico de ese hallazgo aportó la primera fecha remota en el estudio de la prehistoria mexicana: 21 mil años de antigüedad.

Sin embargo, los restos óseos humanos más antiguos que se conocen en nuestro país se encontraron en el área del Distrito Federal. Durante unas excavaciones del Metro se encontró un cráneo humano que data de hace unos 11 mil años antes del presente. Otros hallazgos de huesos humanos que tienen 9 mil a 8 mil años se han encontrado en el Estado de México, Hidalgo y Puebla.

Toltecas

Los toltecas establecieron su capital en Tula la cual estuvo poblada por dos grupos: los toltecas-chichimecas y los nonalcas. Tula se convirtió en el centro urbano de mayor importancia en el altiplano central. El idioma de los toltecas fue el náhuatl. Tuvieron grandes adelantos en escritura jeroglífica, además extendieron el comercio en la mayoría de las poblaciones. Los toltecas ofrecían sacrificios humanos a sus dioses. Los elementos arquitectónicos de los toltecas son grandes figuras en piedra labradas con forma humana llamadas talantes.

La economía tolteca se basaba en la agricultura, la producción de artesanías, el comercio y el tributo. El Estado Tolteca se caracterizó por el predominio de la casta militar, la expansión imperialista, las conquistas y los tributos de los poblados vecinos. La clase explotada estaba integrada por los trabajadores agrícolas y artesanos.

Los toltecas introdujeron la metalurgia y los primeros registros y crónicas verdaderamente que proporcionan las primeras genealogías de soberanos caciques y héroes culturales; a ellos se deben elementos característicos como las columnas serpentinas, los chacmoles, talantes, lápidas de relieves de jaguares y águilas, banquetas decoradas, pilastras con figuras de guerreros y otros temas que exaltan su espíritu y organización militarista.

En 1184, varios grupos nómadas saquearon, arrasaron e incendiaron Tula. La decadencia y destrucción de esta ciudad se explica por los conflictos políticos y religiosos entre los nonoalcas y los tolteca-chichimecas; la prolongación de las sequías que produjeron hambre y descontento y la presión de los mexicas y otros grupos nómadas.

Con el nombre de tolteca se conoce a una cultura prehispánica cuyo centro ceremonial principal fue la ciudad de Tollan-Xicocotitlan, localizada en lo que actualmente se conoce como Tula de Allende, en el estado de Hidalgo en (México). El gentilicio deriva del náhuatl toltécatl, que originalmente designa a los nativos de los lugares llamados Tollan, pero que después, durante la época azteca, pasó a ser sinónimo de artesano o artista. Esto se debe, entre otras cosas, a la relación mitológica establecida entre Xicocotitlan y la mítica Tollan.

Los toltecas fueron la etnia dominante de un estado cuya influencia se extendía hasta el actual estado de Zacatecas y al sureste en la península de Yucatán. La relación entre los toltecas y los mayas del período posclásico ha sido objeto de grandes controversias.

En ese sentido, los toltecas (náhuatl: tōltēcah: maestros, constructores), fueron los miembros de una cultura precolombina que dominó la mayor parte del centro de México entre los siglos X y XII. Su lengua, el náhuatl, también fue hablado por los aztecas. Mucho de lo que se conoce de los toltecas está envuelto en mitos.

La cultura tolteca tenía una importante componente de gente guerrera, es posible que ellos triunfaran sobre la ciudad de Teotihuacan (cerca del año 750). Los toltecas unieron a muchos estados pequeños en el México Central dentro de un Imperio gobernado desde su capital, Tollan-Xicocotitlan cerca de Tula, México.

Si bien es cierto que los toltecas tuvieron una gran influencia entre los mayas, no está comprobado que hubiera una presencia militar en la península de Yucatán. Ni viceversa, como algunos autores pensaban que Tula había sido fundada por mayas de Yucatán. De lo que sí se puede hablar es de una gran influencia comercial, política-religiosa en la zona al grado que se ve reflejada básicamente en la arquitectura de muchas estructuras como son el Castillo, el Templo de los Guerreros de una fusión estilo Pucc (seguramente influenciada por Uxmal) con diseño tolteca así como de la presencia del chac-mool típico de Tula. La incursión de Quetzalcóatl como deidad es otro elemento tolteca importante reflejado en Kukulkán entre los mayas.

Tuvieron mucho talento para construir templos. Su influencia se extendió a la mayor parte de Mesoamérica en el período Posclásico. Los toltecas (o, algunos dicen, una versión ficcionalizada de ellos) se han hecho famosos en las décadas pasadas a través del escritor Carlos Castañeda. Entre los pueblos nahuas de la época de la conquista, la palabra tolteca significaba alguien sabio que dominaba las artes y artesanías. Y la palabra toltequidad equivalía a lo que llamaríamos, alta cultura.

En 1941, un grupo de antropólogos mexicanos designo a la ciudad de Tula, en el estado de Hidalgo, como Tollan, la mítica capital de los Toltecas, pero algunos arqueólogos, como Laurette Séjourné criticaron la decisión, señalando que después de varias etapas de excavación no se había revelado una ciudad suficiente para justificar la leyenda de los toltecas, señalando que el origen de Tollan y de la leyenda debería ubicarse en Teotihuacan, siendo el pueblo de Tula uno de los refugios de los sobrevivientes de Teotihuacan y por ello se ostentaban como Toltecas.

El historiador mexicano Enrique Florescano, del Instituto Nacional de Antropología e Historia ha retomado esta interpretación, basándose en la mención de textos mayas anteriores a Tula, que se refieren a Teotihuacan como Tollan.

Es indudable que los toltecas aportaron cambios importantes en cuanto a las normas arquitectónicas que existían en Mesoamérica en el siglo IX; uno de ellos es el empleo de esculturas antropomorfas que sostenían con la cabeza el techo de una habitación, logrando así un gran espacio interior, como se aprecia en el templo de Tlahuizcalpantecuhtli El Señor del Alba. Se estima que Tula albergó alrededor de 30 000 habitantes los cuales vivían en grandes complejos de un solo piso con techos planos básicamente de piedra y tierra y acabados en adobe. Excluyendo la zona ceremonial, el diseño de la zonas habitacionales de Tula reflejan una plano cuadricular que definían claramente diferentes barrios.

De los elementos arquitectónicos más significativos esta la pirámide B con sus llamados “atlantes”, figuras de 4.60 m de altura y que alguna vez sostuvieron el tejado de un templo. Según los estudios estos atlantes estaban decorados con mosaicos enjoyados y plumas. Restos de pintura indican que probablemente fueron pintados para representar al guerrero tolteca-chichimeca de Mixcoatl (padre de Quetzalcóatl)o al dios estrella de la mañana “Tlahuizcalpantecuhtli”, aunque también construyeron columnas en forma de serpientes emplumadas, con la cabeza al suelo y la cola hacia arriba, sosteniendo el dintel que formaba parte de la entrada a la gran habitación.

En el ámbito doméstico poseían tres distintos clases de conjuntos habitacionales, el grupo de casas, las unidades residenciales y las residencias palaciegas.

La economía se basaba en una agricultura de extensos campos de cultivo irrigados por complejos sistemas de canales, donde el maíz, el frijol y el amaranto eran el principal cultivo. Al igual que en otros estados mesoamericanos, el comercio jugaba un papel fundamental para la obtención de materias primas y bienes de lugares muy alejados. Además de estas actividades, también se dedicaban a la explotación de minas con cal y demás.

Su organización social era jerarquizada el poder lo tenían los jefes militares, y no los sacerdotes según se puede apreciar en los atlantes.

Tarascos

Pueblo prehispánico que se estableció en la región de Michoacán en el oeste de México. Fundaron entre otras ciudades Colima, Jalisco y Nayarit. El aspecto más sorprendente de este pueblo es la existencia de un arte propio en el que no existe el elemento religioso.

Las fuentes de su estudio proceden en parte de un monje franciscano que, en relación de Michoacán, ofrece un detallado retrato de las costumbres más importantes de los habitantes de la zona, cuyo nombre original no era el de Tarascos, si no, el de Purepeche. Este pueblo, que poseía un calendario muy parecido al azteca, no tenía escritura.

Adoraban al Sol y a la Luna; así como a varios Dioses relacionados con los fenómenos naturales.

Eran grandes guerreros cuyas armas eran hondas, arcos y flechas, varas con ganchos, entre otras. Y tenían escudos adornados con plumas cuyos colores revelaban la categoría del guerrero, así como también la ropa era clave para saber la clase social de todos los habitantes de esta cultura.

Entre sus actividades económicas destaca su cerámica porque sus vasijas con figuras de animales no se dan en ninguna otra cultura; trabajaban con 2 materiales, la obsidiana y el cobre.

La cultura tarasca es una cultura precolombina de México que floreció principalmente en la región oriental del estado de Michoacán. La cultura se inició aproximadamente en el año 1200 d.C. y su esplendor terminó hacia el año 1600. Su gobierno era monárquico y teocrático. Como la mayoría de las culturas prehispánicas, eran politeístas. El calificativo tarasco es considerado despectivo por los modernos descendientes de las poblaciones que conformaron esta cultura, que se autodenominan purépechas.

Se dedicaban a la alfarería, escultura, arquitectura, pintura, orfebrería y notablemente la pesca fue y sigue siendo una actividad primordial para los purépecha. También eran los únicos que manejaban el cobre por lo que era uno de sus secretos.

Totonacas

Tribu proveniente de Chicomostoc. La cuál se dividía en 3 clases, la nobleza, y sacerdotes, los voladores de Papantla también llamados artistas, jugadores de pelota y agricultores. Los hombres eran principalmente agricultores y las mujeres se dedicaban al vestido, forma en la cual se cambiaban las cosas por medio del trueque. También se dedicaban a la caza.

Los totonacas construyeron la pirámide del Tajín, los recintos del juego de pelota Papantla y sus voladores. Los Totonacas eran politeístas y adoraban a varios dioses como Tlaloc (lluvia), Chihuacoatl (Viento), Xipe–Tótec (Fertilidad), Xochipilli (Flores) y a Quetzalcoatl. Destacan sus hachas, palmas ceremoniales, las caritas sonrientes, el aplanamiento del cráneo entre otras esculturas. Aportaron entre otras cosas la pirámide del Tajín, el juego de pelota y los voladores de Papantla. Al parecer fueron eliminados por los Aztecas o por los españoles, no se sabe a ciencia cierta.

Los totonacas son un pueblo indígena mesoamericano de la zona de Veracruz en México. Formaban una confederación de ciudades; pero hacia principios del Siglo XVI se encontraban bajo el dominio de los mexicas. Su economía era agrícola y comercial y tuvieron grandes centros urbanos:

El Tajín (300-1200): es una zona arqueológica precolombina cerca de la ciudad de Papantla, Veracruz, México y de Poza Rica, Veracruz, México. La ciudad de Tajín fue la capital del estado Totonaca. Tajín significa Ciudad o Lugar del trueno en el lenguaje totonaca. Se piensa que Tajín también fue el nombre de algún dios totonaca.

La construcción de edificios ceremoniales del Tajín probablemente inició en el siglo I. En el Período Clásico mesoamericano temprano el Tajín mostró influencia de Teotihuacan; mientras que en el Posclásico mostró influencia tolteca. Su reconstrucción inicio en el siglo XIII, en el mismo tiempo el Tajín fue arrasado por invasores chichimecas, este sitio fue ocupado por unos pocos pobladores que no continuaron la construcción de templos. El sitio estaba totalmente despoblado cuando llegaron los conquistadores españoles en el siglo XVI, por lo que no fue destruida y se mantuvo como un secreto su existencia.

El Tajín fue la ciudad más grande de la costa norte del golfo de México y dominó el territorio limitado por las cuencas de los ríos Tecolutla y Cazones, entre 650 y 950. Los gobernantes de esta capital extendieron su hegemonía desde el somontano de la Sierra Madre Oriental hasta las planicies costeras del golfo, en los actuales estados de Puebla y Veracruz.

En 1785 el ingeniero Diego Ruiz visitó el sitio e hizo una descripción de éste. En el siglo XIX el sitio fue visitado por Guillermo Dupaix, Alexander von Humboldt y Carl Nebel, quienes publicaron sus notas sobre el sitio. La primera excavación arqueológica fue hecha por José García Payón de 1943 a 1963. El Instituto Mexicano de Antropología e Historia (INAH) hizo una restauración del sitio en 1980.

Este sitio arqueológico se especula es de alrededor de 10km², pero hay aún una gran parte de este sitio que no ha sido explorada por lo que se encuentra cubierta por maleza y pasto. La traza urbana fue planeada para definir un paisaje en el que espacios y alturas se distribuyeran según los grupos sociales. Los dirigentes ubicaron sus palacios, salones y edificios administrativos en el área más alta, llamada Tajín Chico, y coronaron su jerarquía con el edificio de Las Columnas, morada de la dinastía gobernante, cuyo poder quedó representado en los relieves de los fustes circulares que flanquean el acceso porticado a los salones de este enorme recinto.

Esta zona es una de las secciones más antiguas de la ciudad. Está flanqueado por cuatro edificios de alto, llamado Edificios 16, 18, 19 y 20, que fueron coronadas por templos. Las escaleras conducen desde el suelo de la plaza de los templos más arriba.

La pirámide de los nichos tiene como una serie de nombres como El Tajín, pirámide de Papantla, Pirámide de las Historias de los Siete y el Templo de los Nichos. Se ha convertido en el foco del sitio debido a su singular diseño y buen estado de conservación.

Tajín Chico es una porción de varios niveles de la página que se extiende al norte-noroeste de las partes más antiguas de la ciudad hasta una colina. Gran parte de esta sección fue creada mediante el uso de cantidades masivas de los vertederos. Se trata de una inmensa acrópolis, compuesto por numerosos palacios y otras estructuras civiles.

El templo azul tiene algunas características que lo distinguen de otras pirámides en el sitio. A excepción de seis bancos de la escalera y en la parte superior de las balaustradas, probablemente adiciones posteriores, no hay nichos.

Hay también una cancha de pelota construida por tres capas de losas de gran tamaño. Hay seis paneles tallados con escenas rituales y un friso ornamental que corre a lo largo de ambas paredes. Es probablemente una de las más antiguas construcciones en el Tajín.

Algunas partes de los paneles y frisos se llevan hasta el punto de que grandes áreas son incompletas. Los cuatro paneles fin han escenas relacionadas con el ritual del juego de pelota que se traducen en súplicas a los dioses. Los paneles centrales representan los dioses de responder o realizar un ritual de los suyos.

Papantla (900-1519): Es muy importante principalmente por albergar la capital del imperio Totonaca : Tajín, la segunda razón también muy importante es por ser el origen de la Vainilla ya que de aquí salió para el resto del mundo, otra de las razones es por su hermosa arquitectura, mezclada con sierra bañadas con neblinas y frío, con subidas y bajadas empedradas, con los voladores , aquellos personajes que desafían al cielo con su vuelo y que son símbolo de los signos cardinales y como ofrenda al Sol.

Zempoala (900-1519): Es una zona arqueológica mesoamericana ubicada en el Estado de Veracruz, México. La palabra Cēmpoalli proviene de las raíces nahuas Cēmpoal- que significa veinte y ā (que significa agua, “veinte aguas” tal vez por que dicha ciudad contaba con una gran cantidad de canales de riego y acueductos que proporcionaban el vital líquido a los numerosos jardines y campos de labranza circundantes. El lugar fue habitado principalmente por totonacas y por chinantecas y zapotecas.

Zempoala fue una próspera ciudad hasta 1519 año en que los Conquistadores Españoles llegaron a México y establecieron alianzas con sus pobladores para marchar hacia la toma de Tenochtitlán, la ciudad de Zempoala para entonces contaba con aproximadamente veinte mil habitantes y era el centro ceremonial y comercial más importante de todo el imperio azteca, por encima de Tlatelolco, los españoles la llamaron en un principio Villaviciosa, que significa villa fértil, por la gran cantidad de fiestas y enormes huertos y jardines con que contaban y el carácter festivo y alegre de sus habitantes, posteriormente fue conocida como Nueva Sevilla por su semejanza, a decir de los propios españoles, con aquella ciudad ibérica. Tras la victoria y conquista, los totonacas de Zempoala pronto tomarían cuenta de su nuevo destino al lado de sus aliados foráneos: fueron re-ubicados y tuvieron que abandonar la ciudad pues fueron cristianizados, prohibidos de practicar sus antiguos cultos y fueron convertidos en esclavos para trabajar los campos de caña de azúcar de los nuevos señores españoles. Hacia 1600,una epidemia de viruela diezmó la población de la ciudad la que fue totalmente abandonada y los pocos sobrevivientes trasladados a la ciudad de Xalapa, con el tiempo cayó en el olvido, hasta que el arqueólogo Francisco del Paso y Troncoso la redescubrió, en las inmediaciones se asentaron varios grupos humanos que poco a poco ocuparon el antiguo casco de la vieja ciudad, hasta formar de nuevo un centro de población al que se le denomino “El Agostadero”, mismo que al crecer tomo el nombre de San José de la Montaña. Al término de la lucha armada revolucionaria en México, surge el movimiento anticlerical que en Veracruz tuvo en el Gobernador Adalberto Tejeda a un serio representante, prohibiéndose que las comunidades tuvieran nombres de santos o con connotaciones religiosas, así, el poblado de San José de la Montaña, se rebautizó con su antiguo nombre de Zempoala. Actualmente es un centro histórico protegido y administrado por el INAH.

Se encuentra en el actual Municipio de Úrsulo Galván aproximadamente a 350 Km. de la Ciudad de México por la carretera 145 hasta llegar hasta la ciudad de José Cardel, y después por la ruta 180 costera del Golfo. Para llegar se debe tomar la carretera que va de la ciudad de Cardel, hacia la Central Nuclear Laguna Verde y Poza Rica.

La cultura Totonaca destaca por la cerámica muy variada, la escultura en piedra, la arquitectura monumental y avanzada concepción urbanística de las ciudades. En 1519 tuvo lugar una reunión entre 30 pueblos totonacas en la Ciudad de Zempoala. Ello sellaría para siempre su futuro y el de todas las naciones mesoamericanas. Se trata de la alianza que establecieron con el conquistador español Hernán Cortés para marchar juntos a la conquista de Tenochtitlán. Los totonacas voluntariamente aportaron 13000 guerreros a la empresa de Cortés, que por su parte, se hacía acompañar de unos 500 españoles. El razonamiento de los totonacas fue que los españoles los liberarían del yugo azteca, pero una vez lograda la derrota del imperio azteca, los totonacas, incluidos los de Zempoala, fueron sometidos al Imperio español, y a continuación evangelizados y en parte aculturizados por las autoridades virreinales primero y mexicanas después.

Fueron convertidos en siervos de los conquistadores españoles bajo el sistema de encomiendas, convirtiéndose en siervos de los colonos españoles y caciques indígenas, particularmente en el naciente cultivo de caña de azúcar, durante la gobernación de Nuño de Guzmán. Poco tiempo después, Zempoala fue deshabitada y su cultura extinguida y olvidada. La cultura totonaca volvió a ser descubierta a fines del siglo XIX por el arqueólogo e historiador mexicano Francisco del Paso y Troncoso.

Los totonacas se desarrollaron en la parte central de Veracruz y hacia el clásico tardío, su área ocupacional llegaba al sur hasta la cuenca del río Papaloapan, al oeste a los municipios de Acatlán estado de Oaxaca, Chalchicomula estado de Puebla, el Valle de Perote, las sierras de Puebla y de Papantla y las tierras bajas del río Cazones. Lo más relevante de la cultura totonaca se alcanzó durante el clásico tardío cuando construyeron centros ceremoniales como El Tajín, Yohualichán, Nepatecuhtlán, Las Higueras, Nopiloa y el Zapotal.

Son admirables los adelantos y perfección de formas alcanzadas en la elaboración de yugos, palmas, hachas, serpientes cobra, caritas sonrientes y las esculturas monumentales de barro. Al parecer, los totonacas formaron parte del imperio de Tula y a partir de 1450 fueron conquistados por los nahoas de la Triple Alianza y se unieron a las tropas.

Chichimecas

Es el nombre genérico que los mexicas daban al conjunto de pueblos indígenas que habitaban el norte de México.

Los españoles, después de la conquista de México-Tenochtitlán, nunca se imaginaron que tardarían más de dos siglos en conquistar todo el norte de México, una vasta región actualmente denominada Aridoamérica.

En ella habitaban varios grupos cazadores-recolectores que fueron conocidos bajo la denominación de chīchīmēcah (que se interpretó como “perro sin correa” o chichimēcah, algo equivalente a la denominación de “bárbaro” en Occidente o popoluca en el sur de Mesoamérica). Aunque también es posible que la palabra chichimeca venga de Chichilmeca: gente roja. A la hora del contacto español, según Philip Wayne Powell las cuatro naciones principales de indios eran los pames, guamares, zacatecos y guachichiles, éstos dos últimos a diferencia de los tecuexes, caxcanes y los otros dos grupos, tenían un grado cultural inferior, porque los demás tenían adoratorios y conocían la agricultura, aunque cabe resaltar que la mayoría de los chichimecas eran cazadores-recolectores y que los que conocían la agricultura eran los que vivían cerca de ríos o en áreas donde había fuentes de agua, manantiales, ríos, etc.

Los chichimecas se extendían al norte desde Querétaro hasta Saltillo y de Guadalajara hasta San Luis Potosí, vivían en comunidades sin delimitación fija, por lo que constantemente entraban en conflicto con otros grupos, principalmente a causa de los alimentos. Generalmente tenían caciques, quien era el guerrero más valiente de la tribu; no tenían dioses relacionados con la fertilidad como las culturas mesoamericanas, comúnmente adoraban al sol y a la luna; su desarrollo con las artes fue relativamente escaso, esto se entiende debido a su “nomadismo”, el cual hacía que su nivel cultural fuera realmente pobre si lo comparamos con la de los pueblos de Mesoamérica. Sin embargo, a pesar de ello, ciertos pueblos chichimecas lograron edificar templos-fortaleza, canchas de pelota, desarrollaron la cerámica, la pintura, los petroglifos, etc., todo ello en un medio desfavorable, en una zona árida donde las precipitaciones pluviales son escasas y donde el clima es cambiante según la altitud.

Los pueblos chichimecas se dividen en:

Caxcanes: Eran los más numerosos y merodeaban por El Teúl, Tlaltenango, Juchipila, Teocaltiche (Nochistlán), Aguascalientes y Jalisco dentro de la tribu había un subgrupo llamado “los tezoles” Se cree que descienden de las 7 tribus que salieron de Aztlán hacía la tierra prometida por Huitzilopochtli; esto se conoce por la Crónica miscelánea del padre Antonio Tello, quien dice que los caxcanes tienen cierta similitud de lenguaje a la de los mexicas; hace referencia a que “los pueblos de caxcanes son gente que casi habla el lenguaje azteca y se precian de descender de los mexicas pero no hablan el lenguaje azteca tan culto y refinadamente como ellos”. También se piensa que a partir del colapso de la cultura de los Chalchihuites hubo un “desplazamiento hacia el sur de algunos elementos de los grupos que más tarde serían conocidos como caxcanes”; el significado de la palabra (caxcan) traducido al español es “no hay”, y este nombre se les quedó porque “cuando llegaron los españoles a esta provincia les preguntaban por comida u otras cosa, a lo que respondían en su lengua “de dónde lo he de tomar…?” “…no hay…”.

Fueron conquistadores, pues a lo largo de su recorrido conquistaron y fundaron pueblos como Amecatl, Tuitlán, Juchipila, El Teul, nochistlán y Teocaltiche, “un centro de belicosos tecuexes que estaban aliados con sus vecinos los zacatecos y guachichiles para resistir la invasión”. Una de sus últimas guerras fue la ocasionada “por la comercialización de la sal (condimento) que involucró a una extensa zona y que se le conoce como la guerra regional de 1513”, después los mismos caxcanes intervendrían en la guerra contra los españoles, conocida como la guerra del Mixtón (diciembre de 1541).

Contaban con “un sistema de vida político social de nivel aldeano, con una aldea mayor a manera de cabecera, la cual tenía varios barrios más pequeños dependientes de ella”. A diferencia de otros grupos chichimecas, los caxcanes llegaron a alcanzar el sedentarismo, debido al contacto con otomíes y tarascos.

Guachichiles: Eran los más belicosos, merodeaban desde Saltillo hasta San Felipe (Torres Mochas). Su centro de operaciones fue el Tunal Grande, el cual, aparte de servirles como refugio, era una importante fuente de alimento. El nombre de guachichil (del náhuatl kwačičil-) significa ‘cabezas (pintadas) de rojo. Este nombre se les dio porque se pintaban la cabeza y el cuerpo de color rojo con el colorante de yerbas o de la misma tuna y de las minas de colorante encontradas en San Luis Potosí. También se adornaban el cabello con plumas de color rojo. Hay informes de canibalismo entre los guachichiles, esto lo dieron a conocer los zacatecos con quienes guerreaban constantemente; “estos afirman que los otros que son guachichiles comen carne humana y cuando los prenden en la guerra se los comen…”. Dentro de la misma tribu guachichil había subgrupos, unos eran llamados “los de Mazapil”, los de “las Salinas” y los que eran simplemente llamados “chichimecas”; su idioma incluía varios dialectos entre los diferentes grupos que lo conformaban.

Guamares: Se concentraban en la región de Guanajuato y hacían incursiones hasta Aguascalientes y Lagos. “Eran los más valientes, más aguerridos, más traidores y más destructores, así como los más astutos”. Tenían subgrupos, unos eran los de la “Comanja de Jaso”, los llamados “chichimecas blancos” (por la blancura de su piel o por la blancura alcalina de las tierras donde habitaban), y los “copuces”.

Pames: Eran los menos belicosos de todas la naciones chichimecas”, esto se entiende porque se encontraban cerca de la ciudad de México y Querétaro; estaban influenciados por los otomíes en cuestiones religiosas y sociales. Algunas de las características de los pames son: “culto de ídolos; ofrendas de papel; ceremonias de plantación y cosecha, en que un jefe religioso rociaba las milpas con sangre de sus piernas (pantorrilla); templos (cues) en los cerros…”. Gonzalo de las Casas dice que la palabra “pame” significa “no” en su idioma, y se les dio dicho nombre porque lo decían muy frecuentemente. Los pames hablarían presuntamente una lengua otomangueana del grupo oto-pame.

Tecuexes: Se encontraban al este de la actual Guadalajara, se cree que provienen por la dispersión de grupos de Zacatecas probablemente de La Quemada; esto se supone porque en la zona que habitaban junto con los caxcanes se han encontrado vestigios arquitectónicos: en el cerro de Támara, en el Bolón, en Teocaltitán, en Corona, Cerrito y en algunos otros lugares que están al suroeste de Aguascalientes. Al igual que el grupo caxcán, los tecuexes alcanzaron el sedentarismo, sobre todo los que vivían en la parte sur de los estados de Aguascalientes y Jalisco; estos se establecían en los márgenes de los ríos, los cuales aprovechaban para cultivar frijol, calabaza, maíz, etc. Además, eran artesanos, carpinteros, canteros y petateros, pues Motolinía escribió: “en cualquier lugar… todos saben labrar una piedra, hacer una casa simple, torcer un cordel en una soga, y los otros oficios que no demanda sotiles instrumentos o mucho arte.”

Zacatecos: Se extendían desde Zacatecas hasta Durango, eran guerreros valientes y denodados, y célebres tiradores. Se distinguían de las demás naciones porque llevaban medias calzas y vendas en la frente. Los primeros conquistadores de Zacatecas hacen referencia a que andaban desnudos, pero con medias calzas de perro, de la rodilla al tobillo para defenderse de la aspereza de la vegetación. Cabe hacer mención que una de las características de los chichimecas fue la desnudez, aunque algunos se cubrían con pieles. También se clasifica a los zacatecos como “los mayores flecheros del mundo”, eran excelentes tiradores, “si apuntan al ojo y dan en la ceja, lo tienen por mal tiro”. Los cronistas españoles decían (aunque exageradamente): “en una ocasión vi tirar a lo alto una naranja, y le tiraron tantas flechas, que habiéndola tenido en el aire mucho tiempo, cayó al cabo hecha diminutos pedazos”. Algunos los consideran más civilizados que los guachichiles. Aunque no se sabe de cierto, se cree que su lenguaje perteneció a la familia lingüística uto-azteca.

Los grupos chichimecas zacatecos y guachichiles no tenían un modo de vida agrícola y eran principalmente nómadas. Los que tenían asentamientos agrícolas e implantaron técnicas para desarrollarla fueron los tecuexes, caxcanes, pames y guamares. No se sabe con precisión cuando introdujeron la agricultura, aunque esta pudo deberse a los cambios acaecidos por la influencia de sus vecinos los otomíes y tarascos.

Para cultivar hacían primero corte de árboles, roza, siembra y desyerbe. Utilizaban utensilios como las hachas de garganta y las cosas, tanto de metal como de pedernal, para cultivar chile, fríjol y maíz. Antes que introdujeran la agricultura subsistían de frutas silvestres y vegetales, comían tunas (de la cual hacían una especie de licor), semillas, raíces, el dátil y del mezquite hacen de aquella fruta ciertos panes que guardan para entre año.

La caza también constituyó parte de su base alimenticia, pues comían conejos, ranas, peces, etc. El comercio se realizaba por medio de trueque, en el que se daba el intercambio de excedentes agrícolas, utensilios domésticos, caza, artesanías y alfarería. Las operaciones las hacían en días de plaza en un lugar llamado tianquistli o plaza pública. El fraile Bernardino de Sahagún en Historia general de las cosas de la Nueva España menciona que los grupos del sur (caxcanes y tecuexes) hacían trueque con los otomíes, con quienes intercambiaban armas por excedentes agrícolas.

Los chichimecas se preparaban para la guerra con oraciones y danzas y bailes; en la danza de guerra (el mitote), trababan los brazos con los de sus compañeros, y todos giraban vigorosamente en un círculo alrededor de una hoguera; es probable que a la hora del mitote incluyeran música con un tambor o con el golpeo del arco y la flecha. Por lo general el mitote se hacía de noche, y consumían peyote (péyotl) u hongos malos (nanácatl). Sobre las danzas y alucinógenos Sahagún nos dice: y se juntaban en un llano después de haberlo bebido y comido, donde bailaban y cantaban de noche y de día, a su placer, y esto el primer día, porque el día siguiente lloraban todos mucho, y decían que se limpiaban y lavaban los ojos y caras con sus lágrimas.

El arma principal del chichimeca fue el arco y la flecha, en cuyo manejo tenían gran habilidad. El arco chichimeca era de unos dos tercios de largo de un cuerpo mediano y llegaba, aproximadamente, de la cabeza a la rodilla La flecha, de unos dos tercios de largo del arco era sumamente fina. La punta de la flecha por lo general era de obsidiana o eran tostadas en la punta agudizada. Para protegerse del golpe de la cuerda del arco, el guerrero llevaba un brazalete de piel. También tenían otras armas: hachas, cuchillos de pedernal, jabalinas y macanas, que son unos palos con sus porras en la punta y cuchillas de pedernal. Respecto a la manera de combatir, fray Juan de Torquemada nos dice: pelean desnudos, untados con matrices de diferentes colores, y con arcos y flechas con puntas de pedernales, armas que por ser de caña parecen débiles, pero es increíble el estrago que, puestas en sus manos, hacen en los hombres armados y en sus caballos, aunque vengan cubiertos.

La política de gobierno de los chichimecas fue el cacicazgo, dirigido por el tlatoani, quien tenía el cargo de jefe civil máximo y supremo sacerdote; dictaba leyes muy sencillas. “En el caligüe (callihuey, casa grande) era donde habitaba la autoridad máxima”. Por otra parte, Philip Wayne Powell menciona que entre los chichimecas había caudillos quienes dirigían a un gran número de hombres y que la sucesión de éstos se realizaba mediante “el asesinato, el desafío o la elección”. Sin embargo, Torquemada dice que “no tienen reyes ni señores, mas, entre sí mismos eligen capitanes grandes salteadores con quien andan en manadas movedizas, partidas en cuadrillas; no tienen ley ni religión concertada”.

Su vestimenta era muy sencilla, pero generalmente andaban desnudos (principalmente cuando entraban en guerra); a veces los hombres cubrían sus genitales con ramas, las mujeres con pieles (ardilla, venado, coyote) de la cintura a la rodilla; utilizaban guaraches con suela de cuero. “Los caciques tenían sobre la espalda una manta de pellejo de gato montés u otros animales, también traían adornos de plumaje. Su mujer traía naguas y camisa de los mismos pellejos, también las demás mujeres traían faldellín y huipil de pellejos”.

En cuanto a su aspecto físico, hombres y mujeres usaban cabello largo hasta la cintura, algunos acostumbraban a pintarse el cabello de color rojo, así como otras partes del cuerpo, siempre que hacían esto era cuando entraban en guerra; se pintaban víboras, sapos, coyotes y otros animales que los protegían durante el combate; también usaban adornos como collares, aretes u orejeras de hueso. Por fuentes de cronistas se sabe que eran fuertes, robustos y lampiños, “que apenas tienen pelos en la barba y en todo el cuerpo”, otros cronistas los describen como “de mediana estatura, morenos a manera de gitanos y muy lampiños”; algunos “eran muy ligeros, parecía que volaban por su gran ligereza”.

Debido a que el término chichimeca se refiere a un conjunto de pueblos, que si bien tenían rasgos culturales similares, no mantenían una unidad étnica ni lingüística propiamente. Presumiblemente los chichimecas hablan lenguas utoaztecas (probablemente: Caxcanes, Tecuexes, Zacatecos y Guachichiles) y otomangueanas (con seguridad: Pames) principalmente aunque es difícil debido a la escasez de testimonios lingüísticos de los diferentes grupos. Entre los grupos con lenguas no clasificadas estarían los Guamares. Además dentro de cada grupo habría existido diversidad de dialectos.

La fragmentación lingüística fue ocasionó serios problemas a los frailes en su “conquista espiritual”, porque había una gran cantidad de lenguas que a veces los frailes se les oía decir: “¡a quien no admirará ver que en estas provincias hay en cada pueblo o poco menos un lenguaje diferente, tanto que los vecinos no lo entienden! Y cierto que hay por aquí pueblos de a quince vecinos que hablan en ellos dos o tres diferencias de lenguas.

Las prácticas matrimoniales eran de dos tipos: la poligamia caracterizaba a los chichimecas del norte, y la monogamia a los del sur; en ocasiones había matrimonios intertribales para hacer la paz entre dos pueblos. En los grupos del sur, el que cometía adulterio lo flechaban junto con la mujer. En la vida matrimonial, cuando la mujer estaba preñada el marido le daba calores con fuego por las espaldas, le echaba agua y, después que había parido, dábale el marido dos o tres coces en las espaldas para que acabase luego de salir la sangre . Hecho esto tomaban a la criatura y metíanla en un huacalejo.

Se acostumbraba que el hombre se dedicara a la caza, guerra, agricultura y artesanías; la mujer se ocupaba de la recolección de frutos y semillas, así como del acarreo del agua en nopales huecos y guajes.

Los niños tenían como diversión entrenarse en el uso del arco y la flecha; sobre sus diversiones, fray Bartolomé de las Casas nos dice: “tenían un juego de pelota que acá (en México) llaman “batey”, que es una pelota, tamaño como las de viento, sino que es pesada y echa de una resina de árbol muy correosa, que parece nervio, y salta mucho y juegan con las caderas y arrastrando las nalgas por el suelo, hasta que venció el uno al otro. También tiene otro juego de frijoles y canillas, que todos son sabidos entre los indios de estas partes…”. Se han encontrado canchas similares a la de La Quemada, una en San Luis Potosí (Río Verde), y la otra en el norte de Guanajuato. “En la región caxcan entre el estado de Jalisco (de acuerdo con Ralph León Beals) hay terrenos para el juego en Teocaltiche, Teuchitlán (abiertas con altares terminales) y Teocaltitlán La cancha más grandiosa es de 90 m de largo y se sitúa al principio de una plataforma en Rancho Nuevo Jalisco”.

Estos grupos del desierto no desarrollaron construcciones magníficas como los pueblos mesoamericanos. Comúnmente vivían en cuevas naturales o artificiales, a veces hacían sus chozas de zacate o de hojas de palma, algunas otras “eran pequeñas y de un solo piso, con muros de tepetate, o de adobe con zoquite y techos de terrado; también usaron otros materiales como basalto, fibras de maguey y tepetatl”.

Los chichimecas tampoco desarrollaron ningún tipo de escultura debido a su nomadismo. Las pocas pinturas (petroglifos y pictogramas) que hay, se encuentran en cuevas, barrancos, riscos, peñas, etc. Los signos pueden bien representar a sus dioses, animales o escenas de la vida cotidiana, pero muchas de ellas son abstractas e incomprensibles. Algunas de las pinturas se encuentran al “oriente del valle de Aguascalientes hasta Pinos, Ciénega de Mata y Loreto”, muchas de estas pinturas fueron tapadas o borradas por los evangelistas, quienes taparon las pinturas con cal y en ellas pusieron símbolos cristianos, “tal como sucedió en las cuevas de Villa García, Zacatecas”.

La religión era practicada en centros cívico-religiosos por medio de sacerdotes, brujos o hechiceros “que llaman madai cojoo, que quiere decir hechicero grande”; por lo general estos centros ceremoniales o adoratorios (cues) se encontraban en las laderas de las montañas o en lugares altos. Los Caxcanes y tecuexes usaban los templos como fortalezas en tiempo de guerra, y aún quedan algunas ruinas “en el cerro de la Corona, en el Bolón, en Teocaltitán, en Támara y en algunos otros lugares… El centro ceremonial más importante de los tecuexes y caxcanes fue Teocaltitán, “distante 12 Km. al oriente de Jalostotitlán: Teocaltitán: lugar donde abundan los templos o teocallis”.

Según Philip Wayne Powell, rendían culto a cuerpos celestiales como el sol y la luna, también tenían cierta adoración por algunos animales. Sin embargo, los cronistas opinaban así de sus dioses: “creen como descreen y no adoran ni aún han adorado a Dios conocido, sino hoy una piedra que hallan o hacen, y mañana otra diferente figura y ordinariamente de animales, sin permanecer en ninguna”.

Acostumbraban a quemar a sus muertos y guardar sus cenizas. También realizaban entierros, que por lo regular eran en los montes donde se ponían ofrendas con alimentos y figurillas.

Las danzas que realizaban alrededor de sus enemigos tenían un concepto religioso. Asociada con la religión estaba la cosecha, porque “después de danzar muchas danzas, se sienta (el jefe de la tribu) en un banquillo y con una espina se pica en una pantorrilla, y con aquella sangre que sale rocía la milpa, a modo de bendición”. En sus ritos religiosos utilizaban mucho la bebida (alcohol de tuna o maguey) y alucinógenos (peyote).

Como se pudo apreciar, algunos grupos chichimecas no eran tan incivilizados como normalmente se supone, pues si bien es cierto que su condición cultural fue baja, tampoco carecían de una cultura, lo que los hace aún más destacables, pues a pesar de tener condiciones adversas lograron sobrevivir, incluso ellos fueron quienes pusieron mayor resistencia a la conquista tanto espiritual como material.

La cerámica que desarrollaron fue poca; lo que se conoce es por las excavaciones de tumbas, donde se han encontrado figurillas – a modo de ofrendas -cuando mucho de 10 cm de largo, las hay pertenecientes a mujeres que muestran marcas en el cuerpo – escarificación o pintura -, y ojos rasgados. Estas figurillas fueron localizadas en San Luis Potosí (zona guachichil); también se encontraron vasijas de barro cocido que tienen como decoración curvas muy simples que tal vez pudieron estar pintadas de color rojo.

Las artesanías que produjeron fueron escasas, pues se redujeron a simples carpinteros, tejedores y lapidarios, porque conocían y labraban los pedernales y navajas para las puntas de las flechas.

Xochicalco

El término Xochicalco significa lugar de la Casa de las Flores. Esta cultura presenta pocos rasgos afines a la metrópoli de la época teocrática de la meseta central. Se encuentra hacia el suroeste aproximadamente a 114 Km. de la ciudad. De México en el Km. 10 de la carretera Alpuyeca de la Federal México-Acapulco en un cerro aislado de la cadena montañosa que baja desde el volcán del Ajusco a lo que parece transformado por un sistema de terrazas escalonadas.

Las prácticas religiosas en Xochicalco no eran muy diferentes a las de Teotihuacan, pues en cierta forma eran herederos de esta cultura. Su principal deidad era Quetzalcoatl a quien se reconocía entre otras cosas por la cruz que portaba sobre el penacho y el escudo. Había otros dioses de carácter secundario asociados con el Sol, la Luna, La lluvia, etc. El culto lo dirigían los sacerdotes quienes eran los personajes más instruidos de la comunidad.

Excavaciones realizadas en tiempos recientes resaltaron aún más el carácter religioso de Xochicalco. De una pirámide de mediano tamaño situada casi en el centro de la ciudad sale una ancha calle que lleva a un juego de pelota. La cancha de este juego tiene forma de I, elemento muy frecuente desde siglos atrás en regiones como la Zapoteca y la maya.

Es un sitio arqueológico que se ubica en los municipios de Temixco y Miacatlán estado de Morelos, México, a 38 Km. al sudoeste de la ciudad de Cuernavaca. Fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1999. El apogeo de Xochicalco tiene lugar en el período llamado Epiclásico (650 – 900). Durante este lapso se construyó la mayoría de la arquitectura monumental visible hoy en día; su desarrollo y surgimiento se debe entender a partir de su relación con Teotihuacan, el asentamiento dominante en Mesoamérica a lo largo del período clásico.

De acuerdo con algunos investigadores, Xochicalco surgió tras el abandono de aquel centro urbano para ocupar el vacío de poder económico y político provocado por ese hecho.

Se especula que Xochicalco debió haber tenido una comunidad de artistas provenientes de otras partes de Mesoamérica.

Son de especial interés los relieves esculpidos en los lados de algunos edificios. El templo de la Serpiente Emplumada tiene finas y estilizadas representaciones de la deidad, en un estilo que incluye una aparente influencia teotihuacana y maya.

El principal atractivo del Sitio Arqueológico un observatorio dentro de una cueva con escalones labrados hacia el interior, en donde en el Equinoccio los rayos solares la iluminan y la energía solar opera como rayos X al colocar la mano sobre el haz de luz se transparenta la carne y los huesos de los dedos y metacarpo se ve tal como si se tratase de una radiografía o tomografía. Los otros monumentos en el sitio son: los templos piramidales, palacios, tres juegos de pelota, temazcales, una inusual fila de altares circulares. También hay algunas estelas esculpidas con los nombres y escenas de tres reyes de Xochicalco. Algunas estelas han sido removidas de sus lugares originales, y ahora se exhiben el Museo Antropología e Historia del INAH en la Ciudad de México o en el museo de sitio.

La plaza central, posiblemente, fue el espacio cívico-religioso más importante de la ciudad. Al centro de la plaza se ubica un adoratorio que contenía una estela con dos glifos, a los costados los edificios Este y Oeste, y al fondo la Gran Pirámide, que es la construcción de mayores dimensiones del sitio.

En la Malinch se localiza el Juego de Pelota Sur, el más grande de los tres que se conocen en el sitio, así como veinte altares redondos y uno cuadrado que tal vez se utilizaban para el cálculo del calendario ritual de 260 días, y un conjunto habitacional conocido como El Palacio, que quizá era ocupado por un grupo de nobles.

La plaza principal tiene un carácter básicamente político y ceremonial y contaba con un acceso sumamente restringido. En su interior se encuentran las estructuras más importantes del sitio, como la Pirámide de la Serpiente Emplumada, edificio de extraordinaria belleza y enorme significado, decorado con relieves por sus cuatro caras; el Templo de las Estelas, donde se descubrieron las tres estelas relacionadas con Quetzalcóatl y que actualmente se exhiben en el Museo Nacional de Antropología, y la Acrópolis, residencia de los principales señores de la ciudad, que se localiza en la parte más alta del sitio.

En el conjunto Este nos encontramos con el Juego de Pelota Este, la Rampa de los Animales, integrada por 255 losas con representaciones de animales, y el Conjunto Central, área donde se localiza un altar policromado, un complejo temascal o baño de vapor y una cisterna para almacenar agua de lluvia, la cual era distribuida hacia todo el conjunto, mediante un elaborado sistema de drenaje.

El conjunto Oeste está integrado por estructuras situadas sobre la cueva del Observatorio, el cual fue utilizado para la exploración astronómica. Espectáculo de luz y sonido. Espectáculo está compuesto por un juego de luces de distintos colores que hacen juego con los sonidos de una narración de la historia de la zona en una pantalla de agua, esto está acompañado de danzas prehispánicas. Este espectáculo se lleva a cabo por temporadas y se puede observar desde el jardín del ocaso, este espectáculo inicia apartar del 13 de noviembre del 2009 hasta mayo del 2010.

La gran cantidad de cuevas que se encuentran en las laderas del cerro, no son naturales, fueron excavadas por los xochicalcas para obtener materiales para la construcción; muchas de ellas, fueron acondicionadas para ser usadas con diferentes propósitos, tal es el caso de la cueva en donde se encuentra el Observatorio, en donde se estudiaba el movimiento del sol. Presenta en su interior un pasillo y una gran cámara con una chimenea que mide de la base a la superficie 8.7 metros, cuya boca del tiro es hexagonal; dicho tiro tiene una ligera inclinación para que los rayos penetren y se vea el hexágono proyectado en el piso de la cueva, además se encontraba recubierta con estuco y pintado de colores negro, amarillo y rojo.

En el período de 105 días, que va desde el 30 de abril al 15 de agosto, el sol penetra por la boca de la chimenea. En el movimiento del sol hacia el Trópico de Cáncer y a su regreso, respectivamente los días 14/15 de mayo y 28/29 de julio, el astro está en su cenit y en el mediodía astronómico: el haz de luz cae directamente a través del tubo proyectando la imagen del sol en el piso del subterráneo. Seguramente aprovechando el fenómeno solar, el lugar fue usado también para ceremonias religiosas.

Tlaxcaltecas

Miembros de un pueblo perteneciente al grupo nahua que habitó la altiplanicie mexicana en el periodo precolombino organizados desde aproximadamente en el siglo XVIII como una república de carácter confederal, se asentaron entonces en los territorios que configuran el actual estado de Tlaxcala. Manteniendo una peculiar relación con el poderoso imperio azteca; con el cual mantuvieron una permanente situación de enfrentamiento debido a la expansión de este último.

Los tlaxcaltecas combatieron junto Cortés que precedieron a la derrota Azteca y al consiguiente inicio de la colonización española. En este momento el pueblo Tlaxcalteca está extinguido como ente étnica con sus características propias.

Los tlaxcaltecas son un pueblo indígena que habita el estado de Tlaxcala, México.

En 1290 comienza su historia. Estructurados como federación, los tlaxcaltecas elegían a su líder supremo y emprendían las campañas de común acuerdo. El hecho de que jamás fueron sometidos por los mexicas les llevó a estar rodeado de pueblos vasallos de los aztecas, lo que les impedía comerciar con libertad.

Gracias a concertaciones políticas y tratos con los aztecas, lograron preservar su autonomía y llevar a buen término el florecimiento de las artes.

A la llegada de los españoles en 1519, los tlaxcaltecas, al frente de Xicotencatl, enfrentaron a los conquistadores de Hernán Cortés.

En el centro de México destacaron los grandes valles del altiplano: el de México y el poblano-tlaxcalteca. En el valle poblano-tlaxcalteca aproximadamente en 1800 a. C. había grupos agricultores que trabajaban en forma familiar, cultivando maíz, fríjol, chile y calabaza, tomate que completaban su dieta con los productos de caza y recolección. Habitaban aldeas permanentes formadas por chozas. Tenían comunicación con la gente del valle de Tehuacán y el golfo de México, con la que llegaron a mezclarse. Años posteriores la población tlaxcalteca aumentó y en consecuencia el número de aldeas, muchas de las cuales al extenderse se convirtieron en villas. Los tlaxcaltecas producían con la cooperación de toda la familia; regaban sus cultivos utilizando canales, tenían hornos para cocer cerámica, pequeñas plataformas para celebrar sus ceremonias religiosas y rendían culto al dios del fuego Huehueteotl.

A medida que el tiempo transcurría la población aumentó hasta que se formaron pueblos. Surgieron construcciones residenciales, se elevaron estelas y sarcófagos de piedra, y cada vez se rendía culto a un mayor número de deidades. Allí los sacerdotes fueron adquiriendo más y más importancia y llegaron a dominar a la población, empezando así a construirse centros ceremoniales.

Se cree que entre los años 200 a. C. y 700, la civilización mesoamericana alcanzo su máximo esplendor, y si antes la gente vivía en comunidades agrícolas y en pueblos sin ninguna planeación, ahora se construían grandes ciudades planificadas. Aumento más la población y se incrementaron el comercio y la actividad agrícola.

Los sacerdotes gobernaban y se encargaban de impulsar la cultura. Fueron ellos quienes lograron que la agricultura, la escultura y la pintura alcanzaran su apogeo y que realizaran notables progresos en escritura figurativa, matemáticas y astronomía, por lo que se ha llamado a esta etapa periodo teocrático.

Teotihuacan estuvo a la cabeza de las ciudades teocráticas mesoamericanas y su caída marco el fin de este periodo. En Tlaxcala son dos las fases que corresponden al periodo teocrático. En la primera, se experimentó un auge cultural. Desaparecieron las aldeas dispersas y la población se concentró en centro urbanos que contaban con plazas, calles, centros ceremoniales, tumbas. No obstante ser una gran cultura local, poco a poco comenzó a decaer porque la mayoría de sus artesanos y muchas personas importantes se fueron a vivir a Teotihuacan, atraídos por la prosperidad y el trabajo que había en esa gran ciudad religiosa y cultural. Hubo entonces, en la siguiente fase, un mayor auge en la agricultura y reinó una relativa paz en el centro de Tlaxcala. En otros puntos de la región no ocurría igual, y sobre todo en la región de Nativitas, donde la invasión de los olmecas-xicalancas ocasionó intranquilidad y luchas por el poder y la tierra. Los olmeca-xicalancas, provenientes de la costa, eran mercaderes que controlaban las mercancías procedentes del Golfo de México y del sureste. Se establecieron en Tlaxcala sin encontrar ninguna resistencia porque la zona que eligieron se hallaba despoblada. Su capital se situó en la fortificación de Cacaxtla, en lo alto de un cerro, donde se han descubierto pirámides muy importantes y pinturas que testimonian sobre las luchas que libraron con otros grupos. También fueron dueños de pequeñas ciudades-fortalezas alrededor de su capital, como Xochitécatl y otras en el área de Calpulalpan, situadas al norte del estado.

En esa época los olmeca-xicolancas tomaron Cholula y dominaron la altiplanicie poblano-tlaxcalteca. A partir de entonces, sucedieron en la Tlaxcala prehispánica diversos cambios políticos.

Entre los años 700 y 1100, algunos grupos de toltecas integrantes de otra gran cultura de Mesoamérica, cuyo auge fue posterior a la teotihuacana se establecieron en Cholula, en Tlaxcala y en sus alrededores.

Esos grupos toltecas vivieron esclavizados por los olmeca-xicalancas hasta que, con ayuda de los otomíes, no sólo se emanciparon, sino que los vencieron. Como pago o sus servicios, los otomíes recibieron tierras en el sur de la actual ciudad de Puebla, donde fundaron los señoríos de Cuauhtinchan y Totonihuacan a principios del siglo XIV. Parte de estos otomíes llegaron a territorio tlaxcalteca y se establecieron principalmente en Atlangatepec, Hueyotlipan, Tecoac, Huamantla, Atlihuetzía y Xaltocan. Uno de sus grupos, muy influidos por los huastecos, ocupó el centro-norte del estado, dando origen a la cultura Tlaxco.

La famosa muralla de piedra estaba situada en la frontera este y noroeste de Tlaxcala, en el lugar por donde entró Cortés o este territorio.

El conjunto arqueológico de Cacaxtla era una fortaleza que contaba con adoratorios, plataformas, plazas y pirámides y que junto con las colinas de Xochitécatl, dominaba el valle poblano-tlaxcalteca. Allí son notables los murales de colores, con influencia maya y teotihuacana, en los que resaltan las figuras humanas, o menudo haciendo la guerra, así como el hombre-jaguar y el hombre-pájaro.

Xochitecatl “lugar del linaje de las flores”, Su época temprana da claras muestras de influencias culturales teotihuacanas, cholultecas y totonacas, en donde se han descubierto tres pirámides. La de las Flores que por el área de su base es considerada la cuarta más grande de Mesoamérica, en esta pirámide se celebra cada año el equinoccio de primavera. La Pirámide de la Espiral considerada única en su género dedicada al Dios del viento Ehécatl y que fuera utilizada como observatorio astronómico. Por último la Pirámide de la serpiente llamada así porque se encontró una pila monolítica en forma de cabeza de serpiente.

Tepeticpac, el primer señorío que se fundó, tenía un palacio y distaba ocho kilómetros de Tizatlán. En este lugar se localizaron los vestigios del antiguo teocalli o templo, cuyos altares están decorados con jeroglíficos. Quiahuiztlán, a cuatro kilómetros de la ciudad de Tlaxcala cabecera del señorío del mismo nombre, también tenía un palacio, situado atrás de la actual iglesia principal.

Ocotelulco situado a tres kilómetros de la capital, cabecero de su señorío y gobernado por Maxixcatzin, era el centro administrativo y comercial de la zona. Tenía un espacioso mercado, un templo que quizá era el mayor en la provincia y un palacio con muchas instalaciones anexas, incluida una casado fieras. Los primeros franciscanos que llegaron a Tlaxcala vivieron en él un tiempo.

Los tlaxcaltecas practicaban la escultura, pero sus obras tenían formas rígidas. Representaban dioses, hombres y animales. Poco antes de la conquista, la región poblano-tlaxcalteca fue, famoso por su cerámica policromo, más variada que la azteca, y considerada como de las más hermosas y mejor fabricadas del México prehispánico. Adornaban sus trajes, tocados, abanicos, divisas y estandartes con plumas de quetzal, garza, continga, arara, colibrí y papagayo, las que cosían por el cañón, o parte hueco, y colocaban unas sobre otras formando dibujos.

Los metales preciosos como el oro y lo plata no fueron muy comunes en la región, los obtenían de otros pueblos, por medio del comercio.

Otro arte que practicaron fue el de la incrustación de conchas, obsidiana y jade, en objetos de piedra, madera o hueso, como escudos, pectorales, máscaras y orejeras.

Zapotecas

El nombre zapoteca es de origen náhuatl, y quiere decir “el pueblo del zapote (mamey)”, mas ellos se denominaban así mismos “binni záa” que significa “gente que vienen de las nubes”..

La cultura zapoteca se desarrolló en los valles centrales de Oaxaca. Los zapotecas recibieron la influencia cultural de los olmecas; su ciudad más importante fue Montalbán, centro ceremonial construido en varias etapas.

Se dedicaron a la agricultura, la producción artesanal, el comercio, la caza, la pesca y la recolección; utilizaron el sistema de terrazas para sus cultivos y después el riego artificial por medio de canales.

El grupo dominante estaba integrado por sacerdotes, militares y comerciantes, y la clase dominada por campesinos y artesanos.

Se destacaron en el uso y conocimiento de la astronomía, la numeración, el calendario, la escritura jeroglífica, la medicina herbolaria en la arquitectura civil, religiosa y funeraria; en la alfarería, joyería y otras artes menores.

La religión zapoteca era politeísta, veneraban a un Dios creador supremo Pije-Tao de quien dependían otras divinidades.

Entraron en decadencia debido a diversos factores, como la penetración de mixtecas, que conquistaron los centros ceremoniales.

La cultura zapoteca es la expresión precolombina del pueblo zapoteco, que históricamente ha ocupado el sur de Oaxaca y en el istmo de Tehuantepec (México). En la actualidad la familia de sus lenguas consiste en más de 15 idiomas que están en peligro de desuso. En la época precolombina, los zapotecas fueron una de las civilizaciones más importantes de Mesoamérica.

Monte Albán es un conjunto arquitectónico sagrado que se suma a las costumbres religiosas de los pueblos mesoamericanos. Fue construida con varias plataformas escalonadas como pirámides de diferentes alturas. Dentro de la misma se llevaban a cabo juegos de pelota. La diferencia de otros complejos es la inclusión de edificios dedicados, probablemente, al culto funerario. También figuran relieves labrados en losas de piedra representando individuos con deformidades en el cuerpo, conocidos como los danzantes.

Los códices mixteco-zapotecas permiten conocer la vida y costumbres de la región. Estos documentos fueron escritos en jeroglíficos y sobre piel de venado y fueron pintados con gran colorido.

En Mitla, otro lugar con testimonios de este pueblo, subsisten pinturas murales plasmadas sobre fondo rojo que representan el águila, los dioses nocturnos y a Cocijo. En Hierve el agua, los zapotecas crearon un sistema de riego artificial único en Mesoamérica.

Los zapotecas desarrollaron un calendario y un sistema logofonético de escritura que utilizaba un carácter individual para representar cada sílaba del lenguaje. Este sistema de escritura es considerado como la base de otros sistemas de escritura mesoamericanos desarrollado por los olmecas, los mayas, los mixtecas y los aztecas. En la capital azteca de Tenochtitlán, habitaban artesanos zapotecas y mixtecas, cuyo desempeño era confeccionar joyería para los “Tlatoanis ” o emperadores aztecas, entre ellos, el famoso Moctezuma.

Las relaciones con el imperio azteca en el centro de México se dieron desde mucho tiempo atrás, así como es atestiguado por las ruinas arqueológicas del vecindario zapoteca dentro de Teotihuacan y por una casa en Monte Albán. Otras ruinas precolombinas importantes incluyen Lambityeco, Dainzu, Mitla, Yagul, San José Mogote, y Zaachila. Los tehuanos (personas de Tehuantepec), se aliaron con los Españoles, para luchar contra los Juchitecos, de ahí que naciera (hoy aún perdura) un cierto odio entra las dos ciudades.

Cultura de Tlatilco

La riqueza de los hallazgos realizados en Tlatilco permiten suponer que fue uno de los centros más importantes del período preclásico.

Esta cultura floreció, sin duda alguna, en un período de paz: así podría, tal vez, explicarse la gran cantidad de obras de arte y la escases de armas encontradas. La economía de Tlatilco como la de todo el período en general, estaba centrada en la agricultura, básicamente en el cultivo del maíz, calabaza, chile, frijol, palta, etc., complementada con la recolección, pesca y caza de pequeños animales, tal como aparecen representados en la cerámica. La tecnología del período consiste en morteros de piedra para moler semillas, hachas, raspadores de hueso, punzones, agujas, pulidores, etc.

En líneas generales los utensilios de trabajo son muy similares a los de Zacatenco y es significativa la ausencia de escultura y arquitectura en piedra, que será importante en la fase final del período.

Los cultos funerarios alcanzaron gran desarrollo. Además de los entierros individuales aparecen sepulturas colectivas y a veces cadáveres totalmente envueltos en mantos. Los huesos aparecen con restos de pintura roja, lo que supone un culto funerario complejo, con inhumación secundaria. También tiene íntima relación con este culto la presencia de ajuares funerarios que incluyen, en algunos casos, joyas con piedras semipreciosas (orejeras, pectorales, pendientes), que acompañan a las ofrendas de comida y objetos personales. Es muy importante en este momento el intercambio con los pueblos vecinos, en especial con los olmecas. Estas relaciones están comprobadas por el hallazgo de objetos olmecas o con influencia de esta cultura, aunque no se pueda determinar el carácter específico de estas influencias. ¿Serían simples intercambios de carácter comercial o un singo de dominación militar y religiosa?

El desarrollo de la cerámica adquiere aquí gran importancia. Además la cerámica utilitaria que, a pesar de su perfeccionamiento técnico, sigue las líneas generales de la de Zacatenco, apareced una cerámica ritual de excelente factura y de formas perfectamente regulares; jarras, platos y botellones. En la decoración se deben destacar algunos casos de pintura negativa y es muy llamativa la aparición de un tipo de cerámica escultórica naturalística que representa animales (peces, aves, tortugas, peludos, serpientes) llenos de vitalidad.

Siguiendo la tradición inaugurada en Zacatenco, el elemento más destacado en la cerámica son las figurillas de arcilla, que alcanzan en este momento, un desarrollo notable. Logran un marcado grado de vitalidad y dinamismo, por contraposición con el carácter estático de las anteriores. Estas figuras femeninas denominadas “Pretty ladies” (hermosas damas) por los arqueólogos norteamericanos, aparecen desnudas y con decoración facial y corporal. El torso y los brazos son cortos, los senos diminutos, la cintura fina, amplias caderas y muslos desmesuradamente desarrollados. Estos últimos rasgos recuerdan a las “Venus magdalenienses” de Europa y son consideradas como símbolos de la fecundidad. El rostro presenta también características peculiares: los ojos, incisos y/o pastillados tienen forma de almendra o de “granos de café” y están enmarcados por largas cejas que se juntan en el entrecejo; la boca se presenta entreabierta y la nariz, hinchada, ha sido agregada por pastillaje. Presentan algunas veces deformación craneana y mutilaciones dentarias (de influencia olmeca). Los ornamentos más comunes, además de la pintura corporal o tatuaje, son grandes tocados, orejeras, collares y otras cosas. Los complicados peinados o tocados recuerdan las “Kore” arcaicas griega. Varias trencillas caen simétricamente sobre los hombros y están tocadas con sombreros, turbantes o moños, en algunos casos acompañadas con espejos de pirita. Las actitudes en que aparecen estas figurillas son variadas: a veces están relacionadas con la maternidad: mujeres encintas con abultados vientres con niños en brazos, ya sea amamantándolos, arrullándolos o jugando con ellos. Esto no debe extrañar si se recuerda el carácter mágico – religioso de estas representaciones: están relacionados con cultos agrarios vinculados al sucederse de las estaciones y al ciclo vital de la naturaleza. Simbolizan a la madre tierra, cuya fuerza creadora es sinónimo de crecimiento y fertilidad.

En las últimas etapas de esta cultura aparecen también figurillas masculinas ya sean desnudas o con atuendos de sacerdotes o guerreros, estos últimos con complicadas armaduras de algodón, largas capas y tocados muy recargados. Aparecen también tonsurados y con extraños peinados, en algunos casos con deformación craneana o con cuerpos rechonchos que denotan influencia olmeca. Las formas son en general muy proporcionadas y el aspecto que ofrecen es mucho más realista que en el caso de las figuras femeninas. Estas figuras simbolizan (así lo entienden por lo menos algunos arqueólogos) una transformación sociopolítica: el paso de un sistema matriarcal a un sistema patriarcal y teocrático – militar. Por otro lado, la presencia de objetos de culto específico, ornamentos y vestimentas diferentes, , muestran la existencia de una religión más estructurada y compleja en la que el ritual estaría acompañado por danzas y música. Así se explicaría la presencia de figurillas en actitud de danzar y de músicos, jorobados y acróbatas que sobresalen por su resolución plástica.

Tlatilco era una zona seca y arcillosa, y en 1940 se instaló allí una fábrica para hacer tejas y ladrillos. Pero pronto los obreros se quejaron de que no podían trabajar porque encontraban muchas figuras de cerámica. Afortunadamente, se paralizó la obra y se encontraron más de cuatro mil figuras, de medidas que oscilan entre los 3 cm y los 30 cm. Se encuentran conservadas en el museo nacional de antropología de México.

Fueron modeladas a mano y sus detalles hechos por técnica de pastillaje (a modo de plastilina, pegando los trozos..); luego se cocerían en hornos a cielo abierto. Casi siempre muestran iconografías de mujeres que están desnudas o semidesnudas. Desde punto de vista formal, todas ellas son frontales, con actitud rígida, sin movimiento y con desproporciones anatómicas. Los cabellos aparecen casi siempre recogidos en moños o en trenzas. Sus rasgos faciales son siempre muy estilizados, incluso enigmáticos y no tienen expresividad. Los brazos suelen estar de forma convencional (pegados al tronco o paralelos) y presentan desproporción grande con respecto al resto del cuerpo. Se puso interés sobre todo en la representación de los pechos, la zona púbica y en los muslos abultados (a los cuales se les denomina “piernas de tipo cebolla”), es decir, subrayan los atributos sexuales primarios (algo que nos hace pensar en su simbología). Se decoran estas figuras con líneas incisas, pinturas que asemejan a adornos corporales de mujeres de las culturas preclásicas, en concreto decoraban sus cuerpos con tatuajes, pinturas o escarificaciones. También hay que señalar que estas figuras están más cuidadas en su parte frontal, que en la parte de atrás, donde no hay detalles y la anatomía está solo insinuada. Estas figuras, según la mayoría de los estudiosos, al tener sus rasgos sexuales marcados, tendrían relación con culto a la fertilidad, tanto humana como agrícola. Las pretty ladies demuestran preocupación por el afán de la fertilidad. Sin embargo, según la teórica francesa Laurette Sejourné, estas figuras simbolizarían la planta del maíz, que es la planta mágica más importante y es la planta que proporciona el alimento. Según ella, es posible que estas figuras sean el primer atisbo de una divinidad agrícola.

Cultura de Cuicuilco

Tal vez unos 5 s. antes de J.C., inmigrantes cuyo origen se desconoce se establecieron en la región, fundando nuevas ciudades cuyo número de habitantes aumenta rápidamente. Entre estas nuevas ciudades destacan, además de Cuicuilco, la de Ticomán, Cerro de Tepalcate, San Miguel de Amanta y Teotihuacán. La gran caza ha desaparecido y la agricultura realiza un notable avance al iniciarse el cultivo en terrazas.

En este período preclásico superior aparecen los primeros centros ceremoniales, cuyo elemento más destacado está constituido por un basamento rematado en la parte superior por un templete. La más antigua de estas construcciones es la de Cerro de Tepalcate: consta de una forma rectangular en talud de piedra y barro, en cuya parte superior se encontraba un recinto (hoy desaparecido) formado por paredes de bronce hundidos en el suelo. Dicha construcción estaba rodeada de pequeñas viviendas realizadas en material perecedero, dispuestos en algunos casos sobre terrazas artificiales.

Sin embargo, el monumento más representativo es la Gran Pirámide escalonada de Cuicuilco. Esta construcción, realizada en piedra y originada por la superposición de basamentos escalonados, ha sido levantada sobre otra más antigua de adobe y tiene 135 mts de diámetro, ya que es de planta circular, alcanzando actualmente unos 25 mts de altura.

La pirámide de Cuicuilco está formada actualmente por 4 pisos superpuestos que tienen la forma de conos truncados. Es posible que originariamente tuviera más pisos. Las paredes estaban recubiertas por piedras irregulares y se completaba con una escalera hacia el Este y una rampa hacia el Oeste. Esta orientación Este – Oeste tenía, sin duda, un carácter sagrado y se transformó en una constante en los períodos posteriores de Mesoamérica.

Si bien el valor turístico de la Pirámide de Cuicuilco es escaso, se trata de la primera construcción de carácter monumental. Su valor reside, fundamentalmente, en fijar ciertos principios que luego serán comunes a todos los santuarios mesoamericanos: el carácter de la estructura arquitectónica, la relación entre religión y ciclos astronómicos (representados en la superposición de estructuras), aislamiento del sagrario del contacto directo de la comunidad profana y la desproporción de tamaño entre el voluminoso basamento, que en todos los casos era de material perenne y el pequeño y endeble edificio que servía de recinto sagrado y que coronaba la estructura.

El centro ceremonial estaba completado por una pequeña aldea satélite y cumplía funciones cívico – religiosas que se fueron multiplicando y complicando con el crecimiento del centro. A partir de aquí se inaugura el período de la arquitectura monumental, que se impone en el período clásico,

En relación con la cerámica se puede decir que se da un fenómeno de decadencia o involución que la acerca más al primitivismo de Zacatenco que a la alta calidad de Tlatilco. Existen, por supuesto, centros como en el caso de Chupicuaro o Guanajuato, cuya producción cerámica es de alta calidad.

En Cuicuilco nace también la representación del dios más antiguo del panteón americano: se trata de Huehueteotl (el Dios Viejo o el Dios del Fuego), cuya iconografía, ya claramente definida en este período, permaneció inalterada hasta la irrupción de los españoles. Su imagen está representada sobre un incensario de cerámica, lo que une al valor estético de la obra un carácter funcional al ritual. Huehueteotl está representado como un anciano encorvado y giboso, sentado en posición de “Buda”, con los brazos apoyados en las piernas, su cabeza inclinada sostiene un brasero donde se quemaba incienso. La cara, muy expresiva, muestra los rasgos de la vejez, acentuados por marcadas arrugas; la misma sensación transmiten el pecho y el vientre flácidos. También aparecen en este período elementos que individualizan al dios de la lluvia, Tlalco, especialmente en algunas cerámicas.

A mediados del preclásico medio (800 a. C.), surgieron aldeas en este lugar, que lentamente evolucionaron y crecieron, transformándose en villas, para posteriormente dar lugar a un gran centro urbano cívico-ceremonial hacia fines del preclásico (100 d. de J.C.). Como centro urbano, llegó a ser muy importante, con una sociedad avanzada y jerarquizada en campesinos, artesanos, sacerdotes y gobernantes.

Su declive comenzó a principios del siglo I a. C., ante el creciente auge de Teotihuacán como centro de influencia cultural y religiosa. Por el año 400 d. C. el volcán Xitle, ubicado en las inmediaciones de la serranía del Ajusco, hizo erupción sepultando y destruyendo lo que aún quedaba de Cuicuilco y de Copilco (otro importante centro ceremonial). Este desastre provocó la dispersión de la cultura cuicuilca hacia Toluca y a Teotihuacan, donde se sabe que acogieron a una gran parte de los cuicuilcas e incorporaron muchos rasgos de esta cultura.

Dos de los rasgos característicos de la cultura desaparecieron del valle al extinguirse la ciudad: la plataforma ceremonial de base circular y las tumbas de botellón, caracterizadas por un tiro cilíndrico que daba acceso a la cámara. Curiosamente, ambos rasgos aparecen en el Occidente de México

La documentación arqueológica señala que la sociedad de Cuicuilco tuvo un sistema intensivo agrícola, incluyendo diques y canales para el riego. La población pudo vivir en torno a los conjuntos arquitectónicos, en un sistema similar al que más tarde pondría en práctica Teotihuacan y, hacia el 200 a.C., pudo haber alcanzado los 20.000 habitantes.

Cultura Mixteca – Puebla

En la región de Oaxaca, probablemente ya ni época preclásica, se había configurado en un núcleo social, la población de los mixtecas, destinada a extenderse sucesivamente también en los estados de Puebla, Taxcala y Guerrero, y a crear un poco por doquier centros de la propia cultura. En la época postclásica, esta cultura adquiere una importancia notabilísima sea porque alcanza a establecer contactos directos con las civilizaciones contemporáneas de México Occidental y a extender ampliamente la propia esfera de influencia porque logra sobrevivir a la conquista azteca, entrando más bien a formar parte de este nuevo imperio con el aporte del propio patrimonio artístico. Del período mixteca más antiguo se conocen solo algunas terracotas de Monte Albán; pero de cualquier manera, es con el ocaso de las grandes civilizaciones clásicas que se inició el período artístico más feliz de los mixtecas. La ciudad de Cholula, en el estado de Puebla, produjo preciosos objetos en el campo de la cerámica: desde grandes jarras cilíndricas hasta braseros, desde sahumadores de perfumes hasta platos y vasos – retrato, todos decorados en variados colores (naranja, rojo, negro, azul y blanco) hasta alcanzar a veces 7 empastes distintos y revestidos de una pátina brillante como una laca. Temas tomados del mundo animal y vegetal, figuras humanas, signos abstractos, cráneos y huesos cruzados constituyen los elementos decorativos, alternados con caprichosa fantasía. Entre las terracotas se deben recordar, en el estado de Puebla, pequeñas esculturas decoradas con colores al fresco que representan, a menudo, las divinidades. Pero el arte mixteca se manifiesta, sobre todo, en la elaboración de objetos en piedras duras, como el alabastro y el ónix (son famosos los vasos zoomorfos con paredes tan sutiles que parecen transparentes a la luz) y en trabajos de piedras preciosas y semipreciosas, con las que hacían alhajas de sorprendente belleza. La extraordinaria maestría técnica de los artistas mixtecas, está bien ejemplificada por un tipo de ornamento labial y auricular de obsidiana o de cristal de roca. Estas culturas tenían forma de platillo y de rosetas, y un espesor, a veces, no superior a medio milímetro. Obras que reúnen un interés técnico y un gran valor artístico, son los cráneos esculpidos en cristal de roca, entre los cuales hay que recordar la bellísima pieza conservada en el Brittish Museum de Londres. En ellos, como ocurre a menudo en los collares y en los motivos decorativos de la cerámica, el concepto de la muerte se presenta como una evidencia alucinante casi obsesiva. El engarce de turquesas y piedras semipreciosas sobre madera, tuvo amplia difusión: así se decoraban objetos de naturaleza funcional, que, además, de ser instrumentos empleados en los ritos, nos parecen hoy, en virtud de su refinadísima calidad estética, verdaderas obras de arte. La introducción de los metales en México, en torno al 900 d de J.C., ofrece a los artistas mixtecas nuevas posibilidades de desarrollar sus dotes de virtuosismo técnico y de fantasía creativa. Con los procedimientos de la fundición a la “cera perdida”, del labrado a martillo y del repujado del metal, lograron una gran variedad de ornamentos, a menudo de tal belleza que se puede ubicar entre sus artífices entre los más hábiles orfebres del mundo. Un verdadero tesoro para la belleza intrínseca de los hallazgos, además de su elevadísima calidad, ha sido descubierto en 1932 en Monte Albán, en una tumba atribuida al período mixteca contaba de más de 500 piezas, actualmente expuestas en el Museo de Oaxaca. Poco se conoce, en cambio, de la escultura de piedra y de la arquitectura que, con excepción de la Necrópolis de Mitla, parece que no ha dejado ninguna huella. Los hallazgos arqueológicos no son tan numerosos como los códices manuscritos mixtecas que han hecho llegar hasta nosotros la fama de esta cultura. Tales códices (de cuero de ciervo, de tejido o de papel), tratan de diversos temas, desde temas históricos y de la vida cotidiana hasta de problemas teológicos y legales, utilizando un sistema de escritura ideográfica. Figuras humanas, animales y asuntos distintos de orden simbólico, concurren para ilustrar un advenimiento, con las conexión de sus imágenes y de sus significados; aunque a través de un proceso de gran abstracción. La sucesión de estas imágenes, pintadas en varios colores, compone una narración expresada como un tema pictórico.

El territorio histórico de los mixtecos se localiza en el sur de México. Con una superficie superior a los 40.000 km², la Mixteca —como se le conoce en la actualidad— ocupa el sur de Puebla, el este de Guerrero y el poniente de Oaxaca. La Mixteca fue llamada Mixtecapan por los mexicas, vocablo que significa literalmente País de los mixtecos. En la lengua mixteca antigua, el país recibió el nombre de Ñuu Dzahui, que Janssen y Pérez Jiménez traducen como País de la Lluvia.

Los mixtecos nunca formaron una unidad política que integrara a todos los poblados ocupados por miembros de ese pueblo, aunque bajo el gobierno de 8 Venado en Tilantongo se conformó la mayor unidad política que conociera esa nación precolombina. El territorio mixteco es muy diverso desde el punto de vista geográfico, aunque lo unifica la presencia de grandes cadenas montañosas como la propia Sierra Mixteca o el Eje Neovolcánico. De acuerdo con sus características se suele dividir en varias regiones. La Mixteca Alta es la zona que ocupan los valles intermontanos de Tlaxiaco, Nochixtlán, Putla y Coixtlahuaca, enclavados en las estribaciones de la Sierra Mixteca, una zona de sumamente montañosa que constituye el punto en el que se aproximan la Sierra Madre del Sur y el Eje Neovolcánico. El clima de esta región va de templado a frío, y es relativamente más húmedo que en el resto de las Mixtecas. En la Mixteca Alta nacen varios ríos que son afluentes de cuencas tan importantes como la del río Balsas y el Atoyac.

Al norte de la Mixteca Alta se encuentra la Mixteca Baja, que comprende varios municipios del noroeste de Oaxaca y el sur de Puebla. La Mixteca Baja se encuentra a menor altitud que la Mixteca Alta, puesto que la altitud del terreno difícilmente supera los 2000 metros sobre el nivel del mar. Debido a esta característica, la Mixteca Baja es más caliente y seca que el resto del territorio mixteco, razón por la que fue llamada Ñuiñe (idioma mixteco: Ñuu-idni, ‘Tierra caliente’ )?. La mayor parte de la Mixteca Baja forma parte de la cuenca del río Balsas, que recibe las aguas de los ríos Atoyac, Acatlán, el Mixteco y otros varios. El clima es típicamente el correspondiente a la selva baja caducifolia, ecosistema que se caracteriza por una combinación de vegetación xerófita con otras especies que crecen periódicamente en temporada de lluvia (que en la región abarca los meses de verano y otoño).

La cultura mixteca denomina las expresiones del pueblo mixteco durante la época prehispánica. Las manifestaciones más antiguas de este pueblo corresponden al Preclásico Medio de Mesoamérica (ss. XV-II a. de C.) y abarcan hasta la Conquista española de los reinos mixtecos durante el siglo XVI de la era cristiana. El territorio histórico de los mixtecos es la zona conocida actualmente como la Mixteca, dividida entre los estados mexicanos de Puebla, Oaxaca y Guerrero. En su propio idioma, el nombre de la nación y el país mixteco es Ñuu Dzahui, que se traduce como país o pueblo de la lluvia.

La importancia de la cultura mixteca radica en que cuenta con una de las cronologías más extensas de Mesoamérica por su continuidad y antigüedad. La historia comenzó como resultado de su separación de otros pueblos de habla otomangueana en el área de Oaxaca. Los mixtecos compartieron numerosos rasgos culturales con sus vecinos zapotecos, de hecho ambos pueblos se denominan a sí mismos como gente de la lluvia o de la nube. La evolución divergente de los mixtecos y los zapotecos, favorecida por el entorno ecológico, alentó la concentración urbana en las ciudades de San José Mogote y Monte Albán; mientras que en los valles de la sierra Mixteca la urbanización siguió un patrón de menores concentraciones humanas en numerosas poblaciones. Las relaciones entre mixtecos y zapotecos fue constante durante el Preclásico, cuando la Mixteca también se incorporó definitivamente a la red de relaciones panmesoamericanas. Algunos productos mixtecos se encuentran entre los objetos de lujo hallados en el área nuclear olmeca.

Durante el Clásico, el apogeo de Teotihuacan y Monte Albán fueron un elemento que estimuló el florecimiento de la región Ñuiñe (Mixteca Baja). En ciudades como Cerro de las Minas se han encontrado estelas que muestran un estilo de escritura que combina elementos de la escritura de Monte Albán y de Teotihuacan. La influencia de los zapotecos se observa en las numerosas urnas halladas en los sitios de la Mixteca Baja, que representan casi siempre al dios viejo del fuego. En ese mismo contexto, la Mixteca Alta vio el colapso de Yucunundahua (Huamelulpan), y la balcanización de la zona. La concentración del poder en la zona Ñuiñe fue causa de conflictos entre las ciudades de la región y los estados de la Mixteca Alta, lo que explica la fortificación de las ciudades ñuiñe. El ocaso de la cultura clásica de Ñuiñe coincide con el de Teotihuacan y Monte Albán. Al terminar el Clásico mesoamericano (ss. VII y VIII) muchos elementos de la cultura clásica de la Mixteca Baja cayeron en desuso y fueron olvidados.

A partir del siglo X se dan las condiciones que permitieron el florecimiento de la cultura mixteca. El genio político de Ocho Venado le llevó a consolidar la presencia mixteca en La Costa. Allí fundó el reino de Yucudzáa (Tututepec) y después emprendió una campaña militar para unificar numerosos estados bajo su poder, entre ellos sitios tan importantes como Ñuu Tnoo Huahi Andehui (Tilantongo). Esto no habría sido posible sin la alianza con Cuatro Jaguar, señor de filiación nahua-tolteca que gobernaba Ñuu Cohyo (Tollan-Chollollan). El reinado de Ocho Venado concluyó con su asesinato a manos del hijo de una noble señora que a su vez fue asesinada por el propio Ocho Venado. Durante todo el Posclásico se intensificó la red de alianzas dinásticas entre los estados mixtecos y zapotecos, aunque paradójicamente aumentó la rivalidad entre ambos pueblos. Sin embargo, actuaron en conjunto para defenderse de las incursiones mexicas. México-Tenochtitlan y sus aliados se alzarían con la victoria sobre estados tan poderosos como Yodzo Coo (Coixtlahuaca), que fue incorporado como provincia tributaria del Imperio azteca. Sin embargo, Yucudzáa (Tututepec) mantuvo su independencia y ayudó a los zapotecos a resistir en el istmo de Tehuantepec. Cuando los españoles llegaron a La Mixteca, muchos yya (señores) se sometieron voluntariamente como vasallos de España y conservaron algunos privilegios. Otros señoríos intentaron resistir, pero fueron vencidos militarmente.

De acuerdo con su mitología, los mixtecos eran descendientes de los hijos del árbol de Apoala. Uno de estos hijos venció al Sol y ganó la tierra para el pueblo mixteco. La divinidad principal de los mixtecos en la época prehispánica era Dzahui, patrono de los ñuu dzahui y dios de la lluvia. Otra divinidad de gran importancia era Nueve Viento-Coo Dzahui, héroe civilizador que les entregó el conocimiento de la agricultura y la civilización. La historia y la mitología de los mixtecos prehispánicos se conservan en varios códices, algunos originales de la época prehispánica. En estos códices los mixtecos también dieron muestra de sus habilidades en las artes menores como la pintura. Además fueron consumados orfebres y alfareros, como muestran la varias piezas que se conservan en varios museos alrededor del mundo.

En el período preclásico, las primeras poblaciones sedentarias comenzaron a aparecer a partir del siglo XVI antes de la era cristiana. Esta etapa de la historia del pueblo mixteco corresponde con la Fase Cruz en la Mixteca Alta, las fases Pre-Ñudée y Ñudée en la Mixteca Baja y la fase Charco en la Costa. El desarrollo de las primeras agrícolas en la región fue contemporáneo al de otras zonas de Mesoamérica, como el centro de México, los Valles Centrales de Oaxaca y la costa del Golfo de México. Sin embargo, las comunidades mixtecas del Formativo nunca alcanzaron las dimensiones de las poblaciones protourbanas de los Valles Centrales, como San José Mogote y Monte Albán. El patrón de asentamiento de los mixtecos en aquellos años consistía en pequeñas comunidades dedicadas a una agricultura incipiente, aunque existe evidencia de su incorporación en la red de intercambios internacionales de Mesoamérica.

Un ejemplo de esta vinculación a otras sociedades mesoamericanas es la influencia del estilo olmeca en la cerámica de la Mixteca Alta. En sitios como Huamelulpan y Tayata se han encontrado figurillas que poseen características iconográficas olmecas, estilo ampliamente difundido en casi toda Mesoamérica durante el primer milenio antes de la era cristiana. Por otra parte, en el área nuclear olmeca se han encontrado objetos de cerámica Rojo sobre Bayo que fueron producidas indudablemente en la región de Tayata, de acuerdo con los estudios que se han realizado sobre la composición química de esos materiales arqueológicos. Durante el período de formación de los rasgos culturales de los mixtecos, la estratificación social era incipiente, como muestra las pocas diferencias que se han encontrado en los restos de las viviendas correspondientes a esos tiempos. Por otra parte, la función de las edificaciones tampoco estaba claramente diferenciada.

Hacia el final del Preclásico Medio (época en que Mesoamérica vio el florecimiento del estilo olmeca, de gran difusión en el área) en la Mixteca Alta comenzaron a aparecer algunas poblaciones que albergaron en su época de apogeo a varios miles de personas. Entre ellas se encontraban Monte Negro y Huamelulpan, situada la primera cerca de Tilantongo, que varios cientos de años después sería la cabecera de uno de los Estados mixtecos más poderosos; y la segunda, en la zona de Tlaxiaco. Por otro lado, en la Mixteca Baja la población de Cerro de las Minas comenzó a florecer en el valle del río Mixteco. En esta época, que abarca aproximadamente del siglo V a. C. al siglo II d. de J.C., las sociedades mixtecas viven un proceso de diferenciación social que se refleja en la aparición de algunas edificaciones de carácter público en poblaciones como Yucuita, Etlatongo, Tayata y Huamelulpan en la Mixteca Alta; y Cerro de las Minas y Huajuapan en la Mixteca Baja. La estratificación cada vez más definida de las poblaciones mixtecas de esta época es el reflejo del proceso que dio lugar al nacimiento de los primeros Estados en la zona a partir de las sociedades de jefatura. La estructura política al final de la fase Cruz Tardía en la Mixteca Alta estaba constituida por una serie de Estados que dominaban pequeños territorios donde existieron numerosas poblaciones organizadas de modo jerárquico. La jerarquía de las poblaciones ha sido observada en la cantidad de monumentos arquitectónicos que albergaba cada localidad, lo que ha permitido inferir el tipo de relaciones que había entre el centro de relevancia regional y los pueblos de segunda línea. Un caso bien conocido es el de Huamelulpan, cuyo rápido crecimiento relegó a Tayata —que fue una de las mayores poblaciones mixtecas del Preclásico Medio— a una segunda posición, provocando la contracción poblacional y el cese de las obras arquitectónicas en Tayata hacia el siglo III a. C.

La revolución urbana en la cultura Mixteca fue contemporánea del proceso que llevó a la formación del estado zapoteco encabezado por Monte Albán. Las poblaciones zapotecas de Los Valles que emergieron en el Preclásico Medio tenían dimensiones comparables con las poblaciones mixtecas de la sierra. Sin embargo, la historia de Monte Albán marcaría varias diferencias con los señoríos mixtecos, entre ellos las dimensiones espaciales bajo el dominio estatal. En la Mixteca, los estados dominaban pequeños territorios que en ocasiones no rebasaban los cien kilómetros cuadrados de superficie. En contraste, Monte Albán ocupó un territorio mucho mayor y emprendió tempranamente una campaña expansionista que le llevó a ocupar la Cañada de Cuicatlán y algunas regiones de la Sierra de Juárez. La influencia de Monte Albán en la Mixteca durante el Preclásico es evidente: en varias localidades de la Mixteca Alta aparecen producciones cerámicas con características similares a las de la cerámica zapoteca de Los Valles: Huamelulpan producía urnas que guardaban cierta semejanza con las producidas en Monte Albán, y en esa misma región se han encontrado inscripciones en el sistema zapoteco de escritura. Sin embargo, no existe evidencia de que Monte Albán haya dominado políticamente la Mixteca, por lo que resulta plausible que estas influencias sean reflejo de un solo proceso cultural que dio origen a ambas civilizaciones.

En el período clásico, en la Mixteca Baja se desarrolló un sistema de escritura muy parecido al zapoteco, llamado ñuiñe. El sistema cayó en desuso al final del Clásico, cuando también desapareció el estilo artístico homónimo.

En Mesoamérica, el período Clásico comprende aproximadamente el período comprendido entre los siglos I y VIII/IX, con algunas variaciones según la historia local de cada área cultural. En toda Mesoamérica aparecen ciudades de dimensiones y poblaciones considerables, con una clara especialización en el uso del espacio y una diferenciación social que se refleja en las características diversas de los restos de las construcciones. La influencia cultural teotihuacana se hace sentir en toda la región, aunque sólo en algunas localidades se ha probado la dominación política y militar de esta metrópoli. Los lazos comerciales se hicieron más fuertes entre los distintos pueblos, ya de por sí especializados en la producción de ciertos bienes de subsistencia y de uso suntuario.

Al igual que ocurre con el período Preclásico, la historia del pueblo mixteco en esta fase de urbanización y emergencia de los grandes Estados en Mesoamérica es poco conocida. El período Clásico en la Mixteca está marcado por un proceso de sustitución de los centros del poder político en toda la región. Algunas características de los Estados mixtecos del Preclásico fueron heredadas a sus sucesores, entre ellos la pulverización del control sobre el territorio entre numerosas poblaciones organizadas de manera jerárquica. En la Mixteca Alta, Yucuita fue reemplazada por Yucuñudahui como sede del poder político en el valle de Nochixtlán; en otras zonas de la Mixteca Alta, como el valle de Huamelulpan, no ocurrió este reemplazo, y Huamelulpan, que fuera una de las principales poblaciones durante la fase Ramos Tardía, se colapsó y perdió una parte importante de su población, aunque la ocupación de la ciudad fue continua hasta el Posclásico. En toda la Mixteca Alta, la densidad de población aumentó, lo que provocó la aparición de nuevas localidades urbanas en los valles y montañas de la zona. Entre estas se encuentran Monte Negro, Diquiyú, Cerro Jazmín en el centro; y la cuenca del río Poblano en el valle de Coixtlahuaca.

Aunque durante el período Preclásico el proceso de urbanización en la Mixteca y Los Valles tuvo características similares, para el período Clásico la situación es diferente. En algunos trabajos se quiere ver en Yucuñudahui un homólogo mixteco de Monte Albán. Sin embargo, a diferencia de la sociedad zapoteca, con una sola capital en Monte Albán; los mixtecos estaban organizados en pequeñas ciudades estado que pocas veces rebasaron los doce mil habitantes. De acuerdo con Spores (1972), Yucuñudahui sólo fue uno de los muchos estados que tuvieron su sede en el valle de Nochixtlán. Por otro lado, en algunos casos la densidad de población en la Mixteca era mayor que en los valles, como demuestra el estudio de los patrones de asentamiento en la Mixteca Alta. Durante el Clásico mixteco apresen muestras de una sociedad claramente estratificada y se consolidan los rasgos característicos de la religión mixteca, entre ellos, el del culto a la lluvia y el relámpago, condensados en la divinización de Dzahui.

Por otro lado, en la Mixteca Baja apareció un complejo cultural de características propias que se difundió por esa zona y el oriente del actual estado de Guerrero. El principal centro de esta cultura —denominada Ñuiñe por el nombre nativo de la Mixteca Baja1— fue Cerro de las Minas (al norte de Huajuapan de León), población cuyos inicios se remontan al Preclásico Tardío, pero cuyo florecimiento ocurrió a partir del segundo siglo de la era cristiana. Cerro de las Minas posee características urbanas similares a las ciudades de la Mixteca Alta. Fue construida en torno a un conjunto de varias pequeñas plazas en torno a las cuales se distribuía el resto de la población —y es esta una de las diferencias del urbanismo mixteco en comparación con otros pueblos mesoamericanas cuyas ciudades se organizaban en torno a una sola y gran plaza principal—. El espacio sobre el que se construyó fue modificado mediante la construcción de terrazas, llamadas coo yuu (lama-bordo), por lo que la ciudad cuenta con numerosas escalinatas. Cerro de las Minas fue embellecida con numerosos relieves que contienen inscripciones en un sistema de escritura poco conocido hasta la fecha, llamado ñuiñe. Las similitudes entre estas inscripciones y las de las estelas zapotecas de Monte Albán sugieren una relación muy fuerte entre Los Valles y la Mixteca Baja durante el Clásico.

Otros sitios en los que se han encontrado vestigios de la cultura Ñuiñe en la Mixteca Baja son San Pedro y San Pablo Tequixtepec, la cueva de Tonalá y el Puente Colosal en Oaxaca; Acatlán de Osorio, Hermengildo Galeana y San Pablo Anicano (Puebla); y en numerosos sitios de La Montaña de Guerrero, como Copanatoyac, Malinaltepec, Zoyatlán, Metlatónoc y Huamuxtitlán. En muchos casos se trata de muestras de cerámica de características similares a la producida en Cerro de las Minas: fragmentos de vasijas con escasa o nula decoración, confeccionadas con una pasta de color anaranjado parduzco cuya composición es similar a la cerámica Anaranjado Delgado producida en Ixcaquixtla (Puebla), en la frontera norte de la Mixteca Baja. Otros elementos característicos de la cultura Ñuiñe son las llamadas cabecitas colosales, pequeñas esculturas de piedra que representan cabezas antropomorfas —algunas de las cuales son objeto de culto por parte de las comunidades indígenas de la Mixteca Guerrerense—; así como ciertas urnas que representan al dios del fuego y a una versión local de Dzahui, cuyas características eras similares a las efigies contemporáneas de Pitao Cocijo producidas por los zapotecos de Los Valles.

Durante el período Clásico, la Mixteca Baja fue sede de los principales centros políticos de la Mixteca. El relevo de los estados de la Mixteca Alta parece haber implicado una serie de eventos que desestabilizaron políticamente a la región, de modo que una de las principales características de las ciudades de la región Ñuiñe es que se encuentran ubicadas en puntos estratégicos que facilitaban su defensa. Del mismo modo que Huamelulpan y sus satélites durante el Preclásico Tardío; Cerro de las Minas, Diquiyú y otras ciudades de la Mixteca Baja contaban con fortificaciones y sus edificios administrativos y religiosos fueron construidos en las laderas de los cerros, mientras que las zonas habitacionales se levantaron en zonas de acceso relativamente más fácil. La guerra en la Mixteca Baja durante el Clásico pudo haber sido ocasionada no sólo por la competencia entre los Estados de la región, sino también es probable que la rivalidad con los zapotecos de Los Valles haya sido motivo de conflictos en la zona; a ello se le debe sumar que la actividad bélica también podía haber estado relacionada con el ritualismo de los sacrificios humanos y el juego de pelota.

Hacia el siglo VII de la era cristiana, la mayor parte de los pueblos mesoamericanos enfrentaron graves crisis que llevaron al declive a varios de los Estados más poderosos, entre ellos Teotihuacan y Monte Albán. Los Estados mixtecos también enfrentaron estas perturbaciones generalizadas. En la Mixteca Baja, la cultura Ñuiñe desaparece hacia el final del período Clásico y varias de las ciudades más importantes fueron parcial o completamente abandonadas, tanto en la Mixteca Baja como en la Mixteca Alta. Sin embargo, no fueron pocas las ciudades que como Cerro Jazmín y Tilantongo tuvieron ocupación continua en la transición del Clásico y el Posclásico.

Por mucho, el Posclásico es el período mejor conocido de la historia mixteca prehispánica, gracias a la conservación de la historia oral en documentos coloniales, pero también a los códices que sobrevivieron a la destrucción y al tiempo después de la llegada de los españoles a la Mixteca. En Mesoamérica, el posclásico está marcado por el florecimiento de los Estados militaristas. Ello no quiere decir que las sociedades de las etapas anteriores hubiesen desconocido la guerra, se ha visto arriba que las ciudades-Estado de la Mixteca estaban protegidas por muros desde el primer milenio antes de la era cristiana. Lo que ocurre es que en este período, la actividad militar parece haber cobrado una importancia mayor, como demuestra la proliferación de la parafernalia asociada con la guerra y el culto a las divinidades guerreras en toda la región.

Para finales del siglo VIII, el estilo Ñuiñe comenzaba a declinar en la Mixteca Baja, hasta que fue suplido paulatinamente por el estilo iconográfico propio de los códices mixtecos. La aparición de un nuevo estilo artístico, acompañado de otros cambios culturales como el arraigo de la veneración a la Serpiente Emplumada y la construcción de alianzas interétnicas no es privativo de los mixtecos del Posclásico Temprano y tiene sus antecedentes en los cambios políticos y sociales del final del Clásico en el centro de México. En toda la Mixteca la población comenzó a aumentar dramáticamente, aunque los cambios demográficos más importantes tienen lugar en la Mixteca Alta. De acuerdo con las investigaciones arqueológicas, en la Mixteca Alta el número de localidades correspondientes a la fase Natividad (siglo X-SVI d. C.) se duplicó con respecto a los existentes en la fase anterior, es decir, la fase Las Flores. De la misma manera, la superficie ocupada por estas localidades se incrementó de modo importante, alcanzando las 10 mil 450 hectáreas de superficie urbana. Estas poblaciones estaban organizadas en pequeños Estados hostiles entre sí, encabezados cada uno por una ciudad de primera importancia que regía sobre otros poblados sujetos a su autoridad. La construcción de una estructura jerárquica en las relaciones entre las cabeceras de los señoríos mixtecos —llamadas ñuu— y sus satélites —llamados siqui— es constante en la historia mixteca, aunque en este período se acentúa debido al aumento de la población y a las estrategias políticas de las élites gobernantes.

A partir del Posclásico, los mixtecos tuvieron contactos más amplios con otros pueblos de lo que hoy es Oaxaca, incluso a pesar de las diferencias lingüísticas y étnicas. Es especial el caso de las relaciones entre mixtecos y zapotecos, presente en épocas anteriores pero ahora más intensa. Estas relaciones no eran solamente resultado de su vecindad en la misma región, tenían propósitos económicos y políticos. Se ha documentado la existencia de una densa red de alianzas matrimoniales a nivel de las élites mixtecas y zapotecas. Por ejemplo, en el Códice Nuttall se da cuenta del casamiento de Tres Lagarto con una noble zapoteca de Zaachila, de cuyo matrimonio nació Cocijoeza, futuro señor de esa ciudad que forjó un ejército combinado de mixtecos y zapotecos y emprendió una campaña expansionista en los Valles Centrales de Oaxaca. Son numerosas las ciudades de Los Valles que muestran indicios de la presencia mixteca, incluida la misma Monte Albán, donde Alfonso Caso rescató el tesoro de la Tumba 7. La existencia de obras de influencia mixteca en Los Valles ha sido motivo de especulación por parte de los especialistas. Para algunos, es evidencia del expansionismo mixteco, de modo que los zapotecos de Los Valles habrían sido dominados políticamente por los mixtecos. Sin embargo, es plausible también que las alianzas matrimoniales y políticas entre mixtecos y zapotecos hayan favorecido la difusión del arte mixteco en el territorio zapoteca, arte que fue empleado como elemento de prestigio por la élite de las ciudades zapotecas. Además de Monte Albán, otras ciudades de Los Valles que muestran objetos arqueológicos de manufactura o influencia mixteca son Mitla, Lambityeco, Yagul, Cuilapan y Zaachila; ésta última fue la más importante de las urbes zapotecas hasta su conquista por parte de los mexicas en el siglo XV.

Los mixtecos construyeron edificios decorados con grecas de piedra que demuestran su habilidad como artesanos. Desarrollaron un estilo de cerámica con mucho colorido, trabajaron los metales y se destacaron como excelentes orfebres. Con oro, plata, cobre y piedras preciosas como la turquesa, las perlas y los corales, realizaron hermosos collares, pectorales, brazaletes, narigueras y anillos. Además, destacaron como comerciantes y mostraron interés por la herbolaria, así como por la astronomía.

Se distinguieron por ser unos de los mejores artistas del horizonte Posclásico. En cuanto a cerámica, hicieron vasos, tapas, jarras, platos, vasijas trípodes y de figuras zoomorfas, y en algunas ocasiones antropomorfas. Eran policromadas y los colores empleados eran rojo, naranja, negro, gris y blanco. En cuanto a sus códices, además de la importancia histórica, su valor artístico es inapreciable. La escritura era jeroglífica, calendaría, onomástica, toponímica y otras más de tipo ideográfica y fonética.

Son reconocidos como grandes orfebres, donde sus creaciones incluyen una amplia gama de joyas: collares, anillos, pulseras, protectores de uñas, orejeras, narigueras, mangos de abanicos y pectorales, así como también los trabajos con incrustación de turquesas; sobresalen las joyas encontradas en la “Tumba N° 7”. Estas joyas muestran la delicadeza y maestría con la que los mixtecas llegaron a trabajar el oro. Pendiente de oro con la representación de Xipe Totec, dios de los joyeros y la primavera, procedente de la tumba 7. Entre sus especialidades se podían citar los mosaicos de plumas, la alfarería polícroma decorada y el tejido y bordado de telas.

Se caracterizaron por escribir códices sobre tiras de piel de venado o en papel amate y usando tinta de cochinilla, en los que registraban acontecimientos diversos e importantes, que actualmente son un bello testimonio de su historia. La historia más conocida de los Códices Mixtecos está escrita en los códices Nutall y Bodley, donde se relata la historia épica de 8 Venado, nombrado así por el día en que nació, con el nombre personal de Garra de Jaguar. El señor Ocho venado logró unir al reino de la Mixteca. De los “tlacuilos” decían que eran: “Los que están mirando, los que cuentan, los que vuelven ruidosamente las hojas de los libros de pinturas. Los que tienen en su poder la tinta negra y roja, las pinturas. Ellos nos llevan, nos guían, nos dicen el camino”.

Durante dos milenios, los habitantes de Monte Albán, nos muestran síntesis de dos culturas, la zapoteca y la mixteca, que dieron como fruto la concepción de un sitio fantástico, mágico y monumental, que nos ofrece, de manera generosa, un claro ejemplo de la grandeza del mundo prehispánico.

La metalurgia fue una actividad que se desarrolló tardíamente en Mesoamérica. Christian Duverger sostiene que esto es resultado de una elección cultural de los pueblos de la región, que convirtieron a Mesoamérica en una “civilización de la piedra”. Los testimonios más antiguos de la metalurgia en Mesoamérica datan del final del período Clásico y proceden de Occidente de Mesoamérica. Se sabe que esta tecnología fue importada desde América Central y Sudamérica, donde se desarrolló mucho antes que en Mesoamérica. Por la época de la Conquista, los tarascos de Michoacán trabajaban con gran habilidad el cobre y otros metales, con los que fabricaban herramientas de uso cotidiano y objetos suntuarios.

En el área oaxaqueña, los mixtecos también adoptaron la metalurgia durante el período Posclásico. Se han encontrado hachas de cobre en la zona, muestra de que el trabajo de los metales en Oaxaca prehispánica no fue sólo con motivos ornamentales. Las piezas más conocidas de la orfebrería mixteca son las piezas de oro. El oro era considerado por los mesoamericanos como excremento de los dioses y durante el Posclásico se convirtió en un signo del Sol. Por ello, algunas de las piezas más exquisitas de la orfebrería mixteca combinan el oro con la turquesa, la piedra solar por excelencia en la cultura mesoamericana. Este es el caso del Escudo de Yanhuitlán, una de las piezas de orfebrería mixteca más conocidas.

Las piezas de oro en la cultura mixteca formaron parte del conjunto de objetos cuyo uso estaba reservado para los dirigentes. La vestimenta de los gobernantes del Posclásico incorporaban numerosos elementos áureos, que se combinaban con una amplia variedad de objetos de jade, turquesa, plumas y tejidos finos. A la llegada de los españoles, muchas piezas de oro procedentes de La Mixteca fueron fundidas para formar lingotes. Algunas de ellas fueron enviadas a Europa y escaparon de la destrucción. Las excavaciones arqueológicas han permitido la recuperación de un buen número de piezas en un los yacimientos arqueológicos de toda La Mixteca. En ese sentido, son notables los hallazgos de Zaachila y la Tumba 7 de Monte Albán. En este último lugar se encontró el mayor número de piezas de orfebrería hallados en Mesoamérica en el mismo sitio.

Cultura de Monte Albán

Monte Albán representa para el Estado de Oaxaca lo que había sido Teotihuacán para el altiplano central de México. Surgía en una posición favorable desde el punto de vista comercial y estratégico: se encontraba en la confluencia de 3 valles extensos y a una altura de 2000 mts. Era una ciudad rica de grandes y complejas construcciones, con templos y palacios. No se conocen sus fundadores, pero se conoce que se convirtió en el centro religioso de los zapotecas, que desde el 400 al 500 d de J.C. hasta el 1000 implantaron culturalmente el período clásico local. Las numerosas investigaciones arqueológicas efectuadas en Monte Albán, revelaron importantes hallazgos y permitieron un estudio suficientemente profundo de los sucesivos períodos artísticos de la cultura zapoteca. La fundación de la ciudad se remonta al período preclásico y sus primeras y grandes construcciones se remontan al s. VII a de J.C. También la vajilla y las figurillas de terracota, vigorosamente modeladas,, testimonian la presencia de un estilo decididamente preclásico, al que no son extrañas las influencias olmecas; influencias que aparecen también más evidentes en un grupo de admirables grabados en piedra. Presentan a los seres humanos, con evidente sentido del grotesco, en gestos que sugieren actitudes de danza. Sobre estas planchas de piedra se repiten también jeroglíficos y fechas, casi indescifrables. Cerámicas, piedras grabadas y estelas revelan un sensible refinamiento del estilo durante el período postclásico. Muestra, entre otras cosas, la creación de esculturas en terracota de tal belleza y majestuosidad que asombra. Hoy se piensa que son fruto de la actividad artística de una casta superior, de cultura particularmente evolucionada. Los personajes tienen caras con rasgos similares a los de los olmecas, estan suntuosamente adornados y, a menudo, tienen una actitud y un gesto de repulsa, con las manos grandes en forma de uso, extendidas delante del pecho. Muchas terracotas funerarias, precedentemente modelados como simples y grandes vasos, con frecuencia, asumen un nuevo aspecto por la elaborada ornamentación y, sobre todo, por la aplicación de una máscara humana que las transforma en verdaderas urnas, dedicadas al difunto. También pertenece a este período la estupenda máscara realizada en jade verde obscuro, compuesta de 25 trozos unidos de tal manera que forman la cara de un Dios murciélago, con ojos y dientes de conchillas blancas. El tercer período se caracteriza por la erección de numerosos monumentos funerarios que bajo las características del estilo local, tienen influencia de la cultura de Teotihuacán. Un fenómeno análogo se puede observar en las urnas funerarias más elaboradas, dotadas también de una estilística maya. La decadencia de Monte Albán coincide con el fin de esta fase: sucesivamente, cada expresión de arte declina a un nivel artesanal. Hacia fines del s. XI, la política expansionista del pueblo mixteca despoja a los zapotecas definitivamente de la ciudad.

La “Máscara del Dios Murciélago”, fue elaborada entre los años 200 a de J.C. al 200 d de J.C., durante el Período Preclásico mesoamericano, por la cultura zapoteca, civilización precolombina de Mesoamérica, que se asentó en los valles centrales y el Istmo de Tehuantepec, México, desde el año 1500 al 1521, y que dio origen al actual estado de Oaxaca, la máscara está considerada como una obra maestra de las realizadas por esta cultura prehispánica. Esta máscara fue hallada en una ofrenda que acompañaba a cinco esqueletos en el adoratorio la cual era una ofrenda a los muertos debido a que ellos les rendían tributo, al este del Montículo H de la plaza central, en el yacimiento arqueológico del Monte Albán, situado a 10 Km. de la ciudad de Oaxaca de Juárez, capital del estado mexicano del mismo nombre, antigua ciudad zapoteca de Dani Baá. Representa una cara humana y encima de ella la imagen del Dios-murciélago zapoteco, llamado Piquete Ziña. Actualmente se conserva en la sala de las Culturas de Oaxaca del Museo Nacional de Antropología de México.

Como la gran mayoría de las grandes metrópolis mesoamericanas, Monte Albán fue una ciudad con una población pluriétnica. A lo largo de su historia, la ciudad mantuvo vínculos muy fuertes con otros pueblos de gran importancia en Mesoamérica, en especial con los teotihuacanos durante el Clásico Temprano. La ciudad fue abandonada por la élite y buena parte de su población al final de la Fase Xoo. Sin embargo, el recinto ceremonial que constituye el conjunto de la Zona Arqueológica de Monte Albán fue reutilizado por los mixtecos durante el Período Posclásico. Para esta época, el poder político del pueblo zapoteco se encontraba dividido entre varias ciudades-Estado, como Zaachila, Yagul, Lambityeco y Tehuantepec.

Aunque es probable que su existencia fuera conocida durante la época colonial, Monte Albán no es mencionada en las crónicas de la conquista o en los siglos posteriores, hasta principios del siglo XIX. Durante la primera mitad del siglo XX, el mexicano Alfonso Caso llevó a cabo una serie de excavaciones que lo llevaron a encontrar la Tumba 7, donde reposaba el mayor depósito de obras de orfebrería mesoamericana de oro que se haya descubierto hasta la fecha.

El conjunto de monumentos prehispánicos junto con el centro histórico de la ciudad de Oaxaca de Juárez, fueron inscritos en 1987 en el registro del programa “Patrimonio de la Humanidad” de la Unesco.

El recinto ceremonial de Monte Albán se encuentra en la cima de un cerro solitario que se encuentra en el centro de los Valles Centrales de Oaxaca o valle de Oaxaca. Desde las alturas de Monte Albán se domina visualmente los tres brazos del valle de Oaxaca: al noroeste se encuentra el valle de Etla; a oriente, el valle de Tlacolula; y al sur, el de valle de Zimatlán-Ocotlán. Al parecer, la elección del emplazamiento de la plaza principal de la antigua ciudad zapoteca se debió a cuestiones de orden estratégico, pues su localización permitía una mejor defensa de la ciudad en caso de ataques militares. La mayor parte de la población radicaba en viviendas de materiales perecederos en las laderas del monte. En cambio, las élites política, militar y religiosa vivían en el interior del recinto ceremonial.

El valle de Oaxaca se caracteriza por su clima cálido y de lluvias moderadas. Sin embargo, la presencia del río Atoyac era garantía de una fuente de agua necesaria para el florecimiento de la agricultura —que fue la principal actividad económica de los mesoamericanos—, favorecida también por las características topográficas de la región, con aluviones amplios y suelos fértiles. Monte Albán era el centro político de esta región de gran importancia agrícola. La morfología del cerro de Monte Albán fue adaptada para la construcción de la ciudad y la satisfacción de ciertas demandas propias de una población urbana. Por una parte, la Plaza Central requirió de una serie de intervenciones sucesivas que dieron como resultado una plataforma aplanada sobre la que se construyeron los edificios de la ciudad, aprovechando las canteras de las inmediaciones de los Valles Centrales. Por otra parte, en las laderas de la montaña, los habitantes construyeron terrazas con propósitos habitacionales y agrícolas, amén de pequeñas presas que permitían el almacenamiento de agua en la temporada de lluvias, que en la zona abarca el verano y el otoño e invierno.

El valle de Oaxaca presenta evidencia de ocupación humana que data por lo menos del décimo milenio antes de Cristo —dentro de la llamada Etapa Lítica de México—. El objeto más antiguo que se haya localizado en la región es una punta acanalada de lanza, encontrada en San Juan Guelavía, en el valle de Tlacolula. Posteriormente, el valle de Tlacolula fue también uno de los centros donde se empezaron a cultivar algunos de los productos agrícolas más importantes de la economía mesoamericana precolombina, como son el maíz, la calabaza y el frijol. Entre los sitios en los que se han encontrado evidencias de este proceso agrícola se encuentran la cueva de Guilá Naquitz y Gheo Shih.

Durante el Preclásico Medio, la región de los Valles Centrales comienza a recibir la influencia del estilo olmeca, al mismo tiempo en que se establecen algunas de las primeras aldeas sedentarias de la región, habitadas por grupos de habla zapotecana y principalmente agricultores. La mayor parte de las grandes aldeas agrícolas de Los Valles se desarrolló hacia el final del Preclásico Temprano (alrededor del siglo XVI a. C.), y entre ellas se encuentran Tierras Largas —que da su nombre a la fase arqueológica—, Hacienda Blanca y San José Mogote. Estas tres poblaciones, probablemente las mayores en la región durante esta época, se localizaban todas en el valle de Etla. Se supone que para esta época, la población de habla otomangueana (relacionada con un tipo de cerámica de amplia distribución entre la Cuenca de México y la región central de Oaxaca) ya se encontraba distribuida en buena parte del centro de México. San José Mogote destaca por su importancia, por mostrar señales de un proceso de urbanización favorecido por el incremento de la población y una base económica más amplia. Sin embargo, hacia el final de la Fase Rosario (alrededor del 500 a. C.), la naciente ciudad zapoteca fue abandonada por el 95% de su población, que presumiblemente participó en la fundación de Monte Albán.

Monte Albán inició su propia historia alrededor del siglo V a. C.. Hacia el final de la Fase Rosario, la primera ciudad de Los Valles declinó definitivamente en favor de Monte Albán. En el valle de Tlacolula, Dainzú permaneció como un centro de segunda importancia en el área. Para cuando se comenzó la construcción del centro administrativo de Monte Albán, Mogote y Dainzú ya contaban con edificios públicos monumentales. La relación entre estas tres grandes ciudades no es muy clara: pudieron ser ambiguas o francamente conflictivas. Algunas otras poblaciones de Los Valles parecen haber optado por un sistema de alianzas con la nueva élite de Monte Albán. Entre estas se encontraban Tomaltepec y Yagul. El hecho es que durante la segunda mitad de la Fase Monte Albán I (300-100 a. C., aproximadamente), la región debió enfrentar un clima de hostilidad derivado por el expansionismo militar de Monte Albán, tal como atestiguan las representaciones de personas sometidas (los llamados Danzantes).

Durante la Fase Monte Albán I y la primera parte de la Fase Monte Albán II, Monte Albán es el escenario de varias innovaciones importantes en el contexto mesoamericano. En contraste con otras regiones que durante el Preclásico Medio y Superior recibieron un importante aporte de la cultura olmeca, en los Valles Centrales la impronta de este estilo está asociada por un corto período con el desarrollo de San José Mogote, para luego dar lugar a un estilo artístico más o menos característico de la cultura zapoteca. Otro dato importante sobre el desarrollo formativo de Monte Albán es la creación de un sistema de escritura propio, cuyas evidencias más antiguas corresponden al siglo IV a. C. La escritura zapoteca estaba asociada al registro de sucesos notables para la historia de la ciudad, por lo que implica el manejo de un calendario. Durante la Fase I de la ciudad se comenzó el aplanamiento de la cumbre, así como la construcción de un muro defensivo en las laderas norte y oeste del cerro.

Durante la Fase Monte Albán II Temprana, la capital zapoteca tuvo una población de aproximadamente 17.200 habitantes, que la convertían en una de las mayores ciudades de Mesoamérica. Para esta época, habían caído bajo su esfera de influencia, además de los Valles Centrales, la Cañada de Cuicatlán, algunas zonas de la Sierra de Juárez y de la costa oaxaqueña del Pacífico. El creciente poderío de los zapotecos les permitió convertirse en un nodo importante del comercio mesoamericano, de modo que establecieron lazos de intercambio de bienes con regiones como la costa del Golfo de México y el valle de México, donde Teotihuacan se había convertido en la principal ciudad, tras el abandono de Cuicuilco a causa de la erupción del Xitle.

Las excavaciones arqueológicas en Teotihuacan ponen de manifiesto que en esa ciudad existía un barrio zapoteco hacia el final de la Fase II de Monte Albán. Parece probable que los zapotecos hayan participado en el florecimiento de la metrópoli localizada en la ribera oriental del lago de Texcoco, debido a sus conocimientos arquitectónicos y científicos. El sistema de escritura teotihuacano, por ejemplo, recibió la influencia del que ya se empleaba en una parte importante del actual territorio de Oaxaca. Durante este tiempo, Monte Albán continuó inmerso en un proceso expansionista como lo atestiguan las estelas de conquista del Edificio J, construido en esta etapa. Por otra parte, la cerámica zapoteca adquirió características muy particulares que la distinguieron de la producción alfarera de otras regiones de Mesoamérica. Al final de Monte Albán II, la ciudad se consolida como una de las principales ciudades de Mesoamérica.

Las relaciones entre Monte Albán y Teotihuacan se modificaron durante la Fase III-A (350-500 d. C.). Las consecuencias de esta transformación en el vínculo entre ambas ciudades se reflejaron en la suspensión de nuevas edificaciones durante esta época. La población del valle de Etla se contrajo en sus centros mayores, como San José Mogote y Cerro de la Campana; situación que se repitió en menor medida en el valle de Tlacolula. Por otra parte, la cerámica de Monte Albán comenzó a reflejar una fuerte influencia teotihuacana en su estilo. Incluso, se han encontrado piezas de cerámica que pudieron ser producidas en Teotihuacan y otras de manufactura local, aunque con un estilo totalmente teotihuacano. El fenómeno no es privativo de Monte Albán: se repitió en otros sitios del Clásico, especialmente en el área maya, donde Kaminaljuyú y la zona del Petén muestran evidencia arqueológica de la presencia de los teotihuacanos en aquellas regiones. Las hipótesis más radicales sugerían que Monte Albán fue ocupada por los teotihuacanos durante la Fase III-A; sin embargo, en las interpretaciones más aceptadas, se sugiere que durante esta etapa de la historia de la ciudad, Monte Albán y Teotihuacan establecieron una alianza política y comercial.

La Fase Xoo corresponde al período comprendido entre la suspensión de los lazos políticos entre Teotihuacan y Monte Albán y la desocupación final de la ciudad zapoteca (500-800 d. C.). En efecto, por razones que aún son motivo de discusión, las dos ciudades rompieron relaciones hacia el inicio del siglo VI de la era cristiana. De acuerdo con ciertos estudios, el rompimiento del vínculo entre Monte Albán y Teotihuacan se debió al establecimiento de relaciones entre la ciudad zapoteca y Xochicalco, que fue una de las principales ciudades del Epiclásico del Centro de México.

La ruptura entre Monte Albán y Teotihuacan permitió el resurgimiento de la cultura zapoteca en los Valles Centrales, como lo muestra el aumento de construcciones monumentales durante esta época —conocida también como Monte Albán IIIB-IV—, así como el acentuamiento de ciertos rasgos muy característicos de la cultura zapoteca. Entre estos rasgos, existe un resurgimiento de la cerámica propiamente zapoteca, ya asimilada la influencia teotihuacana. Por otra parte, en el campo de la religión, el culto a Pitao Cocijo se vuelve uno de los más populares, lo que se deduce de las numerosas representaciones de esta divinidad encontradas en la zona arqueológica y otras partes de los Valles Centrales. El culto a los muertos se volvió particularmente importante, como lo muestra el gran número de tumbas construidas durante la primera parte de la Fase Xoo.

Pero de la mano de este resurgimiento, otras ciudades de la región entraron en competencia con Monte Albán, que había perdido su monopolio político. A diferencia de lo ocurrido en las fases I y II, durante el período Xoo el ejercicio del poder en Los Valles fue resultado de las alianzas políticas entre distintos centros de población, ya no de las conquistas militares. De acuerdo con Winter (1997), en el valle de Etla surgió una unidad política de la alianza entre Cerro de la Campana y Tlaltenango; en el valle de Zimatlán-Ocotlán, Jalieza se convirtió en la jefatura de otra confederación; y en el valle de Tlacolula surgió otra unidad que probablemente integraba a Dainzú-Macuilxóchitl, Lambityeco, Yagul y Mitla. Estas últimas localidades se encontraban defendidas por murallas, lo que parece indicar que marcaban la frontera de los zapotecos de Los Valles y otros pueblos.

Al final de la Fase Xoo (siglo VIII) las obras públicas en Monte Albán se detuvieron. Los edificios del centro ceremonial ya no fueron remozados nuevamente, lo que es indicador del abandono de la ciudad por parte de la élite gobernante. Al mismo tiempo, la ciudad perdía su población, en favor de otras localidades cercanas, ubicadas en el valle, pero en las inmediaciones de la antigua ciudad. El colapso de Monte Albán ocurrió algo más tarde que el de Teotihuacan, aunque existe la probabilidad de que la inestabilidad política en Mesoamérica, derivada del vacío de poder dejado por la ciudad de la Cuenca de México, hayan contribuido al declive de los principales centros urbanos entre los siglo VIII y IX de la era cristiana.

Monte Albán fue abandonada definitivamente en tanto núcleo de población durante esta época, aunque fue reutilizada por los habitantes zapotecos del valle con fines rituales. Durante el Posclásico Temprano, el expansionismo de los mixtecos pone a varias poblaciones de Los Valles bajo la influencia de ese pueblo montañés. Esto se refleja en la evidencia arqueológica de ciudades como Zaachila, Cuilapan y Mitla. En este contexto se ha datado el Tesoro de la Tumba 7, entierro precolombino que destaca por las numerosas piezas de orfebrería de oro de estilo mixteco que se encontraron en el interior de esa antigua tumba reutilizada siglos después.

Visible como es desde el centro del valle de Oaxaca, la zona arqueológica de Monte Albán atrajo visitantes y exploradores desde la época del virreinato de Nueva España. No se ha encontrado referencia a esta ciudad en textos de los siglos XVI al XVIII, pero no parece probable que la ciudad haya permanecido completamente olvidada hasta el siglo XIX. A principios del siglo XIX (1801), Guillermo Dupaix realizó una serie de investigaciones en la zona como parte de un encargo de la Corona española para la creación de un inventario de antigüedades indígenas en Nueva España. En 1859, J. M. García publicó una descripción del conjunto monumental, que fueron complementadas por la de Bandelier en los años 1890.

La primera investigación intensiva en el sitio corrió a cargo del mexicano Leopoldo Batres —que también realizó excavaciones en Teotihuacan— en 1902, que era por aquel tiempo el titular de la Inspección General de Monumentos del gobierno mexicano de Porfirio Díaz. Sin embargo, de mayor relevancia por los hallazgos realizados en el lugar fueron las excavaciones dirigidas por Alfonso Caso Andrade en 1931 y 1939, estas últimas en compañía de Ignacio Bernal y Jorge Acosta. En la segunda temporada, los arqueólogos realizaron investigaciones en el conjunto monumental de Monte Albán, lo que permitió rescatar y restaurar la mayor parte de los edificios que constituyen la zona abierta al público. Gracias a las exploraciones de Caso y sus compañeros, fue descubierto un gran número de edificaciones habitacionales, cívico-administrativas y religiosas; amén de numerosas tumbas, entre ellas las célebres tumbas 7, 104, 105, y 107. Como resultado de los hallazgos de Monte Albán, Caso y sus compañeros establecieron la primera cronología para la historia precolombina de la ciudad, desde su fundación alrededor del año 500 a. C. hasta el fin del Posclásico mesoamericano en 1521. Esta cronología es la misma que se emplea en la mayoría de los textos arqueológicos sobre la ciudad hasta la actualidad, con ligeros cambios de nomenclatura.

La investigación de los periodos precedentes a la fundación de Monte Albán son un asunto de gran interés para el Proyecto de Prehistoria y Ecología Humana de la Universidad de Míchigan, iniciado por Kent Flannery en las postrimerías de la década de 1960. Durante las dos décadas siguientes a su creación, el proyecto ha documentado el desarrollo de la complejidad socio-política en el valle, desde el período Arcaico (aproximadamente 8000-2000 a. C.) hasta la Fase Rosario (700-500 a. C.), que es el período inmediatamente anterior al nacimiento de Monte Albán. Las investigaciones de Flannery han permitido completar la secuencia cronológica de Los Valles, lo que a su vez ha permitido una mejor comprensión de los procesos sociales que llevaron a la fundación de Monte Albán. En ese sentido, uno de los mayores aportes de este arqueólogo resultantes de sus investigaciones en Oaxaca ha sido la realización de excavaciones intensivas en San José Mogote, centro protourbano del valle de Etla, anterior a la fundación de Monte Albán. Las investigaciones fueron realizadas también con el apoyo de la Universidad de Michigan, en compañía de Joyce Marcus.

Mayores luces sobre la historia de Monte Albán fueron resultado de los trabajos del Proyecto Patrones de Asentamiento Prehistórico en los Valles Centrales de Oaxaca, iniciado por Richard Blanton y varios arqueólogos más en la década de 1970. Gracias al intensivo mapeo realizado por este equipo se ha podido conocer la extensión y tamaño de la ciudad, más allá del área monumental explorada por Caso y sus compañeros. En posteriores temporadas del mismo proyecto —realizadas bajo la dirección de Blanton, Gary Feinman, Steve Kowalewski, Linda Nicholas y otros— la cobertura de las investigaciones se extendió prácticamente al resto de Los Valles. El resultado de estos trabajos han proporcionado una idea muy completa de los cambios en los patrones de asentamiento desde la prehistoria hasta la llegada de los españoles.

En 1958, se realizaron investigaciones en donde, se descubrieron unos cuantos restos de pintura mural en el interior del Montículo B y en el exterior de los montículos e y H, lo que sugirieron que los edificios estuvieron pintados de rojo, aunque en los trabajos realizados últimamente también se encontró verde, amarillo y blanco. Durante las 18 temporadas de campo realizadas por Alfonso Caso se descubrieron más de 170 tumbas, y junto con ellas, importantes vestigios de pintura mural. Las pinturas mejor conservadas se encuentran en las tumbas 72, 103, 104, 105, 112, 125 y 160, reportadas por Caso en 1938 y 1965, y estudiadas por Miller en 1988. Desde 1990 el proyecto La pintura mural prehispánica en México del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México, se dedica al registro y estudio de los murales precolombinos, como los de Monte Albán, donde, miembros del proyecto, han realizado descripciones detalladas de la pintura mural existente en estas tumbas.

La Zona Arqueológica de Monte Albán se encuentra a una decena de kilómetros de la capital del estado de Oaxaca. Es administrada por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), y se encuentra abierta al público, con horario de 8:00 a 17:00 horas, de lunes a domingo. Para acceder a la zona de monumentos prehispánicos existe un camino pavimentado desde la ciudad de Oaxaca hasta la entrada del Museo del Sitio, que además cuenta con servicio de cafetería y tienda de artesanías. La mayor parte de los edificios que pueden ser visitados, fueron restaurados durante la serie de excavaciones realizadas por Alfonso Caso y sus compañeros, entre 1931 y 1948. En tiempos posteriores, se han realizado otros trabajos de restauración en la zona, como los realizados por Arturo Oliveros en la década de 1990.

Como en otras partes de Mesoamérica, los restos de las edificaciones precolombinas de Monte Albán son en su mayoría los restos de las plataformas piramidales que sostuvieron las edificaciones dedicadas al culto religioso, a la administración pública o los restos de conjuntos habitacionales dedicados a los estratos dominantes de la sociedad. Sin embargo, gracias a los trabajos de mapeo del cerro, también se ha podido conocer la organización de los barrios habitacionales de la ciudad. Mientras el conjunto monumental se organiza en torno a la plaza central, las habitaciones de los estratos sociales más bajos se localizaban en terrazas construidas ex profeso. Este patrón de asentamiento es bastante característico de las sociedades mesoamericanas precolombinas del Clásico (ss. II-VIII/IX d. C.), como lo demuestra la disposición urbana de Teotihuacan, Palenque o Tikal, que se cuentan entre las mayores de aquel tiempo.

La arquitectura monumental de Monte Albán recibió la influencia de los primeros centros urbanos de los Valles Centrales de Oaxaca, como San José Mogote y Dainzú. Especialmente San José Mogote poseía una plaza central en torno a la cual se organizaban las plataformas sobre las que se construyeron los edificios públicos de ese centro protourbano. Pero, de acuerdo con la reconstrucción realizada por Marcus y Flannery (1996), las plataformas de Mogote estaban constituidas por un solo cuerpo. En contraste, algunas de las construcciones rescatadas en la zona arqueológica de Monte Albán constan de dos o más cuerpos superpuestos. Este rasgo arquitectónico es resultado de la influencia de Teotihuacan sobre la capital zapoteca. En Monte Albán, la técnica de construcción de talud-tablero fue adaptada por los zapotecos, dando lugar al estilo clásico de esta ciudad, con taludes amplificados, rematados por pequeños tableros de doble escapulario

En comparación con otros núcleos urbanos de la Mesoamérica precolombina, las edificaciones de Monte Albán poseen alzados bastante más modestos, incluida la Plataforma Sur, que es la plataforma más alta del centro ceremonial. La preferencia por las edificaciones bajas con fuertes taludes parece haber sido condicionada por la alta sismicidad de los Valles Centrales de Oaxaca. De hecho, algunos de los edificios de la ciudad fueron destruidos por terremotos hacia el final de la Fase Xoo, cuando el poderío de Monte Albán estaba en proceso de disolución.

La Plaza Central de Monte Albán se comenzó a construir durante la Fase Monte Albán I, aunque probablemente las obras no fueron concluidas hasta el siguiente período. La plaza se encuentra sobre la cumbre del cerro de Monte Albán, a 400 metros sobre el nivel del valle. Tiene una forma casi rectangular, con dimensiones de aproximadamente 200 metros de ancho por 300 de largo. El eje de la plaza está ligeramente desviado hacia el noreste. Este espacio arquitectónico constituyó el corazón urbanístico de Monte Albán, y en torno a él se encontraban las principales edificaciones de la ciudad. Si se tiene en cuenta que los mesoamericanos precolombinos no poseían máquinas, animales de carga ni herramientas de hierro, el aplanado de la cumbre de Monte Albán sólo pudo ser realizado por una sociedad con un poder altamente centralizado, cuya organización fue necesariamente anterior al inicio de las obras urbanísticas de la ciudad.

Como su nombre lo indica, la Plataforma Sur ocupa el extremo sur de la Plaza Central de Monte Albán. Se trata de la más alta de las construcciones de la ciudad, con cuarenta metros de altura. Tiene una planta aproximadamente cuadrangular, de 140 metros por lado. Esta edificación de dos cuerpos fue construida durante el período de apogeo de Monte Albán (Fases Monte Albán IIIA y IIB-IV). En la parte inferior del edificio se encuentran unas estelas con glifos propios de la escritura zapoteca precolombina, que fue una de las primeras en aparecer en Mesoamérica. En la parte superior de la plataforma, a la que el público visitante puede acceder por una escalinata desde el costado norte de la construcción, se encuentran dos pequeños montículos, que tenían funciones ceremoniales.

Como la mayoría de las construcciones prehispánicas, la zona arqueológica de Monte Albán cuenta con un centro ceremonial de juego de pelota, el cual se encuentra localizado al norte de la plataforma oriente. Este recinto también dedicada al juego de pelota muy cercana a la Tumba 105, que se conoce como Juego de Pelota Chico. En algún momento los muros de esta edificación estuvieron cubiertos por estuco, como lo han demostrado las excavaciones realizadas en ese lugar. Las dimensiones del juego de pelota son de aproximadamente 25 m de largo y de 7 por 22 m en los extremos conocidos como cabezales

El Edificio L o de los Danzantes es uno de los más antiguos de la ciudad de Monte Albán. Fue construido durante la Fase Monte Albán I, justo en el tiempo en que la ciudad comenzaba su primer proceso expansionista en Los Valles. La característica más llamativa de este edificio es que se encuentra recubierto de numerosas estelas en las que se encuentran representaciones de personajes acompañados de glifos calendarios y antroponímicos. Las estelas son conocidas como Los Danzantes debido a que los personajes que aparecen representados en ellas se encuentran en posiciones excéntricas, sobre todo en comparación con otras representaciones humanas producidas por los zapotecos. Ahora se sabe que estas estelas conmemoran las victorias militares de Monte Albán sobre otras ciudades, y que las posiciones de los personajes son propias con las que se representaba a los cautivos, lo que se deduce de la mutilación genital representada en las estelas. Se ha asociado el estilo de los monumentos con la influencia de la cultura olmeca en el área y además se trata de un tipo de monumentos que se han encontrado también en otros sitios preclásicos de Los Valles como San José Mogote y Dainzú. Varios de los monolitos tallados se encuentran en torno al Edificio L, por lo que la plazuela asociada a esta estructura es conocida como Plaza de los Danzantes.

Existen varias estelas en Monte Albán que contienen sobre su superficie exclusivamente texto escrito, en forma de jeroglíficos, los cuales no tienen figuras animales ni humanas representadas. Estas estelas se encuentran ubicadas fuera de los edificios y conmemoran sucesos importantes para la historia de la ciudad. Los jeroglíficos corresponden básicamente al calendario, del que se han podido deducir los signos representantes de los días, meses y el año. Muchos de los jeroglíficos esculpidos representan números, los cuales permiten demostrar que los habitantes de la región ya poseían un gran conocimiento matemático y astronómico del cual se conoce muy poco. Una de las estelas, la mayor de Monte Albán, mide aproximadamente seis metros de altura y está orientada astronómicamente, alineada perfectamente en dirección norte con la Estrella Polar.

Cultura Nazca

En la zona de la Costa Meridional la época clásica está representada por la cultura Nazca (localidad en el valle homónimo y en el vecino de Ica) que también como la cultura Mochica, tiene sus principales manifestaciones artísticas en los sectores del tejido y la cerámica. El clima particularmente seco favoreció la conservación de los tejidos, que a menudo fueron hallados en buenas condiciones y en número notable. El bordado, extendido sobre toda la superficie del tejido, constituye una de las técnicas más usadas, realizada con la elaboración del brocato, gasa y otro tipo de urdimbres y de tramas; a veces un dibujo pintado sustituye otras técnicas de decoración. Entre los temas son muy frecuentes las figuras humanas, de animales o fantásticas, en general muy estilizadas y de una extraordinaria frescura, a la que contribuyen los colores aún hoy muy brillantes. La cerámica es de empaste liviano y bien cocido, con formas variadas pero en general simples: en ella raramente aparece una obra de modelado valioso: Platos, guijarros, vasos globulares, también con doble boca y estribos, o cilíndricos, tienen simple la base convexa típica de la Costa Meridional. Su belleza está en la decoración pintada que, con una paleta de unos 10 colores, transforma en objetos de gusto refinado a las vajillas de forma más modesta. El rojo en varias tonalidades, el blanco, el negro, el gris, el amarillo, el violeta, los colores crema y gamuza, están ensamblados con precisa sensibilidad pictórica. Los termas, a menudo subrayados en negro, comprenden motivos vegetales y animales, especialmente pájaros, y una serie de serie de seres humanos fantásticos. De ellos se da, a veces, la figura entera, otros, solo la cabeza; no faltan tampoco los arabescos decorativos puramente geométricos. Estos elementos se trabajaron en forma muy realista o con gran estilización. Hoy se considera que la decoración de tipo realista es la más antigua, sustituida luego gradualmente por un lenguaje más estilizado, que ha ido acentuando hasta asumir en época más tardía un carácter de gran abstracción. La decoración geométrica, que se vale de pocos colores. Casi exclusivamente del rojo, del negro, del amarillo – crema y de púrpura – violeta, es típica del valle de Ica, donde es frecuente hallar la forma garrafa, pequeñas cubas cilíndricas, además de platos y copas de paredes verticales o inclinadas hacia el interior.

Un hecho muy interesante del arte nazca es la presencia de enormes figuras geométricas, visibles en su totalidad desde un avión. Estan trazadas sobre el terreno con líneas de distinta naturaleza que varían de 1/2 a 8 Km. de largo y que se obtuvieron quitando el obscuro estrato de la superficie del terreno, para descubrir la arena subyacente. La precisión con que han sido trazadas estas grandes figuras, demuestra una finalidad bien definida; pero desgraciadamente aún se desconoce. Según la hipótesis más aceptada por los estudiosos modernos, parece que estas figuras tuvieron una función para el cálculo astronómico.

Las líneas de Nazca, como son más conocidas, se encuentran en las Pampas de Jumana, en el desierto de Nazca, entre las poblaciones de Nazca y Palpa, en el Perú. Fueron trazadas por la cultura Nazca. Están compuestas por varios cientos de figuras que abarcan diseños tan simples como líneas hasta complejas figuras zoomorfas, fitomorfas y geométricas que aparecen trazadas en la superficie terrestre.

Lo asombroso es que estas líneas solamente pueden ser observadas en su integridad desde el aire al sobrevolar el desierto, lo cual ha despertado grandes preguntas sobre las intenciones y habilidades de sus constructores.

Desde 1994 el Comité de la UNESCO ha inscrito las líneas y geoglifos de Nazca y de Pampas de Jumana como Patrimonio de la Humanidad.

Las pampas de Jumana están situadas a una altura de 330 metros sobre el nivel del mar y mantienen una temperatura media anual de 25 grados centígrados en una de las zonas más secas del planeta, lo que ayuda a conservar los dibujos. El aire caliente actúa como un “colchón” que impide que las líneas se borren porque obliga al viento a cambiar su dirección.

La primera referencia a dichas figuras pertenece al conquistador Pedro Cieza de León en 1547. Toribio Mejía Xesspe redescubre las Líneas para el mundo científico a principios del siglo XX. Mejía Xesspe conjeturaba que se trataba de “Seques” o caminos sagrados. Prosigue sus investigaciones Paul Kosok, quien las considera Centros de Culto y Ceremonia. La matemática María Reiche influyó en Paul Kosok aventurando la hipótesis de que dichos dibujos tenían un significado astronómico.

El primer estudio de campo serio sobre estos dibujos se debe, tras cinco temporadas de trabajo de campo, al equipo de Reindel e Isla. Dichos arqueólogos han documentado y excavado más de 650 yacimientos y han conseguido trazar la historia de la cultura que generó estos dibujos, además de darles un sentido.

El aprovisionamiento de agua jugó un importante papel en la región. Las excavaciones han sacado a la luz pequeñas cavidades en los geoglifos en las que se han encontrado ofrendas religiosas de productos agrícolas y animales, sobre todo marinos. Los dibujos formaban un paisaje ritual cuyo fin debió ser propiciar la invocación del agua. Además se han encontrado estacas, cordeles y ensayos de figuras. De estos elementos tan simples se sirvieron los antiguos pobladores de Nazca para trazar los dibujos. Además hay que recordar que es una de las zonas más secas del mundo lo que favorece la conservación de los dibujos.

Vistas de cerca, estas líneas se convierten en simples surcos en el suelo. Las características geológicas de la pampa propician que no sea necesario mucho más para obtener un resultado visible. La superficie está compuesta por una capa de guijarros de un color rojizo oscuro causado por la oxidación, que cubre otra de un color amarillento claro. Los nazcas se limitaron a retirar las piedras superiores siguiendo un trazado que previamente habían señalado con estacas, unidas por cordeles, a partir de un modelo a escala menor y unas dosis de geometría. Las piedras eliminadas eran acumuladas en pequeños túmulos que todavía se conservan. El método de trabajo ha sido completamente reconstruido a partir de las pruebas recogidas por las expediciones arqueológicas.

Entre Palpa y Nazca, en la pampa de Socos, se ubican unas líneas trazadas en el suelo, cuya anchura oscila entre los 4 dm y 21 dm . Es una tierra entre negruzca y rojiza que se torna violácea al anochecer. Un semicírculo de cerros en la lejanía conforman un gigantesco anfiteatro natural abierto hacia el poniente. En esta región, miles de líneas se extienden por 520 km², y algunas incluso se prolongan hasta un área de 800 km². Las longitudes de las líneas son variables, llegando a medir algunas hasta 275 m de largo.

Son numerosas las figuras que se hallan en Nazca, particularmente en la Pampa de San José: figuras geométricas, meandros, representaciones animales, vegetales y humanas, laberintos, y otros dibujos geométricos. Lo más representativo son los dibujos de animales: aves de entre 259 y 275 metros de largo (colibríes gigantes, cóndores, la garza, la grulla, el pelícano, la gaviota, el loro y otras), un mono, una araña, un caracol, una lagartija, una ballena asesina de 27 metros, un perro con patas y cola largas, dos llamas, etc. En la categoría de reptiles, un lagarto, que fue cortado al construirse la carretera Panamericana Sur, una iguana y una serpiente. Muchos de los dibujos se encuentran mezclados con líneas y espirales. Casi todos los dibujos fueron hechos en la superficie llana; sólo hay unos pocos en las laderas de las colinas. Casi todas las figuras que se sitúan en las laderas representan hombres. Algunos están coronados por tres o cuatro líneas verticales que quizás representen las plumas de un tocado ceremonial (algunas momias peruanas llevaban tocados de oro y plumas). Las figuras de las laderas aparecen menos definidas que las del desierto quizás porque las piedras que han rodado por la ladera han borrado los detalles. Más de treinta son los geoglifos hasta hoy encontrados en las Pampas de Nazca. Los dibujos son menores en cantidad comparados con los diseños geométricos que consisten en cientos y cientos de líneas, triángulos y cuadrángulos que ocupan grandes extensiones de terreno. Su técnica de construcción fue cuidadosa mediante la que los topógrafos del pasado llevaron las líneas a cerros y barrancos sin desviarse de su dirección original. La profundidad de las líneas nunca excede 30 cm y algunas son simples rasguños en la superficie, pero aun así pueden ser reconocidas cuando el sol está bajo y el relieve se acentúa.

Los antiguos pobladores de la cultura Nazca han legado un monumento de gran trascendencia para el mundo, consiste en el famoso calendario de las Pampas San José, formado por miles de líneas, plazoletas, dibujos gigantes de animales, plantas, diseños geométricos, seres humanos, montículos conservando toda su expresión.

No existe una tesis comprobada sobre el origen y el desempeño de estas, alguna hipótesis dicen ser representaciones físicas del zodiaco de los antiguos nazcas (500) u otro, que pueden ser tótems de sus clanes o astropuerto, también se dice que es un observatorio astronómico asociable con los movimientos de los astros. Este conjunto de gigantescos diseños, cubre una extensión de 500 m² . Para poder apreciar en toda su magnitud a las famosas líneas, con figuras de: colibrí, mono, araña, chaucato, etc. se debe hacer desde el aire en los vuelos que realizan las empresas de transporte aéreo, también existe un mirador en el “Km. 419”.

Técnicamente las líneas de Nazca son perfectas. Las rectas encierran una perfección con unas pequeñas desviaciones a lo largo de kilómetros. Los dibujos están bien proporcionados, sobre todo si se piensa en sus dimensiones. Estas líneas también son testimonio de un gran conocimiento geométrico de los antiguos habitantes de esta zona.

Desde tierra, estos diseños pasan desapercibidos. Estas líneas solamente pueden ser observadas en toda su inmensidad desde el aire, al sobrevolar el desierto a por lo menos doscientos metros de altura. Esto demuestra un gran conocimiento geométrico de los antiguos habitantes de este lugar.

En el seno de la cultura Nazca, además de las artes textiles y alfareras, se practicó la orfebrería del oro y el cobre.

Sin embargo una de las manifestaciones más sorprendentes y que ha retenido la atención de los aficionados a la pseudociencia ficción son las famosas “pistas” o líneas y dibujos de Nazca que aparecen concretamente en las Pampas de Ingenio, entre Nazca y Palpa, sobre una extensión de unos 500 km².

Sobre un desierto de cascajo rojizo obscuro y a base de surcos apartando la base superficial del terreno, aparecen una serie de diseños de color blanco – amarillento ejecutados a escalas gigantescas. Se trata simplemente de ligeras hendiduras en el suelo, por lo que podría parecer asombroso que todavía se conserven a pesar de la acción del agua y del viento. No se debe olvidar, sin embargo, que el clima es uno de los más secos de la tierra y el viento aún cargado de arena, no lo deposita en esta vasta planicie abierta de Norte a Sur, sino que la arrastra a un centenar de Km. de distancia formando dunas gigantescas. Además, a pocos cm del suelo, el movimiento del aire disminuye considerablemente ya que, debido al color obscuro de las piedras del terreno, este absorbe mucho calor, formándose un cojín de aire caliente que protege la superficie de los vientos fuertes. El suelo contiene yeso que, unido al rocío, hacen que las piedras permanezcan ligeramente adheridas a su base.

Su temática es variada: pistas trapezoidales y triangulares, en ocasiones asociadas con líneas rectas de varios Km. de longitud y que a veces se prolongan sobre la superficie de los cerros circundantes; espirales; figuras caprichosas en zigzag; representaciones gigantes de plantas y animales. Se puede encontrar desde la figura de un ave de 120 mts., hasta la de una araña de cerca de 50 mts. A pesar de las frecuentes exageraciones que han rodeado al tema, no es necesario para la apreciación de las figuras, subir a un globo o a un avión, ya que son perfectamente visibles desde las lomas cercanas.

En cuanto a los problemas derivados de su ejecución, ha sido posible seguir los pasos de los antiguos topógrafos para resolver el problema de la consecución de la patente regularidad de las grandes figuras. Se han encontrado piedras usadas como señales que han permanecido en su sitio desde que fueron colocadas. Las grandes curvas, por ejemplo, se construyen a base de segmentos de círculos cuyos centros se conocen por piedras cortadas al tamaño de una centésima del radio correspondiente.

Uno de los aspectos más apasionantes en relación con este muestrario artístico gigantesco es indudablemente el de su interpretación. Alberto Rossel Castro señala varios grupos en las mencionadas representaciones:

1) Pistas trapezoidales en frecuente asociación con motivos figurados: Se tratarían de antiguas parcelaciones de carácter agrícola, y de animales o de plantas cuya utilidad o simbología tiene mucho que ver con las prácticas del cultivo, como la tarántula, símbolo de la fecundidad y riqueza; el buitre, precursor de la lluvia; el vareg o alga utilizada como abono; el huarango o leguminosa de madera muy apreciada para todo tipo de construcciones.

2) Figuras formadas a base de combinaciones de curvas, rectas y espirales: Tendrían que ver con temas de carácter textil, representando a gran escala elementos relativos al mencionado arte, como ovillos, estilizaciones de tramas y urdimbres, que servirían como pauta coreográfica para danzas y celebraciones multitudinarias en relación con ritos agrícolas.

3) Largas pistas rectas: Sería observatorios astronómicos.

Sin embargo, la opinión más generalizada es la que relaciona a las pistas y dibujos de la Pampa peruana con la observación del movimiento de los astros y la predicción de acontecimientos relacionados con el ciclo anual. Aún hoy día es perfectamente observable como alguna de las líneas rectas señalaron exactamente la bajada del sol el día del solsticio de Invierno.

Por otra parte, las representaciones figuras estaría relacionadas con las constelaciones, e incluso con el seguimiento de sus movimientos, que servirían para predecir acontecimientos inmediatos en relación con la llegada del agua, el advenimiento de la sequía, etc. Además, las constelaciones reflejadas en la Pampa de Ingenio, como la de la “araña”, la del “pájaro fragata”, parecen perfectamente relacionables con las actuales, siendo fácilmente identificables, por ejemplo, el mono con el escorpión.

Se ha aventurado incluso la existencia de un grupo social especialmente dedicado al cuidado de este complejo calendario, grupo probablemente de carácter sacerdotal y que debía gozar de un status superior. Dada la indudable importancia de la agricultura como base económico – social de la cultura Nazca y dadas las especiales condiciones ambientales de la costa, las bajadas de las aguas, en forma de súbitas crecidas de los ríos, debió esperarse con ansiedad y, si de alguna manera pudieron ser predecidas, es también indudable la importancia de este hecho para las condiciones del cultivo y las del grupo social en posesión de tal conocimiento.

Pero contra esto podría objetarse que el “control del tiempo” no debió haber constituido nunca un método eficaz de control social, ya que, como lo demuestran constantemente un gran cantidad ejemplos de carácter etnográfico, el campesino tradicional no necesita para nada de nadie que le indique cuando y como debe iniciar la tarea agrícola.

De todas maneras, en la época de la fecha aproximada de estas manifestaciones artísticas gigantescas, la fase III de Nazca, en torno al 550 a de J.C., la sociedad empezaba a tender hacia una fuerte jerarquización dentro de un proceso de profundas transformaciones.

Sean representaciones de elementos textiles, sea un gigantesco calendario astronómico, sean pistas para el entrenamiento de chasquis, o corredores, o como también se ha sugerido, el significado profundo de los dibujos de la Pampa de Nazca permanece todavía en el misterio.

El estilo dominante en la costa sur durante el Intermedio Temprano es denominado Nazca, el cual tiene sus raíces en tradiciones anteriores de afiliación Paracas. Su definición se ha elaborado más en función de su cerámica que en la excavación real de sus asentamientos, cuya estructura resulta aún hoy día bastante desconocida. En términos amplios, se mantiene el empleo de los textiles para cubrir fardos que se asocian a enterramientos; sin embargo, hay una diferencia fundamental en lo que se refiere al colorido de tales mantas, que tiende a ser menos vistoso, más liso que el desarrollado por gentes Paracas.

Se han establecido cuatro grandes periodos para definir la cultura Nazca: Proto-Nazca (I), que consiste en una transición entre esta cultura y sus predecesores Paracas; Nazca Temprano y Medio (Il) -también denominado Nazca Monumental-, Nazca Tardío (III) y Nazca Disyuntivo IV). El florecimiento Nazca se desarrolla en la misma zona en que se habían establecido los sitios Paracas, en Ocucaje y en los valles de Nazca e Ica, aunque más tarde se expandió a otras cuencas de la costa sur como Chincha, Pisco y Lomas (Acarí), en una secuencia que se dilata desde el 100 a.C. hasta 800 d.C. En estos valles aparece definido un patrón de expansión contracción militar por el hecho de que algunos asentamientos son abandonados, a la vez que se forman otros pertenecientes a esta cultura.

Conocemos muy pocas estructuras monumentales Nazca en pie. Los edificios importantes fueron confeccionados de adobes de forma cónica, y las residencias de caña y tierra -quincha. El centro ceremonial de Cahuachi, en el valle de Nazca, puede haber sido la cabecera de una jefatura en expansión, que estuvo dominada por una gran estructura que aprovechó una gran colina natural y fue repellada de adobe. Alrededor de ella se dispusieron diversas plazas y habitaciones con tumbas en su interior. Este sitio, al igual que otros grandes asentamientos Nazca, fue abandonado antes de que finalizara el periodo, lo mismo que ocurrió a otros como Tambo Viejo o Dos Palmos.

Las actividades fundamentales en estos asentamientos, grandes y pequeños, fue la agricultura, aunque también debió ocupar un papel relevante el comercio, a juzgar por la amplia distribución del estilo Nazca a otras regiones de la costa e, incluso de la sierra, como es caso de Ayacucho.

Esta ausencia de color en el arte textil es solucionada con éxito en la cerámica Nazca, caracterizada por la policromía, que suele ser zonal en bandas y estar delimitada con incisión y, al final de este desarrollo estilístico, con líneas pintadas gruesas agrupadas en zonas. Ello no obstante, muchos motivos Nazca están presentes en Paracas, y documentan la continuidad de las tradiciones estilísticas y rituales en la región; es el caso del propio Ser Oculado o el doble pico y asa estribo.

La transición entre ambas culturas está marcada por un cambio desde la pintura resinosa aplicada después de la cocción a pinturas y engobes precocción, y por un cambio desde los textiles a las cerámicas como medio de expresión artístico más importante. Los ceramistas Nazca llegaron incluso a aplicar hasta siete colores para decorar sus vasijas.

Otro rasgo relevante de Nazca es el culto a las cabezas trofeo, las cuales han sido encontradas en escondites en varios de los cementerios que definen su cultura material.

Pero sin lugar a dudas, una de las cuestiones que más ha excitado la imaginación de la gente es aquella relacionada con las figuras, líneas y formas geométricas que se realizaron sobre el desierto de la costa sur en una extensión cercana a los 500 km2 descubiertos en la Pampa del Ingenio, entre Nazca y Palpa. Tales diseños sobre el cascajo rojizo del desierto fueron confeccionados levantando superficialmente la arena, de manera que se dejaba ver una tonalidad amarillenta en el suelo. Animales, seres zooantropomorfos, pájaros y flores se combinan con líneas rectas, en zigzag, trapezoidales, peces, un mono, una araña y otras formas abstractas.

Es cierto que las líneas pueden verse exclusivamente desde el aire, pero algunos investigadores sostienen que se trata de alineamientos con una finalidad astronómica con el fin de elaborar un calendario a imagen de los astros, mientras que otros se inclinan porque algunos de ellos se hayan utilizado como caminos rituales.

En algunas partes de lo que ahora es Perú, La cultura Nazca y otras civilizaciones precolombinas se usaban a las cabezas humanas como botín de guerra “Cabezas Trofeo”, ritos de fertilidad o asociado con la veneración a los antepasados. Los arqueólogos determinaron que las cabezas eran trofeos porque los agujeros se hicieron en los cráneos permiten a los jefes de ser suspendidos de cuerdas tejidas. Un debate se ha estado librando durante los últimos 100 años sobre su significado.

En 1925, el antropólogo norteamericano Alfred Louis Kroeber (1876-1960) descubrió una serie de “cabezas trofeo” en seis lugares diferentes en la región en la costa sur del Perú en el corazón de la civilización Nazca. Los labios de las cabezas trofeo se unían por medio de espinas de cactus y todas las cabezas tenían un agujero en el centro de la frente a través del cual se introducía una cuerda para su transporte. El significado de las Cabezas Trofeo se ha mantenido en misterio. ¿Eran trofeos de guerra? ¿Las cabezas eran de los jefes o ancestros venerados, que dieron luz a un significado religioso y fueron utilizados en los rituales? Investigaciones recientes, sin embargo, revelaron los orígenes geográficos de las cabezas trofeo, proporcionando nuevas pistas en cuanto a su significado. Los arqueólogos han comparado el estroncio, el oxígeno, y los datos de isótopos de carbono que se encuentran en el esmalte dental de las 16 cabezas trofeo, descubierto originalmente en 1925 y actualmente en el Museo de Chicago Field de Historia Natural, con la de 13 cuerpos momificados enterrados en la región de Nazca. Las estructuras atómicas de estroncio, oxígeno y carbono varían según la ubicación geográfica, reflejando así cuando vivió la persona y su dieta. Los resultados del estudio, publicado en línea el 11 de diciembre en el Diario de Antropología Arqueología, concluye que las cabezas trofeo no proceden de una región geográfica distinta y que los individuos en el estudio consumieron dietas similares. Las cabezas trofeo vinieron de poblaciones locales de Nazca, en lugar de una civilización enemiga vecina, dando a entender que pueden haber sido utilizados en los rituales, representaciones generalizadas de cabezas trofeo en las cerámicas pintadas a finales del período de Nazca sugieren que recoger y exhibir las cabezas trofeo fue una práctica relativamente común entre la civilización Nazca. Sin embargo, los investigadores no descartan que también sirvieron como trofeos de guerra. Las pinturas de su cerámica a menudo reflejan a guerreros sosteniendo cabezas trofeo, que pudieron haber venido de guerras en la zona de Nazca. Teniendo en cuenta la extensa vida útil de la cultura Nazca durante más de siete siglos, también parece probable que el papel y el propósito de cabezas trofeo evolucionado con el tiempo.

Cultura Paracas

Es bien conocida la cerámica de Paracas, cuyas 8 primeras fases consideradas por los arqueólogos se integran dentro del período formativo medio y las 2 últimas dentro del período formativo superior. Se trata de una cerámica fuertemente influenciada por Chavín en sus comienzos, apareciendo formas tales como en vaso globular con gollete, estribo y diseño de inspiración Chavín, utilizando además incisiones para separar áreas decoradas. Paulatinamente se irán introduciendo modificaciones que conducirá a un estilo propio, de carácter mucho más naturalista, generalmente plasmado por una forma típica, el vaso de doble pico con asa puente, probable resultado de una invención local o de influencias del oriente amazónico, donde también aparece. En general y durante el período formativo superior coexisten en la costa Sur 2 tradiciones cerámicas:

1) Policroma: Asociada con la cultura Chavín, pero con motivos que tienden a hacerse cada vez más naturalistas y sencillos, todavía con pintura post-cocción pero prevaleciendo grandes áreas pintadas sin diseños.

2) Monocroma: Encontrada, en su mayoría, en las Necrópolis de Paracas, de color crema o anaranjado, tendiendo las vasijas a adoptar formas semejantes a calabazas.

El trabajo del metal llegó también a uno de sus momentos culminantes, encontrándose aquí cobre puro, plata y oro laminado y conociéndose técnicas tales como la fundición a la cera perdida, el labrado, repujado e incisión.

La cultura paraca o cultura de Paracas es una cultura arqueológica del Antiguo Perú originada a finales del periodo formativo superior, alrededor del 500 a. C. alrededor de la península de Paracas. La península en cuestión se sitúa entre los ríos Ica y Pisco en el actual departamento de Ica. Desde aquel punto de partida, los paracas lograron dominar aproximadamente desde el rió Cañete, al Norte hasta Yauca, al Sur, teniendo como centro a la ciudad de Ica.

Los expertos discuten sobre una filiación con la cultura de Chavín, una de las más antiguas del Perú, pero el origen de la cultura de Paracas es todavía un misterio, aun para los arqueólogos. Se dice también que fue una cultura de “amortiguamiento” entre la cultura de Chavín y la cultura de Tiahuanaco.

El descubrimiento de la cultura de Paracas lo hizo el célebre arqueólogo peruano Julio César Tello en 1925 al descubrir restos paracas en cavernas. Toribio Mejía Xesspe descubre las necrópolis de los paracas en 1927. Durante 20 años, estos y otros arqueólogos se dedicaron al conocimiento en profundidad de esta cultura, a través del estudio de numerosos sitios. Sus trabajos más importantes consisten en las excavaciones de patrones funerarios paracas. Son estos que, gracias a su riqueza en textiles, darán la topología, usada hasta hoy de la historia de la cultura paraca. Entre los años 1923 y 1925, Tello tuvo la oportunidad de visitar la península en repetidas ocasiones, dándole así la oportunidad de descubrir una necrópolis que contenía más de 400 momias con sus envoltorios funerarios.

Rápidamente surgieron problemas con el tráfico de antigüedades. Los invaluables tejidos, contenedores de cultura, historia, y conocimiento fueron ultrajados por traficantes. Las piezas fueron exportadas y se venden hasta el día de hoy en el extranjero a precios exorbitantes. Para el momento de su descubrimiento, las piezas todavía no eran atribuidas a la cultura de Paracas, indiferenciada hasta ese instante, pero sus utensilios, textiles y objetos religiosos ya eran objeto de intercambio en el plano mundial. La lucha contra el contrabando afecta no solo la cultura paraca, si no a todas las culturas y civilizaciones que alguna vez pisaron lo que ahora es el territorio peruano.

Dentro de las tumbas estudiadas se pudieron encontrar fardos funerarios, mantos, esclavinas, turbantes, paños y numerosos artículos de uso personal. Más precisamente, es gracias al estudio de los diseños de los fardos, mantas y otros que se pudo determinar dos tiempos históricos en la vida de esta cultura. La primera fase corresponde a la denominada Paracas Cavernas y la segunda fase corresponde a la denominada Paracas Necrópolis. Para 1964, los extensos estudios sobre los estilos textiles Paracas nos permiten ahora diferenciar hasta 10 fases secuenciales dentro de las 2 ya mencionadas por Julio César Tello Rojas.

Al parecer, la cultura de Paracas era una cultura que tenía cierta afinidad por la guerra. Esto se basa en las representaciones de escenas bélicas en sus tejidos y la fabricación de orfebrería con simbolismo bélico igualmente. Dentro de las representaciones se encuentran inclusive cabezas trofeo, que pueden haber sido de sus enemigos. Seguramente, este aspecto guerrero fue lo que les permitió sobrevivir durante tanto tiempo, comparado a las otras culturas. Sus fronteras al parecer estaban bastante definidas, basándose en el emplazamiento de los sitios arqueológicos. Su territorio aunque no es muy extenso, al contrario de la cultura Chavín, puede haber sido el fruto de estas guerras continuas. Lastimosamente, se desconoce del tipo de gobierno, de sus gobernantes o de su política. Esto se debe a la ausencia de fuentes que se tiene sobre la cultura paraca. Al comienzo de nuestra era, la región fue objeto de ocupación por parte de la cultura Nazca y la cultura de Paracas tendrá mucho que ofrecer a esta nueva cultura especialmente en cuestión de orfebrería.

La limitación temporal de la cultura paraca que lo descubrió de las cavernas va desde el 700 hasta el 200 a. C. Es a las orillas del río Ica, por el sector de Ocucaje, ahora grande productores de pisco, que se desarrolló primeramente este grupo humano. ¿Por qué se denomina a este periodo como “cavernas”? Este nombre viene de la forma de sus sepulturas. Estas eran características, se realizaban como enterramientos subterráneos, dentro de excavaciones en roca, con forma de “copa invertida”. Estas excavaciones tenían un diámetro de hasta 6 metros, en donde colocaban el cadáver junto con ofrendas y numerosos textiles que servirán posteriormente al estudio. Dentro de una sola tumba se encuentran varios cadáveres, solo que no tenemos ningún indicio de que sean parte de la misma familia estos sepulcros comunitarios. Los cuerpos se encuentran momificados, por las condiciones climáticas y del terreno. Algunos de los cadáveres muestran trepanaciones y deformaciones craneanas, probablemente debido a motivos religiosos.

En cuestión de cerámica, esta se caracteriza por representar a sus posibles deidades: el jaguar y la serpiente. Las vasijas son de forma globular, con doble pico y asa puente. Esta es usada por primera vez en la cultura de Paracas pero será adoptada por las culturas que en el entierro de las momias paracas tenían una profundidad de 6 a 7 metros, esto se debe a que dentro de su cosmovisión, se creía que la Pachamama estaba en la profundidad de la tierra. Las deformaciones craneanas se realizaron para colocar un llauyo, y regir las clases sociales. En esta etapa la capital fue Tahawana.

La cultura de las Paracas Necrópolis es continua a la Paracas de las Cavernas. Estas fase es delimitada temporalmente desde el fin de la fase cavernas, es decir desde el 200 a. C. hasta los primeros años después de Cristo. Esta se desarrolla en un área más amplia que la primera que va desde el río Pisco hasta la quebranta de Topará.

La denominación de las Necrópolis Paracas viene, como es fácil suponer, de la existencia de necrópolis. Los sepulcros consisten en grandes cámaras funerarias, en construcciones mucho más avanzadas que suponen varias hileras de cuartos subterráneos. Además de la riqueza del contenido. Entre las ofrendas que se encuentran en el interior constan diferentes tipos de fardos, algunos de una complejidad sorprendente y varios objetos. Pero a diferencia de estas tumbas descritas, también existen varias tumbas sin ningún tipo de ornamenta. Lo que supone que había una diferenciación social. Existían ya clases altas y clases bajas. Clases que poseían y clases que no. Las tumbas muestran que la clase dominante igualmente tenía el poder religioso lo que le permitía seguramente tener privilegios con respecto a la población. Dentro de esos privilegios, estaban los sepulcros exuberantes.

Los tejidos de la época son los más complejos. Los que más vale la pena resaltar son aquellos que recubrían las momias puesto que son de mayor tamaño, de mayor calidad y suponen una técnica superior en muchos aspectos de la producción. Hechas en telas, estas suponen la primera evidencia de este tipo de manufactura en todo el continente americano. Ellos van a utilizar principalmente el algodón y la lana de camélidos americanos. Además, ellos se permitían bordar sus tejidos, lo que les permitía una mayor versatilidad en cuestión de diseño, por ende los colores vistosos y las creaciones complejas. Se representa entre otros a personajes sosteniendo cabezas trofeo, báculos, con fajas que se atan a la cintura con forma de serpientes bicéfalas. A esto se añaden significados religiosos tales como cuchillos ceremoniales, narigueras, bigoteras. Destacan igualmente los diseños con temática naturalista. Estos son principalmente animales: serpientes, felinos, aves, peces, pero también existen representaciones de frutos, flores y otros. Se dice que los textiles de esta época corresponden a los más bellos textiles el textil precolombino.

Curiosamente, la cerámica de la cultura de las Necrópolis Paracas, al contrario de su predecesora, no es tan desarrollada. Esta mantiene la forma ya descrita pero pierde mucho en lo que es decoración, se vuelve de color amarillento, y en abundancia. Es en efecto una cerámica mucho menos desarrollada y de paredes menos finas, lo que denota una imperfección en el trabajo y perdida de habilidad de los orfebres en la época de Paracas necrópolis. Julio César Tello Rojas vio que Paracas no era una cultura organizada como la que había descubierto en otras oportunidades.

Ciertos investigadores han cuestionado la existencia de Paracas como una cultura, diciendo que fue un cementerio. El desierto de Paracas habría sido el lugar sagrado donde se enterraban a los muertos. ¿Acaso fue el camposanto de algún pueblo cercano? Los mayores asentamientos humanos se encuentran en Ica (Tajahuana). En Chincha se encuentran las huacas Santa Rosa y Alvarado, lugares alejados de la zona de Paracas. Es decir las templos se encuentran alejados de la zona de Paracas. Además la palabra para existe en idioma cauqui (hablado en la zona de Yauyos) y significa gentes de frente grande, por lo que no significaría lluvia de arena.

Luis Eduardo Valcárcel fue el primero en afirmar que Paracas no existió como cultura, sino que fue un cementerio. Posteriormente Pablo Macera Dall’Orso vuelve a sugerir que Paracas en realidad fue un cementerio. El investigador Krzysztof Makowski también sostiene que la cultura fue topará y no Paracas Necrópolis. La zona de Paracas es una zona desértica desde el 3000 a. C. Además no hay ningún río cercano, vital para el desarrollo de los pueblos ya que es una zona elevada. El suelo árido de Paracas hasta el momento no presenta indicios que alguna vez se practicó algún tipo de agricultura.

Por tanto Paracas cavernas habría sido el lugar sagrado de alguna cultura al sur del río Ica. Hasta los nuevos trabajos arqueológicos sobre Paracas, el debate queda abierto.

Cultura Recuay

Al Sur de Chavín, en el Callejón de Huaylas, un importante centro arqueológico Recuay, ha dado el nombre a otra cultura clásica. Se caracteriza por grabados en alto relieve sobre piedra, con reiteradas imágenes de felinos, con figuras muy estilizadas de mujeres y guerreros esculpidos a bulto. También una cerámica rica en formas que comprende ejemplares antropomorfos y zoomorfos de notable factura, es peculiar de esta cultura. Las vajillas, en general, son de caolín blanco y llevan una decoración en negativo en 3 colores (blanco, negro y rojo) y también en positivo en 2 colores (blanco y rojo). El difundido motivo del felino, al que se refieren también muchos elementos estilizados, generalmente se interpreta como una prueba de la influencia que la cultura de Chavín habría ejercido en esta zona; si bien se reconoce que la cerámica local se diferencia, desde muchos puntos de vista, de las de las culturas peruanas.

La Cultura Recuay o Pashash es una cultura preincaica – precolombina del periodo llamado Intermedio Temprano, por su sitio geográfico se piensa que la cultura Recuay es una prolongación y una modificación de la cultura Chavín, luego de haber sido afectados por la tradición denominada Blanco sobre Rojo. No se trata de una influencia externa al Callejón de Huaylas, sino de nuevos estilos y motivos, así como del uso de nuevos recursos explotables. Entonces la cultura Recuay habría existido entre el año 0 y el 600 d.C., Es muy posible que hayan podido convivir con población bajo dominio mochica en las partes altas del valle de Moche, Chao, Virú y Santa.

Durante muchos años se le dio a esta cultura diferentes nombres puestos por los investigadores que no encontraban su centro principal; cada investigador la bautizó según el sitio donde se creía haber encontrado más evidencias. Así nace el nombre de la Cultura Callejón de Huaylas (Bennett, Tello, Kroecher) porque se postulaba su origen en ese lugar o como Cultura Recuay porque se pensó que ese era el sitio; Larco Hoyle la denominó Cultura Santa, porque suponía el origen costeño a partir de Virú.

Hasta la fecha no existe consenso sobre el origen de la cultura, pero algunos arqueólogos han probado que en la sierra norte, en el sitio de Pallasca, se desarrolló una cultura a la cual han bautizado como Pashash, sugiriendo que este nombre reemplace a Recuay.

El nombre de Recuay fue propuesto por el coleccionista José Mariano Macedo, quién adquirió un grupo de cerámicas, luego las llevó a Alemania y las vendió al Museo de Berlín, y luego publicó un catálogo con el nombre de cerámica de Recuay. Pero luego estudios de algunos arqueólogos encontraron que en Pallasca hay un centro arquitectónico llamado Pashash, así sugirieron que este nombre reemplace a Recuay.

Se ubicaba en la parte superior del valle del río Santa ,cercano al callejón de huaylas del departamento de Ancash,. Su área de expansión alcanzó la provincia de Pallasca, por el Norte; llegaron por el Este, hasta el río Marañón; y por el Oeste, hasta las partes altas de los valles de Santa, Casma y Huarmey. Cultura del intermedio temprano

Rafael Larco Hoyle descubre que la cultura llamada Recuay o Callejón de Huaylas tuvo su sede en el valle de Santa y no en la Sierra, como se creía.

El centro político está ubicado en la zona llamada Pashash, zona norte del callejón de Huaylas

Es común hablar de la cultura Recuay como una sociedad militarizada debido a la gran cantidad de fortalezas en lugares estratégicos que se han hallado, que incluso pudo haber sido la responsable de que los moches no se expandieran hacia la sierra. También se propone que los pobladores de la cultura recuay comenzaron como bárbaros, eran casi unos salvajes de las punas. Invadieron Chavín. Acabaron de destruirlo. Se instalaron sin cuidado en los recintos chavinistas. Pero se fueron “civilizando” y desarrollaron una cultura propia.

La clase social más elevada usaba vestimentas lujosas, aparte de joyas y orejeras, usaban tatuajes. Caminan junto con llamas y alpacas porque se sabe que los dignatarios Recuay utilizaban a los camélidos como símbolo de alto rango, también poseían diversas armas: porras, hondas, lanzas, escudo Esta nobleza gozaba de bastantes privilegios y cumplía el papel principal, esto se puede observar en sus cerámicas.

Los pobladores vivieron en galerías subterráneas y en aldeas fortificadas. En el primer caso las viviendas estaban hechas de lajas y relleno de tierra, como las encontradas en Catac, Copa y Tambo. En el segundo caso las casas son de planta irregular fuertemente fortificada, lo que nos hace pensar en un pueblo enteramente guerrero. Esto se sabe por las representaciones guerreras en sus monolitos y cerámicas de lana, además de sus ciudades fortificadas.

La economía se basaba principalmente en la práctica agrícola, la zona que ocuparon cuenta con una abundante flora y fauna, y también en la ganadería de camélidos, venados y vizcachas de los cuales extraían carne (charqui) y cuero. Hace unos 15.200 a. de J.C. apareció esta especie.

Las representaciones cerámicas muestran que las comunidades Recuay, si bien practicaban la agricultura, tuvieron una economía centrada en la ganadería de camélidos. La movilidad que les permitía disponer de animales de carga les permitió acceder a distintos ecosistemas lo que les daban acceso a recursos que provenían de distintos ambientes.

La principal manifestación artística de la cultura Recuay fue la expresión del arte por medio del trabajo en piedras decir arte lítico. Además lograron complejas construcciones arquitectónicos ornamentales. También tallaban monolitos o esculturas de piedra con motivos como cabezas-trofeos, felinos, diseños animales míticos, etc. Eran expertos tanto en el bajorrelieve como en el esculpido de piezas en volumen. Para elaborar su cerámica utilizaban la arcilla llamada caolín, que es de las más finas y complejas de trabajar. Hacían textiles, cuyos complejos motivos están fuertemente vinculados con los que aparecen en las vasijas de cerámica. En textilería usaba la técnica del tapiz simple (tipo de tejido), con una fina urdimbre (conjunto de hilos) de algodón, sobre la que cruzaban la lana teñida.

La cerámica Recuay, inicialmente, recibe el influjo de las Culturas Virú, y Salinar, que a su vez constituyen las raíces de la cerámica Moche. La cerámica Recuay presenta variedad de formas y expresiones ,esta cerámica se elaboró a partir de arcilla rojo-ladrillo o blanca (caolín) a la que se aplicó la técnica del negativo con decoraciones pictóricas de varios colores, entre ellos el blanco, rojo, negro fundamentalmente y en anaranjado, amarillo y marrón. A parte de esta técnica negativa, la cerámica fue pintada en positivo y modelada. Los recipientes Recuay son en gran proporción pacchas , es decir recipientes provistos de un caño destinados a escanciar sustancias en el marco de ceremonias. Los ceramistas emplearon diseños geométricos tanto como biomorfos en la en la decoración de sus recipientes. Se remarcaban detalles anatómicos en color, y los diseños del vestuario. Se reproducía hasta la pintura facial de los personajes. Una escena escultórica habitual es la de un personaje junto a una llama. No se trata de un pastor sino de un dignatario portando un enorme y suntuoso tocado. Tal vez sea un protector mítico de las llamas o de un sacerdote que conduce una llama al sacrificio. Es habitual la escena escultórica en vasijas, en las que un personaje central preside una festividad mientras que mujeres que le rodean le ofrecen vasos de chicha Con frecuencia se empleó simultáneamente la técnica pictórica y escultórica: a los cuerpos pintados se les agregaba cabezas tratadas escultóricamente.

Las representaciones presentes en la cerámica Recuay aparecen expresadas en pintura como en escultura. Utilizaban motivos de felinos, serpientes y seres antropomorfos, seres mitológicos estilizados y figuras geométricas lineales.

Pashash es un sitio arqueológico ubicado estratégicamente cerca de la ciudad de Cabana. En él destaca un grueso muro que rodea toda la edificación, probablemente para evitar la entrada de enemigos.

Huilcahuaín es el sito más importante de la cultura Recuay. Este es un conjunto de edificios, cerca de la ciudad de Huaraz. Su construcción más importante es un edificio de 3 pisos que alcanzó la altura de 9 metros. Al parecer, este edificio fue parte de un complejo urbano, cuya extensión se desconoce.

La arquitectura en la cultura Recuay, son pequeñas ruinas en forma de chulpas con habitaciones bajo tierra y dispersadas en todo el área. La arquitectura usada por la cultura Recuay se caracteriza por el uso de sótanos o subterráneos, tanto para los templos como para las casas. En el caso de los templos, construidos con piedra labrada, contaban con un gran patio abierto, y los subterráneos funcionaban como cámaras funerarias. En el caso de las casas, éstas fueron construidas con piedras parcialmente labradas Un estudio realizado a las ruinas ha logrado identificar tres tipos de viviendas:

1) Dos habitaciones comunicadas por un vano y con acceso al exterior, techadas con piedra y barro.

2) Relacionado a la primera pero con más habitaciones.

3) Con habitaciones alargadas subterráneas comunicadas con el exterior por un vano a manera de tragaluz.

Los Recuay tienen un trabajo lítico muy importante, es considerado uno de los mayores logros de esta cultura. Han trabajado la piedra en alto y bajo relieve representando escenas o cabezas clavas. Tallaban en monolitos y esculturas de piedra con motivos como cabezas-trofeos, felinos, diseños animales míticos (felinos-serpientes), entre otros. La mayoría de las estatuas muestran una figura humana de cuerpo entero. Tienen un metro de altura y son en forma de prisma irregular. Poseen una cabeza grande, que ocupa la mitad de la piedra. Curiosamente en sus esculturas de hombres siempre los vemos sentados y llevando una maza, un escudo o cabeza trofeo. Las mujeres siempre con trenzas largas y con capucha o manto. La función de esta escultura aún no ha sido esclarecida. Además de los complejos motivos arquitectónicos ornamentales, los Recuay realizaban distintas piezas, como tazas con pedestal, algunas con paredes de dos milímetros de espesor y decoración en relieve, placas e, incluso, maquetas de edificaciones.

Las representaciones artísticas Recuay, realizadas en cerámica y piedra, permiten suponer que los camélidos y, especialmente, la llama cumplía una importante función en los distintos rituales de la vida religiosa de esta sociedad. Muchas de las representaciones sugieren que el centro de dichos rituales debió ser la fertilidad de los animales, aspecto sustancial para una sociedad que dependía en gran medida de su ganado.

En lo religioso tuvieron dioses: una diosa femenina, símbolo de la Luna o Tierra, que tiene un pequeño cántaro en la mano y una manta rayada sobre la cabeza y es muy posible que ese cántaro contenga “agua, chicha o sangre de las víctimas sacrificadas”; un Dios masculino, símbolo del Sol, está en casi todas las ceremonias, este personaje tiene una nariz grande y curvada, la espalda con plumajes oscuros mientras que en el vientre estos son de color claro. Sobre la cabeza lleva una corona, a veces representada por un ave y otras con cabeza de jaguar, sus manos portan diversas cosas como un escudo, un garrote, quena o más bien una copa.

Los rituales como el culto a los ancestros, era necesaria para demostrar la relación con el pasado. Los ancestros también participaban de estas actividades, debido a que eran sacados de sus tumbas que se encontraban en las partes más elevadas de los asentamientos para ser exhibidas, veneradas y consultadas en ceremonias públicas. Los ancestros se encuentran estrechamente ligados con la fertilidad, debido a que la muerte es símbolo de renovación. Al ser enterrados se convierten en la semilla de la cual germinará la vida.

Cultura Aymará

Aimara, a veces escrito como aimará o aymara, es el nombre que recibe un pueblo indígena americano que ancestralmente habitaba la meseta andina del lago Titicaca desde tiempos precolombinos, repartiéndose su población entre el occidente de Bolivia, el sur del Perú, el norte de Chile y el noroeste de Argentina. Alternativamente, reciben el nombre de collas, aunque no hay correspondencia biunívoca entre ambos nombres.

Las naciones o pueblos que ancestralmente lo conformaban eran: aullaga, ayaviri, cana, canchis, carangas, charcas, chicha, larilari, lupacas, umasuyus, pacaje, pacasa y quillaca. A estos pueblos se les ha atribuido una única identidad con el nombre qullasuyu y conformaron una parte del Imperio inca.

Los aymaras se asocian a sí mismos como la civilización centrada en Tiwanaku , aunque Tiahuanacu es una cultura anterior a ellos. Hay evidencia lingüística que sugiere que los Aymaras provinieron de más al norte, ocupando la meseta del Titicaca después de la caída de Tiahuanaco. No se han encontrado evidencias de que los habitantes de la civilización de Tiahuanaco tuvieran lenguaje escrito.

El territorio tiwanaku fue fundado aproximadamente en 200 a. C., como una pequeña villa, y creció a proporciones urbanas entre el 300 y el 500, consiguiendo un importante poder regional en el sur de los Andes. En su máxima extensión, la ciudad cubría aproximadamente 6 km², y tuvo una población máxima de unos 40.000 habitantes. Su estilo de alfarería era único, del encontrado hasta 2006 en Sudamérica. Una característica importante son las enormes piedras que se encontraron en el lugar; de aproximadamente diez toneladas, las cuales ellos cortaban, le daban forma cuadrada o rectangular y esculpían. Colapsó repentinamente aproximadamente en 1200. La ciudad fue abandonada y su estilo artístico se desvaneció.

Desaparecido el Imperio Tiwanaku, la región quedó fragmentada y fue ocupada por etnias aymaras. Estos aimaras se caracterizan por sus necrópolis compuestas por tumbas en forma de torres-chullpas. Existen también algunas fortalezas denominadas pucaras.

El modelo por el cual se regulaban estas etnias es el de verticalidad o control de los diversos pisos ecológicos que sostienen su economía de subsistencia. Ningún grupo humano necesita tanto de sus relaciones con la costa y con los valles como los pueblos aimaras del altiplano, por esta razón cada centro de la puna controlaba por medio de la colonización de zonas periféricas situadas a diferentes alturas y con climas varios.

A mediados del siglo XV el reino Colla conservaba un extenso territorio con su capital Hatun-Colla. El inca Viracocha incursiono en la región, pero quien la conquisto fue su hijo Pachacútec, noveno Inca. Así como al norte se encontraban los collas, al sur estaba la Confederación Charca que tenía dos grupos: Los Carangas y Quillacas en torno al lago Poopó, y los Charcas que ocupaban el norte de Potosí y parte de Cochabamba. Ambos, Charcas y Collas eran de habla aimara.

La cultura material de los Carangas presenta extensas necrópolis o chullpares algunos de los cuales conservan todavía restos de pintura en sus muros exteriores. Una vez que los carangas fueron conquistados por los incas, Huayna Cápac los llevó a trabajar al valle de Cochabamba como mitimaes.

El señorío denominado Charca, al que estaban adscritos Cara-caras y Chichas, fue conquistado por los incas en tiempo de Túpac Inca Yupanqui y llevados a la conquista de Quito. Por su parte el pueblo de los Cara-cara era tan belicoso como el Charca y aún más, en su territorio tienen lugar aún hoy en día luchas denominadas “T’inkus”.

El Inca Lloque Yupanqui inició la conquista del territorio aimara a finales del siglo XIII, la que fue continuada por sus sucesores hasta que a mediados del siglo XV fue completada por Pachacútec al derrotar a Chuchi Kápak. De todas formas se cree que los incas tuvieron una gran influencia de los aimaras por algún tiempo, ya que su arquitectura, por la cual son muy conocidos los incas, fue claramente modificada sobre el estilo Tiwanaku, y finalmente los aimaras conservaron un grado de autonomía bajo el imperio Inca. Posteriormente los aimaras del sur del Titicaca se rebelaron y tras rechazar el primer ataque de Tupac Yupanqui este volvió con más tropas y los sometió. Su población se estima en 1 a 2 millones de personas durante el Imperio inca, eran el principal pueblo del Collasuyo, ocupando todo el oeste de Bolivia, sur de Perú y norte de Chile. Tras la conquista en menos de un siglo se redujeron a cerca de 200.0000 sobrevivientes, o menos. Tras la independencia su población empezó a recuperarse.

En la actualidad, la mayor parte de los aimaras viven ahora en la región del lago Titicaca y están concentrados en el sur del lago. El centro urbano de la región aimaras es El Alto, la ciudad de 750.000 habitantes, que colinda con la sede de gobierno de Bolivia, La Paz. Además, muchos aimaras viven y trabajan como campesinos en los alrededores del Altiplano. Se estima en 1.600.000 a los bolivianos aimara-parlantes. Entre 300.000 y 500.000 peruanos utilizan la lengua en los departamentos de Puno, Tacna, Moquegua y Arequipa. En Chile hay 48.000 aimaras en las áreas de Arica, Iquique y Antofagasta, mientras que un grupo menor se halla en las provincias argentinas de Salta y Jujuy.

El aymara utilizó un tipo de proto khipus, sistema nemotécnico de contabilidad básica común a varios pueblos precolombinos, como los de Caral-Supe y Wari (anteriores a los Aymara), y los Incas. No existen evidencias que hayan tenido lenguaje escrito, a pesar de que algunos, como William Burns Glyn, sostienen que los khipus incaicos pudieron ser una forma de ello.

Las poblaciones aimaras se hallan en zonas de Bolivia, Perú y Chile. Sus lugares ancestrales son tierras de clima semidesértico. La mayoría de los Aymaras dependen de la agricultura, la cría de animales y la pesca. Su alimentación está constituida además de la papa, por la quinua, la harina de maíz, el charqui y la carne de camélidos americanos, entre otros. Hoy ellos denominan Costumbres a los ritos religiosos basados en sus antepasados y Religión a los rituales y símbolos de origen cristiano.

Su idioma es el aimara, aunque muchos de ellos hablan castellano, idioma dominante en los países donde viven. Actualmente también poseen bandera, conocida como la Wiphala, la cual es de reciente adopción ya que las referencias más antiguas de ellas son de la década del 70, acostumbran a sembrar y masticar hojas de coca. Éstas y otras muchas organizaciones collas se han involucrado en el activismo en Bolivia, incluyendo la Guerra del Gas y las protestas bolivianas de 2005. Un dato curioso es que los aimaras tenían que usar gorros azules en año nuevo, en símbolo de su dios del agua, que se representa con este color y les daría fertilización en el año venidero.

El Año Nuevo Aimara es una fiesta que se celebra cada 21 de junio, en la localidad o comunidad de Tiwanaku en el Departamento de La Paz. También es celebrada por algunas personas en las áreas urbanas como en las ciudades de La Paz, el recibimiento es celebrado en la Plaza Tejada Sorzano frente al Estadio Hernando Siles donde se encuentran réplicas de monumentos arqueológicos de Tiawanaku, El Alto y algunas ciudades y sectores de Bolivia. Por ejemplo el año 2009, corresponde al año 5517 (cinco mil quinientos diecisiete) del calendario aymara.

En Tiahuanaco, antes del 21 de junio, los comunarios y turistas quien vienen a conocer y a compartir esta fiesta milenaria, el día 20 de junio realizan una víspera similar al Año Nuevo tradicional igualmente para despedir el año viejo. A partir entre las 6:00 y 7:00 de la mañana, se preparan con música folclórica tradicional y rituales para recibir el nuevo año frente a la Tiwanaku con la entrada de los primeros rayos del sol, como también la llegada del solsticio y la época del invierno. Esta tradición milenaria que se ha conservado en su cosmovisión ancestral, se dice que la llegada de todos los años es para el bienestar y la buena fertilización de la cosecha. Lo mismo y similar al año nuevo tradicional, para los creyentes los años venideros sea una gran prosperidad quienes lo deseen. Los sacerdotes comunarios, realizan rituales y dan agradecimiento a la Pachamama como un deseo de bendición.

Aunque no podemos hablar de una cerámica propiamente aymara, en el área habitada por este pueblo se desarrolló la producción alfarera desde aproximadamente hacia el 500 a.C., con una reducida elaboración de alfarería de tipo doméstico. Hacia el siglo IV o V d.C. denotan las piezas fuertes influencias de la cultura altiplánica de Tiwanaku. Estos rasgos persisten en las fases de Cabuza, Loreto Viejo, Las Maitas y Chiribaya, que se desarrollan aproximadamente entre el 500 y 1000 d.C. Prácticamente desde Las Maitas en adelante se puede hablar de un desarrollo local que, progresivamente, conserva cada vez menos las influencias de Tiahuanaco (San Miguel, Pocoma, Gentilar).

Hacia el año 1000 hasta cerca del 1250 d.C., se desarrolla la fase cultural San Miguel. En las vasijas, la organización de los elementos, observada desde su vista en planta superior, presenta claramente una propuesta de tetrapartición, marcada por dos diámetros que se cortan en 90º y cuyos extremos se abren en tres ramales, en un motivo gráfico, o símbolo, que los asemejan al conocido diseño de los tambores chamánicos (kultrun) representativos de la función y rango de las machis de la región mapuche. Este diseño puede apreciarse especialmente en objetos de Las Maitas, San Miguel y Pocoma. Otros motivos gráficos, además de las figuras de estrellas (o soles) y de círculos concéntricos (o discos) y trazos en zigzag, son rombos, simples o concéntricos, aislados o en hileras; líneas onduladas, solas o entre trazos paralelos, también , en grupos. Esta fase se desarrolla entre los años 1200 y 1350 d.C. Su alfarería es tricolor y algo más compleja que las anteriores.

Entre sus muchas formas se distinguen jarros globulares con base plana y cuello tronco-cónico invertido, con un asa; su cuerpo es rojo y suelen estar cubiertas por abundantes figuras geométricas, y formas humanas y animales, entre las cuales se pueden observar figuras de simios de color negro inscritas dentro de medallones de color blanco.

En lo que refiere a la orfebrería, la plata, abundante en la zona, era el principal material que se utilizó. Los objetos que se fabricaban tenían diferentes funciones. Una de ellas era ritual en la que los objetos se destinaban a las ceremonias religiosas. La otra, ornamental, constituida principalmente por joyas. Entre las piezas existentes, labradas prolijamente, se encuentran anillos o surtijas, usados por ambos sexos, prendedores o topus, pulseras o pulsira, usadas en ocasiones especiales, y aros o sarcillu. El uso de joyas era símbolo de cierto prestigio dado que no todas las personas las poseían. Utilizaban sus objetos de plata como adornos personales. Entre los que se destacan:

Tupus: Se utilizan para amarrar el vestido tradicional (asku) en ambos hombros. Cumple también una función ornamental. Los tupus han sido reemplazados por simples trabas y las pocas veces que las mujeres se visten a la usanza tradicional, los “p’ichi” son adornos preciados. Los tupus se componen de dos cucharas terminadas en punta agudizada como un gran alfiler, unidas por una cadena. La parte cóncava de cada cuchara, tiene grabados dibujos que representan corazones, aves o vegetales.

Pulseras o pulsiras: Muy escasas, las lucen sólo en ocasiones sociales relevantes.

Aretes o zarcillu: Estos aros están grabados con hojas o flores. Se le agregan a veces cuentas de loza o vidrio, que parecen ser los frutos de los motivos vegetales. Los aretes de tamaño menor eran de uso cotidiano, los más grandes, en el pasado, se llevaban en ocasiones especiales.

Walcas: collares de cuentas complemento obligado en la ornamentación femenina; confeccionadas con cuentas de loza o vidrio (también de plástico) de diversos colores, aunque en el pasado fueron preferidas de cuentas rojas. Su largo es variable. Se usan envueltas alrededor del cuello.

En la textilería Aymara, la sofisticación y complejidad son sorprendentes. Los tejidos son el universo femenino y los trenzados el masculino. Los detalles técnicos y riqueza simbólica que contienen tejidos y trenzados hablan de una experiencia ganadera-andina milenaria y del aprovechamiento de un material como la lana. Contenidos tecnológicos, ideológicos, sociales y simbólicos derivan de una tradición andina. Las técnicas de elaboración textil son transmitidas de padres a hijos a través de generaciones. Las figuras zoomorfas y signos geométricos son los utilizados por las mujeres Aymara en sus tejidos. Abundan las figuras de camélidos, vizcachas, suris (avestruz) y taguas, motivos vegetales y geométricos, como el espiral o el doble espiral que se refieren a sus entes míticos y a la cosmovisión de su cultura.

Cultura Cajamarca

Cajamarca (en quechua: Kashamarka, “pueblo de espinas” Fundada: San Antonio de Cajamarca) es una ciudad del norte del Perú, capital del Departamento y de la Provincia de Cajamarca, situada a 2720 metros sobre el nivel del mar en la vertiente oriental de la Cordillera de los Andes, en la sierra norte del país.

El sitio de Cajamarca ha sido habitada con anterioridad a la era incaica, durante la cual ya era una centro poblado importante. En 1532, se produjo en este lugar la captura de Atahualpa durante la conquista del Perú. En la época de la colonia mantuvo su categoría de villa hasta el 19 de diciembre de 1802, poco antes de la Independencia cuando fue fundada como ciudad y recibió su escudo de armas.

Es muy difícil determinar cuándo y en qué momento llegaron los primeros pobladores a Cajamarca. Es muy probable que su arribo haya sido en un estado primitivo, pero gracias a su capacidad inventiva, posteriormente, organizaron una gran cultura. Los restos encontrados por Augusto Cardich muestran la presencia de una antigua cultura lítica muy diferente a las demás. Estos fueron hallados en la cueva 1 de Cumbe y demuestran que eran consumidores de venados y cuyes silvestres.

En lo que se refiere al arte rupestre en Cajamarca existen varios ejemplos. El más significativo es el de Callac Puma (Huayrapongo o puerta del viento) que está ubicado en la carretera que une Baños del Inca con Llacanora. Las figuras representativas son las de animales y hombres teniendo en general un carácter geométrico. El formativo en Cajamarca se inician con las primeras manifestaciones de la alta cultura que engloba agricultura avanzada, perfeccionamiento artesanal y una compleja organización política, económica y social.

Los estudios realizados por el Dr. Kazuo Terada establecieron que el lugar arqueológico denominado Huacaloma Temprano, data de 1500 años a, de J.C. perteneciente al periodo formativo. Este periodo tiene tres fases: 1) Periodo Huacaloma Temprano (1500 a. de J.C. y 1000 a. de J.C.) 2) Periodo Huacaloma Tardío (1000 a. de J.C. y 500 a. de J.C.) y 3) Periodo Layzon (500 y 200 a. de J.C.). En 1532, fue capturado en su plaza principal el inca Atahualpa, quien fue ejecutado un año más tarde. Sus tesoros pasaron a manos de los conquistadores, que lo enviaron a España.

En el siglo XVII la ciudad logra un importante grado de desarrollo. En 1678 había 362 familias de españoles. El 19 de diciembre de 1802, el rey de España le dio el título de ciudad capital de la provincia, con prerrogativas para ayuntamiento. En 1986 la Organización de Estados Americanos declaró a Cajamarca, patrimonio histórico y cultural de las Américas. También se encuentra en una lista oficial para ser declarada su centro histórico.

Hoy en día Cajamarca es la ciudad más importante de la sierra norte peruana. Vive una época de crecimiento económico impulsado por el desarrollo de la minería aurífera, su tradicional ganado vacuno, la agricultura de secano (con el maíz como principal cultivo) y, más recientemente, el turismo. Cajamarca es conocida por su arquitectura colonial y barroca, la ciudad refleja la influencia española en la arquitectura de la Catedral, las iglesias de San Francisco, Belén y la Recoleta; y en sus casas de dos pisos y techo a dos aguas. Al este de la ciudad, se encuentra el distrito Baños del Inca, famoso por las aguas termales donde el Inca acostumbraba bañarse y también porque ahí se encuentran las Ventanillas de Otuzco, conjunto de nichos de los antiguos habitantes del lugar.

En la provincia de Cajamarca se halla el complejo arqueológico de Cumbemayo, vestigio de altares ceremoniales y acueductos pre incas y en la provincia de San Pablo, el complejo ceremonial de Kuntur Wasi, también pre inca, de varias plazas y plataformas sostenidas por muros de piedra de gran tamaño.

Sus iglesias tienen una característica especial: sus campanarios nunca se concluyeron, debido a que en el Virreinato se proporcionaba una suma de dinero periódica a las iglesias inconclusas; la Catedral y la iglesia de Belén son claros ejemplares. Sus edificaciones religiosas datan de mediados del siglo XVII y principios del XVIII.

Su catedral fue edificada en el siglo XVII con el nombre de Santa Catalina, y posee una fachada de piedra de origen volcánico. Cuenta con cinco campanas distribuidas por torres. Al interior, son de atracción las naves con imágenes de Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres y la Virgen del Carmen principalmente.

El cerro Santa Apolonia es un mirador natural que domina la ciudad. En la cima hay una pequeña capilla blanca dedicada a la Virgen de Fátima. Se asciende a ella a través de una escaleras de piedra de unos 300 peldaños desde la Plaza de Armas, aunque también se puede subir en auto.

El Cuarto del Rescate, en el centro de la ciudad, es la única huella notable que subsiste del Imperio inca.

En la Plaza de Armas comenzó la caída del Imperio inca al ser apresado el Inca Atahualpa por Pizarro. Esta es una de las plazas más grandes del país y es de interés su monumento central del siglo XVIII. Su pila ornamental fue colocada en los primeros años del siglo XVIII. Se compone de un cuerpo central y de una amplia taza octogonal, constituyendo ambas partes una sola pieza pétrea. Ha sido restaurada varias veces, según las leyendas colocadas a los lados de la taza.

La iglesia de Belén fue construida en el siglo XVII y regida por los jesuitas hasta su expulsión, cuando alojó a los bethlehemitas. Hasta la construcción del Hospital Regional en los años cuarenta del siglo XX tuvo los únicos hospitales de la zona, de hombres y de mujeres, ubicados a ambos lados del templo. Hoy en día hay un museo médico y todo el conjunto arquitectónico es local de la sucursal del Instituto Nacional de Cultura (INC) en Cajamarca.

La iglesia La Recoleta está compuesta por el templo y por el ex Convento de la Recolección Franciscana. Es sobria y luce elegantes espadañas en vez de torres.

La Iglesia de San Franciso se encuentra en la Plaza de Armas de Cajamarca, forma parte del Convento de San Francisco. Tallada totalmente en roca volcánica, fue construida en su primera etapa a fines del siglo XVII, como Parroquia de Indios, y fue concluida con la reciente construcción de sus torres. Adyacente a este Templo se ubica el Santuario de la Virgen de Los Dolores, Santa Patrona de Cajamarca de un especial atractivo por su arquitectura interior tallados en roca volcánica. Constituyen parte de su atractivo el Museo de Arte Religioso, la Pinacoteca y las Criptas.

En los alrededores se encuentran las Ventanillas de Otuzco, la ex cooperativa La Colpa, y el Cumbe Mayo, que se caracteriza por su complejo hidráulico ceremonial cincelado sobre la roca y marcado con petroglifos.

La Pirámide de Layzón se encuentra a 2.898 mts enclavada en la falda del cerro Sexamayo y es asiento de la cultura intermedia Layzón , conocida por sus productos de cerámica.

Otros sitios turísticos son el valle de Porcón, las Ventanillas de Combayo, los Baños del Inca y el complejo arqueológico de Kuntur Wasi en la provincia de San Pablo.

Los principales atractivos de la ciudad son su Plaza de Armas, el Templo de la Catedral,, el Convento de San Francisco, el Mirador de Santa Apolonia, el Cerro Santa Apolonia, la Cumbe Mayo, el Cuarto de Rescate, la Iglesia La Recoleta, el Conjunto Monumental Belén, la Iglesia de Belén, la Iglesia de la Concepción.

La cultura Cajamarca se asentó en el norte del Perú, en el actual departamento de Cajamarca, desde el 200 a.C. hasta 1.300 d.C. Se extendió desde el departamento de Amazonas, hasta las serranías de la Libertad y el norte de Ancash; su centro de mayor influencia y desarrollo fue el valle interandino de Cajamarca. Durante este período, se construyeron sitios sobre cerros y fortalezas, lo que sugiere fue una época de grandes conflictos, probablemente como consecuencia del aumento demográfico. La cerámica es muy destacada y se ha observado que fue exportada a distintos lugares alejados del reino.

La cerámica Cajamarca está hecha en base a la arcilla blanca llamada “caolín”, que sirve de fondo para las decoraciones.

Para el pintado de las vasijas utilizaron pinceles finos con los que trazaron líneas y figuras geométricas, motivos zoomorfos estilizados. Los tonos decorativos van desde colores muy claros como el rojo y anaranjado hasta los muy oscuros como el marrón.

Los motivos del diseño incluyen elementos geométricos como triángulos, círculos, líneas y puntas, animales como aves, felinos, camélidos, y serpientes. A veces hay un diseño en la base de los cuencos.

A partir de la decoración se ha podido determinar dos momentos en la evolución de la cerámica, el primero se presenta con líneas simples y escasas, posteriormente la ornamentación se recarga.

Las formas cerámicas más comunes son: cuencos con base pedestal, cuencos con base trípode, botellas con base anular, tazas, vasos y cucharas con asas modelado.

Es típica la cerámica tipo “trípode”. Cuando en Cajamarca aparecen las copas trípodes, es cuando se nota mayormente la influencia Huari. La forma trípode es ajena al área andina central y su presencia a partir de ese momento en otras partes del territorio es por difusión desde Cajamarca.

Cultura Chavín

Chavín se encuentra ubicado en el inicio de un estrecho callejón, formado por el río Pukcha o Mosna, el que se forma con los deshielos de la Cordillera Blanca y conduce sus aguas hacia el río Marañón, donde nace el Amazonas. Está pues en el corazón mismo de los Andes, a 3180 ms. sobre el nivel del mar, formando parte del llamado Callejón de Conchucos, que corre de sur a norte, paralelo al Callejón de Huaylas, formado por el río Santa que también se nutre de las aguas de la Cordillera Blanca, pero que por estar al occidente desagua en el océano Pacífico.

Dos cadenas montañosas separan a Chavín del mar -las cordilleras Blanca y Negra- y dos otras cadenas lo separan de la selva amazónica: la central que se levanta entre las cuencas del Marañón y el Huallaga, y la oriental, que establece la separación de aguas entre el Huallaga y el Ucayali. Esta situación geográfica crea serias dificultades de comunicación entre las poblaciones allí asentadas, cuya proximidad relativa está mediada por la altitud y la irregularidad de la tierra. Eso crea una difícil condición de vecinos distantes.

Chavín, está en un punto crucial de conexión este-oeste y norte-sur de un extenso territorio. Es una suerte de “nudo de caminos” de una región que cubre la costa y la sierra de Lambayeque, La Libertad, Cajamarca, Ancash, Huánuco y Lima. Desde Chavín, además, se puede llegar a la floresta amazónica siguiendo el curso del Marañón.

Según Antonio Raimondi (1873: 205), en el s. XIX mantenía la exportación de maíz a Huaraz y Huamalíes (Huánuco) y de harina de trigo hacia Huánuco y Cerro de Pasco, del mismo modo como gente de la costa iba todos los años para adquirir ganado. Señala también que hay oro en el distrito de Uco, cerca de la desembocadura en el Marañón.

Chavín está sobre una terraza aluvial asociada a un río mayor -el Pukcha- que baja desde el sur, y un tributario -el Wacheqsa- que baja abruptamente desde la Cordillera Blanca, en cuyos estribos orientales está el sitio.

Chavín es el período final del largo proceso de domesticación de plantas y animales que en otras partes del mundo se identifica con el “Neolítico”. En esta época, tanto las artes de la ganadería, como las de la agricultura y las de la construcción y la manufactura -incluyendo la metalúrgica- estaban ya incorporadas en los dominios de la práctica social. De modo que no se trata de una etapa “inicial” en ese sentido; lo es, en cambio, en la intensificación de las funciones de los centros ceremoniales, que se convirtieron en los ejes del desarrollo económico.

Este estado de cosas permitió una extensa red de comunicaciones entre tales centros ceremoniales, productores de servicios y de tecnologías al servicio de la ampliación de las posibilidades de explotación de los recursos naturales. En muchos casos se trata de la circulación de bienes de prestigio para los ocupantes de los centros ceremoniales, tales como manufacturas especializadas o materia prima selecta, pero en la mayor parte de los casos tenía que ver con la circulación de informaciones que afectaran las condiciones de existencia de la población. Eso incluye desde eventuales peligros de guerra, derivados de desajustes en las relaciones entre vecinos o demandas propias de las comunidades en condiciones de conflicto o crecimiento, hasta informaciones sobre la producción de alimentos y su circulación, y la predicción del tiempo. Todos esos eran asuntos manejados en los núcleos de poder formados en los centros ceremoniales que, sobre todo, eran lugares de una intensa capacitación técnica especializada en la elaboración de calendarios.

Uno de ellos era Chavín de Huántar, sin lugar a dudas uno de los más pomposos y de éxito notable. Su fama le sobrevivió más de dos mil años después de su abandono en el s. IV a.C. Cuando, en el siglo XVII fue visitado por el agustino Fray Antonio Vásquez de Espinoza, fue informado que a ese lugar iban las gentes de todas partes a rendirle culto “como entre nosotros son Roma y Jerusalén” y recibir los oráculos que allí se ofrecían. Las evidencias arqueológicas indican que así fue de manera plena en la época de su apogeo; hay objetos y bienes que fueron llevados hasta allí por pobladores de Lambayeque, Trujillo, Cajamarca, todo Ancash, Lima, Huánuco y quizá el norte de Junín.

Chavín representa el inicio de una actividad muy propia de los Andes, que aun dura hasta nuestros días, consistente en disponer de uno o dos centros ceremoniales de mucho prestigio, a los que las gentes de un extenso territorio acuden cíclicamente para rendir culto a sus divinidades y pedirles ayuda y protección, a la par que intercambian informaciones y bienes entre comunidades alejadas, restablecen sus contactos y resuelven sus conflictos. Cuando llegaron los españoles eso ocurría en Pachacamac, en Lima, en Raqchi, en el Cusco, en Copacabana en el lago Titicaca. Chavín, para entonces, era ya parte del mito o la leyenda.

Chavín es un asentamiento complejo, del que conocemos sólo una parte que se ha preservado debido a su monumentalidad. Hay evidencias que el centro ceremonial tenía como núcleo este sector monumental, pero que otras partes, hoy cubiertas o destruidas, se prolongaban por más de un kilómetro hacia el norte, donde está asentado el pueblo actual.

El espacio ceremonial conocido, está formado por una serie de edificios de aspecto macizo, que son considerados templos por los arqueólogos, debido a la función religiosa que se les atribuye. Son una serie de plataformas con un fuerte talud en sus muros, lo que les da un perfil piramidal. Según sabemos, no fueron hechas de una sola vez, sino que el aspecto que hoy tienen es el resultado de una serie de progresivos agregados que se hicieron en las estructuras. Una de estas plataformas, bautizada por los pobladores locales como “el Castillo”, es una pirámide mayor, que es el resultado final de las reconstrucciones a las que fue sometido un edificio -que es parte de él- y que se conoce como el Viejo Templo, cuya característica más notable es que tiene un pasaje interior donde se aloja un ídolo de piedra conocido como “el Lanzón”.

El Viejo Templo tiene una plaza circular en el atrio que le sirve de ingreso, al Este, en tanto que el Templo Nuevo, que se formó por los diversos agregados, tiene una plaza cuadrada en su frente oriental. Cada uno tuvo su entrada principal con un pórtico, del que sólo quedan algunos restos junto al Templo Nuevo y apenas unos vestigios en el Viejo. El pórtico del Templo Nuevo ha sido bautizado como Pórtico de las Falcónicas, por los grabados que hay en las piedras que aún están en su lugar y está precedido por un atrio y un conjunto de escalinatas que ascienden desde la plaza cuadrada, donde también había hermosas litoesculturas sirviendo como dinteles, columnas o lápidas con grabados de personajes del estilo Chavín.

Los templos constituían el centro de la función ceremonial, con una serie de servicios anexos, tales como plataformas, plazas y terrazas, a distinto nivel, conectadas unas con otras mediante senderos y escalinatas. Casi todos estos edificios y anexos estaban costosa y cuidadosamente construidos, con piedras de diversos colores, llevadas desde distintos lugares de la tierra andina.

Para fines litúrgicos y ornamentales, los edificios contaban, además, con una complicada parafernalia, formada por columnas, cornisas, dinteles, lápidas, obeliscos y esculturas que se agregaban a los muros o plazas, convirtiendo el espacio ceremonial en un hermoso escenario, adornado con las imágenes de los dioses y demonios que poblaban el panteón chavinense.

No conocemos la condición de los edificios o servicios destinados a suplir las necesidades domésticas, que seguramente están debajo de las casas de la población actual, pero no nos llamaría la atención que fueran de condición igualmente elegante. Sabemos que la vajilla doméstica y otros recursos de consumo, no diferían de los que se usaban en los templos para fines rituales, con excepción quizá de algunas piezas selectas.

Parece una buena hipótesis que los habitantes permanentes de Chavín fueron unos pocos sacerdotes y sus auxiliares de servicio, mientras que la mayor parte de sus usuarios eran una suerte de peregrinos que llegaban al lugar en busca de “oráculos”, portando ofrendas de diverso tipo, quienes, desde luego, podían permanecer en el centro ceremonial por períodos largos.

Al sur del Wacheqsa está el sector de los templos a los que la población conocía generalmente como “castillo” y que es la parte que se ve, pese a haber estado igualmente cubierta por tierra, desmonte y sucesivos asentamientos posteriores al abandono del centro ceremonial.

Cuando Julio C. Tello, Wendell C. Bennett y otros investigadores abordaron la tarea de excavar Chavín, lo que se veía de él era muy poco; José Toribio Polo, que lo visitó en 1871, dice que “no queda en pie sino uno que otro trozo de cortina y una larga pared del ala izquierda “. Tanto Tello como Bennett solo conocían unos montículos, sobre los cuales, además, habían viviendas de campesinos, campos de cultivo, chancherías y otros servicios rurales.

Las excavaciones de Bennett, hechas en 1938, pero sobre todo las de Tello en 1919, 1934 y 1941, permitieron observar que el templo había sido cubierto por los escombros de los viejos edificios de una continuada reocupación del sitio. En efecto, en las excavaciones en el Atrio del Lanzón y las que se hicieron en otras secciones de los templos después de 1966, apareció esta sucesiva reocupación, que formó una serie de capas de varios metros de espesor.

En las excavaciones realizadas por personal de la Universidad de San Marcos, entre 1966 y 1973, se encontró que el abandono del centro ceremonial estuvo asociado a un grave desastre, que dejó inutilizadas las instalaciones de culto; parece que fue un terremoto. Inutilizado, se abandonó. Encima, haciendo obras de terrazamiento y drenajes, se construyeron viviendas de pobladores de las épocas Huaraz, Mariash y Callejón, con un progresivo debilitamiento demográfico. Los campesinos ocuparon el espacio que antes era de uso exclusivo de los sacerdotes. Desde entonces quedaron bajo tierra los elegantes edificios de la época Chavín, que están reapareciendo a raíz de las excavaciones arqueológicas.

De acuerdo con las fechas obtenidas mediante el Carbono 14, la época más antigua del templo es de alrededor de 1200 a.C., siendo que su fase de mayor apogeo fue alrededor de 1000-800 a.C. y su declinación cerca del 400 a.C. Algún tiempo después de su destrucción, a comienzos de nuestra era, el sitio fue reocupado, por modestos campesinos, que construyeron sus casas encima de los escombros, por los portadores de la cerámica Huaraz hacia el s. I d.C., por los que usaban la cerámica Mariash (Recuay) hacia el s. IV y, finalmente, durante varios siglos, hasta la época Colonial, por los portadores de las varias fases de la cerámica llamada Callejón.

Chavín es un sitio, una época de historia antigua y un estilo de arte. Al decir un estilo, estamos generalizando mucho; es como decir que hubo un sólo estilo en el Renacimiento. En realidad, se trata de varios estilos o de diversas modalidades de los mismos. Esto ha causado mucha confusión, debido a que se han ido descubriendo poco a poco y de algún modo todos eran considerados como “estilo Chavín”. Eso incluyó estilos, como el Cupisnique de los valles de la costa norte, que también eran considerados como una modalidad costeña de Chavín, siendo que son diferentes aunque tengan varios elementos y rasgos comunes, derivados de sus obvias relaciones y coetaneidad.

Chavín es un estilo que se presenta en varias modalidades, no sólo en los diversos lugares donde aparece, casi en todo el norte y centro del Perú, pero también en el mismo centro ceremonial de Chavín de Huántar, donde se halla concentrada la mayor cantidad de obras de arte de ese estilo. Debido a esta concentración y también porque fue el primer lugar donde se identificó, esta forma del arte se llama Chavín. Julio C. Tello fue quien le dio coherencia histórica, aun cuando ya tanto el “Lanzón” como la Estela Raimondi eran conocidas desde el s. XIX y esta última era un símbolo de la antigüedad peruana, traída a Lima en la segunda mitad de ese siglo, para ser expuesta.

El primero en hacer distinciones dentro del estilo Chavín fue Alfred Kroeber, en 1926, cuando separó un estilo “M” (“mayoide”) de otro “N” (“nascoide”); el primero referido al Obelisco Tello, que ahora es conocido como estilo Draconiano, y el otro a la Estela Raimondi, que ahora es parte de un Estilo tardío de la fase EF. Esta secuencia en 4 fases: AB, C, D y EF, fue propuesta en 1962 por John H. Rowe, con una primera definición de las pautas artísticas que le caracterizan. El Obelisco fue ubicado en la fase C, en tanto que las litoesculturas del Pórtico de las Falcónicas se ubica en la fase D; el Lanzón en la fase AB.

Gracias a los hallazgos de la Galería de las Ofrendas, ha sido posible aislar 4 estilos o modalidades del estilo Chavín que coexistían, que se ha bautizado como: Ofrendas, Floral, Draconiano y Qotopukyo. Cada una de ellas con sus rasgos propios, expresados fundamentalmente en ceramios que fueron, claramente, hechos por personas distintas aunque posiblemente en el mismo centro ceremonial de Chavín. Richard Burger encontró una secuencia de cerámica que bautizó como Urabarriu, Chakinani y Urabarriu, en la que, desde luego, están presentes estos 4 estilos, dominantemente en su fase Urabarriu, la más antigua.

En tanto que el estilo Ofrendas es una versión vulgar, generalizada, de la alfarería chavinense, y se puede decir que existió a lo largo de toda la historia de Chavín, el estilo Floral, cuya base tecnológica y morfológica es la misma que Ofrendas, es la versión fina y elegante de aquel estilo y por tanto también debe esperarse que sus personajes y otros rasgos del estilo se presenten en toda la secuencia, con sus variantes respectivas. Son muy diferentes, en cambio, los estilos Draconiano y Qotopukyo, cuya dispersión es restringida y que, según parece, se vinculan más con los temas litúrgicos propios de Chavín de Huántar, asociados al Obelisco Tello y el Lanzón, es decir al Viejo Templo o fases AB y C de Rowe. El estilo draconiano de la Galería de las Ofrendas, debiera considerarse como una versión tardía de la fase C, contemporánea con las lápidas grabadas de la Plaza Circular.

Las aves rapaces, los felinos y las serpientes son los elementos que sirven de base al estilo Chavín. Las formas y los ornatos se derivan de las partes y atributos de estos seres. Pero ninguno de ellos son en sí mismos objetos de culto. A la par que los felinos, las aves, como tales, aparecen siempre como seres secundarios, como los ángeles o los guardianes de los dioses. Estos animales, con atributos sagrados, están en las cornisas, en los zócalos e incluso en algunas piedras del paramento. De modo excepcional las serpientes aparecen también individualizadas, aun cuando casi siempre la serpiente aparece sólo como un atributo de los otros personajes: sus pelos, plumas, aletas, cinturones u otros.

En la mitología andina que se preservó a lo largo de los siglos, sobreviven los tres personajes, como guardianes de las cosas del mundo; las serpientes -Amaru y Machakway- pueden volar o no, ser inmensas o no. Las pequeñas serpientes nacen de los cabellos que las gentes pierden y una prueba de eso aparece en los estanques, donde se transforman en millones de pequeñas culebras. Aparte de eso, en todas las modalidades del estilo Chavín, hay ciertas reglas que se obedecen canónicamente.

La arquitectura del templo antiguo: Debido a que recién se ha iniciado la segregación de esta fase, ya que el Templo Nuevo fue construido sobre éste, la identificación del Templo Antiguo está incompleta. En realidad, sólo se ha reconocido el volumen principal -en forma de U y con la imagen de un gran ídolo tallado en piedra que usualmente conocemos como Lanzón en su interior- y un atrio con cornisas y cabezas talladas en piedra en cuyo centro hay una plaza circular hundida a la que erróneamente algunas personas llaman “anfiteatro”. De los otros edificios e instalaciones sólo tenemos vestigios e indicios.

De acuerdo con el conjunto de datos disponibles hasta ahora, además del cuerpo central, el templo tiene dos plataformas anexas: una, al norte, próxima al ala izquierda mirando hacia el exterior, llamada Templo Norte o sector D, y otra, al sur, más larga y alejada, llamada sector F. Otros indicativos permiten extender el área del Templo Antiguo hasta el extremo norte del pueblo, en la zona llamada Urabarrio, donde hay una consistente presencia de la cerámica que Richard Burger llamó Urabarrio por esta causa. Allí, Marino González encontró construcciones megalíticas y galerías de estilo Chavín.

El Templo Antiguo sufrió una serie de modificaciones que variaron las formas del proyecto arquitectónico original. De acuerdo a nuestros datos, la plaza circular hundida inscrita en el atrio es parte de una plataforma agregada encima de la primera versión de éste, de la cual sólo tenemos algunos vestigios por confirmar. Esta plataforma agregada, con sus lápidas finamente talladas y grabadas, con sus galerías de las Ofrendas, las Caracolas y el Campamento, corresponde al parecer a la última fase del Templo Antiguo. A este añadido se suman otros en las alas, como uno en la sur, con galerías como la de las Vigas Ornamentales, que tiene dos de estos elementos con figuras grabadas de animales míticos marinos.

Algunas evidencias sueltas, como la de una inmensa columna de roca negra, rota en muchos fragmentos y enterrada, señalan estructuras ahora desconocidas. Esta columna, de casi 1 m de diámetro, presenta figuras grabadas en el viejo estilo Chavín.

El Templo Antiguo contaba con una bella ornamentación. La plaza circular hundida tenía un muro en cuyo frente occidental, donde alumbra el sol naciente, había dos hileras de lápidas grabadas: la inferior, de piedras de distintos colores, con figuras de felinos y la superior con una procesión de personajes que parecen ser músicos y danzantes. En esta plaza circular, en el centro, pudo haber estado el Obelisco Tello.

En la plataforma que la rodea se construyó la galería que hemos llamado de las Ofrendas, donde se ha encontrado un verdadero tesoro, depositado seguramente en conmemoración de la construcción del atrio. Otra galería, aún no excavada, guarda ofrendas en conchas de mar, principalmente de las especies Spondylus princeps y Strombus galeatus.

En la mencionada plaza circular hundida también hay dos escalinatas alineadas en el eje este-oeste, una de entrada y otra de salida. Por la del oeste se accedía a una plataforma en la que posiblemente había tres vanos-uno central conectado con dos laterales-, desde la que se subía a las instalaciones de la nave central del templo. Del vano central partía una escalinata que llevaba hacia la cima del templo, donde había un recinto que desapareció con el aluvión de 1945. La escalinata del vano sur, de la que existen aún algunas gradas, conducía al conjunto de galerías que están asociadas al Lanzón. La del vano norte aún está cubierta por las deposiciones posteriores. Todas estas escalinatas eran interiores, de modo que lo que se apreciaba desde el atrio eran sólo sus entradas.

La plaza circular hundida y sus frisos: La plaza circular hundida, enlosada con piedras amarillas, es un espacio sagrado ubicado en el centro de una plataforma cuadrada y a 2,10 m de profundidad. Tiene 21 m de diámetro y está dividida en dos mitades, una occidental, pegada a la plataforma central, y otra oriental. El muro occidental estuvo cubierto por dos series continuas -una encima de otra- de lápidas grabadas, la de abajo, de unos 30 cm de alto por 60 cm de ancho, con imágenes muy realistas de felinos vistos de perfil, y la de arriba, de alrededor de 60 cm de lado, con personajes organizados en una suerte de procesión en la que aparecen unos trompeteros o tocadores de pututu -una caracola marina de sonido profundo-, un portador de una rama de cactus San Pedro y otros danzantes.

En las lápidas superiores, la procesión de los músicos y danzantes está grabada a ambos lados de la escalinata occidental de la plaza circular y sólo en este hemiciclo. Ahora sólo quedan 5 , pero debieron de haber 14 en cada lado. Ellos -también los felinos de la parte inferior del muro- se dirigen desde los dos lados hacia el centro, de modo que los que vienen del norte caminan hacia el sur y viceversa. Miran hacia la escalinata, aunque hay al menos uno -o dos- en cada lado que mira hacia el centro de la plaza, donde debió de estar clavado el Obelisco Tello. Es decir que, mientras que los demás están de perfil, estos últimos están de frente. Los músicos y danzantes iban muy bien ataviados, con coronas, mantos y adornos simbólicos que seguramente hablaban de sus dignidades.

Los felinos, en las lápidas inferiores, caminan todos, desde el norte y el sur, hacia la escalinata. Sus cabezas son básicamente iguales, pero sus cuerpos, por parejas, son diferentes. Están individualizados, de modo que cada uno debe de haber representado algo distinto. Es tentador pensar que representaban constelaciones o fuerzas cósmicas diferentes. Los felinos acompañaban desde abajo a los dignatarios, quienes ocupaban un lugar destacado en la procesión.

Todos -músicos y danzantes, y felinos- avanzan hacia el centro, siguiendo la misma dirección que la sombra del Obelisco por las mañanas a lo largo del año. En el solsticio de invierno (21-24 de junio), cuando va a empezar el año agrícola, la sombra apunta hacia el sudoeste y “camina” hacia el centro, donde se encontraría el Obelisco.

El arte lítico chavinense no es propiamente escultórico, pese a que existen más de cien esculturas de cabezas monstruosas, humanas, de animales, etc. Se trata en realidad de un manejo de superficies planas, en donde se graban imágenes relacionadas con el culto. Es un arte asociado a la arquitectura, aunque algunas piezas son obviamente independientes de ella, como es el caso del ídolo principal, que si bien está dentro del templo, obviamente fue esculpido con independencia de una función de columna, enchape de muro, viga, cornisa o algo similar; ocurre igual con piezas como el “Obelisco Tello”.

La litoescultura o lapidaria chavinense fue y es el paradigma del estilo llamado “Chavín”; lamentablemente hay pocos objetos iguales en otras partes, esto determinó que los términos de comparación con la cerámica u otros materiales, fueran sumamente arbitrarios, de modo que se produjeron muchas interpretaciones confusas y se concedió al estilo una extensión mayor de la que tiene. Eso favoreció a que se construyeran hipótesis tan ambiciosas como la de considerar a Chavín como la “capital” de un imperio, con un ámbito muy vasto de dominio. Todavía hoy, el llamado “Horizonte Temprano”, es confundido como la etapa de expansión de la cultura Chavín a nivel pan-peruano.

John H. Rowe (1962), logró hacer una segregación cronológica de las litoesculturas de Chavín, utilizando su asociación con las diversas fases constructivas del centro ceremonial y algunos rasgos estilísticos derivados de la secuencia que él y Lawrence Dawson habían construido para la cerámica Paracas-Ocucaje del valle de Ica.

AB, es la fase más antigua, representada por la Gran Imagen (“Lanzón”) que está asociada al viejo templo. Por razones de estilo se le asocia una cornisa donde aparecen unos jaguares y serpientes cuyos atributos se hacen extensivos a la fase.

C, es la fase relativa al “Obelisco Tello”, que si bien no tenía probanza directa cuando Rowe hizo el enunciado, gracias a las excavaciones en el “Atrio del Viejo Templo”, esta fase se ha confirmado, agregando numerosas lápidas grabadas con personajes antropomorfos y figuras de jaguares parecidas al de la Cornisa AB.

D, la tercera fase, está constituida por un grupo de litoesculturas asociadas al “Pórtico de las Falcónidas”, en el Templo Nuevo, entre las que destacan las columnas con imágenes de aves antropomorfas, el dintel-voladizo con falcónidas grabadas y las lápidas del atrio anexo al pórtico.

EF, la última fase, es la que por ahora aún no cuenta con sustento empírico y está representada sobre todo por la “Estela Raimondi”, un monumento que representa al “Dios de los Báculos”, divinidad muy popular en el sur andino.

Las evidencias disponibles no favorecen una hipótesis expansiva de la cultura Chavín, aun cuando parece ser cada vez más claro que el sitio fue un lugar muy poderoso en su tiempo, pero más bien centro de concentración y convergencia que de difusión.

En 1919 y 1924, durante sus visitas a Chavín, Julio C. Tello halló algunos fragmentos de cerámica con rasgos determinados. Al haber definido a Chavín como una época de la historia del Perú, identificó su cerámica como negra, oscura y decorada con incisiones y diseños en relieve. Cuando descubrió que ésta se parecía a la que Max Uhle había hallado en Supe y en Ancón, atribuida a los llamados “pescadores primitivos”, y a la que se había hallado en el valle de Chicama, cuyas piezas mostraban íconos parecidos a los de las litoesculturas chavinenses, Tello caracterizó a Chavín como la época más antigua de la cultura peruana, cuyo centro estaba ubicado en una zona de sierra próxima al río Marañón: Chavín de Huántar.

Luego de la década de 1920 comenzaron a aparecer evidencias de cerámica oscura e incisa en otros lugares de la costa y la sierra del Perú, que fue denominada erróneamente Chavín o chavinoide. Este hecho generó una gran confusión, pues, como se reveló durante la segunda mitad del siglo XX, esta cerámica en realidad se había producido a lo largo de muchos siglos y no había estado necesariamente ligada a Chavín. En la selva del río Ucayali (Tutishcainyo), en Huánuco (Wayra Jirka), en otras zonas de la sierra y en la costa los ejemplos más antiguos tienen estas mismas características. Algunos de ellos fueron establecidos por Tello e incluidos en su complejo Chavín, pero los anteriores a la época de las litoesculturas y de los grandes templos de Chavín de Huántar, no. Estos últimos se conocieron gracias a investigaciones posteriores que se hicieron en muchos lugares de la costa, como Ancón y Guañape, o de la sierra, como Huánuco (Kotosh) y Cajamarca (Pandanche y Huacaloma).

En Ancón, más que en ningún otro lugar, se encontró una larga secuencia de cerámica. En ella se logró identificar una ocupación con los rasgos propios del estilo Chavín relacionada al Horizonte Temprano y otra anterior de larga permanencia, que se ubica en la etapa Inicial, llamada también Formativo Inferior.

En cuanto a términos de espacio, el afinamiento de los estudios realizados en base a la cerámica ha permitido distinguir diferencias regionales y locales significativas y segregar áreas en las que es reconocible alguna o ninguna vinculación con Chavín.

El primero en reconocer esto fue Rafael Larco Herrera, quien reclamó la necesidad de distinguir el estilo Cupisnique -la cerámica del valle de Chicama que Tello reconocía como “Chavín clásico”- del estilo Chavín. Las investigaciones posteriores fueron dándole la razón a Rafael Larco Hoyle, restringiéndose de esta manera la esfera de influencia de Chavín a los territorios de Ancash, Huánuco y Lima.

Por otro lado, en las regiones de Cajamarca, Lambayeque y Jequetepeque se desarrolló una cerámica similar en algunos aspectos a la de Cupisnique, mientras que en Ica se iba desarrollando la cerámica Paracas, emparentada de alguna manera con la de la sierra de Huancavelica y Ayacucho y la de Chavín. En Apurímac, Cusco y el lago Titicaca las evidencias dan cuenta de una cerámica con rasgos propios claramente diferenciados.

De este modo, la cerámica ligada a las litoesculturas que definen el estilo Chavín quedó restringida a la región centro-norte del Perú y a un período de esplendor que puede fecharse entre los siglos X y IV a. C. Es a esa época, al siglo IX, a la que pertenecen las hermosas piezas encontradas en la Galería de las Ofrendas, donde las modalidades Draconiana, Qotopukyo y Floral tuvieron tan magnífica presencia.

Todavía están por descubrirse las varias fases que tuvo la historia de estas modalidades del estilo Chavín, pues todo nos hace pensar que se trata de cerámica que no representa más que los usos y gustos de una o dos generaciones de alfareros. También está en proceso de investigación la procedencia de estas modalidades y de las demás representadas en la galería, donde sin duda se reunieron ofrendas de artesanos de las tierras de Cupisnique, Cajamarca, Huánuco y la costa central. Las distintas técnicas que se usaron para hacer vasijas con las mismas formas nos llevan a inferir que se trataba de alfareros que tenían tradiciones, expresiones artísticas y arcillas diferentes y que había distintos centros de producción que, además, cubrían un “mercado” de consumo diverso, de carácter local o regional.

Chavín representa la época que da inicio al uso de los metales. La producción metalúrgica comienza con el oro y casi simultáneamente con el cobre nativo en sitios ligados a Cupisnique y Chavín, a pesar de que la evidencia más antigua de objetos de oro en los Andes centrales se remonta 1 500 años antes de la era cristiana en la región de Andahuaylas, en la sierra sur del Perú.

A lo largo de toda la etapa Formativa la metalurgia mantuvo una condición ciertamente primitiva utilizando los metales nativos -tanto el oro como el cobre- en su forma natural. Posteriormente el cobre, hallado en forma de rocas, sería convertido en metal mediante procesos de fundición.

El oro y el cobre eran obtenidos en la naturaleza en forma de “pepitas” o pedazos que contenían físicamente sus cualidades de color, dureza y maleabilidad. Lo que hacían los artesanos era convertirlos en láminas mediante el martillado en frío, sin someterlos al fuego. Los dos metales mencionados son lo suficientemente maleables como para que esto ocurra, aun cuando el cobre podía exigir el calentamiento para ser trabajado, lo que llevó a descubrir que el uso del fuego podía permitir una unión más firme entre piezas que estaban originalmente separadas. Existen algunos objetos en los que también se usó plata nativa, como los de Chongoyape, donde se usó la unión de un segmento de este metal con otro de oro para obtener un efecto de color.

Las láminas de metal, martilladas, presionadas, repujadas o trabajadas con instrumentos con punta o filo, eran finalmente convertidas en lienzos sobre los que se grababan o destacaban figuras o diseños de los estilos propios de la época. Estas láminas eran entonces dobladas o unidas con ayuda del fuego o simplemente también del martilleo y así eran convertidas en coronas, orejeras, narigueras, collares, pectorales, cinturones, brazaletes, ajorcas y otros adornos, casi todos dirigidos a ser parte del ornato o del vestir personal. Excepcionalmente se han encontrado piezas que pudieron servir para otros fines, como para inhalar estupefacientes, cubrir cetros y contener bebidas o comidas -pequeños recipientes en forma de vasos o copas-, que cumplían funciones más ornamentales que utilitarias.

Los hallazgos de oro no son frecuentes y casi toda la información disponible se reduce a lotes o piezas aisladas encontrados de manera casual por campesinos o “huaqueros”, especialmente en la costa y la sierra norte del Perú. Esto significa que el registro arqueológico propiamente dicho, es decir el realizado por profesionales, es mínimo.

Por otro lado existen muchas piezas falsificadas para su comercialización entre coleccionistas y aficionados, debido a la facilidad con que pueden reproducirse. De todas maneras, los hallazgos más notables son los de Chongoyape y de Kuntur Wasi. Los registrados en el mismo Chavín son muy escasos y apenas consistentes en pequeñas láminas. Sin embargo, algunas piezas de colecciones antiguas indican que éstas “proceden de Chavín”, aunque no mencionan el hallazgo. Pero en el valle de Chicama, en las excavaciones que hizo Rafael Larco Hoyle, sí aparecieron algunas piezas de oro, como también en los valles de Jequetepeque, Zaña y Trujillo. Así, se podría decir que el oro estaba asociado principalmente a los cupisniques y a su área de relación.

Cultura Chimú

Hacia el año 1300, la influencia de Tiahuanaco decae y vuelven a manifestarse, en el Perú, las culturas locales con características propias. Preocupaciones de orden socio-político prevalecen, sin embargo, sobre los intereses artísticos; se tiene así, abundantes tejidos de calidad inferior a los de la época precedente. La cultura chimú asume una posición destacada dentro del área septentrional; según algunos estudiosos, esta aparece como una renovación de la cultura mochica, por las claras referencias estilísticas que se pueden encontrar. Población de agricultores, los chimú tenían ciudades perfectamente organizadas, un sistema de fortificación para defender su territorio y numerosos centros religiosos, como por ejemplo el de Chincha. Su renombre es, sin embargo, atribuido a la vastísima producción de vasijas en la cual son frecuentes las formas realizadas sobre moldes. Los ejemplares presentan el color de la tierra con que están hechos, a excepción de un tipo de color gris-negro obtenido con una particular cocción. Las formas son variadísimas: desde el vaso globular, de fondo playo o con asa estribo, hasta las figuras antropomorfas o zoomorfas y los auténticos grupos representativos de las escenas de la vida cotidiana. En cambio, son raros los vasos con decoración pintada. La metalurgia era ampliamente practicada, sobre todo en lo que se refiere al cobre, oro y plata, receptivamente empleados para armas, adornos de diversos tipos y objetos de uso práctico, todos, sin distinción, caracterizadas por una notable calidad estética.

Fue una civilización precolombina perteneciente al denominado periodo Intermedio Tardío peruano (Época de los Reinos confederados), este reino surgió luego de la caída del Imperio Huari.

La leyenda dice que un personaje llamado Naylamp, arribó con un gran séquito al valle en una balsa, portando un ídolo de piedra de color verde, llamado Yampallec (de donde viene el nombre de Lambayeque)., que se traduciría por “estatua de Naylamp” (que bien pudo ser su propia efigie o la de su progenitor, un ave mítica del mismo nombre).

Naylamp fundaría a partir de entonces una larga dinastía de gobernantes en el valle de Lambayeque (12 jerarcas, incluyendo al propio Naylamp). Se dice que el último de ellos, Fempellec, al contravenir preceptos, fue castigado con prolongadas y devastadoras tempestades (que podría estar relacionado con alguno de los desastres que trae la Corriente del Niño consigo en esa zona Norte de Perú, desatando lluvias en lugares donde normalmente nunca llueve).

Tras este desastre sobrevendría la conquista Chimú, que tras breve periodo de dominación pasaría a ser dominada por los Incas.

Se desarrolló en el actual departamento de La Libertad, Perú en los años 900 d. de J.C. hasta el 1470 d. de J.C. La cultura Chimú estuvo ubicada en el mismo territorio donde siglos atrás prospero la cultura Moche (Los Mochicas por tanto eran antepasados de los Chimúes).La cultura Chimú se extendió territorialmente desde Tumbes por el norte y hasta el Valle de Chillón en Lima por el sur.

El Reino chimú tuvo su capital o centro administrativo más importante en la Región de la Libertad, costa norte del Perú, llamada Chan Chan ( traducido al español: Sol Sol), esta ciudad precolombina es la ciudad de barro más grande del mundo. Los pobladores de Chimú hablaban distintas lenguas, pero la lengua oficial habría sido el muchic.

La economía Chimú funcionaba gracias a sus centros urbanos rurales que se encargaban de recepcionar y enviar a la capital los tributos obtenidos. El estado se administró en la ciudad capital Chan-Chan, desde allí se manejó, organizó y monopolizó la producción, el almacenamiento, la redistribución y el consumo de bienes y productos. Las chacras hundidas fueron utilizadas para sembrar vegetales en el desierto costero. Son una alternativa al riego en áreas desérticas, siendo en algunos casos más económico y complementario. Las chacras hundidas se desarrollan donde existe agua subterránea La acumulación de sal fue uno de los mayores problemas de las chacras hundidas, lo cual incremento la labor. Antes del desarrollo de los grandes sistemas de irrigación fue frecuente la acumulación de agua para irrigación en la parte baja y alta de los sistemas. Las chacras hundidas siguieron utilizándose durante el período virreinal, es posible que su uso se remonte al Período Precerámico, continuando ininterrumpidamente.

Su arquitectura es de barro y adobe. Su Capital fue Chan Chan ( Sol Sol)

Los Chimús construyeron grandes ciudades. Fueron extraordinarios arquitectos Construyeron palacios especialmente para la nobleza militar y religiosa ,mientras el pueblo residió en viviendas de quincha con habitaciones pequeñas y fuera de la arquitectura monumental.

En lo que refiere a los metales, trabajaron el enchapado, el dorado, el estampado, el vaciado a la cera perdida, el perlado, la filigrana, el repujado sobre moldes de madera, etc.

Cultura Calima

La Cultura Calima es una población precolombina, que existía en el actual territorio de Colombia en sus regiones occidentales, entre los ríos San Juan, Dagua y Kalima, en el valle del Cauca. Como resultado de las excavaciones arqueológicas en esta región se ha observado terrazas, que fueron construidas para sus viviendas, pinturas rupestres, tumbas, cerámicas y joyas. El nombre Calima, se refiere a la zona geográfica en donde se han hallado los vestigios arqueológicos y no a los aborígenes que habitaron la región.

La cultura Calima se refiere a las personas que habitaban la región del Valle del Cauca desde el año 1600 a. de J.C. hasta el siglo sexto. Abarca a diferentes grupos de personas que vivían en esa región durante diferentes periodos de tiempo, pero debido a las similitudes en los restos arqueológicos y el hecho de que estas personas habitaban las mismas zonas, han sido clasificados como una única cultura. Debido a que varios grupos de forman lo que es la cultura de Calima, no es uniforme y continua a lo largo de su historia.

Por eso, los expertos han dividido la historia de Calima en tres diferentes períodos culturales que reflejen con mayor exactitud las personas que la componen durante un tiempo determinado. Estos periodos son conocidos como Llama, Yotoco y Sonso.

1. Los cazadores y recolectores: La etapa inicial y más primitiva duró cerca de 6 mil años.

2. Sociedades productoras( Agricultura y alfarería): Sobre el tema de estudio se divide en tres períodos:

1) Período Llama: Que se extiende desde el año 1600 a. de J.C. hasta 600 d. de J.C. Durante este período la principal característica que lo distingue es la creación de cerámica con imágenes que representan la vida cotidiana de la gente común, los animales que vivían con ellos y criaturas ficticias mitad humanas y mitad animal.

2) Período Yotoco: Que comienza alrededor de 1110 a. de J.C. a 65 d. de J.C. Este período es fácil de reconocer por muchos objetos encontrados en los últimos años. Estos objetos comparten en común la utilización de los colores negro, rojo y naranja. También es común encontrar vasijas de barro con formas de aves o ranas durante este período.

3) Período Sonso: Que comienza a partir de 710 a. de J.C. a 45 d. de J.C. y la principal característica distintiva de este período es la creación de los vasos o vasijas de barro que poseen tres asas, se cree que tenían un propósito religioso en sus rituales y ceremonias.

La economía principal de esta cultura se basa en las esculturas, cerámicas y otros objetos hechos a mano. Los investigadores han encontrado muchos artefactos Calimas y objetos dispersos en una amplia región que va mucho más allá de sus dominios. Además, otra característica que apoya la importancia de esta cultura en otras áreas que rodean su tierra es la nueva evidencia que apoya la existencia de caminos que van en todas las direcciones, que conectan a la cultura Calima con muchas otras culturas presentes en el momento.

Los pobladores de la cultura Calima cosechaban el maíz y otros cultivos, complementaban su dieta con pescado y aceites. Los calimas eran hábiles herreros, que crearon piezas de metal sorprendentes, muchos de los cuales se encuentran en varios museos.

Esta cultura se divide en cacicazgos, Que son las tribus gobernadas por un Cacique. Esta cultura practicaba la poligamia, que incluía una esposa primaria y esposas secundarias. Las mujeres desempeñan un papel muy importante en esta sociedad ya que intervenían en las actividades agrícolas, así como la guerra.

Los Calimas son muy conocidos por su trabajo en oro, que se caracteriza por su gran tamaño, así como su decoración excesiva. También los artesanos Calima eran muy hábiles en sus cerámicas y otros objetos que han fascinado a la gente de todo el mundo. Muchos de sus objetos han sido recuperados y ahora están expuestos en varios museos. Una de las mejores colecciones se pueden encontrar en el Museo del Oro en Bogotá, donde se exhiben una gran cantidad de sus creaciones. Es sabido que los pobladores de la cultura Kalima hablaban un idioma de la Familia Caribe.

A pesar de que el hallazgo del gran tesoro de El Bolo constituyo un enorme descalabro en cuanto a la forma en que grupos de guaqueros y personas de todas las condiciones destrozaron el lugar para apropiarse del material precolombino, sirvió para dilucidar aspectos importantes del área arqueológica de Calima, según se anotó, el aportar piezas claves que unieron datos aislados, con lo cual cobra sentido tales evidencias. Dentro del numeroso material aparecieron algunos canasteros y alcarrazas Ylama, que evidencia la continuidad de estas formas cerámicas. De todas maneras, una asociación similar había sido consignada por Cárdale, de la fundación Pro Calima, si bien quedo en espera de otra ratificación similar. Diversas personas que estuvieron en el lugar, como observadores, coleccionistas, trabajadores y compradores también aportaron valiosos datos, inclusive un vídeo, sobre las particularidades del cementerio y de los objetos encontrados, información que añade elementos esclarecedores en lo relativo a la zona arqueológica de Calima. Por los datos derivados de este hallazgo, las crónicas de la conquista cobran valioso sentido, y se puede presumir con alguna corteza no solo que el material arqueológico formaba parte de una muy antigua tradición que fue continuada por los indígenas descritos por los cronistas- artífices de la orfebrería y de las manifestaciones materiales ligadas a una sociedad política y socialmente organizada -, sino que su producción fue tan voluminosa y organizada que contó con talleres orfebres y gremios especializados, como los reseñados por Pineda desde 1945. También se clarifica el sentido de su densa red de caminos para la distribución e intercambios de productos son otros grupos apartados, por lo cual era necesario comunicarse por medio de intérpretes, como lo anotó Andagoya, citado por Trimborn, sobre los poderosos caciques Liles que “contaban con intérpretes para comunicarse con gentes de otras lenguas”. Se ratifica por la aparición del nuevo material, y por el que ya se conocía, que tales sociedades fueron herederas de una tradición religiosa muy compleja en la que la trilogía jaguar-culebra-ave constituía el eje de su ceremonial y culto.

Ahora bien, lo que se pude apreciar en el material ya establecido como propiamente Calima es una variación local en la transformación de la materia prima de acuerdo con los distintos artífices locales, y entre quienes jugaron papeles primordiales su creatividad y a las variaciones añadidas en los objetos de generación en generación -, que corresponde a formas ancestrales llegadas a su territorio por migrantes, y que las sucesivas generaciones conservaron en su esencia formal, como las vasijas denominadas alcarrazas con asa en puente y doble vertedera; los canasteros; la decoración con pintura negativa; las sofisticadas técnicas orfebres; las excavaciones funerarias de pozo con cámaras para entierros individuales o múltiples, y su avanzada tecnología agrícola, entre otros rasgos. Las numerosas fechas de carbón 14 y de termoluminiscencia, obtenidas por los deferentes investigadores, muestran una importante profundidad cultural: 150 años, más o menos 70 a.C. –pro Calima- que indica la antigüedad, que se presume mayor, de las tradiciones que continuarían hasta comienzos de la Conquista hispana.

Lo que se puede apreciar al analizar los objetos aparecidos en excavaciones, y como producto de guaquería que reposan en los museos, así como los de colecciones privadas derivados de extracciones clandestinas, en una cierta homogeneidad de temas y de técnicas, con variaciones locales propias que no deben atribuirse a desarrollos diferentes. Al respecto, es interesante mencionar el caso de la cultura Muisca, cuyas manifestaciones materiales son ciertamente disímiles, pero gracias a que cuenta con muy buena información tanto de cronistas como arqueológicas, se constató que las evidentes variaciones correspondían a estilos locales de sitios geográficos diferentes, pero de todas maneras pertenecientes al mismo grupo. Es el caso de la producción alfarera de vasijas del Valle de Tenza, de Ráquira y la denominada cerámica Tequendama de Cundinamarca, con sus elegantes múcuras y copas ceremoniales, pertenecientes a las colecciones de los museos Nacional y del Oro, la Casa del Marqués de San Jorge, y de algunas colecciones privadas que analicé en su totalidad: todas pertenecen a los Muiscas, pero presentan tales diferencias a todo nivel, que si no se hubiera contado con el material de apoyos de crónicas, y registros de su hallazgo y excavaciones, se podría haber concluido que pertenecían a grupos diferentes o diversas etapas cronológicas. Esta experiencia me inclina ratificar que las producciones cerámicas- orfebres denominadas Yotoco, Ylama y Sonso formaron parte de una continuidad cultural que insertó sus raíces en siglos anteriores a Cristo y fueron continuadas por los Liles o los gorrones, sociedades que estaban en pleno esplendor productivo en el siglo XVI. Las descripciones de Cieza y Robledo concuerdan, sin lugar a dudas, con las evidencias y patrones culturales que se pueden inferir de los yacimientos arqueológicos investigados, de sus prácticas funerarias y de los materiales aparecidos en los cementerios. Respecto al uso de adornos de oro por los Liles, es bien esclarecedora esta anotación de Cieza de León: “….Traen ellos y ellas abiertas las narices, pues en ellas unos que llaman caricuries, que son a manera de clavos retorcidos de oro, tan gruesos como un dedo, y otros más y algunos menos. A los cuellos se ponen también unas gargantillas ricas y bien hechas de oro fino y (también) de bajo, y en las orejas traen colgadas uno anillos retorcidos y otras joyas…”

Bien se puede aparentar la joyería en oro aparecida en las tumbas de los sitios excavados y la aparecida en el cementerio de El Bolo, con la riqueza de oro y piedras ornamentales que usaban los indígenas cuando llegaron los hispanos al territorio. Las dos enormes esmeraldas en bruto encontradas en el cementerio inducen a pensar que tendrían un uso mágico- ritual diferente al ornamental, debido a que no se encuentra tallados en forma de cuentas, como sí ocurre con los cuarzos cristalinos y las piedras azul-verde de serpiente.

Tenemos que entonces la aparición del gran cementerio de El Bolo arroja nuevas luces sobre el enfoque que se le había dado el material arqueológico de la zona Calima, si bien es factible continuar agrupando las formas específicas con los nombres de los sitios en donde aparecieron en mayor cantidad, como es usual en la metodología arqueológica, debido a que el enorme y rico cementerio aparecieron dichas tradiciones orfebres- alfareras asociadas entre sí, y además con el de otras zonas del país, lo cual ayuda a esclarecer algunos problemas bien interesantes que existían entorno a la zona precolombina.

La costumbre que tiene algunas entidades del gobierno de adquirir sólo una clase de material, oro o cerámica, desvertebra lastimosamente las asociaciones, con lo cual se presenta luego problemas para concatenar las diversas manifestaciones materiales de las diferentes culturas. En este hallazgo, a pesar de lo caótico en la recuperación de los elementos es tan corto tiempo, permitió reseñar el material que estaba asociado dentro de la misma tumba y en el cementerio en general, con el concurso de los mencionados informantes, como se anotó. Inclusive, algunos curtidos guaqueros aportaron valiosa información sobre los objetos, aparecidos “solamente”- como es lógico suponer- cuando ya habían “guaqueado” todo el cementerio para evitar interferencias, puesto que en este caso no hubo disputas entre ellos, que es cuando se deciden informar de sus hallazgos.

Con base en el material analizado el mayor hasta ahora obtenido en cantidad y calidad de objetos en oro, cerámica y piedras ornamentales, en los estudios de arqueología ya realizados y en las notas de los cronistas, es razonable reconocer no solo la antigua tradición de cerámicas y orfebres de Liles y Gorrones del Valle del Cauca- los indígenas más descritos por los cronistas -, sino también su organización socio-política y religiosa que permitió tal ordenamiento y productividad.

Cultura Caral

En el territorio andino hubo, como en otras partes el mundo una amplia variedad de adaptaciones culturales, pero a distancias relativamente próximas. Estas sociedades, que habitan áreas geográficas disímiles, siguieron diferentes trayectorias en sus modos de vida, sus culturas y desarrollo sociopolítico.

El temprano desarrollo de la cultura Supe se debió a la creciente complejización de los sistemas sociales que se consolidaron en las varias regiones del área norcentral del actual Perú, entre los valles costeños ubicados entre los ríos Chancay y Santa, en la zona serrana del Callejón de Huaylas y en las vertientes orientales, en las cuencas del Marañón y el Huallaga. Todas estas sociedades habían alcanzado excedentes productivos y un nivel de organización que les permitía cierta especialización laboral, la construcción de edificios públicos y su participación en redes de intercambio interregional.

Alrededor de los 3000 años a.C., las sociedades costeñas del área norcentral lograron avances significativos, estimuladas en parte por la riqueza de recursos de la región: un mar rico en peces y moluscos y valles fértiles con ríos que acarreaban nutrientes. Coadyuvó a ello la tradicional comunicación interregional entre los pobladores del área. Además de la permanencia en la región y la adquisición de experiencias de vida compartidas, ya sea por confrontación o por integración, las comunidades costeñas incorporaron nuevos conocimientos tecnológicos: canales de riego y campos de cultivo y las redes de pesca. Innovaciones que aumentaron la productividad, fomentaron la especialización ocupacional y el intercambio de productos. Se crearon así las condiciones necesarias para el desarrollo civilizatorio.

Entre estas sociedades coetáneas del área norcentral, la de Supe logró sintetizar distintas experiencias de adaptación y aprovechó en su beneficio el excedente productivo de las poblaciones del área. La cuantiosa inversión de trabajo en obras monumentales y su permanente remodelación había sido sustentada por la producción de las poblaciones de los otros valles que el Estado prístino captó.

La primera civilización del Perú y América se formó entre los 3000 y 2500 años a.C. en el valle de Supe, sobre la base de un conjunto de comunidades ubicadas en asentamientos urbanos. Este modelo de organización influyó en el desarrollo de futuras civilizaciones; entre las principales podemos mencionar a las sociedades que construyeron Huaca La Florida, Garagay en el Rímac, Cerro Sechín, Pampa de Llamas-Moxeque en el valle de Casma. Posteriormente, el modelo se repitió en distintas zonas del territorio andino: Chavín, Moche, Lima, Nazca, Tiahuanaco, Wari, Chincha, Ichma, Chimú y finalmente la Inca, última civilización del Perú prehispánico, 4400 años después de Caral.

Hace 5 millones de años que los seres humanos iniciaron el poblamiento del planeta, pero sólo 6 mil años atrás empezaron a construir centros urbanos y a integrar redes de interacción a largas distancias. Seis sociedades en todo el mundo pudieron cambiar sus modos de vida y generar las condiciones que hicieron posible la civilización, el Estado y la formación de las ciudades: Mesopotamia, Egipto, India, Perú, China y Mesoamérica. Es importante conocer cada una de estas civilizaciones porque ellas influyeron en el desenvolvimiento de otras poblaciones contemporáneas y tuvieron un rol fundamental en el desarrollo de las sociedades que les sucedieron en el tiempo. Pero a diferencia de las civilizaciones del viejo mundo, que mantuvieron entre ellas un sistema de interacción e intercambio de bienes y conocimientos que les permitió aprovechar de las experiencias del conjunto, en el Perú el proceso se dio en total aislamiento, pues Caral se adelantó en, por lo menos, 1500 años a Mesoamérica, el otro foco civilizatorio del Nuevo Continente.

El sitio arqueológico de Caral se encuentra en el departamento de Lima, provincia de Barranca, distrito de Supe, en el valle medio del río Supe, en la costa norcentral del Perú, a 350 m sobre el nivel mar. Está ubicado en una terraza aluvial, en la margen izquierda del río. El clima es templado, el río lleva agua sólo en los meses de verano, aunque en la zona hay afloramientos de agua por la poca profundidad de la napa freática.

La ciudad de Caral fue construida por una de las más importantes civilizaciones del planeta, creada por el trabajo organizado de sus pobladores en un territorio de configuraciones geográficas contrastadas.

El primero que llamó la atención sobre Caral fue el estadounidense Paul Kosok, quien visitó el lugar junto con el arqueólogo estadounidense Richard Schaedel en 1949. En su informe, publicado en el libro Life, Land and Water in Ancient Perú, en 1965, mencionó que Chupicigarro (como se le conocía a Caral entonces) debía ser muy antiguo, pero no pudo mostrar cuánto. En 1975 el arquitecto peruano Carlos Williams hizo un registro de la mayoría de los sitios arqueológicos en el valle de Supe, entre los cuales registró a Chupicigarro, a partir del cual hizo algunas observaciones sobre el desarrollo de la arquitectura en los Andes, que presentó en el artículo A Scheme for the Early Monumental Architecture of the Central Coast of Perú, publicado en 1985 en el libro Early Ceremonial Architecture in the Andes. El arqueólogo francés Frederic Engel visitó el lugar en 1979, levantando un plano y excavando en el mismo. En su libro De las Begonias al Maíz, publicado en 1987, Engel afirmó que Chupacigarro (como aún se conocía a Caral) pudo haber sido construido antes de la aparición de la cerámica en los Andes (1800 a. de J.C.), pero sus afirmaciones no fueron aceptadas por los arqueólogos andinos.

En 1994 Ruth Shady recorrió nuevamente el valle de Supe e identificó 18 sitios con las mismas características arquitectónicas, entre los cuales se encontraban los 4 conocidos como Chupicigarro Grande, Chupicigarro Centro, Chupicigarro Oeste y Chupicigarro. Para diferenciarlos Shady los denominó, Caral, Chupicigarro, Miraya y Lurihuasi. Caral, Miraya y Lurihuasi son los nombres quechua de los poblados más cercanos a los sitios. Chupicigarro es el nombre español de un ave del lugar. Shady excavó en Caral a partir de 1996 y presentó sus datos por primera vez en 1997, en el libro La Ciudad Sagrada de Caral-Supe en los albores de la civilización en el Perú. En ese libro sustentó abiertamente la antigüedad precerámica de Caral, afirmación que consolidó de manera irrefutable en los años siguientes, a través de excavaciones intensivas en el lugar.

El Proyecto Especial Arqueológico Caral-Supe está a cargo de los trabajos in situ. La arqueóloga Ruth Shady, viaja a esta ciudad en forma permanente para continuar el trabajo de las excavaciones y descubrimientos en esta parte de un país arqueológicamente rico y de diversas culturas milenarias.

El descubrimiento de Caral, por sus características, es uno de los más importantes de los últimos años para la arqueología mundial. Una de las peculiaridades que hasta la fecha llama la atención es que no se haya descubierto ningún complejo militar en esta zona.

En Caral no hay indicios de violencia militar, aunque sí hubo violencia para aquel que no cumplía con las normas de la sociedad; el control se hacía a través de la religión. Fue la religión el instrumento de control y coerción que la sociedad tuvo, y que fue ejercido por el grupo que la dirigía. El poder en la población de Caral lo detentaba un grupo de individuos, sobre la base de sus conocimientos directamente vinculados con la reproducción de las condiciones materiales para la supervivencia de la población. Este grupo de dirigentes era el encargado de hacer las observaciones astronómicas para elaborar el calendario y así indicar los períodos de tiempo más convenientes para realizar las diversas actividades económicas. Ellos fijaban las fechas de la siembra y de la cosecha; dirigían la construcción de las terrazas de cultivo y la apertura de los canales de riego; conducían el comercio entre pescadores y agricultores; y hacían llegar los productos hasta largas distancias, en la costa, sierra y selva.

La Ciudad Sagrada de Caral, es el yacimiento arqueológico más importante conocido relacionado a la civilización de Caral-Supe, la más antigua de América. Se encuentra situado en el Valle de Supe, a 200 kilómetros al norte de Lima (Perú), y está datado en unos 5.000 años de antigüedad.

La civilización de Caral-Supe o Norte Chico fue coetánea de otras como las de China, Egipto, India y Mesopotamia; esta ciudad estado de organización teocrática, estuvo rodeada por otras civilizaciones enmarcadas aún en lo que se denomina “sociedad aldeana”. Según una parte de la comunidad científica, se trataría de una de las zonas geográficas que pueden considerarse como cuna de la civilización por su antigüedad. Debe advertirse sin embargo que los calificativos de “ciudad” y “civilización” son algo controvertidos y que una parte de la comunidad arqueológica peruana aún prefiere evitar su uso.

Fue declarada Patrimonio de la Humanidad por el Comité del Patrimonio Mundial de la Unesco en ocasión de la celebración el 28 de junio de 2009 en Sevilla de su trigésima tercera sesión ordinaria. Se reconoció así que la Ciudad Sagrada de Caral es la representante más destacada por su antigüedad, complejidad arquitectónica con edificios piramidales, plazas, su diseño y la extensión urbana de esta civilización peruana, la más antigua del continente americano. De esta manera, Caral se añade a los otros 10 sitios turísticos ya reconocidos como Patrimonio de la Humanidad en el Perú.

En los años 70 del siglo XX el lingüista Alfredo Torero publicó que el idioma quechua habría tenido su origen en los valles de Supe, Fortaleza y Pativilca. Esta afirmación la hizo después de estudiar la toponimia (nombres de los lugares) de los tres valles. Caral, nombre del centro poblado cercano al sitio arqueológico, aparece mencionado en los procesos de idolatrías del siglo XVII en Cajatambo. Es posible que fuera un nombre quechua. Sobre su significado no hay acuerdo, aunque algunos lingüistas han propuesto que significa “fibra” o “junco”.

En 1905, Max Uhle en Áspero, un asentamiento situado en el litoral del valle de Supe, a 23 Km. de la Ciudad Sagrada de Caral, en el Perú. Julio C. Tello exploró el mismo lugar en 1937. No hay evidencias que ellos se adentraran en el valle de Supe y, por lo tanto, que llegaran a conocer la Ciudad Sagrada de Caral. El primero que llamó la atención sobre la Ciudad Sagrada de Caral (Chupacigarro Grande) fue el viajero estadounidense Paul Kosok, quien visitó el lugar junto con el arqueólogo estadounidense Richard Schaedel en 1949. En su informe, publicado en el libro “Life, Land and Water in Ancient Perú”, en 1965, mencionó que Chupacigarro (como se le conocía a la Ciudad Sagrada de Caral entonces) debía ser muy antiguo, pero no pudo mostrar cuánto. En 1975, el arquitecto peruano Carlos Williams hizo un registro de la mayoría de los sitios arqueológicos en el valle de Supe, entre los cuales registró a Chupacigarro Grande, a partir del cual hizo algunas observaciones sobre el desarrollo de la arquitectura en los Andes, que presentó primero en el artículo “Arquitectura y Urbanismo en el Antiguo Perú”, publicado en 1983 en el tomo VIII de la serie “Historia del Perú” de la editorial Juan Mejía Baca, y después en el artículo “A Scheme for the Early Monumental Architecture of the Central Coast of Perú”, publicado en 1985 en el libro “Early Ceremonial Architecture in the Andes”. En 1979, El arqueólogo francés Frederic Engel visitó el lugar, excavó y levantó un plano del mismo. En su libro “De las Begonias al Maíz”, publicado en 1987, Engel afirmó que Chupacigarro Grande (como aún se conocía a la Ciudad Sagrada de Caral) pudo haber sido construido antes de la aparición de la cerámica en los Andes (1800 a. C.). Sin embargo, los arqueólogos andinos asumieron que el asentamiento era “acerámico”, es decir, que había sido construido por una población que no utilizaba la cerámica, aunque ya se conocía en otros lugares de los Andes. En 1994, Ruth Shady recorrió nuevamente el valle de Supe e identificó 18 sitios con las mismas características arquitectónicas, entre los cuales se encontraban los 4 conocidos como Chupacigarro Grande, Chupacigarro Chico, Chupacigarro Centro y Chupacigarro Oeste. Para diferenciarlos Shady los denominó, Caral, Chupacigarro, Miraya y Lurihuasi. Caral, Miraya y Lurihuasi son los nombres quechua de los poblados más cercanos a los sitios. Chupacigarro es el nombre español de un ave del lugar. Shady excavó en Caral a partir de 1996 y presentó sus datos por primera vez en 1997, en el libro “La Ciudad Sagrada de Caral-Supe en los albores de la civilización en el Perú”. En ese libro sustentó abiertamente la antigüedad precerámica de la Ciudad Sagrada de Caral, afirmación que consolidó de manera irrefutable en los años siguientes, a través de excavaciones intensivas en el lugar. El Proyecto Especial Arqueológico Caral-Supe está a cargo de los trabajos en la Ciudad Sagrada de Caral, así como de los asentamientos coetáneos de Áspero, Miraya y Lurihuasi. La arqueóloga Ruth Shady, viaja al valle en forma permanente para continuar el trabajo de las excavaciones y descubrimientos en esta parte de un país arqueológicamente rico y de diversas culturas milenarias.

La antigüedad de la Ciudad Sagrada de Caral se ha confirmado a través de 42 fechados radio carbónicos realizados en los Estados Unidos. Según éstos, la Ciudad Sagrada de Caral tiene una antigüedad promedio que data de 5000 años aproximadamente, cuando en el resto de América el desarrollo urbano comienza 1.550 años después. Su hallazgo cambia los esquemas que hasta ahora se tenían sobre el surgimiento de las antiguas civilizaciones en el Perú. Hasta hace poco se consideraba a Chavín de Huántar como uno de los focos culturales de más vieja data en el Perú, con un máximo de 1500 años a.C.

Se le ha llamado también ciudad sagrada, ya que es una época en que por primera vez, que se sepa hasta ahora, las sociedades peruanas tuvieron un gobierno central, se establece el estado y utiliza la religión como medio de afirmación.

Todo lo que se ha excavado en la ciudad está impregnado de religiosidad. Hay muchos fogones construidos para ofrendas. Hay señales de posibles rituales en cada lugar. No solamente en las áreas de espacio público o en los templos sino incluso en las casas.

En el año 2005 se expusieron en el Perú nuevos hallazgos realizados en Caral por el equipo dirigido por la arqueóloga Ruth Shady, principal redescubridora de esta ciudad. Se ha encontrado un resto textil interpretado como un quipu en regular estado de conservación, lo que implicaría que este sistema de registro de datos tiene casi cinco mil años y no los mil quinientos comprobados anteriormente. A diferencia de las bolsas de junco (llamadas shicras) que se encuentran en los rellenos de las construcciones, y que contenían piedras, el quipu, hecho con hilos de algodón, fue hallado colocado como ofrenda, con otros objetos. También se ha presentado la reconstrucción de un posible habitante, en base al cráneo de un muchacho de unos veinte años sacrificado en aquellos tiempos.

A raíz de las investigaciones de los yacimientos, se llegó a la conclusión de que Caral ejercía como capital económica de una amplia región gracias a su trabajo de agricultura, cuyos productos intercambiaba con los pescadores de la costa u otras poblaciones. Esto se entiende al comprobar la abundancia de restos de productos marinos en Caral, estando ésta a unos 20 Km. de distancia de la costa más cercana. La centralidad de Caral, a la vista de los estudios, fue ejercida de una forma completamente pacífica durante un periodo que podría ser de 500 a 1000 años, durante los cuales Caral no dejó restos de fabricación de armas, testimonios o evidencias de haber organizado un ejército o liderado una guerra sobre la que dejar constancia. Esta posibilidad ha sorprendido a investigadores de varios ámbitos que se interesaron por Caral.

Cultura Chachapoyas

Cultura de la Amazonía pre-inca. Se ubicaba en el altiplano del actual Departamento de Amazonas. La cultura Chachapoyas, estaba asentada en el departamento de Amazonas, ha dejado un número importante de grandes monumentos de piedra, como Kuélap, el Gran Pajatén, la Laguna de los Cóndores, así también gran cantidad de sarcófagos y mausoleos en lugares de difícil acceso. Se trata de una cultura en la que las comunidades desarrollaban autónomamente sus llactas en las montañas y en un medio que las aislaba.

Una de las culturas superiores del Perú antiguo, los chachapoyas (también llamados sachapcollas o collas selvícolas), moraban al sureste de los bracamoros, sobre la margen derecha del río Marañón. Su desarrollo tuvo como centro el valle de Utcubamba, topónimo que puede ser traducido por “territorio de los agujeros o cuevas” (utcu). Probablemente se extendieron por el sur hasta el Abiseo, afluente del Huallaga, donde se levanta la ciudadela de Pajatén. En efecto, las noticias que consigna el Inca Garcilaso de la Vega refieren que el territorio de los chachapoyas era tan extenso que le “pudiéramos llamar reino porque tiene más de cincuenta leguas de largo por veinte de ancho, sin lo que entra hasta Muyupampan que son treinta leguas de largo”. Para una interpretación adecuada de esta información, diremos que una legua corresponde a cerca de cinco kilómetros. Los chachapoyas habrían sido conquistados por los incas en tiempos del gobernante Tupac Inca Yupanqui. El cronista Cieza de León recoge algunas notas pintorescas sobre los chachapoyas: “Son los más blancos y agraciados de todos cuantos yo he visto en las Indias que he andado, y sus mujeres fueron tan hermosas que por serlo su gentileza muchas de ellas merecieron serlo de los ingas y ser llevadas a los templos del sol andan vestidas ellas y sus maridos con ropas de lana y por las cabezas usan ponerse llautos, que son señal que traen para ser conocidas en toda parte” Y agrega que después de su anexión al imperio incaico adoptaron las costumbres impuestas por los cusqueños.

Los chachapoyas tienen una larga historia en la región, medida en varios milenios a juzgar por los testimonios de arte rupestre expuestos en las paredes rocosas de cuevas de la provincia de Utcubamba. Posiblemente fueron descendientes de inmigrantes cordilleranos que modificaron su cultura ancestral en el nuevo medio, tal vez recogiendo tradiciones de los primeros pobladores de origen amazónico. Los chachapoyas modificaron el paisaje selvático tornándolo erosionado y yermo a medida que iban depredando los bosques y como consecuencia de las quemas anuales a que sometían sus tierras. Esta modificación del paisaje original se presenta elocuentemente en el área del Utcubamba.

La cultura Chachapoyas propiamente dicha, posiblemente tuvo sus inicios en el siglo VIII. Debió alcanzar su fase de florecimiento a partir del siglo XI y se prolongó hasta la llegada de los españoles al Perú, aunque hacia 1470 su independencia política quedó afectada por la conquista incaica (ver Expansión del Imperio Inca). Su territorio se extendía de norte a sur casi 400 kilómetros, desde el río Marañón en la zona de Bagua, hasta la cuenca del Abiseo, donde se encuentra la ciudadela de Pajatén, y aún más al sur hasta el río Chontayacu. Abarcaba así la parte sur del actual departamento de Amazonas y sectores del noroeste del departamento de San Martín, como también espacios del extremo oriental del departamento de La Libertad.

Su población se estima en hasta 400.000 indígenas al momento de llegar los españoles esta se redujo a 20 ó 30 mil.

Numerosos y enormes conglomerados de edificaciones pétreas de planta circular como los de Olán, Congón (Vilaya), Purunllacta (Monte Perúvia) y los elevados muros-andenes de Cuélap, son testimonios del esplendor cultural alcanzado por los chachapoyas desde mucho antes de su anexión al imperio incaico. Tenemos además, en el actual departamento de San Martín, la ciudadela de Pajatén.

La construcción monumental de Cuélap se ubica al suroeste de Tingo, a 3.000 metros de altitud Este coloso de la arquitectura ancestral peruana, que se extiende por 600 metros en su eje longitudinal, está conformado por una plataforma construida sobre la cima de una elevada montaña. Los muros que la sostienen, levantados con piedras uniformes y careadas, se elevan hasta por 19 metros. Cuélap es sin duda el testimonio más grandioso de los Andes amazónicos norteños. La mayoría de los 400 recintos emplazados sobre esta enorme plataforma debieron ser depósitos de alimentos. Según Kauffman Doig (1996), Cuélap pudo ser un gran centro administrativo de la producción agraria donde además se hacían rituales propiciatorios de la fertilidad, como ocurrió en gran parte de la arquitectura monumental del Perú antiguo.

La arquitectura chachapoyas se caracteriza, también, por exhibir dos formas de patrones funerarios: el mausoleo y el sarcófago. Este último es un sepulcro unipersonal que reproduce el contorno de la figura humana. Los más importantes restos sepulcrales están localizados en el departamento de San Martín. Sin embargo, un sitio imponente, colmado de mausoleos, es el de La Petaca, en la provincia de Leimebamba divulgado por Gene Savoy (1978). Se trata de mausoleos de piedra que, al parecer, estuvieron originalmente tarrajeados y enlucidos.

Los chachapoyas fueron también eximios tejedores, como lo demuestran los hallazgos realizados en la margen derecha del Pisuncho, en Carajía, en la Laguna de las Momias y en otros lugares. También decoraban mates con figuras pirograbadas, tallaban la piedra y la madera; además, dejaron muestras excepcionales de pintura mural, como la de San Antonio (Luya).

En cuanto a la cerámica, la de los chachapoyas es tosca, tanto en lo que se refiere a su factura como a su decoración. Los elementos decorativos están prácticamente limitados a motivos acordonados o “achurados”. Peter Lerche (1986) propone que éstos son de origen amazónico. En todo caso, éste sería el único patrón procedente de la Amazonia ya que, en lo fundamental, los chachapoyas se enraízan en la tradición cultural andina. Por el territorio chachapoyas aparece, igualmente disperso, un tipo de cerámica negra bien alisada, afiliada, al parecer, a la alfarería chimú. De no ser de elaboración local, debe proceder de la costa norte, por trueque o por otro conducto. Del área de los chachapoyas proceden, asimismo, recipientes de cerámica cajamarca y aún de estilo chancay. Arturo Ruiz Estrada (1972) elaboró una seriación de la cerámica chachapoyas basada en un muestrario que reunió en Cuélap.

Cultura Chancas

Cuando se describen a los Chancas, hasta la actualidad, hay necesidad de diferenciar a dos grupos étnicos con características bien pronunciadas: los Hanan Chancas o posteriormente llamado como “reino de Parkos” que guerrearon con los quechuas cusqueños y, en segundo lugar, a los Uran Chancas que se entregaron voluntariamente a los quechuas cusqueños por lo que no fueron destruidos ni sometidos a los traslados territoriales forzosos (mitmakuna). Sobre los Hanan Chankas no se han hecho aportes teóricos importantes pese a encontrarse restos de poblados y cerámica epigonal Wari y de sus utensilios propios rudimentarios, este es un campo que debe estudiarse mejor. Los Hanan chancas eran una etnia que habitó la región de los departamentos de Ayacucho, Huancavelica, parte de Junín y Apurímac, en Perú. Decían tener su origen (pacarina) en las lagunas de Choclococha hermanados por los “Choclopus” o “chocorvos” coloniales y Urcococha, ambas en el departamento de Huancavelica. Su territorio inicial estuvo ubicado entre los ríos “Ancoyaco” (actual Mantaro), Pampas y Pachachaca, tributarios del Apurímac. Al expandirse, hicieron del área del “Ancoyaco ayllukuna” con su sede principal en “Paucará” y de los Uran Chancas de Andahuaylas su sede secundaria.

Desarrollaron una cultura autónoma y tuvieron una variante idioma, del puquina. Su capital fue Waman Karpa (“casa del halcón”), a orillas de la laguna Anori, a 35 Km. de Andahuaylas, en las riberas del río Pampas. El iniciador de la expansión de los chancas se llamó Uscovilca, y su momia se conservó con veneración en Waman Karpa hasta los tiempos de los incas.

De acuerdo a varios mitos sus fundadores fueron Uscovilca (fundador de Uran chanca) y Ancovilca (fundador de Hananmarca o Hanan Chanka). El error incurrido hasta la actualidad fue que a la etnia Hanan Chanka se confundió con los Uran Chankas y que a estos últimos les unieron a los Pacoras o Pocoras en una entidad inexistente llamándola “confederación pocra-chanca”.

Para algunos arqueólogos, la sociedad chanca implicó un retroceso, desde el punto de vista urbano, por comparación con la cultura Huari. Su modelo de asentamiento más generalizado habría sido el de las pequeñas aldeas (aproximadamente 100 casas). Otros estudiosos consideran, en cambio, que los Chancas llegaron a tener algunas grandes poblaciones. Los entierros son de dos tipos: unos en Mausoleos y otros simplemente en la tierra. Existen también entierros hechos en cuevas o abrigos de roca.

No fueron rivales de los incas pues se sometieron pacíficamente a los quechuas cusqueños en menoscabo para sus “hermanos mayores” los Parkos o Hanan Chanchas, para los Soras y Rucanas que eran pueblos valientes y netamente guerreros. Se caracterizaban por ser agricultores. Tuvieron como deidad al felino y acostumbraban pintarse la cara y gritar en las peleas y llevar a la momia de sus abuelos en hombros. Los chancas mantuvieron cohesionados y lograron desarrollar un importante señorío regional que vivió su apogeo durante el siglo XIII.

El apogeo expansivo de los chancas se produjo entre los años 1200 y 1438. En este último año fueron sometidos por el Sapa Inca Pachacútec luego de una dura batalla en la que la ciudad del Cuzco corrió el riesgo de ser capturada por los apurimeños. Según algunas tradiciones incas, los Uran chancas habrían sido conquistados mucho antes, hacia el año 1230, cuando el Sapa Inca Mayta Cápac y su ejército cruzaron el río Apurímac, llamado antiguamente Cápac Mayu (“río principal”), mediante un prodigioso puente colgante. El Inca Garcilaso de la Vega (1605) atribuye a Cápac Yupanqui una hazaña similar cien años después. Sin embargo, la versión más sólidamente investigada establece su derrota y posterior sometimiento a manos del ejército comandado por el Inca Pachacútec

Su cerámica es generalmente llana, de superficie áspera y a veces con un engobe rojo muy diluido. La decoración en relieve, con aplicación de botones o figuritas de arcilla, complementada con incisiones o estampado circular. Las formas son de platos muy abiertos y de cántaros con cuello angosto, que algunas veces muestran caras hechas muy rústicamente.

El territorio donde se ubicaba la Cultura Chanka, era un lugar estratégico desde donde dominaban el territorio y con cierta facilidad podían desarrollar acciones defensivas, y dicha ubicación está en relación con las fuentes de agua inmediatas, el aprovecharon al máximo los recursos que le ofrecía la tierra, ya que la presencia de varios pisos ecológicos lo que permitía la variedad de recursos con que se podía contar en lo referente al cultivo de plantas y crianza de animales. Damián de la Bandera dice: “Todos están poblados entremedios de lo alto y lo bajo en la tierra más fría que caliente, en sitios altos y laderas por causa de las lluvias, donde gozaban de los dos extremos, de la tierra fría, para apacentar los ganados domésticos, los que los tienen y cazar lo bravo, y de lo caliente, para sementaras, al tiempo. Los pueblos no son mayores de conforme al agua y tierras del sitio y en muchos de ellos no podrían vivir diez indios de más de los que viven, por falta de agua y tierra”. (D. de la bandera 1557). El mismo Damián nos informa que entre estos pueblos había tres oficios de importancia: – Los olleros o alfareros. – Los plateros o trabajadores de metal. y – Los carpinteros Estos oficios llegan perdurar hasta los tiempos de la colonia.

Sus restos más impresionantes son “Inca raqay” estudiado por Martha Anders, a las riberas del Mantaro al norte de Huanta, de los Uran Chancas destacan la fortaleza de Sondor, el Centro Metalúrgico de Curamba, y el Inti Huatana en Uranmarca, estratégicamente ubicados en los parajes más bellos de la actual provincia de Andahuaylas. También en cada distrito hay una gran variedad de restos que muestran el legado de las culturas Wari Pacora, Chanka e Inka. No obstante existir información sobre su historia guerrera y sus caudillos, los restos arqueológicos identificados como chancas no permiten establecer un perfil exacto de la vida y las costumbres de este pueblo. Tanto Huamancarpa (cerca de Andahuaylas), como Carahuasi y Rumihuasi (cerca de Abancay), requieren todavía mayor investigación.

Cultura de Chancay

La civilización chancay se desarrolló entre los valles de Chancay, Chillón, Rímac y Lurín, en la costa central del Perú. Entre los años 1200 y 1470 d. C. Su centro se ubicó a 80 kilómetros al norte de Lima. Se trata de una ubicación territorial básicamente desértica, pero con valles fértiles bañados por ríos y ricos en recursos, que permitieron, entre otros, un alto desarrollo de la agricultura.

Esta cultura surge cuando se disuelve la cultura wari. El comercio que desarrolla la civilización chancay con otras regiones fue intenso y permitió contactar con otras culturas y poblados en un área extendida.

La cultura chancay decae en el siglo XV para dar paso territorial a sus conquistadores provenientes del Imperio inca.

Basó su economía en la agricultura, la pesca y el comercio. Para desarrollar la agricultura, sus ingenieros construyeron reservorios de agua y canales de regadío. Situándose geográficamente frente al mar, explotaron la pesca artesanal tanto desde la orilla como alejándose un poco de ésta con los caballitos de totora. Igualmente, fueron notorios comerciantes con otras regiones ya sea por tierra hacia la sierra y selva peruana y por el mar hacia el norte y el sur de sus límites territoriales. Los asentamientos de Lauri, Lumbra, Tambo Blanco, Pasamano, Pisquillo Chico y Tronconal principalmente concentraron a los artesanos que producían a gran escala los ceramios y textiles. La cultura chancay es la primera de aquellas peruanas que masifica su producción en cerámica, textiles así como en metales como el oro y la plata de los cuales hicieron bienes rituales y domésticos. También se destacaron por sus artículos tallados de madera. Los curacas regulaban las producciones de los artesanos, ganaderos y agricultores y asimismo las actividades festivas.

Sus textiles con encajes bordados con agujas y los tapices fueron de singular notoriedad; fueron elaborados con algodón, lana, gasa y plumas. Los efectos técnicos para ese entonces se consideran inigualados. Sobresalió notoriamente el brocado, la tecnología de la gasa decorada y el textil pintado habiendo sido decorados con peces, aves y también con dibujos de forma geométrica. Respecto a las gasas, fueron tejidas en algodón con los que se confeccionaban artículos ligeros de forma cuadrangular de diferentes tamaños teniendo en algunas prendas dibujos de peces, felinos y aves. Con pincel produjeron lienzos pintados directamente con diseños antropomorfos, zoomorfos, geométricos y otros creativos dibujos de libre imaginación. Las telas o gasas tuvieron principalmente objetivo mágico religioso y fueron utilizados para cubrir la cabeza de los muertos al estilo de los tocados. De acuerdo a las creencias de la época, los hilos para estas telas tenían que ser hilados en forma de una S en sentido izquierdo. Este hilo que tenía un carácter mágico fue llamado lloque y de acuerdo a la leyenda, las prendas eran impregnadas de poderes sobrenaturales y servían de protección en el más allá. Igualmente, en base a un armazón vegetal, manufacturaron muñecas y otros objetos recubiertos por retazos de tejidos y diversos hilos. Respecto al arte realizado con plumas, el desarrollo del color es mucho más avanzado que en los ceramios. Las combinaciones e impresiones que causan sus colores en la manufactura de mantos son notables. Las plumas eran insertadas en un hilo principal que luego era cosido sobre la tela. La iconografía de sus mantos representaba mayoritariamente peces, felinos, pájaros, monos y perros, especialmente aquella raza oriunda del Perú, el perro sin pelo.

El desarrollo de la cerámica y de los tallados de madera también fueron parte de la singular mano de obra de esta cultura. Esta cerámica se ha hallado principalmente en los cementerios de Ancón y en el valle de Chancay. La producción de cerámica fue a gran escala debido a la utilización de moldes. No obstante la masiva producción de ceramios, los artesanos produjeron vasijas abiertas en las que se pueden observar más de 400 formas diferentes de dibujos que aún faltan descifrar. Su estilo es de una superficie áspera y está pintada en color negro o marrón sobre un fondo crema o blanco y debido a esta particularidad es conocida como negro sobre blanco. De esta cerámica, se destacan principalmente los cántaros de forma ovoide con rostros humanos y pequeños relieves con las extremidades del cuerpo humano y también los ídolos de tamaño reducido, llamados cuchimilcos, de forma antropomorfa representando a figuras humanas con una destacada mandíbula, con los ojos pintados en negro. Estas figuras cuchimilcas, extienden sus brazos como alas listas para volar o invitando un abrazo, como diciendo, “Bienvenido, estamos aquí” alejando así las malas energías, es por eso que han sido hallados en su mayoría en las tumbas de la nobleza chancay. A pesar de ser un rasgo característico de la cultura chancay, los cuchimilcos también aparecen en las culturas lima y chincha. Los cuchimilcos casi siempre vienen en pareja (hombre/mujer) representando la dualidad divina, en la cual creían las culturas precolombinas.

Al igual que su alfarería, las esculturas en madera de este pueblo de agricultores y pescadores se caracterizan por la sencillez, sobriedad y naturalismo de las formas, oponiéndose a la sofisticación de su artesanía textil. Con las maderas del desierto costero, los chancay tallaron grandes y pequeños objetos, finamente grabados con motivos que reflejan el medio marítimo, tales como aves marinas y embarcaciones. Fabricaron también herramientas para el trabajo textil, las labores agrícolas y las faenas de pesca, así como una variedad de objetos para el culto y las distinciones de estatus social. En Chancay son comunes las cabezas humanas talladas en madera que coronan los fardos funerarios de importantes dignatarios, con las cuales aparentemente destacaban la condición de deidad o antepasado mítico que estos personajes adquirían después de muertos. Las imágenes humanas en madera también pueden ser indicadoras de poder político, especialmente cuando aparecen talladas en varas o bastones de mando.

En el aspecto arquitectónico, esta civilización se destacó por crear centros urbanos de grandes dimensiones con montículos en forma de pirámide y complejos edificios. Fue organizada por diferentes tipos de asentamientos o ayllus y controlados por curacas o dirigentes y destacaron los centros urbanos con las típicas construcciones para dedicaciones cívico religiosas comprendiendo también los palacios residenciales. Su cultura fue marcada por la estratificación social, lo que se notaba también en los pequeños poblados. Las construcciones fueron sobre todo de adobe fabricado en serie en base a moldes y a veces, las más importantes, estuvieron mezcladas o combinadas con piedras. Sus habitantes estaban asentados por oficio de tal manera de poder masificar la producción de bienes. El acceso a las pirámides fue a través de rampas, es decir, de arriba hacia abajo. Igualmente fueron de notoriedad sus grandes obras de ingeniería hidráulica tales como reservorios y canales de riego.

Los cementerios de la civilización chancay fueron grandes. Habían dos tipos de entierro en la cultura chancay, uno especial para la clase alta o para los grandes señores, con cámaras de forma rectangular o cuadrangular, hechos de material de adobe cubiertos con techos y paredes de caña a pocos metros bajo tierra, en fardos funerarios conteniendo ceramios, tejidos y artículos en oro y plata. Se accedía por escaleras. Para el común de los pobladores, sus entierros se realizaban casi en la superficie, cubiertos por fardos funerarios con esteras y acompañado solamente con pocas ofrendas.

En la ciudad de Chancay, existe el Museo Arqueológico de la Cultura Chancay, ubicado en el Castillo de la ciudad de Chancay. También posee un mobiliario del siglo XIX y una colección de animales disecados. Este museo fue creado el 23 de julio de 1991, durante la gestión del alcalde Luís Casas Sebastián destinándose como local el antiguo castillo como sede de la institución. Para llevar a cabo esta labor se entró en contacto con el Museo Nacional de Antropología e Historia del Perú para el apoyo, que se expresó en la firma del convenio de cooperación técnica entre el citado museo y la municipalidad de chancay. A principios del año 1992 un arqueólogo asumió el cargo de investigación y conservación, elaborándose el proyecto de crecimiento institucional de este museo. A la colección existente, se agregaron las donaciones de algunos pobladores de la ciudad de Chancay.

Cultura Cupisnique

La cultura de Cupisnique fue una cultura precolombina que se desarrolló en la actual costa norte peruana, entre Virú y Lambayeque, y que floreció entre 1500 a. C. y 1000 a. C. Fue identificada por el arqueólogo peruano Rafael Larco Hoyle en Cupisnique, de donde toma su nombre, y en el valle de Chicama en los años 1940. Esta cultura tuvo una característica arquitectura a base de adobe pero compartió estilos artísticos y símbolos religiosos con la cultura Chavín, que existió en la misma zona y que se desarrolló posteriormente. Fue contemporánea y se desarrolló en la misma zona que la cultura Salinar y la Gallinazo.

La cultura Cupisnique está ubicada en el departamento de La Libertad, a 600 Km. al norte de la ciudad de Lima, aunque no se sabe con certeza cuál fue su centro principal. Existen varios vestigios de esta cultura, que se extienden por la costa norte del país y llegan hasta el departamento de Piura. Se extendió por el norte hasta el departamento de Piura.

Se trata de una cultura costeña contemporánea a la cultura Chavín y que precede a la cultura Moche. Fue identificada por el arqueólogo peruano Rafael Larco Hoyle en Cupisnique y el valle de Chicama, cuando en los años cuarenta realizó excavaciones en los cementerios de Palenque, Barbacoa, Salinar, Sausal, Gasñape, Roma, Santa Clara, Casa Grande, Salamanca, y Mollocope. También se pudieron encontrar restos de esta cultura en lugares tan alejados como Piura y Ayacucho.

El principal asentamiento de los Cupisnique se encuentra en la actual hacienda Sausal, ubicada, al este de Ascope, Trujillo. Por asociación, y en base a la técnica empleada en su cerámica, se le relacionó tempranamente con Chavín de Huantar y se le denominó la variante costeña de esta cultura o como chavinoide. Tras estudiar la secuencia cronológica de esta cultura se pudo definir con exactitud que Cupisnique fue un desarrollo cultural propio de la zona y con características bien definidas.

El primer cementerio descubierto por Larco fue Barbacoa, en el valle de Chicama, en 1939. Larco la consideró distinta a Chavín rechazando la tesis propuesta por Julio C. Tello, para quien los objetos Cupisnique tenían influencia Chavín. Para Larco Cupisnique era una cultura costeña del período Formativo. Cupisnique se relacionó con grupos costeños y serranos. Sus restos se expresan en finos objetos encontrados en entierros de Kuntur Wasi, Nepeña, Puerto de Supe, Ancón, Chavín de Huántar y Ayacucho.

La relación entre la cultura de Cupisnique y la chavín no se conoce bien y en ocasiones ambos nombres son usados de forma indistinta. Alana Cordy-Collins trata como perteneciente a la cultura de Cupisnique una cultura existente entre 1000 a. C. y 200 a. C., cuyas fechas son asociadas a la cultura chavín. Izumi Shimada se refiere a la cultura de Cupisnique como una posible antecesora de la cultura Moche, pero no menciona a la Chavín. Anna C. Roosevelt se refiere a ella como la manifestación costera del horizonte Chavín… dominado por el estilo de Cupisnique.

En 2008 se descubrió un templo de adobe perteneciente a esta cultura en el valle de Lambayeque, al que se llamó Collud. El templo incluye imaginería de un dios araña, asociado a la lluvia, la caza y la guerra. La imagen del dios combina el cuello y la cabeza de araña con la boca de un gran gato y el pico de un pájaro.

Los principales yacimientos arqueológicos se encuentran en los valles de Casma y de Napeña. Sus gentes practicaban la agricultura y enterraban a los muertos con un ajuar de joyas y piezas de cerámica; éstas, de forma cilíndrica o globular, tienen el asa de forma de estribo, presentan decoración incisa o en relieve y pintada, con figuras humanas y de animales o geométricas. Tallaban el hueso y piedras duras. En sus construcciones (templo de Cerro Sechín y fortaleza de Chankillo) empleaban la piedra y el adobe.

La mayoría de sus construcciones presenta paredes con adobes cónicos, con coincidencia en las bases, agrupados en doble fila unidos con argamasa de barro o bien realizados con grandes piedras como cimiento, y sobre ellas, se colocaron los adobes o bien piedras que junto a otras más pequeñas formaron los sólidos muros de sus construcciones

En el valle de Moche el sitio Cupisnique más importante es Caballo Muerto, localizado a 25 Km. del océano pacífico. Se trata de un complejo de ocho grandes edificios de piedra y barro, entre los que destaca Huaca de los Reyes. Son construcciones en “U”, orientadas hacia el Este, que constan de varias plataformas superpuestas, construidas con piedra y barro. Hay importantes esculturas de adobe y decoraciones de bajo relieve en muros y columnas del edificio. Un aspecto novedoso en la construcción de estos edificios fue la utilización, además de piedra, de adobes modelados de variadas formas, entre los que predominan los adobes cónicos. Los muros fueron generalmente enlucidos con barro fino y pintados de vivos colores.

Las cerámicas Cupisnique presentan figuras antropomorfas, zoomorfas y fitomorfas. En la primera fase de Cupisnique, las botellas escultóricas tienen asa estribo redondeada, son hechos con molde y su decoración es geométrica, con líneas quebradas y líneas paralelas. La siguiente fase presenta ceramios con asas estribo de arco triangular y pico largo. La decoración es en relieve, con el contraste de superficies pulidas y ásperas, y la imagen del felino aparece estilizada. La cerámica de la tercera fase presenta los colores rojo y marrón claro. Las botellas tienen asa estribo e incisiones en pasta húmeda, con motivos geométricos. Se hallan vasos rojos decorados en negro, y ceramios marrones con decorados en crema. La última fase de Cupisnique corresponde a botellas marrones y naranjas con superficies lisas, y decoración simple, con círculos y escalones . Moldeada y cocida en hornos cerrados, estos ceramios tienen la particularidad de poseer en su mayoría los colores rojo, marrón, crema y negro, pero por deficiencia en la cocción tienden a presentar un color anaranjado. En su mayoría, estos ceramios son cántaros globulares con asa estribo y con decoración incisa en todo su cuerpo. Las figuras escultóricas, muchas de ellas de tipo realista, representan hombres, animales y frutos. También trabajaron la talla en turquesas, conchas y huesos. La presencia de elementos pan-andinos como el jaguar, el cóndor y serpiente indica un contacto con culturas del mismo horizonte.

Con la llegada de los cupisnique, el tejido plano dio un gran avance al emplearse las tramas y urdiembres suplementarias, así como las urdiembres entrelazadas. Tiempo después, este artista, incorporaría a su arte textil el tapiz, la trama excéntrica y la trama machihembrada. Es muy posible que durante los primeros años usara la tela pintada (tradición que continuó durante muchos años), antes de emplear las técnicas enumeradas, para diseñar sus deidades. Para esto usó colores suaves, entre ellos: ocre, siena, rojo de venencia claro, blanco, cuya característica es su falta de intensidad y contraste. Sin embargo, a pesar de los diseños repetidos y los colores monótonos, éstos al contemplarlos crean en el espectador un ritmo muy especial porque es toda una composición que sólo el artista cupisnique pudo lograr.

Dentro de la arquitectura de la cultura Cupisnique destacan las edificaciones de Caballo Muerto en el valle de Moche, y Purulén en el valle de Zaña. También se pueden encontrar complejos en Virú, donde figura el templo de Las Llamas en Huaca Negra. En el valle de Jequetepeque destacan Monte Grande y Limoncarro. Monte Grande destaca por sus plataformas conectadas con escalinatas, además de presentar una plaza cuadrangular hundida con nichos en las paredes, así como fogones hechos con piedras delgadas. En el valle de La Leche se halla la edificación de Huaca Lucía. Las columnas de esta huaca estaban pintadas de rojo y en el exterior había un mural pintado de rojo, negro y azul oscuro. En Puémape, San Pedro de Lloc, se encontró un edificio con características de Cupisnique que ha sido atribuido a Cupisnique Tardío.

El Complejo Caballo Muerto está ubicado entre las haciendas de Laredo y Galindo, al margen norte del río Moche. Este complejo reúne ocho edificios en un área de 2 Km. cuadrados. Siete de estos edificios exhiben planta en forma de “U”, siendo el más importante el edificio conocido como “Huaca de los Reyes”.

La Huaca de los Reyes, excavada en 1972 por L. Watanabe, y en 1973 y 1974 por T. Pozorski, fue sede de un complejo sistema social que se extendió fuera del valle de Moche. Esta huaca mide 270m de este a oeste, 230m de norte a sur y 18m de alto. Los investigadores le dan al templo varias fases de constructivas. La última fase correspondería al período Cupisnique Transitorio, aproximadamente del año 1000 a.C.. En otras partes del templo se encontraron datos de restos más antiguos. Una característica importante de la Huaca de los Reyes es los abundantes frisos que adornan las paredes, hechos de barro arcilloso. Éstos corresponden a la fase final y presentan dos clases de figuras: cabezas humanas estilizadas y figuras de pie. La organización del espacio es rígida y el diseño en U es repetitivo. La regularidad y simetría del templo sugiere que hubo ritos conocidos y que los frisos formaban parte del entorno ceremonial.

Cultura Gallinazo o Virú

La Cultura Gallinazo se desarrolló entre Jequetepeque, La Leche, Santa, Nepeña, Casma y Huarmey en la costa norte del Perú, en el período comprendido entre 200 a. C. y 350 d. C. Ésta época se caracterizó por un significativo aumento de la población, la expansión de los sistemas de irrigación y el incremento de la centralización del poder político.

El poder Gallinazo se centralizó en el valle de Virú en el sitio hoy conocido con el nombre de Grupo Gallinazo, un núcleo de edificios religiosos y administrativos rodeados de un gran número de viviendas que cubren en total un área aproximadamente 5 km². Durante este tiempo surgieron también una serie de edificios religiosos construidos en las partes altas de la colina o promontorios rocosos, razón por la que fueron calificados como “castillos” o fortificaciones.

La cerámica Gallinazo es por general de color rojo y fue decorada con incisiones y pintura blanca, pero la principal técnica decorativa fue el negativo o aplicación resistente de pigmento negro orgánico. Las principales formas incluyen vasijas con asa estribo, botellas con una figura modelada y pico unidos con asa puente, ollas con cuello y varias formas de jarras, así como grandes urnas.

En metalurgia, los artesanos Gallinazo continuaron practicando las técnicas previamente conocidas en la costa norte. Sin embargo, se incrementó el uso del cobre y el dorado de objetos hechos con aleación de cobre y oro comenzó durante esta época.

Al mismo tiempo que crecía y se desarrollaba la capital Gallinazo en Virú, en el valle de Moche, unos 25 Km. al norte, iba tomando forma una potencial rival, Los Moche, que alrededor del siglo II sometieron y marcaron así el fin de la cultura Gallinazo.

La arquitectura ha permitido definir cuatro tipos de construcciones identificados a esta cultura:

Los centros urbanos ceremoniales: eran construcciones donde se hicieron pirámides de grandes dimensiones que se relacionaban con el desarrollo de actividades ceremoniales y de culto.

Los castillos fortificados: eran grandes edificaciones ubicadas lugares estratégicos de la parte alta, donde se angosta el valle medio; su función era vigilar, defender y controlar el valle.

Las grandes casas semiaisladas: presentan habitaciones y techo a dos aguas generalmente estaban alejadas y solitarias, en estas debieron de vivir personajes principales o funcionarios que supervisaban las actividades productivas.

Las aldeas: eran aglutinadas, allí vivía el pueblo; en sus construcciones utilizaron materiales perecederos como el carrizo la caña y el algarrobo.

Descubierta por el estudioso Rafael Larco Hoyle en la década del treinta, la cultura Gallinazo o Virú es ubicada como una sociedad con elementos urbanos previa a Moche y posterior a Salinar. Últimas investigaciones afirman que Gallinazo tendió a concentrarse en las parte medias del valle de Virú, desarrollando sistemas de regadío que le permitió fortalecerse y expandirse a través de algunos valles, combinando jerarquía e unificación, poder político centralizado, alcanzando un posible nivel de desarrollo de jefatura o señorío. Inclusive se ha encontrado que había jerarquía de asentamientos por valle. Otros prefieren reconocer que de su organización social se sabe muy poco, y que sólo se puede afirmar que hubo cohesión política sólo dentro de los límites de un valle y cierta organización social, pero, como se ve en las costumbres funerarias, no hubo grandes diferenciaciones.

Bennett ha dividido a Gallinazo en tres fases, siendo las fases Temprana y Media en las que se ubicaron en las partes bajas de los valles; mientras la fase Gallinazo Tardío es en la que, bajo influencia Moche y Recuay, se asentaron en las partes más altas, lo cual implica nuevos conceptos de irrigación y de defensa con la utilización de fortificaciones.

Esta cultura presenta sus asentamientos más grandes en la margen norte del río Virú, donde encontramos por lo menos 5 edificios piramidales sobre unos 2 Km. de longitud. Su estilo urbanístico es irregular y aglutinado, con pequeños recintos y edificios semiaislados que tal vez pertenecieron a personas de alto rango. Sobre el tipo de viviendas, tenían una plataforma y una pared, con dos postes en el frente para sostener un techo, organizadas bajo un patrón irregular alrededor de patios o plazas. Su trazo es ortogonal de diseño tipo panal con acceso de corredores.

Sus patrones funerarios comprenden el entierro en fosas, en posición extendida sobre esteras de cañas, junto a cerámicas como ofrendas. También se han encontrado pequeños montículos sepulcrales donde se han hallado entierros que fueron sucesivamente depositados a lo largo de los años.

Su cerámica es fundamentalmente escultórica, y tiene diversos tipos alfareros y tipos de decorados, siendo una de las que alcanzó mayores logros estéticos hasta su tiempo. Incluye las jarras globulares, las de cuello corto, los cuencos profundos, para los tipos; y decorado negativo, combinación de negro, rojo y blanco, representación de cabezas de felinos, de aves, serpientes y monos. La cerámica Gallinazo ha sido encontrada a lo largo de una gran extensión territorial que incluye los valles de Jequetepeque, Lambayeque, La Leche, Santa, Nepeña, Casma y Huarmey.

Son muy diversos los trabajos de investigación arqueológica realizados en el valle Chicama, relativamente escasos los referentes a definir las modalidad de las practicas mortuorias relacionado a la Cultura Virú. Quien inicio la investigación sobre este tema en el valle, básicamente fue realizada por Rafael Larco, y la denomino como cultura “Cultura Virú” a partir de los hallazgos que ejecuto en el Chicama y otros valles como el Santa, Chao, Virú y Moche (Larco 1944, 1945, 1948:22-27).

Aunque unos años antes Kroeber (1925: 65) retomando lo señalado por Bennett en 1939, difunde el topónimo “Gallinazo” con el argumento de que esta es una manifestación muy particular dentro de las ocupaciones prehispánicas del valle de Virú y la denominación “Cultura Virú” bien podría resultar confusa. Por ello kroeber al referirse a “Gallinazo” dijo “Cuando el registro comparativo sea más adecuado no dudaría en usar un nombre propio” (citado por Barr 2000: 12).

Las primeras referencias efectuadas por Larco, en 1933, quien descubrió en la Pampa de “Los Cocos”, cercana a las huacas del Sol y de la Luna, la primera tumba conteniendo vasos cuya característica principal era la pintura negativa. Precedentemente había sido clasificada como correspondiente a la cultura del Callejón de Huaylas. Consecutivamente con los hallazgos en cementerios del valle de Virú, se determinó dar nombre a la cultura por lo abundantes evidencias que cobijaban en este valle, por lo cual Larco, consideró que se encontraba el centro principal y más importante de cerámica negativa descubierta hasta hoy en el Perú.

Larco, definió que estas tenían características propias que le daban unidad, permitiendo al arqueólogo diferenciarlos de las otras culturas. Se sumó a ello las particularidades observadas en la indumentaria, armas, arte orfebre y culto a los muertos, concluía de que se trataba de un agregado cultural. Reconocía que la cerámica era aparentemente distinta a la del valle Virú, esta última presentaba ornamentación negativa. También se ha extraído en otros lugares del país, encontrándose en tumbas de otras culturas, asociada a la cerámica propia de cada lugar. De ahí que considero que se trataba de una modalidad artística que se propago, y cuyo centro bien pudo ser este sector del norte del Perú. A ello Larco, agregó que era indudable que existía relación muy estrecha entre la cultura del Callejón de Huaylas y la cultura de Virú (Larco 1945:1).

Larco, sostenía que la cultura Virú el cual fue llamado “Gallinazo” por Bennett (1939), es coetánea con Salinar y contribuye con elementos nuevos para el desarrollo de la cultura Mochica en la “época auge” (Larco 1948:22). Su cercanía espacial es reconocida por otros investigadores siendo bastante sugerente cronológicamente (Kaulicke 1992:878).

En lo que respecta a la secuencia planteada por Bennett (1939), esta fue cuestionada por Fogel (1993) y Billman (1996), afirmando que no existe sustento estratigráfico dentro de la evolución arquitectónica sostenida por Bennett, quedando abierta la probabilidad de confusión en la lectura y control durante las excavaciones. Sustentan que la secuencia estilística del Proyecto Valle Virú, refleja valores de frecuencia de tipos, sin el debido sustento estratigráfico, por ello no existe seguridad respecto a la posición de tipos como elementos diagnósticos en la secuencia del estilo. Sin embargo varios autores han reconocido para este momento cronológico, como una etapa cultural que se extiende desde el valle de Rímac hasta Piura, mostrando una distribución bastante amplia y globalizante (Kaulicke, 1991; Makowsky, 1994; Shimada y Maguiña, 1994). Pasaremos analizar las investigaciones en cada valle:

Valle de Virú: Los estudios arqueológicos en el valle de Virú, inicialmente permitieron conocer evidencias de cementerios en la parte baja y media del valle y en ambas márgenes del río Virú. Entre los sitios de la derecha se tiene a: Huancaquito, Huancaco, Cerro de Pina, Castillo de Huancaco, Huaca Larga, Saraque, Huacapongo; y para la margen izquierda, aguas arriba: Castillo de Tomabal, El Cerrito, San Idelfonso, Pampa de Pur Pur, Guañape y Huaca del Gallinazo (Larco 1945:3).

Larco, en la necrópolis de Tomabal, encontró dos cráneos que mostraban sobre los arcos superciliares, motivos geométricos incisos enmarcados por dos líneas paralelas dobles. Respecto a la cerámica estableció que se distinguen por la superficie brillante, bruñida y de textura uniforme y estaban bien cocidos en hornos abiertos. Por lo general de color rojo, con cierta tendencia al rosado, contrastó un reducido porcentaje de ceramios negros, pardos, plomos y cremas (Larco 1945: 15).

Con respecto a los sitios de enterramiento pertenecientes a este período cronológico en Virú, son aislados como intrusivos. Los aislados y en menor proporción se hallaron en depósitos aluviales; según Willey reporta los sitio V-131 y V-109; tumbas aparentemente fosas simples (Willey 1953: 114,176) elaboradas como recintos funerarios de piedra o sarcófagos de planta rectangular, algunos con recinto anexo para la colocación de ofrendas, mientras otros tienen cubiertas de lajas de piedra o petates de junco, que Larco encuentra asociados a entierros extendidos y ofrendas correspondientes a cerámicas Virú y Moche (Larco 1945).

En lo que respecta a este tipo de modalidades mortuorias también podría considerarse los montículos funerarios o Burláis Mounds (Bennett 1939), los cuales han sido descritos como acumulaciones irregulares de diversa altura, cuya composición básica es barro compacto (Bennett 1939:56), y tierra de deshechos alcalinizados proveniente de los alrededores de los campos de cultivo (John Collier 1955: 90).

La investigación de Bennett (1939: 58), admite que la ubicación de los montículos con respecto a las estructuras arquitectónicas, se encuentran un poco distantes y contienen entierros de diversas Períodos Culturales los cuales cronológicamente van desde Puerto Moorín (Salinar), Gallinazo (Virú) y Huancaco (Moche), aunque sostiene que la mayor cantidad de inhumaciones correspondían a estilo “Gallinazo”, aclarando que estos aparecen como entierros directos, sin aparente preparación de tumbas, es decir en fosas simples de planta circular o alargada, los cuales contenían individuos que se encontraban en posición extendida o raramente flexionados.

Sin embargo Bennett, no documenta estructuras en la mayoría de estos sitios. Por los hallazgos de carbón y algunos tiestos concluyó que se trataba de algún tipo de actividad doméstica en el lugar. Sin embargo la ambigüedad que presentaban la distribución de los entierros adyacentes a los montículo, lo llevaron a desconocer el significado de tal asociación entre los entierros y montículos, concluyendo que durante “Gallinazo” no existió arquitectura funeraria (Bennett, 1950: 108); opinión que trascendió a Strong y Evans, cuando ellos excavan posteriormente otras áreas y revisan el material de Bennett (Strong y Evans 1952:86).

Las excavaciones del sitio denominado como “Grupo Gallinazo”, identificado como el V 163, se encontraba ubicado en dirección Sur, del eje mayor dicho sitio presentando dos de montículos, excavados por Bennett (1936), posteriormente por Strong y Evans (1952), exhumándose 42 entierros en fosas denominadas “simples”. La mayoría de individuos allí enterrados tuvieron una posición extendida, las variantes fueron dos entierros en posición flexionada. Cada uno de ellos mostraba ex profeso haber sido colocado para el viaje póstumo, a modo de ofrenda una placa o disco circular de cobre en la boca, se obtuvieron además 91 vasijas. Con respecto a la arquitectura, se reporta paredes elaboradas con adobes modelados esféricos aunque no observaron estructuras definidas (Bennett 1939:58-59, 1950:57). Otra excavación correlativa ejecutada en el sitio denominado como el V-164, fue un montículo en la que se reportó el hallazgo de 27 entierros, siendo el único lugar del cual Bennett, presenta dibujos de planta y perfil (Bennett 1950: 58).

Los entierros excavados por Bennett, en los sitios V-252 y V-265-A del “Grupo Gallinazo” (Bennett 1950:60-21) y (Collier 1955:59-60), documentan 20 entierros, la mayoría de individuos estuvieron extendidos con la cabeza al Sur, contenían ofrendas, mientras que los pocos entierros flexionados carecían de vasijas obteniéndose algunos fragmentos de textiles. En el V-265, hallaron dos entierros, se trataba de un infante con ofrendas de cobre, fragmentos de cristal y cuentas; y un adulto flexionado sentado, tenía deformación occipital, asociado a una pieza de cobre en la boca y un cuenco. El sitio (V-152 B), Bennett, muy cerca de la superficie encontró entierros saqueados, asociados a restos de textiles, aparentemente estuvieron contenidos en adobes alineados (Bennett 1950:42).

Valle de Moche: Las iniciales referencias efectuadas por Larco, se remontan a 1933, vinculado a Pampa de “Los Cocos”, cercana a las huacas del Sol y de la Luna, donde se desentierra la primera tumba conteniendo vasos cuya característica principal era la pintura negativa; así como también en Santo Dominguito (Larco 1945:3).

En las investigaciones realizadas en el valle de Moche, se documentaron hallazgos en la Huaca del Sol y La Luna, exprofesamente en la explanada, John Topic (1977), en su tesis doctoral, demuestra un entierro extendido asociado a una vasija de la fase “Gallinazo”, al que correspondería a una ocupación temprana, poco densa y previa a la construcciones monumentales. La posición predominante de los entierros, es extendido, decúbito dorsal, aunque también se reportan algunos entierros flexionados para el valle. Los entierros “Gallinazo” que publican Donnan y Mackey en 1978, proceden de Huanchaco y de Cerro Blanco y corresponden a personajes femeninos extendidos (Donnan y Mackey 1978). En las investigaciones del Proyecto Valle Moche, se realizaron hallazgos en cerro Arena, en un cementerio “Gallinazo” cuyos cadáveres indicaban la presencia de metal en la boca, Michael Moseley (1993) los define como pertenecientes a áreas pequeñas de enterramiento conteniendo de 15 a 25 individuos depositados en fosas simples, que por su forma, asume que los individuos estuvieron en posición extendida. Parte del material óseo disperso en estas áreas presentan manchas verdosas en mandíbulas y extremidades superiores e inferiores, permite suponer que estuvieron en contacto con metal, posiblemente cobre (Moseley et.al. en: Fogel 1993: 205, 231).

En su tesis Brian Billman, documenta 11 cementerios; cuatro en el valle medio y siete en el valle bajo, reportando entierros tanto en sitios aislados o distantes como intrusivos. Los aislados perteneciendo a agrupaciones de entierros en fosas simples de matriz arenosa (Billman 1996:247).

Según Billman (1996:245), establece que durante esta fase, largas áreas del valle de Moche fueron abandonadas por los grupos costeños, la población agrupada del valle medio inferior y la construcción de fuertes y fortificaciones se incrementaron. Muy pocas estructuras ceremoniales fueron construidas en la fase “Gallinazo”, solo dos centros ceremoniales han sido identificados: Huaca Estrella (MV-515) y Cerro Pesqueda (MV-558) Huaca Estrella está ubicada en el campo arado en el lado sur del valle interior.

El otro centro ceremonial pequeño (MV-558) ubicado en la cima del Cerro Pesqueda, tiene una plataforma de 50 por 5 por 4 m, construida por adobes marcados con caña, típicos a la fase “Gallinazo”. No ha sido identificado ocupación domestica de la fase Gallinazo en este sitio, como previamente expuesto, los montículos de adobes están presentes en Cerro Oreja y Pampa La Cruz (Billman 1996:246).

Los reportes en Pampa La Cruz o “La Poza” (Barr 2000), Huanchaco donde el uso del sitio como lugar de enterramiento, parece corresponder a intrusiones en un área habitacional con abundantes restos domésticos, evidenciados durante las excavaciones. Allí, la población “Gallinazo” habría coexistido con la Salinar o fue una reocupación inmediata. Representada por entierros que datan para las fases tempranas de la época “Gallinazo”. En los hallazgos se reporta una tumba que contenía dos individuos, uno de sexo masculino y otro de sexo femenino, ambos en posición extendida. La posición de las cabezas orientadas hacia el Sur y ofrendas de vasijas de cerámica que fueron depositadas rotas. Se suma en el área la localización de 7 entierros asociados a fosas simples (Sánchez y Tinta, 1990).

Los datos de estratificación social en la fase “Gallinazo” es limitada. El ejemplo de entierros Fase Gallinazo reportados en el valle de Moche es deficiente para evaluar las diferencias de estatus (Donnan y Mackey 1978).

Valle Santa: Los hallazgos de Larco en el valle del Santa, corresponden únicamente, a la margen Izquierda, aguas arriba, y cuyos cementerios han sido identificados en la hacienda Tanguche, huaca Corral, huaca Gallinazo de la hacienda Santa Clara, y Cerro Ramiro (Larco 1945: 3).

David Wilson (1988), encuentra que los primeros cementerios de la secuencia cultural del valle aparecen con la fases Temprana y Tardía de Gallinazo, definidas como Early y Late Suchimancillo. Los enterramientos se ubican en el valle alto y en la parte alta del valle medio. Determina la presencia de áreas de inhumación aisladas e intrusivas. Los cementerios aislados, son predominantes y están alejados de áreas de habitación o defensivos, emplazados sobre terrazas en la entrada de quebradas o, en extensas llanuras en el borde de los conos de deyección; mientras que, los intrusivos los encuentra en sitios con funciones primarias de habitación y defensa.

Las tumbas documentadas en el valle son en fosas simples (en las que no menciona la posición de los individuos) y en cistas, pequeñas construcciones de piedra de planta pentagonal o hexagonal, de aproximadamente 0.50 m. de diámetro y de 0.50 a 0.70 m. de profundidad, que debieron contener entierros secundarios o cuerpos muy flexionados y atados. Son consideradas como influencia del área serrana adyacente el Callejón de Huaylas, durante Early y Late Suchimancillo (Wilson 1988: 162-170).

Los reportes del Catastro Chavimochic realizados durante 1987 en el valle, señalan la presencia de dos tipos de cistas. La primera, denominada mausoleo, consta de una urna de piedra de forma cuadrangular, de aproximadamente 0.40 a 0.50 m de lado y profundidad variable, delimitada por un muro cuadrangular de unos 4 m de lado, ocupando la parte central y sellada por una laja de piedra. El otro tipo es una urna sobre un espacio plano (Uceda 1988:28). Debe indicarse, sin embargo, que la fragmentería predominante asociada a la superficie, corresponde al estilo Recuay y en menor proporción a Virú y Salinar (Marín 2000: 26).

Valle de Jequetepeque: Las excavaciones de Ubbelhde -Doering (1967 y 1983) en Pacatnamú, permiten identificar cerámica Gallinazo o Virú asociada a Moche III, este fenómeno lo explica como una intrusión Mochica a la población Gallinazo durante los años 450 d.C. sumándose a esto, evidencias de fragmentería de cerámica Gallinazo y construcciones en la región de Tecapa y Jatanca.

Las investigaciones en Huaca Dos Cabezas por Castillo y Donnan (1994), reportan fragmentos de cerámica Gallinazo la cual sugiere que la ocupación incluye tanto el estilo Virú o Gallinazo que normalmente precede al estilo Mochica Temprano.

De los estudios de Verano (1994,1997), en Pacatnamú se documentó 84 entierros cuyas posiciones estaban extendidas y orientados con la cabeza en dirección Sur y depositados en fosas simples o comunes los cuales tenían una conformación rectangulares y ovaladas, entre los que destacaban los entierros 35, 37 y 48, los cuales presentaban en su contexto una asociación de materiales Gallinazo y Moche (Donnan 1997:37).

Otro aspecto relevante (Alfredo Narváez 1994), lo da a conocer en Cerro La Mina, margen Sur del Río Jequetepeque, en donde se ubicó un entierro el cual estaba parcialmente saqueado. Se trataba de un personaje de significativa importancia social el cual estaba asociado a finas vasijas del estilo Moche I, al interior de una cámara funeraria que había sido elaborada con adobes paralelepípedos los cuales presentaban marcas de caña, que tienen recurrencia con la tradición Gallinazo (Lámina Nº 6).

Valle de Lambayeque: Shimada y Maguiña (1994:40), reportan en Huaca Soledad un entierro intrusivo en posición extendida asociado a un cántaro Gallinazo. Esta área doméstica se reporta como parte de una extensiva ocupación Gallinazo, asociada a montículos monumentales de plataformas el que fue documentado en el valle medio particularmente a lo largo de la margen Sur en los Cerros: Sajino, Huaringa, La Calera, Vichayal, Paredones y Huaca Letrada.

Valle de Piura: En la sierra de Piura, Provincia de Ayabaca, Distrito de Lagunas, Mario Polia en 1997, excavó diversos sitios con recintos funerarios. En Hualcuy, las estructuras mostraban planta ovoidal, mientras en Loma La Huaca y El Tuno, las estructuras tenían planta circular y ovoidal. Una tercera forma se localizó en El Chirimoyo, con planta en doble cámara y acceso localizado en la parte central, semejando una doble bota. Los entierros no tenían la posición flexionada y vasijas de gran parecido al estilo Gallinazo de Virú (Sachún, com. per. 1999 citado en Marín 2000:38).

Los entierros del Intermedio Temprano manifiesta Makowsky (1994), que rara vez se asocian con arquitectura. Los cementerios se distribuyen sobre lomas arenosas estabilizadas y profusamente saqueadas. En la superficie se documenta material cerámico Gallinazo, Moche I y Vicus (Makowsky 1994:111), aunque se considera que la cerámica Gallinazo está mal representada en los cementerios, tiene una notable presencia en áreas ceremoniales y residencias de élite (Op. Cit. p. 236). Aunque se considera que no se conoce mucho de los contextos, formas y cantidad de entierros en dichas áreas, existe la posibilidad de que se trate de cámaras y tumbas de tiro que contienen entierros extendidos (Kaulicke 1991:882).

Durante su exposición en el XIII Congreso Nacional de Estudiantes de Arqueología “Rafael Larco Hoyle”, Makowski (2004), sostuvo que en Piura (100 d.C. – 400 d.C.), el estilo “Gallinazo”, remplaza a la cerámica utilitaria Sechura. Respecto a los entierros (tradición Mochica fase I) identificados en Loma Negra, establece que son comparables con La Mina y Sipán, y los talleres especializados Mochica (Fase I, II, III), los cuales demuestran una posición política dominante; sin embargo reafirma que los talleres Vicús seguían produciendo cerámica ceremonial fina e introdujeron varios elementos iconográficos formales e inspirados en los estilos Virú-Gallinazo y Mochica. Con respecto a la arquitectura tapial y luego de adobe rectangular Gallinazo-Mochica llego a remplazar a la arquitectura de barro embutido de Vicus (Makowski 2004).

Valle Chicama: Larco (1938-1963), realiza excavaciones en la parte media y alta del valle Chicama, describe los hallazgos referente a un cementerio Virú, en las cercanías de Salinar, Barbacoa y Pampas de Jagüey; estableciendo una propuesta cronológica en 1948. Entre sus anotaciones describe entierros de la época Cupisnique, Salinar, Virú de Chicama (Larco 1948: 26). En el valle de Chicama Larco (1945) reporta la frecuencia de sarcófagos rectangulares de piedra, con recinto o sin él, separado para la colocación de la cerámica (con recinto, reporta cuatro en el valle de Virú). Algunas de las tumbas rectangulares estaban cubiertas por lajas de piedra. Respecto a la forma más común establece que es irregular, alargado y de acuerdo con el tamaño del cadáver.

También encuentra Larco (1945), entierros Virú revestidos con cañas de un metro de largo más o menos, semejantes a los ataúdes Mochicas. Aun cuando la confección es burda, dentro de estos sarcófagos encontró pequeños y finísimos vasijas con pintura negativa del Período Auge. Manifiesta que sólo vio un sarcófago de adobes paralelepípedos con vasos de esta cultura, el cual era de forma rectangular, con paredes enlucidas y tenía una cobertura de lajas de piedra. Establece que no obstante haber encontrado fragmentos de tela carbonizada en los recintos funerarios, no podemos asegurar que los cadáveres estaban envueltos en tela; pero sí, muchos aparecen cubiertos con petates de junco (Larco 1945:26)

Con respecto a las construcciones funerarias excavadas, Larco identificó para esta etapa tanto en el valle de Virú y el Chicama, adscritos a las fases “Virú Auge” y “Virú de Chicama”, aparentemente asociados a material Moche (Larco 1945 : 28).

En el Valle Chicama, las ofrendas mortuorias son mencionadas en términos generales por Larco como: “entierros en recintos contienen individuos extendidos y tienen vasijas. Algunos objetos de cobre dorado y restos de maní, maíz, pallares, un tipo de fríjol rojizo de gran tamaño, lagenaria y una semilla negra no identificada y común en las tumbas del Período Decadente, además del ashango, fruto silvestre utilizado hasta hoy por los curanderos” (Larco 1945:4).

En lo que respecta a la Periodificación Larco, sostiene que la cultura Virú o también (llamado “Gallinazo” por Bennett 1939), es coetánea con Salinar y contribuye con elementos nuevos para el desarrollo de la cultura Mochica en la “época auge” (Larco 1948:22).

En lo que respecta a la secuencia planteada por Bennett (1939), esta ha sido cuestionada por Fogel (1993) y Billman (1996), ellos afirman que no existe sustento estratigráfico dentro de la evolución arquitectónica sostenida por Bennett, quedando abierta la probabilidad de confusión en la lectura y control estatrigráfico durante las excavaciones. Sustentan que la secuencia estilística del Proyecto Valle Virú, refleja valores de frecuencia de tipos, sin el debido sustento estratigráfico, por ello no existe seguridad respecto a la posición de tipos como elementos diagnósticos en la secuencia del estilo. Sin embargo varios autores han reconocido este momento cronológicos, como una etapa cultural que se extiende desde el valle de Rímac hasta Piura, mostrando una distribución bastante amplia y globalizante (Kaulicke, 1991; Makowsky, 1994; Shimada y Maguiña, 1994).

Teniendo en cuenta las consideraciones anteriores, se ha creído conveniente seguir con la denominación de cultura Virú como lo estableciera Larco (1948) y no como el aspecto despectivo “Gallinazo” que lo denomina Bennett (1939).

Según Donnan (referencia verbal), “Gallinazo” como denominación no existe… es más bien una etapa o proceso de definición que estaba atravesando Moche. Reconoce que la cerámica es bastante homogénea y que la denominación de “estilo Gallinazo” no existe, sino más bien es un proceso cuya connotación temporal, interpreta como una etapa de convivencia y búsqueda de estabilización, producto de las relaciones Virú del Chicama con el estilo Moche

Arquitectura

Existió desde el año 100 a. de J.C. abarcando los valles de Lambayeque, Jequetepeque, Chicama, Moche , Virú, Nepeña y Casma; siendo los valles con mayor evidencias el de Virú y el de Moche. La población que se desarrolló en estos lugares, vivió en un inicio, en la parte baja del valle; luego tienden a desplazarse y ocupar la parte media de los valles.

La cultura Virú presentó una especialización guerrera, inferida a partir de las construcciones monumentales y estratégicas llamadas o conocidas actualmente como castillos los cuales presentan una arquitectura fortificada estos habrían servido exclusivamente en forma defensiva.

La autoridad política se centralizó en la capital en el valle de Virú; en los otros valles existieron ciudades menores.

Las cerámicas Virú se caracterizaron también por su aporte estilístico de decoración negativa, cuya presentación nos muestra que tiene como fondo el color natural del cerámico, cercando diseños geométricos, además trabajaron el cobre martillado, el oro y la plata.

Cultura Huanca

La gran nación Huanca abarcó un extenso territorio atravesado por el imponente río Huancamayo o Jatunmayo (hoy denominado Mantaro), desde La Oroya (Junín) hasta la provincia de Tayacaja en el departamento de Huancavelica. Esta cuenca hidrográfica fue uno de los factores primordiales para el desarrollo cultural de este pueblo fundamentalmente guerrero. Hoy, los innumerables sitios arqueológicos distribuidos en ambas márgenes son mudos testigos de su grandeza, como lo demuestran los asentamientos de Tunanmarca, Arhuaturo, Huacjlasmarca, Huarivilca, Huacllimarca, Hatunmalca, Umpamalca, Huancas, Quinlliyoc, Coto Coto y Shucushmarca, entre otros.

La mayoría de los vestigios, que datan, en su máximo apogeo, entre los años 1100 a 1460 d. C., en el llamado Período Intermedio Tardío o Reinos y Confederaciones, están estratégicamente ubicados en los cerros más altos con fines eminentemente defensivos. Desde ellos es posible observar en todo su esplendor al dios tutelar de los huancas, el nevado Huaytapallana. Este pueblo recibió influencia cultural desde el Período Formativo (presencia Chavín), Horizonte Medio (Imperio Huari), hasta la llegada de los Incas en 1460.

La nación Huanca fue una de las más difíciles de conquistar por el imperio incaico. El cronista Inca Garcilaso de la Vega da cuenta de que vivían en pequeños poblados fortificados y eran tan crueles que desollaban a sus enemigos muertos para hacer tambores de guerra –llamados runatinyas–. Se trató de un pueblo que logró una sólida economía basada fundamentalmente en la agricultura y muy bien complementada con la ganadería de auquénidos. A estas actividades se suma todo un sistema regular de intercambio comercial con las poblaciones vecinas de la Costa y la Selva central, debido a su privilegiada ubicación geopolítica. Estas ventajas les permitieron manejar una organización social sui géneris, en la que no existía una verticalidad despótica en el manejo de las relaciones sociales de producción, que en su momento impusieron los huari y los incas.

La existencia de vínculos ancestrales como: la ideología, relativamente homogénea, sustentada en el origen común de su raza –explicado a través del mito que reseña la aparición de la pareja Urochombe e Imatatapurancapia en los manantiales de Huarivilca (Waldemar Espinoza: 1973)–, tradiciones culturales, religión, y dominio territorial político y económico; se traduce en un sostén de carácter político y social. Esto se evidenció cuando debieron resolver problemas de tipo bélico con otros pueblos.

La mayoría de construcciones huancas corresponde a complejos urbanos de forma circular y rectangular que eran administrados por los denominados curacas. En estas edificaciones, hechas con piedra labrada, se utilizó una argamasa para la mampostería que es una mezcla de barro con abundante cal y arena. Los asentamientos, que fueron construidos en las partes más altas de las colinas, mostraban un carácter eminentemente defensivo, por los muros de retención que rodeaban los recintos fortificados.

Los huancas fueron muy pobres en sus manifestaciones culturales. La cerámica de rústico acabado y monocroma, era más de carácter utilitario que artístico. Par las ceremonias religiosas utilizaban vasijas pequeñas a manera de juguete. Tuvieron instrumentos musicales de arcilla, pero lo peculiar del reino era una especie de corneta hecha del cráneo de los perros, animal al que guardaban especial aprecio par sus ritos. La música de dichos cráneos era melodiosa y en las guerras tocaban con estruendo, para producir terror en sus enemigos. La lengua fue un dialecto del runashimi que todavía se sigue hablando en algunos poblados.

La tradición y modo de vida de la cultura huanca, desarrollada en Huancayo, Jauja y Concepción y que marcó un hito en nuestra historia entre los siglos XIII a XV, es hoy recordada en el instituto Riva-Agüero.

La tradición y modo de vida de la cultura huanca, desarrollada en Huancayo, Jauja y Concepción y que marcó un hito en nuestra historia entre los siglos XIII a XV, es hoy recordada en el instituto Riva-Agüero.

Considerada una de las culturas más poderosas de nuestro pasado por su gran aporte en los campos de la pintura, vestimenta, danzas, mates burilados e imaginería del valle, también tuvo una gran desarrollo en la religión y en lo espiritual. Para ellos, su dios principal era Huallallo Carhuancho. Asimismo, los huancas creían en la inmortalidad del alma y por ello, momificaban a sus muertos. Los agricultores se dedicaban a trabajar en los valles y en las quebradas en donde cosechaban principalmente maíz y papa para luego exportarlas a zonas más cercanas. La población huanca también fue un pueblo guerrero. Los poderosos caudillos, respetados por todos los habitantes de la zona, eran los que ponían orden a los conflictos armados.

Cultura Huaráz

Los Huaráz, procediendo de algún lugar de los Andes, invadieron los pueblos o aldeas de Chavín. Huaráz supuso el final, por destrucción, de Chavín.

Se trataba de “bárbaros” que llegaron con ideología y organización social diferentes a la de Chavín, y arremetieron contra el templo de Chavín de Huantar como uno de sus actos de vandalismo más notable. Destruyeron algunas de sus partes y otras las convirtieron en viviendas comunes. Las galerías fueron transformadas en cámaras mortuorias, con enterramientos múltiples. Las suntuosas columnas de Chavín, decoradas con escenas mitológicas fueron enterradas fuera del edifico principal. Muchas lápidas fueron utilizadas como simples piedras de construcción El atrio del lanzón fue convertido en viviendas. En resumidas cuentas, la presencia de la población de Huaráz supuso la total desaparición de los chavinenses.

El centro más importante de la cultura Huaráz fue hallado en el mismo Chavín de Huantar, aunque su núcleo procede de la población de la que recibe el nombre, Huaráz.

Las aldeas Huaráz se ubican casi siempre sobre las chavinenses. Sus viviendas se agrupaban unas junto a otras sin mayor orden, con planta cuadrangular pequeña de 1.50 a 2 m de lado Utilizaron como techo algunas veces lajas de piedra y otras de madera y paja.

La Cerámica se distingue por la presencia de decoración en líneas blancas sobre fondo de color natural o rojo, razón por la cual se denomina a este estilo Blanco sobre Rojo. El diseño de la decoración es geométrico; los motivos son triángulos entrelazados, delimitados por bandas paralelas, y paneles reticulares o punteados. Las formas más comunes son los platos, tazas de base plana, o ligeramente plana, y borde afilado; cuencos de base convexa; cántaros con gollete corto, donde a veces se dibujaron caras humanas, cuerpo globular o semiglobular; ollas y cántaros sin cuello y botellas con gollete y reborde.

La Escultura se realizó en piedra, de carácter antropomorfo, ofreciendo especial detalle en la expresión de rostro. El tronco y las extremidades son pequeñas y no guardan relación proporcional con la cabeza. Se presentan flexionadas y mostrando los genitales. Los ojos son saltantes, el mentón pronunciado, la boca recta y pequeña.

Cultura Chincha

La cultura Chincha fue una civilización del Antiguo Perú, perteneciente al Período Intermedio Tardío. Se extendió por los valles de Chincha, Pisco, Ica y Nazca, aunque su centro político estuvo en el valle de Chincha. La cultura chincha fue conquistada por los incas durante el reinado de Pachacútec Inca Yupanqui y anexionada definitivamente al imperio durante el gobierno de Túpac Inca Yupanqui, hacia el año 1476.

Chincha fue un señorío que mantuvo su importancia incluso durante la época inca. Es más, se cuenta incluso que el único señor que podía ir cargado tras la misma ceremonia que el sapa inca era el señor de Chincha. La población estuvo dividida entre la nobleza, encargada de los cargos administrativos, los sacerdotes y el pueblo, constituido por mercaderes, artesanos, pescadores y campesinos.

Chinchaycámac, fue su dios principal y Urpy Huachay (la que pare palomas) fue su santuario que hace referencia a una huaca femenina esposa de Pachacámac; creían que sus dioses provenían de esa isla. Sus palacios fueron santuarios y huacas.

Los chinchas, al igual que otras culturas de la costa peruana, desarrollaron una arquitectura de adobes y utilizaron la técnica del adobón o tapial. Las principales edificaciones se encuentran en el valle de Chincha, Tambo de Mora, Lurinchincha y San Pedro, en donde construyeron centros administrativos ceremoniales. Uno de los más conocidos es La Centinela (en Chincha Baja), cuya área es de 400.000 m2. Dentro de esta área hay viviendas populares, monumentos residenciales, templos piramidales, patios, calles, etc.

Sus principales actividades económicas fueron la agricultura, la pesca y, principalmente, el comercio. Aún más importantes que los caminos eran sus rutas de comercio marítimo, pues su tecnología en navegación les permitía llegar hasta los más extremos puntos del norte y sur. Se sabe que llegaron incluso hasta Centroamérica, pues una de sus exportaciones claves eran las conchas Spondylus, propias de Ecuador y Perú, que fueron halladas en Centroamérica. Sus grandes habilidades comerciales fueron tales que lograron a extender su influencia por todo el territorio inca antes de que este se convirtiera en imperio. Se cree que gracias a la influencia comercial de los chinchas, el quechua se hizo tan útil en los Andes.

Tuvieron el mérito de organizar un comercio triangular en el que ellos fueron el puente comercial entre la meseta de Collao, la costa central peruana y el norte del Ecuador. Por vía marítima, comerciaron entre el Cuzco y el Altiplano. Los productos más codiciados de la sierra fueron: el charqui, la lana y algunos metales.

El poderío del rey Chincha, se midió por la cantidad de balsas que tenía. No existía en la época de desarrollo Chincha, señor o rey que ganara en esto al rey de Chincha. Se dice que tenía por lo menos una flota de ellas de unas 200, con las que comercializaba por todo el litoral del Mar de Grau, no sólo peruano sino que llegaron incluso a Ecuador y Colombia por el norte y Chile (puerto Valdivia), por el sur. Los productos chinchanos llegaron hasta el Caribe, lo cual debe ser cierto, por cuanto los chinchanos comercializaban sus productos en la desembocadura del río San Juan; de ahí comerciantes Chibchas lo llevaban por el curso del río San Juan hasta el mar Caribe. Los chinchas comercializaron: chuño, charqui de llama, lanas diversas, cobre, pescado salado, calabaza, maíz y huacos. Traían a Chincha: mullu o concha colorada (spondylus), esmeraldas y otras piedras preciosas.

Se cuenta que cuando Atahualpa Inca llegó a Cajamarca, en litera de oro, había otro señor que también llego de la misma manera. Luego de la captura del Sapa Inca, al interrogarle Pizarro preguntó por el señor de la otra litera de oro y el Inca, respondió: “es el Señor de Chincha, importante porque tiene más de 200 embarcaciones para el comercio y es el más rico de todos mis súbditos”.

Ya durante la conquista, Chincha fue motivo de peleas entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro, al tener la fama que se inició en Cajamarca con la captura del Sapa Inca Atahualpa. Según un documento de la doctora María Rostworowski, en la población chincha había: “doce mil labradores o campesinos, diez mil pescadores y seis mil mercaderes, además de un número de plateros cuya mayoría estaba ausente”. Hecha la conquista del Reino Chincha por el Ejército Imperial Inca y para no estropear sus trueques, los chinchanos no ofrecieron resistencia a los ejércitos de Túpac Yupanqui y parece que así se estableció una relación amistosa entre ellos, cosa que según los mitos orales era común desde la épocas posteriores a Chavín. Debido al sistema de intercambio, durante los siglos XV y XVI, los chinchanos gozaron no sólo de riquezas, sino de prestigio por todo el Tahuantinsuyo.

La existencia de un tipo de organización social en la zona de Chincha, en el litoral al sur de Lima entre 1100 y 1450 d.C., es un hecho comprobado por los investigadores. Lo que no han logrado establecer es el carácter de esta sociedad, su organización y la fuente de su riqueza, la cual a la llegada de los españoles parecía haber sido muy grande. Son varios los cronistas que hacen referencia a un gran reino en la zona de Chincha, y se menciona frecuentemente que en los sucesos de Cajamarca del 16 de noviembre de 1532 que las dos únicas autoridades llevadas en andas eran Atahualpa y el señor de Chincha.

La dificultad de las fuentes proviene a que la versión de los cronistas dependió en este caso de la de los incas, y es sabido que éstos reinterpretaron y tergiversaron gran parte de la historia antes del Tawantinsuyo. Es por ello que mientras algunos investigadores aseguran que en Chincha existió una organización centralizada, otros aseguran que había una serie de especialistas y que la principal actividad era el comercio.

La historiadora María Rostworowski es una de las principales defensoras de esta teoría. Ella asegura que existió un comercio a lo largo de la costa basado en un mercadeo a modo de indios, es decir, sin moneda y basada en el trueque. Según la historiadora, en Chincha había por lo menos 600 mercaderes que realizaban viajes hasta el Cuzco y por todo el Collao (donde comerciaban lana y cobre), mientras que por el norte llegaban a Quito para comerciar esmeraldas y spondylus. Este mercadeo costeño se realizó mediante balsas construidas con totoras y troncos de árbol. Inclusive se cree que la expansión del quechua en los andes provino de estos mercaderes, pues investigadores han comprobado que fue desde Ecuador que este idioma se dispersó por los andes por medio de los Incas.

Los principales centros de esta cultura los encontramos en los sitios de La Centinela y Tambo de Mora (Chincha), que debieron ser centros administrativos ceremoniales, unidos con otros centros menores mediante una red de caminos que luego formaron parte de la red vial Inca o Qapaqñan. La evidencia allí encontrada confirma que los Chincha desarrollaron una economía múltiple que comprendía la agricultura, la pesa, el intercambio y la producción de artesanías (canastas, artefactos de madera).

La cerámica Chincha tiene un estilo muy característico, por más que se noten influencias del Horizonte Medio y de la tradición Ica. Las piezas son muy bien hechas, elaboradas y decoradas. Las formas son cántaros con cuello y con asas en la parte alta, formas de botellas, barriles, tazas, platos con paredes verticales y figuritas. En cuanto a la metalurgia, tanto el oro como plata y una aleación de cobre con oro y plata fue extensamente utilizada, sobre todo para la elaboración de vasos retrato, que son una demostración de la avanzada técnica de los Chincha, pues utilizaban una sola lámina de metal y le daban la forma deseada sin soldaduras ni uniones metálicas.

Los Chincha tallaron en madera diversos objetos, entre los que destacan los remos, que eran palos adornados con muchas figuras y pintados de rojo, azul y amarillo. Al parecer, eran instrumentos ceremoniales de labranza.

Los orfebres Chincha emplearon el oro, la plata, el cobre y sus diversas aleaciones para confeccionar los famosos vasos narigones. Se trata de piezas de 20 centímetros de alto con una superficie que podía estar lisa o repujada con serpientes, peces y mazorcas de maíz, pero en la que siempre destacaba una cara humana en alto relieve.

Cultura Lambayeque o Sicán

La cultura Lambayeque o Sicán fue un Estado ribereño, habitaron la costa norte del Perú, cerca de los ríos La Leche y Lambayeque . Los sitios arqueológicos abarcan la región de Lambayeque, incluida Motupe, La Leche, Lambayeque, y los valles Zaña, cerca de la moderna ciudad de Chiclayo . Existe un extenso número de sitios arqueológicos que se encuentran ubicados en la zona de Batán Grande, en el Valle de La Leche. El clima de la zona durante la ocupación Sicán fue similar al clima actual, a pesar de los cambios en el paisaje acumulado en los 600 años desde el final de la cultura.

Destacaron en arquitectura, orfebrería he incluso llegaron a ser grandes navegantes. Si los mochicas asombraron con la belleza de sus joyas y su ingeniería hidráulica, los Lambayeque sorprenden aún más con sus aleaciones, sus finos acabados y sus enormes sistemas de irrigación. Aunque no lograron el tamaño de los mochicas, ni su complejidad política, no cabe duda que en estas artes fueron sus discípulos predilectos.

Los lambayeques también llamados sicán se desarrollaron en los lugares de Diana, de Motupe por el norte y Jetequepeque por el sur, entre el 700 y 1350.

Lambayeque nació de las cenizas de la Cultura Mochica, cuando esta cultura cayó eclipsada, posiblemente, por un devastador fenómeno de “El Niño”. Fue por ello heredera privilegiada de esa gran cultura norteña. Pero sobre esta herencia recibiría una serie de nuevas influencias.

En efecto, habiendo nacido cuando la Cultura Huari aún era un gigante y Tiahuanaco gozaba de enorme fama, Lambayeque añadió a su herencia mochica los tesoros culturales de ambas civilizaciones. Por su ubicación geográfica, también recibió influencia cultural de la civilización Cajamarca. Una cuarta influencia provino de los Chimú. Pese a que Lambayeque era un poco más antigua, ambos descendían de los mochicas, sólo que Lambayeque surgió en el norte, mientras que Chimú, en el sur. Casi todo el desenvolvimiento de Lambayeque transcurrió paralelo al de Chimú y por ello hubo una influencia recíproca entre ambas culturas.

Había una vez un gran rey de nombre Naylamp o Naymlap que llegó por mar, en medio de una gran flota de balsas y acompañado de una lujosa corte de funcionarios, versados en diferentes artes y oficios. El rey trajo un ídolo de piedra verde llamado “Yampallec” (del que deriva el nombre de Lambayeque), inaugurando un largo período de paz y prosperidad en la región.

Naylamp fundó una dinastía de varios soberanos; el último de sus descendientes, el rey Fempellec, cometió el error de trasladar el ídolo Yampallec a otro lugar. Un demonio en forma de mujer se le apareció y lo tentó. Sobrevinieron desgracias: lluvias, sequías, hambruna. El castigo se completó cuando posteriormente llegó de los reinos del sur un tirano poderoso, el Chimo Cápac o Chimú Cápac, que se adueñó de las ricas tierras de Lambayeque.

¿Traición a un culto religioso? ¿Castigo? ¿Invasión? Esta leyenda explicaría cómo una dinastía de reyes exitosos dominó la región basándose en un culto religioso, y que finalmente la falta de atención en el gobierno por el último de ellos terminó con la dinastía, mientras que el pueblo fue conquistado por un tirano del sur. Se sabe que ese tirano era un rey Chimú, que conquistó Lambayeque. Los sacerdotes, desesperados, habrían buscado explicaciones a su desdicha. Por eso el mito termina sugiriendo una ofensa a los dioses y el consecuente castigo que éstos supieron propinar.

Se extendió en toda el área comprendida desde Sullana al norte, (departamento de Piura), en el Perú, hasta cerca de Trujillo al sur ( Departamento de La Libertad), teniendo su centro cultural en el departamento de Lambayeque. No se encuentran evidencias arqueológicas en las serranías; por ello es reconocida como una cultura costeña.

Los Lambayeque heredaron parte de los sistemas de irrigación construidos por los mochicas; pero sus obras fueron más colosales porque los espacios que lograron irrigar fueron mucho mayores. Tienen la autoría de casi toda la red de canales, bocatomas y reservorios, que articuló los valles de Reque, Lambayeque, La Leche y Saña. El resultado fue una agricultura próspera, con cultivos principales de maíz y algodón. Articular tantos valles y estar en una zona estratégica (fácil de vincularse con las distintas regiones), les permitió destacar también en el comercio.

El arqueólogo japonés Izumi Shimada, que estudió esta cultura durante varios años, ha logrado periodificar la historia de Lambayeque (o “Sicán” como prefiere denominarla) en tres etapas:

Sicán temprano (que va desde el año 700 al 900): Es una etapa poco conocida, porque los objetos arqueológicos (cerámica, textiles, arquitectura) son escasos. Está asociada a la fase final de la cultura Mochica y a la gran influencia de Huari. Estas evidencias indican que Lambayeque estaba todavía en plena formación y muy susceptible a las influencias externas. Fue una de las culturas más textileras.

Sicán medio (que va desde el año 900 al 1100): En esta etapa Lambayeque se unificó y fue adquiriendo una identidad cultural propia. Se estableció una capital en el complejo Batán Grande, liderada por reyes-sacerdotes (teocracia) que difundieron el culto al dios Sicán (Luna). La leyenda de Naylamp explicaría esta etapa. Es un período de apogeo, de donde provienen los suntuosos enterramientos de gente rica que hoy develan los arqueólogos, cuando se desarrolla el comercio y construye el sistema de irrigación que conectó los valles lambayecanos.

Sicán tardío (que va desde el año 1100 al 1375): Es la etapa de decadencia y final. Batán Grande sufriría un incendio seguido de un periodo de sequías; los pobladores, hartos de tributar a los reyes-sacerdotes, se trasladarían a la ciudad de Túcume, renegando del culto al dios Sicán. Finalmente serían conquistados por el rey chimú, el Chimú Cápac, quien los convirtió en provincia de su reino (1375). La parte final de la leyenda de Naylamp trataría de explicar esta última etapa.

Sus representaciones cerámicas, siempre simbolizaban las costumbres y sus creencias religiosas (dios Sicán de ojos alados)

El empleo de metales provenía de la tradición mochica, que en Lambayeque se perfeccionó con un mayor dominio técnico y nuevos estilos. Cubrieron todo el proceso metalúrgico, desde la extracción del metal (de las minas) hasta la preparación de aleaciones, y en esto último, precisamente, superaron a sus antecesores mochicas. Todo el proceso de trabajo de los metales empieza con la obtención del mineral en las minas. Existe evidencia de martillos e instrumentos de piedra especiales para sacar los trozos de mineral de sus lugares de origen. También se ha ubicado en la región algunas minas que fueron usadas. El metal se obtenía a partir de los trozos de mineral bruto, lo que propiamente se denomina metalurgia. El mineral era molido con pesados martillos de piedra y colocado en hornos para su fundición. Los hornos eran pequeños agujeros hechos en el suelo, que vistos desde arriba tienen forma de pera. Miden aproximadamente 30 × 25 cm. y alcanzan profundidades de 20 a 25 cm. Interiormente llevan un recubrimiento resistente al calor.

En orfebrería, es decir, en el arte de hacer joyas, fueron verdaderos maestros. Las joyas mochicas son espléndidas, pero para el ojo de un experto, las de Lambayeque son más perfectas en cuanto al acabado. Y eso porque las técnicas anteriores fueron dominadas ampliamente, además de crearse otras nuevas para obtener brillos excepcionales e inventarse utensilios para moldear formas caprichosas. Con el añadido decorativo de piedras preciosas (esmeraldas, turquesas), hicieron vasijas, máscaras, tumis (cuchillos ceremoniales), vasos y collares, muchos con la imagen de Naylamp (que provenía del mar).

A diferencia de la mochica, la cerámica de lambayeque se caracteriza por utilizar colores sobrios u oscuros, como el negro y gris, con un acabado similar al metal; aunque también hay colores “apastelados”, como crema y naranja. Se encuentra con frecuencia la imagen de Naylamp, que también vemos en la orfebrería, así como un pequeño adorno: la escultura de un “simio agazapado”. Los trabajos se caracterizan por tener base en forma de pedestal (es decir, una base alta y circular), un cuerpo globular, picos largos y cónicos y asa en forma de puente. La forma más conocida es el llamado Huaco Rey, de forma globular con pedestal y con un sólo pico largo.

En la zona de Lambayeque se encontraron varios monumentos arqueológicos en los que se aprecia pinturas murales. Las podemos ver en El Purgatorio, situado en el sector noreste de Túcume; en Huaca Pintada de Illimo; en Huaca el Loro, en Huaca Corte, en área de Batán Grande; en Chornancap, en la parte baja del valle de Lambayeque y en La Mayanga. Lamentablemente por factores climáticos estas pinturas murales se están deteriorando día a día. El complejo de Chornancap cerca de la ciudad de Lambayeque es uno de los más singulares. En las paredes se encuentran pinturas murales que reflejan temas relacionados con la agricultura y las cabezas trofeo, dos temas estrechamente ligados al culto de la fertilidad.

El arqueólogo japonés Izumi Shimada, que estudió esta cultura durante varios años, ha logrado periodificar la historia de Lambayeque (o “Sicán” como prefiere denominarla) en tres etapas:

Sicán temprano (que va desde el año 700 al 900): Es una etapa poco conocida, porque los objetos arqueológicos (cerámica, textiles, arquitectura) son escasos. Está asociada a la fase final de la cultura Mochica y a la gran influencia de Huari. Estas evidencias indican que Lambayeque estaba todavía en plena formación y muy susceptible a las influencias externas. Fue una de las culturas más textileras.

Sicán medio (que va desde el año 900 al 1100): En esta etapa Lambayeque se unificó y fue adquiriendo una identidad cultural propia. Se estableció una capital en el complejo Batán Grande, liderada por reyes-sacerdotes (teocracia) que difundieron el culto al dios Sicán (Luna). La leyenda de Naylamp explicaría esta etapa. Es un período de apogeo, de donde provienen los suntuosos enterramientos de gente rica que hoy develan los arqueólogos, cuando se desarrolla el comercio y construye el sistema de irrigación que conectó los valles lambayecanos.

Sicán tardío (que va desde el año 1100 al 1375): Es la etapa de decadencia y final. Batán Grande sufriría un incendio seguido de un periodo de sequías; los pobladores, hartos de tributar a los reyes-sacerdotes, se trasladarían a la ciudad de Túcume, renegando del culto al dios Sicán. Finalmente serían conquistados por el rey chimú, el Chimú Cápac, quien los convirtió en provincia de su reino (1375). La parte final de la leyenda de Naylamp trataría de explicar esta última etapa.

Sus representaciones cerámicas, siempre simbolizaban las costumbres y sus creencias religiosas (dios Sicán de ojos alados)

Los Lambayeque construyeron grandes complejos monumentales en donde residían los reyes-sacerdotes, se dirigía el culto religioso y se administraba la economía. Por el tamaño y la inexistencia de barrios populares, algunos estudiosos prefieren considerarlos centros ceremoniales y no ciudades (el pueblo vivía en su inmediaciones y sólo ingresaba para pagar tributos u ofrendar a los dioses). Eran complejos llenos de pirámides, hechas de ladrillos de adobe, todas truncas (sin vértice ni punta, igual que las mochicas). Debido a las lluvias torrenciales, que caen de tiempo en tiempo, y a la acción de los inescrupulosos huaqueros (ladrones de tumbas antiguas), muestran poco de su antigua imponencia arquitectónica (están muy deterioradas). Los principales son los siguientes:

Batán Grande: Se le considera la capital de Lambayeque durante la etapa de Sicán Medio. Está integrado por 17 pirámides, superiores a los 30 m. de altura, entre las cuales destaca: “Huaca Loro”, “Huaca las ventanas”, “Huaca La Merced”, etc. No sólo sirvió de lugar de culto religioso, adonde afluyeron miles de peregrinos por su prestigio como centro ceremonial, sino también de importante centro administrativo, que permitió a los reyes-sacerdotes afianzar su poder.

Túcume: Capital de Lambayeque durante la etapa Sicán Tardío, al igual que en el caso anterior, cumplió una importante función administrativa, aparte de la religiosa. Se encuentra a 10 Km. al sudoeste de Batán Grande, en un lugar estratégico, por estar ubicado en la confluencia de dos ríos, Lambayeque y La Leche, decisivos para la economía agrícola del reino.

Apurlec: Este complejo es considerado uno de los más grandes del antiguo Perú y el que más puede aproximarse a la categoría de ciudad. Es notable por sus pirámides, depósitos y extensas calles, así como por sus canales y campos de cultivo en áreas anexas, lo cual indica que fue un importante centro de producción y distribución agrícola (más que ceremonial, como lo fueron los dos anteriores).

Izumi Shimada en 1985 caracterizó cronológicamente a esta cerámica en 3 períodos:

Sicán antiguo (750 – 900): Caracterizado por la fuerte influencia de estilos foráneos como Cajamarca Medio y Wari/Pachacamac. Constituye una fase de transición entre el fin del Moche o el surgimiento de Sicán.

Sicán medio (900 – 1100): Época que decae Wari, la cerámica de este período con el símbolo del señor Sicán, se ha encontrado desde Ancón y Pachacamac hasta la Isla de la Plata cerca a Guayaquil.

Sicán tardío (1100 – 1375): En el que la cerámica presenta un bruñido perfecto, negro oscuro y negro manchado. Expresiones de ambos estilos se debían a que la mayoría de la cerámica de Lambayeque es negra como la Chimú (la zona fue conquistada y anexada a la cultura Chimú).

En la zona de Lambayeque se encontraron varios monumentos arqueológicos en los que se aprecia pinturas murales. Las podemos ver en El Purgatorio, situado en el sector noreste de Túcume; en Huaca Pintada de Illimo; en Huaca el Loro, en Huaca Corte, en área de Batán Grande; en Chornancap, en la parte baja del valle de Lambayeque y en La Mayanga. Lamentablemente por factores climáticos estas pinturas murales se están deteriorando día a día. El complejo de Chornancap cerca de la ciudad de Lambayeque es uno de los más singulares. En las paredes se encuentran pinturas murales que reflejan temas relacionados con la agricultura y las cabezas trofeo, dos temas estrechamente ligados al culto de la fertilidad.

Cultura Lima

En los valles bajos y medios de los ríos Chancay, Chillón, Rímac y Lurín, se desenvolvió la sociedad Lima, entre los años 150 y 650 años d.C. Esta sociedad construyó extensos centros urbanos con monumentales edificios piramidales, como fue el caso de la ciudad de Maranga, en donde se con-centró numerosa población, dedicada a diversas actividades económicas y ceremoniales.

La cultura Lima atravesó por muchos cambios. Un indicador de este proceso se puede apreciar en la cerámica. Thomas Carl Patterson (en 1964) planteó 9 fases de desarrollo. Esta secuencia, aunque ha sido observada en varias oportunidades, aún sigue siendo utilizada, por lo menos para identificar un Lima Temprano (150-300 años d.C.) un Lima Medio (300-500 años d.C.) y un Lima Tardío, conocido también como Maranga (500-650 años d.C.).

La arquitectura Lima se distinguían por la existencia de grandes edificaciones piramidales hechas con pequeños adobes denominados “adobitos” aunque, también se utilizó el tapial. Del período Lima Medio destacan sitios como Cerro Culebras en el Chillón que presentaba pinturas murales con representación de seres fantásticos con rasgos felinos y antropomorfos, y Maranga en el Rímac; del Lima Tardío los asentamientos del valle medio del Rímac, como Cajamarquilla, y Catalina Huanca, además de Maranga y Pucllana en el Rímac.

La arquitectura monumental Lima tiene como rasgo fundamental el uso de adobes modelados a mano y secados al sol, presente en las terrazas, rampas o paredes de las estructuras. Los complejos monumentales son típicos de la cultura Lima, estructurados en torno a plazas y a una zona habitacional adyacente, de la cual no quedan vestigios en la actualidad. Los complejos arquitectónicos de esta cultura son Cerro Trinidad, Cerro Culebra, Puente Piedra, Media Luna, La Uva y Playa Grande.

Cerro Culebra, uno de los centros más conocidos del Chillón, está ubicado en la margen norte del río Chillón, a 3 Km. del mar. Cuenta con un edificio de forma trapezoidal y una zona doméstica en sus alrededores construidas con quincha (cañas y barro) y cantos rodados. Este sitio destaca por sus pinturas murales de peces entrelazados. Las últimas investigaciones han encontrado tres superposiciones en el edificio, el cual se trataría de un palacio.

Media Luna se encuentra a 1 Km. al noroeste de Cerro Culebra, y quizá es anterior a éste. Cuenta con tres plataformas en la base del cerro, rellenas de piedras y tierra suelta, con muros frontales con piedras irregulares pequeñas.

Alrededor del año 500 d.C. la zona de Miraflores era dominada por un imponente Centro Ceremonial Administrativo que hoy conocemos como Huaca Pucllana. Este sitio abarcaba una extensión mayor a las 15 hectáreas, llegando posiblemente, muy cerca de la Bajada Balta, en donde en 1925 Alfred Kroeber, antropólogo norteamericano, encontrara un cementerio de la época, que se relacionaría con los constructores del asentamiento. La Huaca Pucllana fue uno de los Centros Ceremoniales Administrativos más importantes de la Cultura Lima, la misma que se desarrolló entre los años 200 y 700 d. C. en el escenario geográfico comprendido por los valles de Chancay, Chillón, Rimac, y Lurín, con ocupación e influencia en las partes medias y altas de estos respectivamente. Son testimonio de esta cultura los sitios arqueológicos de Cerro Trinidad en Chancay, Playa Grande, Cerro Culebra, La Uva, Copacabana en el Chillón, Maranga, Vista Alegre, Huaca Trujillo, parte de Cajamarquilla en el Rimac, y Pachacamac en Lurín. Desde estos centros administrativos, se organizaba a la sociedad administrando la producción y el intercambio de productos, así como la realización de ceremonias religiosas. Estas actividades eran presididas por los sacerdotes, quienes ejercían autoridad cívico-religiosa.

La alfarería Lima cumplió funciones tanto domésticas como rituales. La doméstica fue simple, de una pasta marrón oscura muy porosa y sin mayor acabado de superficie. Destacan las ollas, cántaros y cuencos, cubiertos con abundante hollín y los platos o grandes tazones destinados al servicio de alimentos.

Vasijas más finas hechas con una pasta naranja bien cocida, como grandes cántaros, fueron usados para almacenar agua, chicha u otros productos Estos se encontraban pintados de colores negro, rojo y blanco. También se encuentran vasijas de pasta plomiza monocromas.

Uno de los diseños más comunes en la iconografía Lima es el denominado entrelazado o interlocking, consistente en serpientes entrelazadas fuertemente geometrizadas. Escobedo y Goldhausen, (1998), han identificado recientemente los siguientes diseños:

El Pulpo: consiste en una figura en la figura de una cabeza o cara, en todos los casos de color blanco, sin cuerpo. Tiene forma entre hexagonal y trapezoidal, ojos redondos y seis apéndices en la cabeza, que en algunos casos figuran serpientes. Se trataría de un ser fantástico.

La Cara Sonriente: Representada en cerámica, textilería y pintura mural, como en Cerro Culebras. Es un rostro de forma hexagonal, compuesto por dos ojos, una nariz y una boca cuadrangular con dientes ostensibles. Como en el caso del pulpo, de la cara emergen apéndices serpentiformes.

El rombo: se trata de una figura geométrica en forma de rombo, engastado en serpientes.

En el Lima Tardío, dichos motivos iconográficos desaparecerán predominando en la decoración de las vasijas las figuras de espirales y triángulos concéntricos, ejecutados con líneas de colores. Asimismo se haría la simbolización de serpientes a través de los diseños en espirales.

Aunque no existe consenso entre los diversos investigadores para caracterizar el tipo de organización política de los Lima, se puede constatar que existió una fuerte diferenciación social, representada en la jerarquía de los asentamientos, desde las agrupaciones de viviendas de carácter rural (El Vallecito en Chosica), pasando por los edificios pequeños aislados (Túpac Amaru en San Luís), a los centros medianos compuestos por dos o tres edificios (Granados-Santa Felicia en La Molina, Pucllana en Miraflores) hasta los extensos asentamientos urbanos con varias pirámides, plazas, campos agrícolas, grupos de viviendas, etc. (Maranga y Cajamarquilla). Es muy probable que la sociedad Lima haya alcanzado un alto nivel de desarrollo y que tuviera un gobierno estatal centralizado. Un gran establecimiento como Maranga, el sitio más extenso y complejo de la sociedad Lima, habría ejercido el control sobre los curacazgos menores en el valle. Y dentro de dicho complejo, la Huaca San Marcos fue el edificio más voluminosos y complejo.

Los entierros de la cultura Lima son a la vez singulares y suntuosos. Los primeros por la curiosa posición del sujeto dentro de la tumba. Éstos eran envueltos en telas, amarrados en camillas hechas con troncos o cañas. Finalmente, el sujeto era enterrado boca abajo (para la etapa interlocking) con la camilla sobre la espalda, como ocurrió en Maranga, Playa Grande y otros sitios; o arriba (para la época Maranga). Los segundos entierros fueron encontrados en Playa Grande en 1952. Los cuerpos tenían collares de piedras semipreciosas, loros de colorido plumaje y cerámica fina. Luego, en 1993m en Cerro Culebra fueron encontrados contextos funerarios con mazorcas de maíz morado, collares de spondylus y atados de caña. Curiosamente, se han encontrado sólo tres casos de entierros en Cerro Culebra, en los que figuras de formas humanas estaban asociadas al difunto, en este caso niños. Estas figuras no tienen mayores detalles, ni muchos rasgos faciales o corporales. Su reducida cantidad hace pensar que reflejaron una característica familiar o étnica de los difuntos.

Cultura Chibcha o Muisca

El territorio de los muiscas abarcaba las cuencas y valles del río Bogotá hasta Ten; del río Negro hasta Quetame, el Guavio hasta Gachalá, de Garagoa hasta Somondoco, de Chicamocha hasta Soatá y del río Suárez hasta Vélez. No existe un acuerdo sobre cifras de población, pero los conquistadores son enfáticos en destacar la multitud de los indígenas.

Vista desde lo alto del cerro de Suba, la sabana de Bogotá presentaba una amplia zona pantanosa rodeada por una llanura cubierta de pastos y vegetación baja. En ella se destacaban numerosas aldeas: Suba, Tuna, Tibabuyes, Usaquén, Teusaquillo, Cota, Engativá, Funza, Fontibón, Techo, Bosa, Soacha y palacios compuestos por bohíos rodeados por dos o tres empalizadas concéntricas, semejantes a los alcázares árabes del sur de España.

El “Valle de los Alcázares” que con las sierras nevadas de la Cordillera Central en el horizonte, dio pie para el nombre de Nuevo Reino de Granada, era en efecto el núcleo del cacicazgo de Bogotá. Las Sierras Nevadas de granada continúan en España la cadena sagrada para los grupos Chibchas

Con su sede de gobierno en Funza, este era el cacicazgo regional más extenso y poblado, no sólo del territorio Muisca sino de todo el norte de Sudamérica en aquel siglo. Sus gobernantes, los Zipas, lo habían conformado recientemente anexando los cacicazgos intermedios de Guatavita, Ubaque, Ubaté, Zipaquirá y Fusagasugá (Londoño, 1988).

Sin embargo, y por esa misma razón, Bogotá era a la vez el más inestable de los cuatro cacicazgos regionales en que se dividía en ese entonces el territorio de los muiscas. Así, aunque el cacique de Bogotá opuso resistencia a la conquista, muchos de sus sujetos prefirieron sacudirse su dominio aliándose a los europeos, como sucedió cuando Quesada salió por el valle del Teusacá hacia el norte La base esencial de la economía muisca fue la agricultura; cultivaron principalmente el maíz de diferentes variedades, que se convirtió en la base de la alimentación. Además, sembraron algodón, yuca, batata, calabaza, hibia, arracacha, piña, aguacate, coca, tabaco, etc.

Las técnicas agrícolas eran rudimentarias; emplearon el azadón, la coa de macana y el sistema de roza. Además, hay evidencias del uso de canales de riego y terrazas en las laderas en Chocontá, Facatativa, Tocancipa y Tunja.

Los muiscas obtenían y consumían carnes de curi, conejo, venado, peces y aves. La carne de venado era consumida únicamente por la aristocracia. La caza y la pesca eran actividades poco practicadas por los muiscas y no domesticaron animales.

La abundancia de diferentes productos en determinados lugares, llevó a la necesidad de establecer las ferias o mercados, con el fin de facilitar el intercambio. Había frecuentes mercados públicos en lugares importantes como Bacatá, Zipaquirá, Tunja y Turmequé; estos se efectuaban cada cuatro días. Este intercambio permite afirmar que entre los muiscas, el desarrollo tecnológico logrado y la efectividad del trabajo, produjeron un excedente, que era destinado en parte al almacenamiento para el pago de tributos o como reserva para épocas de crisis; la otra parte era utilizada para el trueque con otros grupos indígenas. Utilizaron discos de oro, especie de moneda de diferentes tamaños, peso y forma, lo que permite afirmar que no lo utilizaban como tal, sino como forma de conservación del oro.

La textilería fue de gran significado en los altiplanos fríos de Cundinamarca y Boyacá. El Cronista Fray Pedro Simón, refiere que los muiscas usaban mantas coloradas en señal de luto. Los indios de Lenguazaque las usaban de diversos colores y los cortesanos de Tunja muy ricas y decoradas; los sugamoxis envolvían los cadáveres de sus antepasados en mantas de algodón. En estas mantas pintaron una gran variedad de motivos geométricos, al parecer de carácter simbólico.

Gracias a las exploraciones realizadas por Eliécer Silva Celis, se sabe que las coberturas de las momias eran telas de algodón, mallas de fique y pieles de animales. La industria del tejido tenía para los indios una importancia extraordinaria; todos los acontecimientos de la vida los festejaban con regalos de mantas. Para decorarles usaban como colorantes numerosas plantas. También utilizaron los colorantes de origen mineral o especie de barro a base de tierras de colores.

La posesión de la sal, permitió a este grupo indígena obtener una ventaja natural sobre las tribus circunvecinas; la extraían de las salinas de Zipaquirá, Nemocón, Sesquilé y Tausa. Tales minas constituían el tesoro del soberano muisca y su principal recurso fiscal. El reconocimiento del prestigio que las minas de sal representaban a la soberanía de los Chibchas, se descubre por el comercio con las demás tribus. Según los cronistas, en Barrancabermeja los españoles encontraron algunos panes de sal, por lo que comprendieron el sendero que debían seguir para encontrar el pueblo civilizado. La compactación de la sal requería hasta cierto punto complicado, cuyos detalles han cambiado poco durante los últimos cuatro (4) siglos.

Los muiscas explotaron los yacimientos de esmeraldas existentes en Somondoco. Para extraerlas, removían la tierra con barras de madera resistentes y hacían correr agua con el fin de descubrir y recoger las piedras preciosas. La extracción se realizaba en época de lluvias. Con las esmeraldas hacían intercambio comercial por lo que fueron conocidas y apreciadas por tribus lejanas.

Utilizaron también el carbón de piedra, el cual era extraído de la región de Sogamoso; el cobre lo extraían de la zona de Gachalá y Moniquirá; en menor escala, el oro; la mayor parte de este era obtenido mediante el trueque con otras tribus.

La alfarería se desarrolla en lugares cercanos a las fuentes saladas para hacer las gachas o moyos en que se compactaban los panes de sal. Los grandes talleres de cerámica artística, estuvieron en los pueblos circunvecinos a Tocancipá, Gachancipá, Cogua, Guatavita, Guasca y Ráquira, cuyas arcillas especiales ofrecían materia prima excelente para estas labores. Los Alfareros chibchas, con los artificios de su tosca industria llenaban otras necesidades, tales como: husos y torteros de hilandería, rodillos labrados para impresión de relieves, bruñidores, crisoles y matrices de fundición, ocarinas y otros instrumentos musicales, así como multitud de pequeños implementos cuya aplicación no se ha podido establecer.

Los Muiscas fueron magníficos orfebres; fabricaban figurillas y objetos de adorno, como diademas, collares, narigueras, tiaras, pulseras, pectorales, máscaras y los famosos tunjos decorados con hilos de oro y, en general, figuras antropomorfas y zoomorfas planas. Los chibchas o muiscas obtenían el oro por transacción con las tribus vecinas. Trocaban esmeraldas, mantas y algodón por oro. Aleaban el oro argentífero nativo en proporción variable con el cobre puro y obtenían así aleaciones de color bronceado, conocidas en Colombia con el nombre de tumbaga.

En el territorio Chibcha especialmente en Facatativá, Bojacá, Fusagasugá y en algunos sitios de la región ocupadas por los Guanes se encuentran piedras, generalmente grandes rocas, con dibujos indígenas con tintas indelebles. Suelen hallarse las mismas formas o figuras talladas en rocas. En Facatativá las piedras de Tunja con sus corpulentas masas geológicas, aparecen tatuadas con estas pinturas a tinta roja encendida, como testimonios callados, como garabatos prehistóricos que muestran la huella que dejo un pueblo en su peregrinación de siglos.

Es una de las manifestaciones arqueológicas más importantes de esta área, aunque algunos arqueólogos opinan que proceden de una época anterior a la llegada de los pueblos de lengua Chibcha a esa zona. La arquitectura Chibcha fue muy simple, no utilizaban piedra sino madera y paja.

La arquitectura precolombina que alcanzó entre los aztecas, los mayas y los peruanos sus más brillantes y admiradas expresiones artísticas, no tuvo entre los chibchas siquiera un desarrollo comprable con el de aquellas culturas. La diferencia esencial consiste en el empleo de la piedra para las construcciones. Los chibchas tenían la piedra profusamente desparramada en su medio geográfico pero fueron incapaces de utilizarla para la escultura y para las construcciones. Los chibchas hacían sus casas utilizando como principal material la caña y el barro para hacer las tapias llamadas bahareque. Las casas comunes eran de dos formas: unas cónicas y otras rectangulares. Las primeras consistían en una pared en círculo echo de palos enterrados como pilares más fuertes sobre los cuales se sostenía de lado y lado un doble entre tejido de cañas cuyo intersticio era tupido de barro. El techo era cónico y cubierto de pajas aseguradas sobre varas la profusión de tales construcciones en forma cónica en la sabana de Bogotá, dio origen a que Gonzalo Jiménez de Quezada le diera a esta altiplanicie l nombre de Valles de los Alcázares.

Las construcciones rectangulares consistían en paredes paralelas también de bahareque, como las anteriores, con techo en dos alas en forma rectangular.

Tanto las construcciones cónicas como las rectangulares tenían puertas y ventanas pequeñas. En el interior el moblaje era sencillo y consistía principalmente en camas hechas también de cañas, llamadas barbacoas, sobre las cuales se tendía gran profusión de mantas; los asientos eran escasos pues los indígenas solían descansar en cuclillas en el suelo. Además de las casas comunes existían otras dos clases de construcciones: una para los señores principales, probablemente jefe de tribu y de clan, y otras para los jefes de las confederaciones chibchas, como los Zaque y los Zipas.

Eran politeístas. Sus divinidades representaban diversas fuerzas de la naturaleza. Sus principales dioses fueron Chiminichagua, principio creador o fuerza suprema, Xué, el sol, Chía, la luna, Bachue, la madre de la humanidad y diosa de las legumbres, Cuchaviva el arco iris, Chibchacun, dios general, Chaquen, dios de los corredores y Bochica, héroe civilizador. Las lagunas eran consideradas lugares sagrados; allí celebraban ceremonias religiosas de gran esplendor, durante las cuales arrojaban al agua, tunjos elaborados en tumbaga.

Los sacrificios humanos eran ceremonias populares de gran importancia en los pueblos chibchas. Fuera de esta ceremonia en que el homenaje al dios entrañaba el sacrificio de un ser humano, existían otras de gran renombre como la famosa de El Dorado, de carácter mágico-religioso. Esta ceremonia tenía ocurrencia con motivo de la posesión en el mando del cacique de Guatavita y era por lo tanto de celebración poco frecuente. En cambio las grandes procesiones rituales se sucedían a menudo. Tenían lugar en ciertas épocas del año y adquirían una grandiosa fastuosidad.

Cultura Motilones

Según los historiadores y cronistas, parece que el territorio de los motilones ha venido disminuyendo paulatinamente en extensión, por lo menos a partir de la conquista. Desde los comienzos de la conquista española hasta finales del siglo XVII los motilones vivieron en una superficie de terreno considerable, que estaba limitado en el norte por los ríos Santa Ana y Santa Rosa de Aguas Negras, en toda su extensión, es decir, desde sus cabeceras en la Sierra de Perijá hasta el Lago de Maracaibo. Por el sur llegaban hasta más abajo del Catatumbo y ejercían igualmente su dominio en las márgenes de los ríos Intermedio, Borra, Tarra, Sardinata, Zulia y Escalante. Por el este llegaban hasta la Sierra del Perijá. Actualmente los Motilones viven en la Serranía de los Motilones, en el Cesar y Santander del Norte. La mayoría de la población Motilona está en asentamientos, y un reducido grupo es nómada que vive de la recolección.

Las culturas indígenas colombianas, y en especial las del norte, se manifestaron como un complejo mosaico, provocado por el encuentro de antiguas migraciones que provenían del norte y el sur del continente y por los contactos e intercambios prolongados que entre ellas se dieron frecuentemente.

Lo más identificable parece ser la presencia de dos troncos genéricos: los Arawak y los Caribes, que con múltiples derivaciones ocupaban lo que los antropólogos han denominado Área Circuncaribe en la cual quedan incluidos todos los territorios costaneros de Colombia y Venezuela sobre el Océano Atlántico.

En cuanto a los motilones, la principal confusión se ha presentado con los Yucos, quienes relativamente vecinos entre sí, poseen hábitat completamente aparte y rasgos de comportamiento cultural diferentes. Uno de los principales factores que seguramente ha contribuido al desconocimiento de los Motilones es la impenetrabilidad de estos, ocasionada por el constante conflicto que nunca culminó con el dominio de los blancos.

Un análisis rápido de la cronología de los Motilones, permite identificar tres etapas principales así:

1) Que es más larga, ocupa casi tres siglos desde la conquista hasta el año de 1772, caracterizada por una lucha abierta y continua en la cual los Motilones se enfrentaron a los españoles y tuvieron escaramuzas con algunas tribus vecinas. Puede decirse que esta fue una recia lucha a intervalos continuados entre arcabuces y flechas, y un conflicto permanente entre el espíritu conquistador de la Fe Católica y el espíritu indígena defensivo de sus tierras y de su autonomía. Algunas enfermedades epidémicas hicieron crisis durante este periodo, y en no pocas ocasiones la ofensiva motilona se hizo presente.

2) Que puede denominarse como la “Primera era pacífica”, con una duración de medio siglo. En efecto, durante este tiempo triunfan las expediciones pacíficas y se llega a una franca colaboración entre blancos e indígenas. El final de esta época está marcada por la culminación del proceso de Independencia nacional, y hacia 1820, los Motilones abandonados de los capuchinos, ven y sienten nuevamente el empuje de los colonos.

3) Que ocupa siglo y medio hasta llegar al tiempo presente. Se caracteriza por el conflicto casi permanente con los colonos invasores de las tierras motilonas.

Los Motilones son descendientes de la familia Caribe, su instinto guerrero y dominador subyugó a otras familias aborígenes, que durante largos años permanecieron esclavizados a los Sanguinarios Motilones. Son guerreros por costumbre, cada uno tiene que sobrevivir; para el Motilón todo es válido, lo importante es vivir, si una persona es un estorbo, lo eliminan aunque sea de la familia. Esto lo hacen con los propios; con mayor razón con otra persona de otra tribu. Sus encuentros guerreros por cualquier motivo, dejan como saldo varios muertos.

El cacicazgo dentro de la sociedad motilona es una institución rudimentaria con una influencia superficial como elemento de organización social. Se podía decir que el cacique es más nominal que formal, y que se presenta como un factor integrador solamente bajo unos cuantos aspectos en que la vida comunitaria se impone como necesidad. El cacique tiene más la función de dirigir y de opinar que de imponer su autoridad o la de establecer Sanciones, o la de servir de juez.

Generalmente en cada bohío hay dos caciques jerarquizados por antigüedad: el más viejo tiene roles directivos, de orientación y de planeación, mientras el más joven desempeña roles ejecutivos.

El vestido entre los motilones se reduce al uso del guayuco o franja de tela de más o menos 18 x 12 centímetros para los hombres y al uso de la falda para las mujeres, pedazo de tela más o menos de 40 centímetros de ancho que es envuelta en la cintura y sostenida mediante apretamiento y enrollamiento del borde superior. Este uso de vestido es propio de los adultos, por cuanto los pequeños de ambos sexos viven siempre desnudos. En cuanto a los adornos, existen muy ocasionalmente algunas formas de pintura vegetal que se aplica sobre el rostro, los brazos y las piernas. Fabrican collares con huesillos de aves ensartadas en una cuerda y que colocan a niño desde recién nacido.

Más allá de la familia aparece una forma de integración con características de visibilidad ecológica que corresponde al Bohío. Objetivamente el bohío es una habitación multifamiliar, que puede ser reducida a una pocas familias o puede alcanzar un centenar de personas.

La vivienda es de forma de ovoide y construida con materiales de la región como son la madera, las hojas de palma y bejuco para amarrar. En el centro del bohío se encuentran los fogones, y a los lados están las hamacas para dormir. Una vez construido el bohío y antes de habitarlo se produce la ceremonia del exorcismo con el fin de alejar de él los malos espíritus y también para hacer una limpieza de otros seres maléficos para el Motilón.

El bohío tradicional presenta una forma alargada, una especie de ovalo cuyo eje mayor tiene una longitud de 28 metros y cuyo eje menor mide 18 metros.

El diseño del bohío tiene unas características bien definidas. En primer lugar tiene una orientación geográfica de tal manera que los extremos más separados, estén el uno dirigido hacia el oriente y el otro hacia el occidente. En cada uno de estos dos sitios hay una puerta que está destinada a cada uno de los caciques. El bohío queda situado en el centro de un gran círculo de cien metros de diámetro en cuya superficie se hacen siembras de yuca, de piña y plátano.

El tejido es una labor altamente generalizada dentro de los motilones, y para ella utilizan diversas fibras y diversos aparatos rudimentarios. Entre los objetos que se obtienen por el tejido están en primer término los cestos o canastos que se utilizan para la recolección y el transporte de productos silvestres y cultivados. Hay canastos grandes y pequeños y su uso es propio de las mujeres.

De algodón fabrican, utilizando un telar rústico, principalmente los guayucos y las faldas. La pita es un elemento exterior a la cultura motilona y es utilizada casi con exclusividad para tejer los chinchorros o hamacas.

En cuanto a la cerámica, el elemento más importante es la denominada “olla motilona”, usada para mantener el agua en los bohíos. Esta olla es de barro cocido y tiene una forma cónica invertida, además tiene un par de orejas que sirven para transportarla y manejarla.

Entre los utensilios de uso continuo, se debe mencionar el fogón u hornilla cuya función es triple, pues sirve para cocinar, para dar calor y para iluminar.

Las herramientas propiamente dichas están representadas en el arpón utilizado para la pesca y que consiste en dos partes unidas por una cuerda intermedia. La parte propiamente ofensiva está tallada en macana y a veces en metal.

En cuanto a las armas, algunos autores describen la existencia de la maza y de la paletilla. La maza llegaría a ser un instrumento redondeado y romo tallado en macana, con un aplanamiento en su parte anterior. Las paletillas están compuestas de dos partes, una de macana que es una especie de madera negra muy resistente extraída de la palma del mismo nombre y con una longitud de 65 centímetros. El extremo inferior de esta pieza es circular y adelgazado para que pueda ser fácilmente introducido en la caña que es la segunda parte del arma.

Otra característica igualmente singular, es que los motilones no poseen armas defensivas como el escudo. Los elementos naturales como los árboles desempeñan esta misión de defensa del cuerpo en la lucha como también la del ocultamiento del motilón cuando se halla emboscando al enemigo.

El arco es el instrumento que le permite al motilón atacar a larga distancia a los animales como a los blancos. Se encuentran dos tipos de arcos: uno pequeño cuya longitud no pasa de un metro y de unos dos a tres centímetros de espesor. El arco pequeño es utilizado especialmente para el lanzamiento de arpones y de flechas de pesca y también en la cacería de animales pequeños. El arco grande se emplea especialmente para la cacería de piezas mayores y es de suponer que sea éste el arco utilizado como arma de guerra.

Grupo Pastos

En el actual Departamento de Nariño, en Colombia, se han descubierto numerosos vestigios correspondientes a un complejo arqueológico que se conoce indistintamente con los nombres de Nariño o Quillacinga y sobre cuyos autores se carece aún de datos concretos.

A la llegada de los hispanos a la parte Andina del actual departamento de Nariño, encontraron varios grupos indígenas con grados diferentes de desarrollo cultural, pero fue a los Pastos y Quillacingas, moradores además de la vertiente oriental amazónica, a quienes dedicaron mayor atención y descripción.

Una de las manifestaciones interesantes de la zona lo constituyen los bajorrelieves tallados sobre una especie de columnas cilíndricas que terminan en punta para ser enterradas a manera de pequeños postes o columnas. Las representaciones grabadas son figuras antropomorfas masculinas y femeninas, y su tamaño fluctúa entre diez centímetros y un metro de altura. La disposición de la figura es particular y repetida, puesto que la cabeza es algo redondeada, y los brazos, que empiezan en la parte posterior, terminan al frente, más abajo de la cintura, en ángulo recto; la pierna y los pies tienen igual disposición de escuadra. De los hallazgos más importantes de esta estatuaria fue de unas sesenta pequeñas estatuas, de las cuales solo dos tenían representaciones zoomorfas de monos sobre los hombres, similares a las de San Agustín.

Se han encontrado en profundas tumbas de pozo con cámara lateral, a campo abierto y dentro de cuevas. Sin duda, su función debió ser religiosa, a manera de pequeñas deidades tutelares que, además, podían ser fácilmente transportadas en sus desplazamientos. Estatuas con estas características se han encontrado en Berruecos, Chimayoy, Buesequillo, la Cruz y Tajumbina, en el Departamento de Nariño, en el Cauca, en sitios cercanos a Popayán y en Tambo, en donde aparecieron formando un círculo.

La alfarería de Nariño comprende tres estilos bien definidos:

1) Estilo Capulí: Predominante en el área cultural del Carchi que llega hasta orillas del río Guaitara en Nariño, según el Dr. Alice Francisco, por lo cual se aplica el mismo sistema descriptivo. Deriva este nombre de un lugar de San Gabriel, perteneciente al período de cerámico del oro del ángel o negativo del Carchi. Sus muestras indican la presencia contenidos arenoso de río, de tipo negativo negro y rojo y color naranja; que permiten concluir que las riberas eran asentamientos humanos. Incluye elementos de arcilla cruda decorados en pintura blanca muy débil que tiende a desaparecer al tacto. (Por ello se debe evitar en estos cuerpos la manipulación desmesurada para conservar su color original) las formas características son:

Copas: de base tronco-cónica con tendencia a bases más estrechas y altas son utilizados como bebederos de chicha, otras copas son de copa ancha y base pequeña.

Cuencos: de base anular.

Copa cuadrada: con esquinas dentadas

Olla globular: con asas o sin ellas, aparece con impresiones de huellas en el cuerpo.

Olla de base cuadrada: con protuberancias en los hombros. En el final del estilo capulí, se da la fase de Tumba tardía que incluye siete formas y técnicas decorativas, Ollas en forma de Calabaza, olla globular y olla lenticular.

Modelos antropomorfos: son jarras decoradas con figuras de seres humanos y de animales entre aves y reptiles y batracios, se encuentran silbatos decorados con figuras de monos, en alto relieve, o representan escenas propias de la cacería. Se destacan los muy conocidas las estatuillas o efigies de gritones.

Ollas tripoidales: son jarrones y ollitas a las que se les diseñaron tres pies o podes sobre las cuales se puede sostener sin ningún desequilibrio pues su distribución equidistante y simétrica hacen de la olla su centro de gravedad y equilibrio.

2) Estilo Piartal: Se trata de cuencos de base angular, olla lenticular, vasija en forma de zapato, botijuela o ánfora, en cuya masa de arcilla caolítica de colores claros o blanco en las que se observan incrustaciones de cuarzo, utilizados en su decoración de pintura positiva con pinturas zoomorfas y fitomorfas. Este estilo se caracteriza por los diseños geométricos, circulares, líneas paralelas repetidas, estrellas hasta de ocho picos.

3) Estilo Tuza: Corresponde a un período “tardío” común entre los indios pastos, se caracteriza por presentar figuras aparentadas o semejantes por ejemplo ánfora con dos asas, Cayanas o callanas con dos asas, caracoles de barro y ocarinas. Estilo de origen incaico, lo cual confirma que fueron invadidos no mucho tiempo antes de la llegada de los blancos.

El trabajo de los metales es otra de sus producciones de gran belleza y destreza técnica. Trabajaron con igual habilidad joyería en oro, plata, platino, cobre y tumbaga, aprovechando los colores de los metales en composiciones de gran sentido estético. Como técnicas, emplearon la fundición por la cera perdida, el laminado, el martillado, el repujado, el alambrado con hilos gruesos y delgados, y la soldadura. Conocieron las técnicas del dorado por oxidación y el plateado, con los cuales lograron varios matices de color en la misma pieza a partir de elaborados y pacientes pasos previos.

Como técnica decorativa, también usaron la combinación de tonos mates y brillantes en la misma pieza por raspado y bruñido, logrando así hermosos contrastes sobre objetos discoidales laminares, ideales para la aplicación de la vistosa técnica decorativa. Sobre la base de discos de oro realizaron, además, artísticos calados geométricos y de estilizados micos con gráciles colas, efectuando los recortes de las siluetas de perfil, con punzones y buriles.

Cultura Pucará

La localidad de la cultura Pucará o Pukara está situada a 61 Km. al norte de Juliaca, al borde de la carretera que conduce al Cuzco, a 3910 metros sobre el nivel del mar, en el sur del Perú, en el Departamento de Puno con una extensión aproximada de seis kilómetros cuadrados constituyó el primer asentamiento propiamente urbano del altiplano lacustre. Se desarrolló esta sociedad, a orillas del lago Titicaca entre los años 100 a de J.C. y 300 d de J.C.

Su esfera de influencia, llegó por la Sierra Norte hasta el valle del Cuzco y por el sur hasta Tiahuanaco. En la costa del Pacifico se han encontrado evidencias Pucara en los valles de Moquegua y Azapa, aunque hay evidencias de su presencia en la región de Iquique y hasta en la desembocadura del río Loa.

Pucara representa, en la cuenca norte del Titicaca, el dominio pleno del hombre sobre el medio ambiente, ya que no solo fueron controlados todos los recursos naturales disponibles, sino que además se crearon otros nuevos.

Se caracterizó por una jerarquía de sitios compuesta por núcleo principal, varios centros de menor tamaño y aldeas dispersas por la cuenca norte del Titicaca.

Pucará, el núcleo principal, estaba constituido por una serie de elementos constructivos característicos:

Una densa área donde se ubicaban pequeñas casas rústicas de planta circular elaboradas de piedras unidas con mortero de barro. La densidad de estas casas refleja una ocupación permanente y compacta.

Un conjunto de estructuras domésticas muy complejas organizadas a modo de recintos cerrados dispersos por la antigua terraza aluvial; que indican especialización y jerarquía dentro del sitio.

Tres conjuntos de estructuras masivas no domésticas.

Seis construcciones de forma piramidal escalonada truncada de carácter ceremonial las cuales reflejan una gran concentración de mano de obra y el acceso a suficientes excedente alimenticio como para mantenerla, además de los conocimientos técnico para su construcción y la organización social y política para su dirección.

Un último sector de túmulos funerarios.

Su zona de influencia se extendió 500 kilómetros al oeste del lago y a varios kilómetros por el lado este. Fue otra cultura de amortiguación o “puente” entre Chavín y Tiahuanaco. Esta cultura fue la primera en dominar los sistemas y técnicas de la agricultura y la ganadería de altura. Los “camellones”, que permitían la agricultura en terrenos inundables a orillas del lago Titicaca, aseguraban una agricultura de altura intensiva. Su alimentación fue a base de olluco, oca, mashua, papa y maíz, éste último en menor proporción, que producían en las regiones suni y puna. La base de su economía, fue la ganadería de auquénidos: vicuña, llama, alpaca y guanaco. Los reyes Pucará, conquistaron hacia el oeste hasta el océano Pacífico, para abastecerse de alimentos de otros pisos ecológicos; “del Océano Pacífico se abastecían de pescado”.

La domesticación de la alpaca para obtención de lanas seleccionadas, hipótesis en parte confirmada por la presencia de cantidad de animales adultos en las excavaciones. En todo caso, es evidente que el tejido cumplía un rol muy importante dentro de la economía urbana, y era utilizada en el intercambio a larga distancia.

Durante esa época se adquieren complejos conocimientos sobre la hidráulica y la construcción y es a partir de ella que los pobladores del altiplano comienzan a controlar directamente pisos ecológicos diversos estableciendo colonias permanentes en el valle interandino del Cuzco y de Moquegua en la vertiente occidental de los Andes, estrategia de desarrollo posteriormente consolidada y potenciada por los Tiahuanaco

El patrón de poblamiento de la cultura Pucará en el altiplano del Titicaca, muestra una organización jerarquizada en tres niveles. Podemos pensar que las aldeas dispersas cumplieron probablemente con la extracción de materia prima y producción de recursos básicos de subsistencia, los “centros secundarios” una función de captación y redistribución, y el gran centro urbano-ceremonial una función de procesamiento de materia prima y de producción y redistribución de bienes y servicios de recursos urbanos.

Esta cultura representa la primera respuesta sureña del formativo, que evidencia culturas más antiguas en la zona (proto Tiawanako) sumergidas en restos de antiguas inundaciones (barro solidificado).

La cerámica Pucará incluye formas como cuencos altos con bases anulares. Con frecuencia, la superficie es roja con diseños incisos y pintadas con colores negro y amarillo. Los temas de diseño son principalmente felinos, camélidos y personajes que llevan cetros en cada mano. Muchas vasijas son modeladas. También son conocidos instrumentos musicales, como trompetas. Su desarrollo en cerámica fue bastante avanzado y esto lo convierte en una fuente de inagotable conocimiento pero que desgraciadamente será perdido si no tomamos conciencia y lo guardamos, cual rey Midas guardaba su oro. La cerámica Pukará se diferencia de otras por la forma y técnicas que utilizaban, técnica que aún perdura y que tuve tiempo de comprobar; esta cerámica estaba y está hecha con arcilla tamizada que los pobladores consiguen de manera natural y la cual mezclan con piedra molida o arena para lograr la contextura y color deseados o un efecto llamado “vidriado”. Durante la época Pukará antigua los colores de la mezcla que luego se convertiría en una taza, plato o vasija variaban entre el rojo oscuro hasta el marrón, luego estas cerámicas serian pintadas con amarillo, negro, gris y rojo diferenciados por finos surcos incididos en la cerámica.

Pucará, edifica sus construcciones en piedra, superando en el corte lítico (forma, pulimento y unión de las rocas; vigas, cornisas y columnas), a los maestros de Chavín de Huántar.

Paralelo a Chavín de Huántar, fueron desarrollándose otras culturas, logrando tal desarrollo que superaron en algunas cosas a los chavines; definitivamente hacia el 500 a.C., Chavín de Huántar perdió su hegemonía.

La estructura más importante es Kalassaya, pirámide de 300 m de largo, por 150 m de ancho y 30 m de altura.

Pucara está localizado en el centro de zonas alternativas de producción. El altiplano del Titicaca es imprevisible debido a las alternancias climáticas diarias así como a las irregularidades de los regímenes pluviales anuales. Las zonas ubicada a orillas del lago y hacia el lado oriental del altiplano son más estables y productivas; mientras que las orientadas hacia el norte y occidente son más inestables y de menor rendimiento. La ubicación de Pucará en el centro de estos dos ejes permitía el acceso inmediato a cualquiera de las alternativas, subsanando cualquier deficiencia productiva y minimizando los riesgos,.

Coetáneos al sitio mayor de Pucará, y participes en la misma estructura política, se encuentran otras ocupaciones con características diferentes.

Por un lado, los denominados “centros secundarios”, que se caracterizan por tener una arquitectura compleja y refinada, aunque nunca de la misma magnitud que el sitio de Pucará, y que debieron tener una función administrativa. El tercer tipo de asentamiento son aquellos cuyos restos materiales reflejan poca concentración poblacional y ausencia de arquitectura monumental. Se trata de pequeñas aldeas ubicadas en lugares estratégicos en relación a fuentes de agua, de materia prima y recursos agrícolas y pastoriles.

Por esa época, los pobladores Pucará en cerámica y los de Paracas en textiles, exportaron productos de mejor calidad que los artesanos de Chavín. El haber conseguido esto, hizo a estos pueblos más seguros de sí mismos y fueron capaces de independizarse y “se desprendieron de la obediencia al Estado Chavín y de la administración ajena”.

Al ir diluyéndose la influencia Chavín en sus manifestaciones artísticas y técnicas, disminuyó notoriamente su sujeción ideológica por el terror. Aparecieron otras culturas regionales que se fueron expandiendo ampliando sus fronteras que incluso eran defendidas con guerras intestinas.

Es así como Chavín de Huántar, pierde su importancia y paulatinamente, van creciendo en importancia otras culturas de la costa y sierra del Perú, para desarrollarse independientemente, en los años sucesivos y formar culturas independientes

Los restos arqueológicos de la cultura Pucará que tienen atractivo turístico son:

Complejo Arqueológico de Pukara: ubicado en la capital del distrito del mismo nombre. Importante centro urbano prehistórico capital de la cultura Pucará, perteneciente al Formativo Tardío (500 a.C. – 500 d.C.). El montículo principal del sitio es Kalassaya una pirámide aterrazada de más de 30 m de altura.

Museo: que contiene una colección de esculturas líticas.

Sistema de andenes pre-incaico.

Cultura Quimbaya

Los antiguos habitantes de la región Quimbaya, en Colombia, desaparecieron hacia el siglo X y es muy poco lo que se sabe de ellos. Por la tecnología orfebre y la perfección de sus objetos se puede inferir que esta cultura tenía un desarrollo cultural avanzado, correspondiente a un cacicazgo.

Desde tiempos aún no determinados con exactitud, hasta aproximadamente el siglo décimo de la era en que vivimos, la cultura Quimbaya habitó el amplio valle medio del río Cauca, región que hoy ocupan los departamentos de Caldas, Quindío y Risaralda.

El establecimiento de los Quimbayas estaba localizado en el piso térmico templado, lo que les brindó la posibilidad de cultivar variados productos de la tierra, como base esencial de su alimentación, tales como maíz y yuca, complementados con pescado, miel de abejas y varias frutas, entre las cuales se mencionan chontaduros, caimitos, ciruelas, aguacates, guabas y guayabas. La espesura de los bosques de guadua y de otros árboles, constituyó un medio favorable para animales de cacería, como venados y conejos.

En las zonas de reciente desmonte del Quindío y de otras regiones de Caldas, hoy convertidas en pastizales y cafetales, pueden verse todavía vestigios de las antiguas sementeras de los indios, consistentes en hileras de surcos, que descienden paralelos y verticales por las faldas de las lomas que servían de asiento a sus estancias. Algunos de estos surcos fueron observados ya desde el siglo XVI, por debajo de los bosques existentes en aquella época.

Bien sabido es que los Quimbayas explotaban yacimientos auríferos en su territorio y trabajaban este metal con avanzadas técnicas metalúrgicas. Sus joyas, de gran acabado y hermosura, lucen hoy en museos arqueológicos de Colombia y el exterior. Las mayores y más ricas ofrendas funerarias halladas en el Quindío corresponden, según la descripción de los guaqueros, a personajes que debieron tener alguna jerarquía civil o religiosa dentro del grupo a que pertenecían. El dominio de la metalurgia alcanzada por los Quimbayas y otros pueblos del territorio, especialmente de la metalurgia del cobre y de oro, dominio que los ha hecho famosos en el mundo de la arqueología americana.

La industria textil tuvo dos centros principales de desarrollo durante la época prehispánica: uno en la zona oriental, entre los grupos chibchas de Cundinamarca, Boyacá y Santander, y otro en la región occidental, en los territorios de los Departamentos de Antioquia, Caldas, Quindío y Risaralda y algunas zonas vecinas. En la región Occidental, el mayor incremento de la industria se registró en el piso térmico templado y en la zona cálida. El empleo de ropas de algodón con galanas pinturas se dio entre los Quimbayas y otros a pesar de que varias poblaciones usaban pocas ropas.; la escasez de ropa confeccionada con esta fibra la suplían con el empleo de corteza de árboles que ellos hacían.

Las características de las tumbas en el área quimbaya y más concretamente en el Quindío, son:

Tumbas de planta rectangular: de uno o dos metros de largo por uno de profundidad; el cadáver está colocado en posición supina y como única ofrenda tiene una cerámica al lado de la cabeza.

Tumbas de planta rectangular: con una pequeña cámara en uno de sus extremos, destinada a guardar los restos del difunto; las ofrendas de cerámica aumentan en número y aparecen ya algunas piezas de orfebrería.

Tumbas semejantes a las anteriores, pero con la cámara más grande: clausurada con maderos colocados a la entrada, unos a continuación de otros. Como ofrendas se registran en estas tumbas cerámicas de varios tipos y formas decorativas, como tazas, piedras y manos de moler (agricultura del maíz), torzales o narigueras en forma de torzales o caricuries y anulares.

Tumbas de la misma estructura de las anteriores, pero más profundas: hasta 4 metros, con bóvedas más espaciosas, en las cuales están los restos de varias personas, ofrendas de cerámica, narigueras en forma de torzales o caricuries y anulares.

Tumbas de planta rectangular: con bóveda cuadrada en uno de sus extremos; los cadáveres están colocados sobre tendidos de guasca y a su lado tienen cerámicas biomorfas, piezas de oro fino, cobre y tumbaga, y volantes o pesas de husos (tejidos).

Tumbas de planta rectangular: de 1,60 de largo, 80 cm. de ancho y varios metros de profundidad. Los cadáveres que se encuentran en esas sepulturas fueron profusamente adornados con piezas de oro y cobre en todas las partes del cuerpo y a su lado se pusieron cerámicas antropomorfas y volantes de husos.

Tumbas en cuyas bóvedas se desciende por dos fosos de forma rectangular, unidos por la base: tienen espaciosa cámara revestida de grandes lajas, introducidas allí por el orificio de mayor tamaño. En este tipo de sepulturas fueron enterrados individuos de alta jerarquía, a juzgar por la riqueza de las ofrendas de orfebrería, las más valiosas halladas en la hoya del Quindío, en el sitio denominado La Soledad.

Tumbas de planta rectangular: con bóveda en uno de sus extremos, a la cual se desciende por escaleras labradas en la tierra, desde la superficie y a todo largo y ancho del orificio, razón por la cual este casi siempre alcanza gran longitud. Es este tipo de tumba que se denominaba de tajo abierto. La más celebre fue hallada en el sitio denominado Santuario, cuya ofrenda de piezas de orfebrería peso más de 14 libras. Los restos óseos de estas sepulturas están generalmente bien conservados.

Tumbas de planta cuadrangular: conocidas generalmente con el nombre de cuadrados. Los hay de varias proporciones y profundidades, con ofrendas ricas y pobres. Generalmente los más profundos son los más ricos, como el que fue hallado en Montenegro, cuyas joyas pesaron cerca de 70 libras y entre las cuales se distinguían bastones, pitos, cornetas, coronas, etc.

Tumbas de planta rectangular: revestidas de piedra por todos sus costados, hasta de 8 arrobas de peso, y encima de la cubierta con relleno de 1 m. o más de tierra, hasta la superficie. En estos sepulcros el cadáver fue colocado en posición supina, cuñado a los lados con tierra de color carmín. En general no tienen ofrendas funerarias. Este tipo de tumbas es relativamente poco frecuente en el Quindío.

Además de los tipos anteriores, en la región del Quindío se encontraron tumbas de pozo, las cuales presentas también alguna variedad en cuanto a formas, profundidad, diámetros, etc.

“No tienen creencia ninguna; hablan con el demonio de la manera que los demás”, escribe Cieza de León. Sin embargo, esta aseveración permite suponer la existencia de prácticas religiosas entre los nativos y de un culto consagrado a conseguir el favor de sus dioses tutelares. Su arte, expresado en la cerámica y en la orfebrería, refleja, por otra parte, un profundo sentimiento religioso. Muchas de las piezas de orfebrería representan motivos antropomorfos y antropozoomorfos, en los cuales quisieron, seguramente, figurar a varias de sus divinidades. El agua tenía para ellos poderes curativos especiales y a ella acudían frecuentemente por medio del baño repetido cuando eran víctimas de alguna enfermedad. Además de las creencias mencionadas, los quimbayas tenían otras en relación con el más allá y con la existencia de otra vida después de la muerte, a la que había que llegar con algunos recursos propios de este mundo. Y creen que los cuerpos todos han de resucitar; pero el demonio les hace entender que será en parte, que ellos han de tener placer y descanso; por lo cual les echan en las sepulturas mucha cantidad de su vino y maíz, pescado y otras cosas, y juntamente con ellos sus armas, como que fuesen poderosas para librarlos de las penas infernales.

La cerámica fue importante en el desarrollo de estos pueblos. Se han encontrado muestras de cerámica de diferentes estilos y diversa decoración lo que indica la influencia de otros grupos indígenas; es la representación artística más notable de los depósitos arqueológicos de Caldas, Quindio y Risaralda, no solamente por la belleza de sus formas, sino también por la magnífica técnica de fabricación y por la gran variedad de estilos y formas decorativas. Las características de la cerámica Quimbaya son:

Uso de pintura negativa.

Formas globulares.

Utilización de pinturas monocromas y policromas.

Adornos con dibujos geométricos.

Los principales tipos que pueden distinguiesen en la cerámica de esta área son, entre otros, los siguientes:

Vasijas de silueta compuesta: Consisten en recipientes semiesféricos, cuyo coronamiento es la representación de una casa, generalmente con techo de dos aguas y con muros verticales y ligeramente inclinados hacia adentro en su parte inferior. En algunos casos, la casa tiene un soporte central, grueso, y otros laterales, más delgados, sobre los cuales descansa la techumbre. En el norte del Tolima se han hallado vasijas de este mismo tipo.

Vasijas globulares y cuencos: Fueron los más comunes en esta área cultural, especialmente para uso doméstico. En las vasijas ceremoniales aparece la mayor riqueza de motivos, tanto en la forma como en la decoración. Sin embargo casi toda la cerámica utilitaria de la región del Quindio tiene generalmente decoración modelada, consistente en motivos curvilíneos y biomorfos, como representaciones antropomorfas, serpientes, batracios, etc. Su coloración es casi siempre negra, color que se acentúo naturalmente con el uso a que estuvieron destinadas. En estas piezas pueden verse todavía las capas de hollín, producidas por el humo de la cocción de alimentos a base de combustible de leña.

Copas: Numerosas son las vasijas con base desarrollada encontradas en el Quindio. Se les conoce generalmente con el nombre de copas o copones y están en su gran mayoría decoradas con pintura negativa, negro sobre rojo. La altura de la base, que es troncocónica, es en ocasiones casi igual a la del recipiente, o sino más grande. Esta forma de cerámica cubre prácticamente todo el territorio colombiano, pues se han encontrado depósitos arqueológicos de los Departamentos de Magdalena, Santander, Norte de Santander, Boyacá, Cundinamarca, Antioquia, Caldas, Valle, Huila, Tolima, Nariño, Choco, Córdoba, Bolívar, Atlántico y el Putumayo. El estilo de copa típico para la región del Quindío aparece también en Cauca (Corinto y Tierradentro), en Huila (San Agustín) y en Nariño. Vasijas en forma de copa, similares a las colombianas, son comunes en los yacimientos arqueológicos de América Central y se extienden hasta el territorio ecuatoriano.

Vasos silbantes: son, tal vez, las más hermosas ceremonias del territorio del Quindío y Risaralda, por su ornamentación y por la motivación de sus representaciones. Consisten generalmente en varios cuerpos, uno anterior, antropomorfo o zoomorfo, unido al segundo, que es globular, por un puente que pone en comunicación los dos recipientes.

Alcazarras: Consisten en un recipiente generalmente semi-esférico, con dos apéndices tubulares divergentes, unidos por un asa de estribo.

Esta sociedad realizó una lujosa orfebrería, catalogada bajo el apelativo de “Quimbaya Clásico”, reconocida universalmente por su perfección técnica y por la belleza de sus diseños. Como el oro no abundaba allí como en las otras regiones de la Colombia Precolombina, se vieron obligados a usar aleaciones y virtualmente crearon una combinación metálica de oro y cobre conocida como “tumbaga”, una proporción de 30/70, donde el oro conserva su color, maleabilidad y nobleza, y el cobre alarga su cuerpo físico, dándole a las piezas gran viveza y tonalidad. Sus piezas más espectaculares representan hombres y mujeres de ojos semi-cerrados y rostros complacidos, calabazos, frutas, poporos de estilizados diseños y cuellos de vasijas. Se observa una estrecha relación entre la región Calima en alfileres de distintos colores y en el dominio de las técnicas de fundición. A pesar de que la orfebrería clásica Quimbaya ha sido ubicada tradicionalmente en el Valle del río Cauca, algunas piezas han sido encontradas en la hoya del Magdalena medio y en el macizo Antioqueño. La mayoría de los objetos de oro precolombino formaban parte de los ajuares que acompañaban a los muertos en su viaje a la eternidad. El concepto de viaje es marcado en ciertas culturas que utilizaban de sarcófagos, troncos huecos como barcas, donde depositaban el cadáver junto con algunos elementos sagrados y sus objetos personales. Los pueblos Quimbayas y sus vecinos desarrollaron la más importante industria de orfebrería en Colombia y en América, no solo por lo avanzado de las técnicas metalúrgicas que emplearon, sino por la belleza de las piezas fabricadas por estos nativos. Los orfebres de Caldas explotaron los numerosos yacimientos auríferos que existían en su territorio y lo obtuvieron por trueque con sus vecinos de Buriticá. Sus famosas piezas de orfebrería alcanzaron gran difusión y llegaron hasta Panamá y posiblemente hasta Centro América. Los adornos de orfebrería constituían casi la única vestimenta de estos indios, al lado de las sartas de chaquira, material con que confeccionaban collares y fajas que usaban los señores de la tribu. En las tumbas excavadas se han encontrado gran cantidad de torteros o volantes de huso, hechos generalmente en barro y decorados con dibujos incisos geométricos, rellenados con pasta blanca.

Debido a las condiciones climáticas de la zona, caracterizadas por lluvias cercanas a los 2.000 Mm., en el año, no han permitido la adecuada conservación de mantas, fajas y otros productos de esta artesanía.

La institución del cacicazgo parece que estaba bien cimentada entre los Quimbayas, más que entre los demás pueblos prehispánicos del territorio de Caldas, Quindío y Risaralda, quizás por el crecido número de señores principales que había en la región, pues pasaban de ochenta, a cada uno de los cuales correspondía manejar poco más de 200 súbditos, según la población total que se indica en las crónicas de 45.000 a 60.000 indígenas. Los señores acostumbraban el matrimonio poligónico y buscaban sus esposas entre sus parientes; parece que una de ellas tenía el rango de mujer principal y que uno de sus hijos heredaba el cacicazgo. Cuando estos faltaban, el señorío pasaba a manos del hijo de hermana, como en los pueblos comarcanos. Los jefes indígenas y los demás que ejercían el mando en la zona, aceptaron la dominación española sin oponer resistencia, lo cual permitió la fundación de Cartago, el 9 de Agosto de 1540, y el reconocimiento pacífico de casi todo su territorio.

Cultura Salinar

La cultura Salinar fue descrita por primera vez por Larco (1944), quien basado en la parafernalia de tumbas procedentes de las cercanías de la jurisdicción de Pampas de Jagüey. Dentro de su propia terminología, la definió para el final de la época “Evolutiva”, indicando, superposiciones estatrigráficas de una clara secuencia Cupisnique, Salinar Moche.

Al referirse a esta conformación social Larco manifiesta: “La Cultura Salinar que me cupo descubrir en el valle de Chicama muy cerca de los cementerios de la cultura Cupisnique. Pronto encontramos superposición de tumbas Salinar sobre Cupisnique y Mochica sobre Salinar, estableciendo la secuencia cronológica de estas culturas” (Larco 1996: 85).

El autor atribuye la identificación basado en el aspecto estilístico que presenta la cerámica Salinar, teniendo en cuenta también los factores de enterramiento; observó una reducción a los intereses cultistas y un mayor incentivo por el arte, cronológicamente se le asigna en el siglo V al II antes de Cristo. (Ídem.)

La carencia de estudios sobre la sociedad Salinar en el valle Chicama, exigen un entendimiento global de su manifestación cultural y material y a partir de ésta, su cultura espiritual, siendo necesario explicar su organización social a partir de la evidencia arquitectónica en otros valles.

Desde épocas tempranas ya observamos un manejo del espacio, adecuándolo para el control social, así lo afirman las evidencias que antecedieron a los Salinar en esta parte del valle. Cerro Orifico el cual muestra parte de este proceso anterior conocido como Cupisnique en la cual ya hay una centralización política religiosa; la presencia de una plataformas escalonada de arquitectura abierta y el aglutinamiento de viviendas alrededor de este, nos estarían indicando la integración bajo un ceremonialismo y una fuerte tendencia política de organización de una clase social reguladora y conductora de la producción.

Glen S. Russell y Banks L. Leonard (1992) reportan en el reconocimiento arqueológico para la parte baja del Chicama; cambios en la cerámica y en el patrón de asentamientos humanos sitios como Sausal, Cerro Piedra Molino. Las ocupaciones se ubican en la sección alta de las cimas y pendientes empinadas notando que en la parte baja para el Cerro Lescano, Cerro Facalá, Cruz La Botija y Mocollope; es notable también la escasez de cerámica de los tipos tempranos Puerto Moorín / Salinar en esta sección del área estudiada.

En nuestro afán de comparar más sitios del Formativo Superior nos dieron referencias del sitio el Higuerón en la parte baja del Chicama y las primeras estribaciones andinas, verificamos la existencia de la ocupación Salinar, asociada a estructuras cuadrangulares en la cima de las lomas; identificándose un fragmento en superficie de origen serrana. También presenta fragmentaria de bordes de ollas de cuello corto. En lugar, probablemente tenga mucha significación por hallarse pictografías en abrigos rocosos.

Con respecto a la cerámica Salinar, en este periodo existe una cierta homogeinidad estilística en un amplio espacio geográfico que muchos arqueólogos empiezan a enunciar la existencia de un horizonte al que conocemos como “Blanco sobre rojo”. Dicho concepto establece una correlación correcta con los grupos tradicionales regionales como, el estilo Salinar, el estilo Puerto Moorín, estilo Vicus Blanco sobre rojo (Piura), Patazca (Casma), Huaraz blanco sobre rojo (Ancash), San Blas (Huanuco), Baño de Boza (Costa central).

“La cerámica Salinar, presenta otros problemas de índole territorial, en diferentes puntos andinos hasta ahora desconocidos e insospechables, ya que esta cerámica Blanco sobre Rojo no tiene prácticamente un lugar de origen, en esta tradición se presenta y manifiesta con sus mismas características en diferentes regiones del Perú sobre todo en la costa Norte, central, Sur. Debemos tomar en cuenta lo siguiente:

“La decoración que da el nombre al estilo, Blanco sobre Rojo, permite establecer relaciones con varias regiones del Perú, pero principalmente con los Huaráz y Patazca en Ancash, con los de Garbanzal en Tumbes, de los Baños de Boza y Cerro Trinidad de la Costa Central entre las más próximas, las mismas que, en algún momento, según arqueólogos como Gordon Randolph Willey (1948), constituyeron un “Horizonte Estilístico”, toda vez que se presentan coetáneas y con una extensa trama de relaciones interregionales. Como no hay un antecedente de la técnica decorativa usada por los Salinar dentro del área de su localización, hay que investigar fuera de su territorio. En tal sentido, existen referencias en el Norte andino, con una antigüedad mayor y secuencia organizada coherentemente. Dada la semejanza existente entre Salinar y los estilos de desarrollo regional del Ecuador, habría que incrementar más los estudios de relaciones, pero no solamente en la costa, sino también hacia el interior, toda vez que hay evidencias de cerámica Blanco sobre Rojo en Huancabamba, Jaén y Bagua, otra ruta de penetración y de relaciones entre el litoral y valles interandinos”(Mattos, 1980:381).

Para un mejor entendimiento del proceso Social Salinar, se ha considerado buscar una explicación de su organización y modo de vida a partir de las evidencias presentes u de los resultados de estudios en otros valles.

Valle de Moche: De las investigaciones realizadas por Moseley y Mackey, en la década de los 70. Sus prospecciones en el Valle de Moche, permitió registrar un importante complejo arquitectónico, ubicado en Cerro Arena. Las investigaciones iniciales para este lugar, fueron emprendidas por Elías Mújica, quien estableció los límites y excavó más de 20 estructuras en Cerro Arena confirmo la existencia de una densa población. Aunque no encontró evidencias que el sitio mantuvo un efectivo control político sobre todo el valle; no por ello resta su importancia con relación con otros lugares más pequeños establecidos en el valle Moche (Mújica 1975). La complejidad y diversidad de la arquitectura recuperadas por Mújica animaron a Moseley a dar orden para realizar investigaciones mucho más extensas durante los años de 1974; trabajos que fueron desarrollados por Curtiss T. Brennan. En las investigaciones de Brennan (1978-1980) proporcionaron la existencia de alrededor de 2,000 estructuras construidas en piedra en un área de 2 Km. 2, las mismas que presentaban una variedad de clases de arquitectura, tanto residencial y no residencial; diferentemente distribuidas en base a la actividad desplegada y al grupo de arquitectura especializada asociadas con el control corporativo, ubicadas en un área estratégicas de zona de ruta de comunicación entre la costa y la sierra. Brennan (1980) categorizó la arquitectura en ambientes tipos estructuras empleando un criterio formal y funcional. Dividió en 5 variantes y 3). La arquitectura se presentaba diferenciada en cuanto a dimensiones, calidad, organización interna y materiales asociados; estas diferencias indicaron la presencia de arquitectura residencial y no residencial (sectores de habitación, centros ceremoniales, centros administrativos, etc.) que se distribuían basándose en la actividad realizada. Se la categorizó en 5 variantes de recintos:

Variante A: Grandes cuartos residenciales, de planta rectangular, con muros de piedra muy bien construidos y acabados, enlucidos con arcilla fina, los recintos habitacionales en cantidades moderadas evidencian una función residencial.

Variante B: Estos son cuartos pequeños, no rectangulares, y a menudo crudamente construidos y acabados, presentan coberturas de material orgánico. Los recintos presentan piedras de molienda, con improntas en el suelo que sirvieron para ubicar los depósitos, banquetas con rellenos de tierra, y cantidades de cerámicas, comida, y otros desechos domésticos que atestan su uso residencial.

Variante C: Pequeños cuartos de planta rectangular de fino acabado, de probable función “administrativa”.

Variante D: Recintos grandes, de planta rectangular, bien construidos; sin embargo no presentan un buen acabado. Sirvieron para una variedad de funciones especializadas; como cocinas y otros como habitaciones, quizás para las familias de bajo estatus.

Variante E: Cuartos pequeños se registran solos o aglutinados como estructuras separadas. Están cuidadosamente edificados y varían de pequeños a medianos, de planta rectangular. Ellos normalmente no contienen evidencia alguna de uso residencial, y sus funciones son inciertas.

A todo ello Brennan (1982) sugiere, el alto rango en el tamaño y calidad de la evidencia arquitectónica, particularmente las estructuras residenciales, indican una amplia gama de compleja diversidad en los niveles sociales entre su población. Similarmente, el diverso pero bien definido y especializado carácter de los varios tipos arquitectónicos de los sitios de elite, sugiere una especialización altamente desarrollada de actividades políticas y económicas.

Examinar la magnitud de la centralización y especialización más allá de la evidente filiación Salinar de Cerro Arena, obliga a prestar más atención a lo que se conoce del carácter y distribución de los asentamientos de la fase Salinar en otras partes del Valle de Moche y en los valles vecinos, y 3 tipos principales de componentes de estructuras arquitectónicas:

Tipo I: Son los más elaborados, están conformados por una variedad de complejos arquitectónicos donde se desarrollaron actividades domésticas residenciales y no residenciales; todos los complejos presentan un área residencial central que se conforma de dos o tres cuartos juntos y un grupo de cuartos no residenciales y plazas alineadas de diversas formas. Todo el complejo posee invariablemente una sola entrada localizada a una buena distancia del componente no doméstico y proveyendo un fácil control de acceso.

Tipo II: Se utilizó como viviendas para la población, posee formas simples, ovaladas y muy escasamente contiene habitaciones no residenciales. (Bawden:) “… en base a la forma y el acceso al movimiento y almacenaje de valiosos bienes pudieron muy bien estar asociados con las variantes de las estructuras (tipo I) de la variedad A…” (Brennan 1980:12-13)

Tipo III: El sitio cubre aproximadamente 2.5 Km. de una cima inmediata, y la llanura intermedia. Contiene un mínimo de 200 estructuras de piedra. Esto es notable por su gran diversidad en tamaño, calidad de construcción, acabado, y distribución interna, que van de una estructura simple, a estructuras de veinte o más cuartos. El tamaño junto con lo predominante del sitio por su carácter residencial, hacen de Cerro Arena, por lo menos parcialmente, el núcleo residencial más temprano del valle de Moche y probablemente de la costa Norte (Brennan 1982:248)

En los últimos años Steve Bourget y algunos estudiantes de prácticas finales de la Escuela de Arqueología de la Universidad Nacional de Trujillo efectuaron excavaciones en el flanco Norte y el sector central de Cerro Blanco, un promontorio rocoso, ubicado a escasos 3 km. de Cerro Arena. Bourget reporta un conjunto de estructuras de mampostería de piedra, de planta rectangular y muestras de enlucido con arcilla fina, según el autor estas evidencias están en relación con las del tipo I de la clasificación de Brennan, de los restos de una cubierta incinerada que recubría una estructura principal, y de un fogón ubicado en la parte interior de un recinto del sector Norte, se obtuvieron muestras que arrojaron las siguientes fechas de 2130 B.P y 2270 B.P, datos confirmados por la ubicación cronológica y relacionada al desarrollo de la cultura Salinar.

Valle de Virú: Por los años de 1933, Larco localizó los primeros cementerios Salinar al Este del Puerto de Guañape en el valle de Virú. En este mismo valle, Willey en 1953 determinó la más fuerte concentración de sitios Salinar (Fase Puerto Moorín) llamado así por Duncan Strong y Clifford Evans. Gordon Randolph Willey (1953 sostuvo que la mayor concentración de sitios Salinar (Puerto Moorín) Estaban asentados cerca de Huacapongo, un valle estrecho en la que localizo una población de alta densidad en un área relativamente pequeña sin descartar que hubo una considerable población en la parte baja del valle, las mismas que se encontraban esparcidas en una área mucho mayor. En cuanto a la categoría de sitios que presentaban características fortificadas, Willey supuso que eran sitios defensivos en la parte alta eran para repeler posibles ataques de las poblaciones de la sierra; los reductos con las mismas características presentes en una parte baja les permitía tener una protección a un segmento de la población. Razón que les indujo a sostener que no existió unidad política en el valle (Willey 1953: 92-100).

Michael West, también estudio los sitios de la cultura Puerto Moorín (Salinar) (entre el año 200 y el 100 a. de J.C.) y su ecología cultural (West 1971a, 1971b 1979, 1980; Michael West y Thomas W. Whitaker 1979). Aunque West mantuvo el descubrimiento de 250 nuevas ocupaciones, éstas no fueron publicadas. West no podía redefinir el entendimiento de la fase que se mantenía evasiva. Fuera de los trabajos de West el único proyecto notable fue el de los Topic, basado en un reconocimiento de sitios fortificados en el valle (Lange Topic y Topic 1981, Lange Topic et. Al 1981; Topic y Lange Topic 1983, y Topic y Topic 1887). Su estudio revela que ningún sitio fortificado existió antes del periodo Puerto Moorín.

Elías Mújica, propone: la integración no fue homogénea para los valles de Chicama, Moche y Virú; presentarían diferencias significativas en sus patrones de establecimiento y en sus estilos cerámicos, los cuales podrían reflejar que se trata de tres grupos culturales distintos, pero interrelacionados (Mújica 1984: 12).

En los valles de Chicama, Moche y Virú, el estilo marcó una transición entre el Cupisnique y el advenimiento de la cultura Moche (Brennan 1988:148) después de esta época los estudios sobre el periodo Salinar son pocos numerosos y dan una visión muy localizada. Según Brennan, los sitios situados a lo largo de Virú se localizarían sobre un camino prehispánico permitiendo unir los valles de Virú y de Moche:

“Finalmente, un examen de la distribución del Salinar conocido en el valle de Moche concerniente a ésos sabidos del valle -vecino – del Virú levanta la posibilidad de integración del multi-valle en, base económica, sino también política en esto temprana la fecha “(Brennan 1984:12).

Valle Jequetepeque: Durante un programa de reconocimiento en el valle de Jequetepeque a fines de la temporada 1981 y comienzos de 1982, los arqueólogos Wolfgang y Giesela Hecker (1992:67), descubren en forma casual un entierro en la zona desértica de la región de Tecapa, excavando un contexto funerario de un individuo adulto, en posición extendida, que intuye unos 15 cm. sobre la superficie natural, el cráneo estaba orientado hacia el sudoeste, y presentando como elementos ofrendatarios una vasija globular de base plana y golletes cilíndricos con asa puente, de superficie pulida y coloración rojo ladrillo, decorada con motivos incisos en forma de ángulos y pintadas con color crema. Hecker (1996:413-432), también reporta en esta región el hallazgo de abundante fragmentería Salinar, en su artículo presenta una variada muestra de cerámica, que evidencia diversas técnicas de elaboración y función, se observa cerámica de pasta y superficie fina con decoración incisa, botellas escultóricas y globulares, con motivos geométricos, y regiones punteadas, algunos presentan pintura blanca sobre la superficie roja, en otros casos con apéndices ornamentales de motivos zoomorfos.

El Proyecto Poemape dirigido por el arqueólogo Carlos Elera (1997:194), reporta : La ocupación Salinar ocurre después de un fuerte evento ENSO, sustentado en la muestra orgánica con la presencia de bioindicadores como son moluscos de manglares, crustáceos y peces tropicales, diferenciándose de la muestra registrada para la ocupación anterior (Cupisnique); esta ocupación se distribuye en las casi 20 hectáreas del sitio con asentamientos domésticos y cementerios, siendo la ocupación cultural más predominante que habitó en Puémape. El mismo autor (Com. per. vía E-mail), en su trabajo de campo en relación a estructuras Salinar se adscriben más bien a casas construidas de material perecedero (esteras, caña brava, posible sauce, etc.). Generalmente tanto los restos alimenticios, tiestos, asociados así como el arreglo de grandes cántaros son comunes.”

Otro rasgo importante es la superposición de estructuras domésticas sobre una capa de arena eólica que cubre gran parte del conjunto ceremonial Cupisnique y los cementerios aledaños, donde se aprecia una intrusión hasta intencional que afectó los contextos Cupisnique. Asimismo se debe considerar las técnicas constructivas utilizadas en la arquitectura de elite Salinar en Cerro Arena, también se evidencia en las estructuras Cupisnique tardío en sitios como Puémape y Morro Etén. Algunos rasgos de las técnicas decorativas en la cerámica como los motivos incididos, puntuados, en relieve, etc.; constituyen elementos culturales que evidencian a decir de Elera, una “Cupisniquización” de la cultura Salinar.

La arquitectura Salinar pasa de lo monumental a lo doméstico, donde los centros ceremoniales de gran envergadura fueron pocos. Se utilizó en su construcción adobes y piedras unidos con argamasa de arcilla. Las viviendas fueron generalmente de planta cuadrangular con muros bajos.

El mayor de los centros conocidos Salinar es Cerro Arena que se encuentra en el valle de Moche. Esta ciudad está situada en una colina cubierta en un espacio de 2,5 kilómetros cuadrados en los tiempos antiguos, había viviendas, arquitectura administrativa y religiosa. La concentración de gran alcance de la población crea las condiciones previas para los nuevos modelos de administración, y a través de la cultura Salinar estas doctrinas se convirtieron en parte de la experiencia de las culturas que más tarde surgirían en la costa norte.

Cultura San Agustín

Es una cultura precolombina del Suroeste de Colombia, desarrollada en el curso superior del río Magdalena a partir del s. VI a. de J.C. Debe su nombre al parque arqueológico de San Agustín, gran centro ceremonial de más de 400 km2, situado en el departamento de Huila, que comprende numerosos yacimientos (Mesitas, Lavapatas, Alto de los Ídolos). Su desarrollo se relaciona con la difusión del cultivo de maíz. Se ha establecido la cronología de los diferentes momentos de ocupación: el primero (555 a. de J.C.-425 d. de J.C.) está representado por una rudimentaria metalurgia del oro y tumbas de pozo con cámara lateral. El segundo período (425-1180 d. de J.C.) se caracteriza por el desarrollo del culto a los difuntos, con sarcófagos monolíticos y tumbas de piedra en forma de caja, así como por la construcción de templos con aparejo megalítico cubiertos por túmulos de tierra y por un notable trabajo escultórico, con estatuas colosales que pueden alcanzar hasta cuatro metros de altura. La fase final concluye en fecha no determinada y se caracteriza por las esculturas de tipo realista y un importante trabajo del tejido. Propias de esta cultura son las casas de planta circular u oval, con muros de madera y techumbres cónicas de materia vegetal. Destaca también la presencia de vasos cerámicos, trípodes con asas en cinta, pintados en colores rojizos y decorados con motivos geométricos, y piezas líticas.

Arte colonial y moderno

La colonización española que siguió al descubrimiento, así como la inmediata cristianización, determinaron un profundo cambio en los estilos tradicionales, iniciándose una influencia decisiva de los modelos europeos. Aunque predomine lo español no faltan influencias francesas, inglesas, holandesas e, incluso, construcciones en estilo Neogótico.

En Hispanoamérica, a la construcción de las primeras y sencillas iglesias fortificadas, correspondientes al 1500, sigue un gran fervor decorativo, que halla su mejor manera de manifestarse en el estilo Plateresco, caracterizado por una gran riqueza de ornamentos y luego, siempre bajo la influencia española, el Barroco, al que pertenecen las grandes catedrales construidas en los s. XVII y XVIII. El centro artístico más importante en ese momento es México. Algunas iglesias, como las de Puebla, de gran elegancia arquitectónica, están adornadas con pinturas de modestos artistas españoles e indígenas, que repiten modelos europeos. En cambio, se halla una gran originalidad en la exuberancia ornamental, ya sea en la fachada o en los enormes altares dorados. A esta forma de Barroco, sucede una vez más bajo el influjo español, el llamado estilo Churrigueresco (llamado así debido al nombre de los famosos arquitectos Churriguera), muy cercano al Rococó. El Santuario de Nuestra Señora de Ocatlán (Tlaxcala), del s. XVIII, es uno de los mejores ejemplos de este estilo.

En otras regiones, sobre todo en aquellas en las que más influyó la civilización Inca, los elementos autóctonos perduran con mayor intensidad. En Bolivia, Perú y Ecuador el predominio del Barroco no logró sustituir del todo la variedad decorativa de los artistas locales. En Cuzco y otros centros de población la catedral se construyó en las ruinas de los templos dedicados a las antiguas divinidades. En Brasil, a causa de la dependencia política, el Barroco es de inspiración portuguesa. En las regiones del interior, la arquitectura es más sencilla, pero se obtienen interesantes resultados alternando la piedra y el enlucido claro, como la iglesia de San Francisco (Ouro Preto, Brasil), del arquitecto Antonio Francisco Lisboa, llamado el Aleijadinho. En el Ecuador floreció, en el s. XVIII, una escuela pictórica en la que destacó Bernardo Rodríguez.

En el s. XVIII se impone el clasicismo en casi toda América del Sur. Pero en la primera mitad del s. XIX la influencia española es sustituida por la francesa: arquitectos franceses trabajan en Brasil iniciándose una época de eclecticismo que había de perdurar hasta la aparición del modernismo, ya cerca del s. XX.

Hacia 1920 el funcionalismo consigue en América del Sur, especialmente en Brasil, algunas de sus obras más expresivas en las realizaciones de Lucio Costa y de Oscar Niemeyer, a quienes se debe la construcción de la nueva catedral de Brasilia, sobre una nueva concepción urbanística. En realidad, el funcionalismo se halla, más o menos, en todas las regiones de América del Sur.

En lo que respecta al desarrollo de las otras artes, mientras que en el pasado fueron escasas y poco importantes las realizaciones de escultura (hoy día tan unida al lenguaje artístico internacional), la pintura del s. XIX vio sobresalir algunos paisajistas, entre ellos José María Velasco.

En el s. XX la pintura encontró una dimensión verdaderamente autónoma en México, a través del movimiento denominado “Renacimiento Mexicano”, que coincide con la revolución política de 1910, a cuyo ideal respondía. Los más claros exponentes de este movimiento a quienes se deben grandes pinturas murales son: Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, pintores de gran impulso expresionista, muy al corriente de los movimientos de vanguardia europeos, pero deseosos, al mismo tiempo, de rescatar temas y estilos del arte nacional precolombino. Debe mencionarse, dentro de este estilo, la personalidad de Rufino Tamayo que aun permaneciendo fiel a ciertas características culturales de su país, la expresa con un lenguaje más afín al gusto internacional, con influencias del Cubismo y el Postcubismo.

En el Brasil, Candido Portinari muestra su inspiración de carácter monumental; en Argentina, Emilio Pettoruti continúa con una rigurosa interpretación del cubismo. El chileno Roberto Antonio Sebastián Matta Echaurren y el cubano Wilfredo Lam parten de experimentos surrealistas y, en ese momento, figuran entre los artistas más importantes del mundo. El uruguayo Joaquín Torres García influido por los pintores europeos no figurativos, en especial por Paul Klee, fue el portador del arte abstracto de su patria. El abstractismo ha encontrado en América del Sur un campo favorable, especialmente en su acepción neoplástica y geométrica y en su relación con la arquitectura. Sin embargo, durante la segunda mitad del s. XX, el racionalismo geométrico fue superado por las nuevas experiencias de las generaciones más jóvenes, atraídas por las corrientes informales y por la “pintura de acción” (“action painting”), influencias debidas, sin duda alguna, a un mayor contacto con el arte de Estados Unidos.

En el pasado de América del Norte, faltan períodos artísticos comparables con los de las regiones del centro y del sur de América; solo a partir de la Guerra de la Independencia estadounidense (1776-1783) cobra importancia mundial la aceptación de este país, primero en la arquitectura y, más tarde, en la pintura. La afirmación de una originalidad estilística sigue a la afirmación política que caracteriza el nacimiento y desarrollo de la nación norteamericana. Mientras que en las refinadas ciudades sureñas, en la primera mitad del s. XIX, predomina la imitación de los modelos italianos y el ejemplo del clasicismo greco-romano, en la segunda mitad del s. se repudia totalmente toda tradición para resolver el problema técnico-arquitectónico en términos de completa modernidad. La primera personalidad es Henry Hobson Richardson y el primer gran movimiento es el de la Escuela de Chicago, creadora de los primeros rascacielos y cuyo máximo exponente es Louis Henry Sullivan. Junto a él se forma uno de los más grandes arquitectos contemporáneos: Frank Lloyd Wright. En el s. XX debido a la influencia de los grandes artistas europeos (desde Walter Adolph Georg Gropius hasta Marcel Lajos Breuer, Richard Josef Neutra y Ludwig Mies van der Rohe), el racionalismo arquitectónico logra en América alguna de sus mejores creaciones, favorecido por una tecnología muy evolucionada.

En el s. XVIIII la pintura y la escultura, a través de John Singleton Copley, Benjamin West y los paisajistas del Houston School River permanecieron más tiempo ligados a los modelos europeos. Sin embargo, los Estados Unidos acogieron sin prejuicio todas las novedades, creando grandes colecciones públicas y privadas, que han dado al público una conciencia artística moderna. No han faltado, entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, figuras notables desde John Marin, Ben Shahn y Alexander Calder. Pero, a partir de 1945, cuando se afirma un estilo de pintura no figurativo, un expresionismo abstracto, violento y despiadado, completamente original con cualquier tradición y se ha definido, para subrayar su activismo, en “action painting (pintura de acción). Jackson Pollock, el artista más importante de esta corriente pictórica, fue capaz de influir en varios sectores de la pintura europea moderna.

En los s. que siguieron a la conquista predominaron en la arquitectura, la escultura y la pintura los estilos que dominaban el arte español y portugués: el gótico decadente, diversas formas de barroco, plateresco, mudejar, churrigueresco, etc. Las iglesias y los grandes edificios coloniales pertenecen, casi en su totalidad, a alguno de estos estilos. En el s. XVIII fue perfilándose el arte criollo, que mezclaba con las características europeas algunos elementos indígenas. A partir de la independencia (desde 1776 en adelante) comienzan a surgir pintores, escultores y arquitectos que dejan el influjo de los españoles y se inspiran más bien más bien en las manifestaciones de las artes francesas e italianas. En Argentina se destacan Carlos Morel, Prilidiano Pueyrredón y Carlos Enrique Pellegrini; en Brasil Marcelo de Araujo Pôrto Alegre y Vitor Meirelles da Lima; en México, Santiago Rebull; en Perú Francisco Lazo, etc. En el s. XX dos tendencias parecen disputarse el dominio del arte americano:

1) De definido carácter indigenista: Representada principalmente por la escuela de muralistas mexicanos, cuyos más importantes representantes son José Clemente Orozco, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Rufino Tamayo y Gerardo Murillo (más conocido como Doctor Atl) y por algunos pintores jóvenes de diversas nacionalidades.

2) Inspirada en las escuelas de vanguardia europeas: Cuyos dos centros principales son Estados Unidos y Argentina. Entre los pintores más destacados figuran los argentinos Emilio Pettoruti y Juan Batle Planas, Raquel Forner, etc.; y a los norteamericanos Andrew Newell Wyeth y Robert Motherwell, así como a Jackson Pollock, Franz Kline y Willem de Kooning, creadores del expresionismo abstracto, con rápida difusión en Europa y Japón. Pintores de tendencia intermedia son el brasilero Cándido Portinari, el ecuatoriano Oswaldo Guayamasín y los argentinos Antonio Berni y Lino Eneas Spilimbergo.

En un mundo en construcción, la arquitectura se presenta como la primera de las artes. Desde la tercera expedición de Cristóbal Colón, las instrucciones reales especificaron que no se podía fundar una ciudad sin que residiera en ellas un sacerdote admitido por el Consejo de Indias y que el primer edificio debía ser una iglesia. Las primeras iglesias, hechas de madera o adobe y levantadas rápidamente por soldados o indígenas, no han subsistido ya que fueron destruidas o reemplazadas por edificaciones más importantes.

Los materiales de construcción existían en abundancia. Los espléndidos bosques vírgenes proporcionaban madera dura y resistente. En algunas regiones los indígenas conocían, desde antes de la conquista, la fabricación de adobe. América proporcionaba en ciertos lugares una piedra blanda que podía ser tallada fácilmente y que se endurecía una vez expuesta al aire. El problema de transporte de los materiales fue secundario, ya que los indígenas estaban acostumbrados a transportar pesos enormes a increíbles distancias.

La mano de obra fue indígena. Ellos levantaron los edificios siguiendo instrucciones dadas por los maestros canteros, escultores, pintores y ensambladores españoles.

En un primer momento la finalidad del arquitecto no consistió en la ejecución artística de los edificios, sino en lograr construcciones sólidas, capaces de albergar un número creciente de religiosos y de facilitar conversiones en masa de los indígenas.

Los modelos de las iglesias, palacios y conventos que se construyeron en América en el s. XVI deben ser buscados en España y Portugal. Pero si bien es indudable que la arquitectura hispanoamericana deriva directamente de la peninsular, adoptando sus formas y estilos casi siempre con retraso y sin un orden cronológico, también es cierto que esas formas y estilos sufrieron un proceso de adaptación al medio ambiente que les confirió una fisonomía particular.

A comienzos del S. XVI llegó la estilística renacentista a España, donde aún repercutía el impulso gótico. El primer florecimiento en España del renacimiento lleva el nombre de plateresco. Los arquitectos españoles, dejando de lado el equilibrio característico de los edificios italianos, sobrepusieron los motivos ornamentales del renacimiento (grutescos, cariátides, amorcillos y guirnaldas) a templos y palacios de estructura gótica. Estos se pueden ver, por ejemplo, en la fachada de la Universidad de Salamanca. Estos motivos ornamentales están tan finamente trabajados en la piedra y el yeso, que parecen la obra de un orfebre.

“Plateros del yeso” llamaba Lope de Vega a los artífices del s. XVI, y el término plateresco extiende a las grandes arquitecturas las formas de los orfebres o plateros. El primer monumento plateresco americano es la catedral de Santo Domingo. Primera de América, fue fundada en 1523. La fachada, atribuida al arquitecto español Rodrigo Gil de Hiendo, es puro ejemplo del plateresco, aunque la planta sea la de un templo gótico de 3 naves más dos naves de capillas y ábside en la nave mayor con bóvedas de crucería.

El Plateresco sufrió su primera modificación en el Nuevo Mundo al tenerse que resucitar, por diversos motivos, el viejo sistema peninsular del templo – fortaleza.

México, que fue testigo de refinadas civilizaciones prehispánicas, atrajo desde el primer momento a ávidos conquistadores y a las primeras órdenes evangelizadoras. En esos procesos paralelos (conquista y colonización) hubo que resolver problemas específicos. Las órdenes religiosas más audaces se aventuraron en zonas consideradas peligrosas por la proximidad de tribus belicosas. Por otra parte, había que encontrar la manera de evangelizar a las masas indígenas sin emplear demasiados religiosos y, además, había que alojar a la administración religiosa. Se organizaron así espacios peculiarmente americanos: los “templo – fortaleza” y las casas de indios.

Los templos – fortaleza habían desaparecido hacía siglos de la tipología constructiva europea. Acolmán, Ixmiguilpán y Actopán son magníficos ejemplos en suelo mexicano. Este sistema de construcción comprendía una iglesia precedida de un enorme atrio, una capilla abierta y un convento. El conjunto estaba almenado y en algunos casos tenía una garita para centinelas. La iglesia construida según este esquema era alta y sólida, de gruesos muros y torres horadadas por troneras. Generalmente tenía una nave, que está cubierta por una bóveda ojival. Para celebrar la misa ante centenares y hasta millares de indígenas llevados hasta allí por los soldados, estaban las capillas abiertas o “capillas de indios”. El oficiante quedaba bajo techo, mientras que la masa catequizada permanecía al aire libre. En realidad, este tipo de capilla estuvo en uso desde que se estableció la iglesia.

Existían varios tipos de capillas de indios. La Capilla Real de Cholula, en Puebla, incluía varias naves paralelas, desarrollando así un volumen casi independiente de la iglesia.

Un elemento característico de los primitivos monasterios, especialmente mexicanos, son las “posas”, capillas cuadradas, abiertas en los cuatro ángulos del gran atrio, y que eran utilizadas para depositar el Santísimo Sacramento o la imagen de la Virgen durante las procesiones. Tanto las capillas abiertas como las posas tienen antecedentes europeos, pero en ninguna parte alcanzaron el desarrollo que tuvieron en la Nueva España.

La distribución de los monasterios mexicanos del s. XVI, salvo en los que se refiere al gran patio que les precede, es la tradicional. El convento se encuentra al lado de la epístola del templo, es decir, generalmente al Sur, y en torno al claustro.

Los templos de los misioneros son de grandes dimensiones, pero de una estructura sencilla. La sensación de fuerza que producen las construcciones conventuales mexicanas, no solo es de orden estético, sino que están concebidas como verdaderas fortalezas.

La arquitectura de las órdenes religiosas fue evolucionando a partir de un estilo misionero hacia un arte de establecimiento, y muy pronto rivalizaron las diferentes órdenes en cuanto a las dimensiones de sus edificios. Las órdenes que construyeron conventos en México (franciscanos, dominicanos y agustinos), siendo estos últimos los que levantaron los más monumentales y los más profusamente decorados. Acolmán, Actopán, Cuitzeo y Yuriria son magníficos ejemplos de ello. La fachada de Actopán es la cumbre de la arquitectura mexicana del s. XVI.

El s. XVI es el s. de las grandes catedrales americanas. La historia de las grandes catedrales de América Latina de alguna manera refleja el ascenso y la decadencia del imperio colonial. Al terminar el s. XVI todas las grandes ciudades de las metrópolis estaban dotadas de numerosos templos. Los obispos y sus funcionarios estaban integrados en un modelo de vida socio-económico y administrativo. Pero para el obispo que llegaba al Nuevo Mundo la situación no tenía precedentes. Acá podía encontrar muy poco de las resplandecientes ceremonias a las que estaba acostumbrado.

El prototipo adoptado para la catedral colonial fue la planta rectangular, con 2torres y cúpula sobre el crucero. Este tipo, que tenía como antecedentes a las catedrales españolas de Sevilla y Zaragoza, y que se perfeccionó en Jaén, se convirtió en adecuado para estas tierras. La catedral de Mérida, algo anterior, responde al planteo de Santo Domingo; las de México y Puebla, al estilo descripto.

Las catedrales coloniales, que en un comienzo fueron concebidas en algunos casos como iglesias parroquiales, sufrieron transformaciones a lo largo de los s. con interrupciones, marchas y contramarchas constructivas. El ejemplo más ilustrativo lo proporciona la Catedral de México: los trabajos demandaron 250 años, desde 1563 hasta 1813, y sus formas pasaron por todas las etapas, que van desde el Renacimiento hasta el Neoclasicismo. Erigidas sobre las ruinas de un templo azteca y concebida en el estilo sobrio de Juan De Herrera, desplegó en su interior el Barroco de los s. posteriores. Una Real Orden de Felipe II dispuso que la obra se vaya prosiguiendo por la traza de Claudio de Arciniega y el modelo de Juan Miguel de Agüero. Constaba de 3 naves longitudinales, más dos naves de profundas capillas, con nueve naves transversales más el cencerro con cúpula. El interior del templo ofrecía una novedad que se repitió en otros monumentos americanos: para dar luz a este edificio tan ancho, la nave central fue elevada sobre las laterales y estas sobre las capillas. Aunque al proseguir las obras internas, los arquitectos del s. XVI debieron ejecutar los planos de sus predecesores, al labrar las fachadas lo hicieron con el espíritu barroco que ya imperaba.

En la segunda mitad del s. XVIII a la catedral se la agregó un tabernáculo (el Sagrario), en piedra roja y blanca, que se considera como el prototipo del estilo churrigueresco americano. Aunque Churriguera nunca pisó el suelo americano, el estilo que lleva su nombre gozó de una extraordinaria adhesión.

La construcción de la Catedral de Puebla se inició en 1575, según planos de Claudio de Arciniega, modificada por el más grande de los arquitectos españoles que actuaron en América: Francisco Becerra. Su planta repite casi exactamente la de la Catedral de México, pero con una diferencia: se proyectaron 4 torres en sus ángulos. En realidad solo llegaron a hacerse los de la fachada principal, mucho más esbeltas que las de la catedral de México, porque su terreno firme y no cenagoso lo permitía. Esta catedral guarda cierto parentesco con la de Valladolid, obra de Juan de Herrera. La unidad de su estilo es mayor que la de México, en parte porque su construcción demandó menos tiempo y también porque los continuadores de Becerra se ajustaron a su plano inicial.

La región de Tunja, en Colombia, alcanzó gran importancia desde los tiempos de la Conquista. La construcción de su catedral se decidió en 1569 y la fachada, aproximadamente de 1600, es la imitación de un modelo florentino.

Francisco Becerra había llegado a México en 1573 con el virrey Martín Enríquez de Almansa y Ulloa. Al ser trasladado este virrey a Lima, en 1581, fue con él su arquitecto, Becerra, y proyectó entonces las catedrales de Lima y Cuzco. En Lima, capital del virreinato del Perú, la primera catedral fue terminada en 1551 y agrandada poco después, pero a causa de los sismos de aquella época, no queda más que el altar y algunas maderas esculpidas.

La catedral de Cuzco, que ocupa un lugar muy importante en la arquitectura colonial de Perú, comenzó a construirse en 1560 y fue terminada en 1654. Daba a una gigantesca plaza donde ya se levantaban 7 iglesias. El s. Que demoro su construcción determinó que el cuerpo central y las torres fueran renacentistas y la fachada principal fuese barroca. Los planos de la Catedral de Córdoba, en el Virreinato del Río de la plata, fueron hechos por el andaluz José González Merguete y los realizó, a partir de 1729, el jesuita Andrés Blanqui, autor del Cabildo de Buenos Aires. Su cúpula es una de las más notables de América Latina.

La planta de la iglesia del Gesú, construida en Roma, en 1568 Por Giacomo Barozzi di Vignola a pedido del general de los jesuitas, era la planta de las iglesias españolas en tiempos de los Reyes Católicos y fue la que se convirtió en prototipo de las iglesias americanas. Tenía la particularidad de combinar la disposición centralizada del renacimiento con la disposición centralizada de la edad media. La nave única empujaba al creyente al altar. El Gesú estaba iluminado por ventanas situadas arriba de las capillas, lo que determinaba una iluminación difusa y suave. Pero el tramo anterior a la cúpula era más corto y menos luminoso, preparando así el tránsito al crucero con su importante cúpula. Estas características, unidas a una gran simplicidad de construcción hacían del Gesú un magnífico instrumento de conquista espiritual. La austeridad de su fachada fue remediada en el nuevo mundo con ayuda de la escultura. Las iglesias parroquiales, en proporción con la riqueza de las comunidades que la levantaron, presentaron marcadas diferencias regionales.

No todos los edificios que se levantaron en América se hicieron para alabar a Dios o para gobernar las tierras de la Corona. Piratas ingleses, franceses y la “Compañía de las Indias Occidentales” (compañía que se creó con la finalidad de conquistar y colonizar para Holanda las posesiones españolas y portuguesas del Nuevo Mundo y atacaba sin tregua a los navíos españoles y asolaban las costas americanas. Las naciones europeas querían para sí el botín americano. Felipe II hizo construir fuertes y ciudadelas a todo lo largo de la costa atlántica, desde las Antillas hasta el Estrecho de Magallanes, para la seguridad de sus colonias y protección del tráfico comercial. Una de las construcciones más antiguas es el Fuerte del Morro, en Cuba. También fueron importantes las de Puerto Rico. La simple enumeración de las obras construidas para la defensa de Puerto Rico que se mantienen en pie dan una idea de su magnitud: una ciudadela (en el Castillo de San Felipe del Morro), 3 fortines, 2 castillos (San Cristóbal y San Jerónimo), 6 fuertes, quince baluartes y semibaluartes, 8 baterías independientes, 3 polvorines, 3 líneas defensivas, casi 4 m. de muros en escarpia, varias casas de guardia, 6 puertas en el recinto amurallado. Añádanse a ello 6 km de galerías subterráneas, cuarteles, presidios, viviendas, etc.

Una familia de técnicos en fortificaciones, los Antonelli, hicieron las fortalezas del Morro de La Habana, del Morro de Puerto Rico, Cartagena de Indias y San Juan de Ullúa, en Veracruz.

Se puede establecer una relación muy directa entre la minería y el esplendor del barroco. La enorme riqueza americana de metales preciosos permitió a modestos pueblos mineros erigir tempos espectaculares, ya que no todo lo extraído de las minas se embarcaba a España. Una parte quedaba en manos de las clases dominantes y era lo que se destinaba a la construcción de palacios y templos, a la compra de muebles y joyas. Hubo 3 grandes centros:

1) En el s. XVI, en Perú: Este centro estaba orientado hacia la explotación de la plata y estaba centrado a lo largo del lago Titicaca y Potosí.

2) A comienzos del s. XVI, en Nueva España: Centro orientado hacia la explotación del oro y que giraba en torno a Tasco y Guanajuato.

3) A fines del s. XVIII, en Brasil: Orientado hacia la explotación de diamantes y oro; centrado alrededor de Minas Gerais y Ouro Preto.

La historia de la ciudad de Potosí, fundada en 1545 a 4.000 metros de altura y convertida en el centro de la vida colonial en los s. XVI y XVII es una de las más extraordinarias y desgarrantes. “Dicen que hasta las herraduras de los caballos eran de plata en la época del auge de la ciudad de Potosí. De plata eran los altares de las iglesias y las alas de los querubines en las precesiones; en 1658, para la celebración del Corpus Christi, las calles fueron desempedradas desde la matriz hasta la iglesia de recoletos y totalmente cubiertas con barras de plata. En Potosí la plata levantó templos y palacios, monasterios y garitos, ofreció motivo a la tragedia y a la fiesta, derramó la sangre y el vino, encendió la codicia y desató el despilfarro y la aventura”. A promediar el s. XVII Potosí tenía 160.000 habitantes y era una de las ciudades más grandes y ricas del mundo. Habían acudido a ella pintores (como Melchor Pérez de Holguín), imagineros, ebanistas, cinceladores de platería. Las fachadas de los templos estaba bordadas en piedra y en el interior relumbraban los retablos. Mientras tanto, las bocas de los socavones se alimentaban con indígenas. Según Josiah Conder, en 3 s. el “Cerro rico” devoró ocho millones de vidas. Los que marchaban a la mina sabían que de cada 10, 7 no regresaban nunca. Se empleaba el sistema de mita, trabajo forzado que minaba a la población indígena. Al agotamiento de las minas de plata siguió la decadencia de la ciudad. En 1825 no quedaban más de 8.000 habitantes.

En el s. XVII Potosí fue eclipsada por las ciudades mineras mexicanas: Zacatecas, Guanajuato, Taxco y San Luís Potosí. También en Brasil hay un “estilo minero”. Con el descubrimiento de una veta aurífera, en 1693, comienza el poblamiento y el vertiginoso desarrollo económico de la zona. Primero se levantaron pequeñas capillas que luego fueron sustituidas por iglesias de gran traza, que desarrollaron un estilo regional. Se emplearon sistemáticamente torres cilíndricas que multiplicaban las curvaturas de las fachadas, imafrontes adornados, y hasta se adoptaron plantas oblongas (que se relacionan con las plantas de Europa Central), como en la Iglesia del Rosario, en Ouro Preto.

Al igual que los edificios religiosos, los edificios públicos y las casas principales tuvieron estilos regionales. Lima, por ejemplo, adquirió un aspecto inconfundible en la segunda mitad del s. XVIII. Los señores principales vivían en casas de 2 pisos. Las ventanas, con rejas de hierro o madera, estaban decoradas con blasones, portafaroles y antorchas. Al entrar, un zaguán daba acceso a las habitaciones. Las casas solían tener 3 patios: el primero, generalmente, estaba reservado a las salas de recepción y a las habitaciones de huéspedes; el segundo estaba destinado a la familia, y un tercero a la cocina, lavadero, etc. Las salas de recepción otorgaban al edificio su verdadera significación, con sus paredes enteladas en damasco de seda, con espejos y candelabros de Venecia y Bohemia, tapices y muebles ricamente dorados o esculpidos. Uno de los hermosos palacios limeños es el de Torre Tagle, construido a comienzos del s. XVIII.

En la ciudad de Arequipa (en Perú), con un clima frío y seco, las casa son de un solo piso y su particularidad reside en el uso de la piedra blanca volcánica que ofrece la posibilidad de relieves profundos como se realizaran sobre arcilla. Trujillo, al Norte de Perú, es una de las ciudades coloniales más típicas, con sus ventanas de rejas y enormes galerías de madera tallada.

En Buenos Aires (Argentina) las casas eran bajas, con frentes lisos y sencillos, en un comienzo con tejas españolas, luego con techos de azotea. A menudo el escudo de armas de la familia estaba estampado en las puertas de quebracho colorado, de enormes bisagras, Manjón, llamador y cerradura fraguada a yunque y martillo. Eran puertas muy anchas ya que al abrirse debían dar paso a los carruajes.

El mayor lujo se alcanzó en la ciudad de México cuando los ricos propietarios de minas comenzaron a construir sus moradas, tal es así que fue llamada la “Ciudad de los Palacios”.

Si bien en algunas civilizaciones precolombinas existieron pinturas murales que representaban acontecimientos históricos y símbolos religiosos (en 2 dimensiones) la técnica de la pintura al óleo tal como era practicada en Europa en el s. XVI, era algo completamente nuevo para los indoamericanos. Aquí no hubo conflictos como en las otras áreas entre el trasfondo precolombino y el trasplante europeo. Los pintores se formaron con copias de los maestros europeos. Los modelos fueron italianos y flamencos grabados por el protestante Christophe Plantin, tipógrafo de todos los libros religiosos españoles. Por otra parte, también se importaron cuadros, como los de Maerten de Vos a México, o los de Francisco de Zurbarán.

En México, lo más representativo de la pintura colonial está constituido por los frescos de los conventos, como los de San Agustín de Acolmán, Huejotzingo, Tepeaca y Actopán. Con la llegada a México, en 1566, del pintor flamenco Simón Pereyns, comienza la pintura de caballete de calidad, como se puede observar en los óleos de los retablos de Cuernavaca, Malinalco y Huejotzingo. Otros pintores europeos que vinieron a América fueron el sevillano Alonso de Narváez, que trabajó en Bogotá; Bernardo Bitti, que se instaló en Cuzco, Mateo Pérez de Alessio, que trabajó en Lima, y el pintor “romano” Angelino Medoro, que estuvo en Tunja, Bogotá, Quito, y finalmente, Lima, a comienzos del s. XVII.

El pintor que trabajaba en las colonias no disponía de los refinados pigmentos, fijadores y barnices europeos, sino que las tintas se extraían de vegetales y minerales, como en la época precolombina. Las telas formaban parte del monopolio real y había que pagar derechos aduaneros muy elevados para poder importarlas. Utilizando materias primas locales y telares rudimentarios se fabricaron telas que tienen la particularidad de ostentar una trama áspera y desigual.

El escorzo y la perspectiva eran generalmente arbitrarios y la ilusión de tridimensionalidad se alcanzaba mediante un recurso típico de los tiempos anteriores al Renacimiento, que era la superposición de escenas.

Dentro de la temática religiosa tradicional, el pintor americano prefirió sobre todo las representaciones de la Virgen con el Niño. Descartó las escenas del Antiguo Testamento e incorporó a la iconografía sagrada una versión americana de los arcángeles, representándolos como arcabuceros trajeados según la moda del s. XVIII.

En el S. XVIII los cuadros comenzaron a sustituir a las esculturas en muchos retablos y se erigieron, además, altares laterales, lo que provocó gran demanda de pinturas. En el mismo s. se hace más frecuente la moda del retrato en la aristocracia laica y eclesiástica.

Si bien la mayoría de las obras son anónimas o el nombre del artista ha sido cubierto por retoques, se conservan los nombres de algunos pintores destacados, por ejemplo:

En México: La familia Echave dio varios pintores notables, entre ellos, Baltasar de Echave Orio, sus hijos Baltasar y Manuel de Echave Ibía, y Baltasar de Echave Rioja (hijo de Baltasar de Echave Ibía). También se puede citar a Juan Correa, Cristóbal de Villalpando, Rodrigo de la Piedra, Antonio de Santander, Bernardino Polo, Juan de Villalobos, Luís Juárez y su hijo José Juárez, Juan Salguero, Juan de Herrera, José de Ibarra, Joseph Mora, Nicolás Rodríguez Juárez, Francisco Martínez, Miguel Cabrera, Andrés López, Nicolás Enríquez, Sebastián Salcedo, Manuel Caro, José Luís Rodríguez Alconedo.

En Colombia: Se puede citar a Gaspar de Figueroa, a su discípulo Gregorio Arce de Vásquez Zevallos, Pedro José Figueroa, Agustín García Zorro de Useche, Gregorio Carvallo de la Parra, Antonio Acero de la Cruz.

En Ecuador: Se puede citar a Miguel de Santiago, Nicolás Xavier de Gorivar y Manuel Samaniego y Jaramillo, Adrián Sánchez, Francisco Quishpe, Antonio Salas, Magdalena Dávalos, el padre Pedro Bedón,

En Perú: Cuzco es el centro productor más original de la pintura colonial americana. En este país sobresalen obras de Diego Quispe Tito, descendiente de los incas, Francisco Escobar, Diego de Aguilera, Andrés de Liébana, Pedro Fernández de Noriega, Cristóbal de Aguilar, José Joaquín Bermejo, Domingo Gil, Clemente Gil, Juan Diego Cusihuamán, Mauricio García; Marcos Zapata.

En Bolivia: Destacan las obras de Melchor Pérez de Olguín, Gregorio Gamarra, Francisco López y Castro, Francisco de Herrera y Velarde, Gaspar Melchor de Berrío, Luís Niño, Leonardo Flores, el Maestro de Calamarca, Juan López de Los Ríos.

En Brasil: Aquí hubo excelentes muralistas y trabajaron junto a arquitectos y escultores para lograr la unidad total del edificio a la que aspiraba el barroco. La obra más lograda de este sentido es la bóveda de la nave de San Francisco de Assis de Ouro Preto, en que trabajó Antonio Francisco Lisboa, llamado el Aleijadinho. Otros pintores brasileros desatacados fueron Víctor Meireles, Rodolfo Amoedo, Fray Eusebio de la Soledad, Domingos da Costa Filgueira, José Teófilo da Jesus, Pedro Alexandrino da Carvalho, Lourenço Veloso, Francisco Coelho, Antônio Simões Ribeiro, José Joaquim da Rocha, Antonio Pinto, Antonio Dias, Manoel José de Souza Coutinho , Mateus Lopes , José da Costa Andrade , João Nunes da Mata, Antônio Joaquim Franco Velasco, Francisco da Silva Romão, João de Deus Sepúlveda , José Eloi, Francisco Bezerra, de Manuel de Jesus Pinto , João José Lopes da Silva, Sebastião Canuto da Silva Tavares , Luis Alves Pinto, José Rebelo de Vasconcelos, Jacó da Silva Bernardes, Antonio Gualter de Macedo, Luís Correia, Agostinho Rodrigues, Baltazar de Campos, João Felipe Bettendorff, Joaquim José Codina, José Joaquim Freire, José de Oliveira Rosa, João de Souza, Antônio Rodrigues Belo, José Soares de Araújo, Mestre Ataíde, João Batista de Figueiredo , João Nepomuceno Correia e Castro , Joaquim José da Natividade , Antônio da Costa Nascimento , Antônio Martins da Silveira , Manuel Ribeiro , Silvestre de Almeida Lopes, José Patricio da Silva Manso, Fray Jesuino do Monte Carmelo, Francisco Xavier de Olivera, Miguelzinho Dutra, Manoel do Sacramento, Antônio dos Santos, José Manuel de Siqueira, Juan Marcos Ferreira, Reginaldo Fragoso de Albuquerque, André Antônio da Conceição, José Maria Cândido Ribeiro, osé Rodrigues Nunes y Bento José Rufino Capinam, Leandro Joaquim, José Leandro de Carvalho, Juan Francisco Muzzi, Pedro Francisco do Amaral.

No se puede dejar de citar las obras de los artistas viajeros que registraron en sus dibujos y grabados los paisajes americanos y las costumbres de sus gentes.

La imaginería americana produjo obras notables destinadas a los templos. Muy tempranamente llegaron a las ciudades coloniales retableros y artesanos españoles que fueron formando a los mestizos e indígenas. La riqueza del Virreinato de Nueva España permitió que se importaran obras de grandes maestros sevillanos y, sobre todo, de Juan Martínez Montañés y de su taller, en el s. XVII. También Lima (asiento de una corte lujosa y de una importante jerarquía eclesiástica) importaba cuadros y esculturas de maestros flamencos, italianos y españoles. Como en el caso de la pintura, los dibujos y grabados que circulaban, enseñaban a los artistas locales los modelos a esculpir.

El material empleado por excelencia fue la madera, ya fuera madera balsa en Ecuador y el Sur de México, o quebracho en el Norte del mismo país. El imaginario tallaba la forma en madera, una vez terminada, la recubría con yeso y se la remitía al pintor, o mejor dicho, al “encarnador”. Se le aplicaba entonces a la escultura un enduido (una especie de cera de color) llamado “encarnación” que, como su nombre lo indica, le daba a las carnes la apariencia de lo viviente. La encarnación podía ser mate o brillante. Las ropas de los personajes estaban pintadas sobre un fondo de oro o plata, llamado “estofado” (raer con una punta metálica el color dado sobre el dorado de la madera, para que se descubra el oro o la plata). Además de estas esculturas que recibieron el procedimiento de la encarnación y del estofado, hubo una producción numerosísima de imágenes de vestir, que eran maniquíes cubiertos con verdaderas vestimentas de seda o brocado y realzadas con oro y plata. Hubo, sí, una excepción, a San Isidro Labrador se lo vestía con poncho indio y lo acompañaba una yunta de bueyes. Un tercer tipo de esculturas fueron las esculturas vaciadas y pintadas, envueltas con vestimentas rígidas.

A comienzos del s. XVII se hace menos frecuentes los viajes de los artistas que surcan el continente de Norte a Sur, como el arquitecto Francisco Becerra, el pintor Angelino Medoro o el escultor y arquitecto Martín de Oviedo, y cobran fuerzas centros de los que nacen las escuelas locales, como la cuzqueña de pintura y la quiteña de escultura. En el monasterio de los franciscanos de Quito, Ecuador, floreció la escuela más importante de escultura y pintura. Fue fundada en 1534 (casi al mismo tiempo que la ciudad) y7 ejerció influencia sobre toda la pintura sacra colonial. Se debe mencionar a Bernardo de Legarda y a Manuel Chilli, más conocido como “Capiscara”, y hacer la salvedad de que, a pesar que estos y otros imagineros quiteños fueron indios o mestizos, no hay rastro de ese trasfondo indígena en sus obras.

Una de las pocas imágenes realmente americana, proveniente del Perú, es la Virgen de Copacabana, hecha por Francisco Tito Yupanqui, descendientes de incas. Desde los últimos años del s. XVI, en que se la entroniza se hace tan famosa que nace una gran demanda de este tipo de imágenes.

La mayor parte de las pinturas y esculturas del Paraguay, Chile y el Río de la Plata provienen de los talleres de las reducciones jesuíticas. Las misiones cumplieron un papel importantísimo al familiarizar al indígena con la pintura, la escultura, las técnicas de construcción y la ornamentación de edificios.

La culminación de la escultura americana está en la obra de Antonio Francisco Lisboa el Aleijadinho, con quien culmina el estilo arquitectónico – escultórico minero. Sus obras más importantes son la fachada y las esculturas de San Francisco de Ouro Preto., las estaciones del calvario del Buen Jesús de Matozinhos, en Congonhas do Campo y los Doce Profetas, en el atrio de la misma iglesia.

La colaboración de las diferentes artes alcanzó su culminación en la ejecución de retablos. Aunque la cuna del retablo es Flandes, España fue la tierra clásica del retablo y esa inclinación pasó a América. Fue tal la cantidad de artesanos españoles que vinieron a establecerse en el Nuevo Mundo, que ya en 1568 se promulgaron en México ordenanzas para la actividad de carpinteros, ensambladores y entalladores.

Los retablos se componían de una pared de madera maciza revestida de oro. Sobre el basamento, llamado “presella”, se desarrollaban representaciones superpuestas de figuras y escenas religiosas que formaban calles en sentido vertical. A veces se abría una abertura con el fin de que la luz natural iluminara una figura determinada. Los bordes del retablo se decoraron, en un comienzo, con guirnaldas y frutas; luego, con máscaras y rostros humanos, y, por último, con figuras de tamaño natural en medio de flores y volutas, como en la catedral de Tegucigalpa.

Hubo marcadas diferencias regionales en la realización de los retablos. Las obras del “altar de los Reyes” de la catedral de México fueron dirigidas por el arquitecto español Jerónimo de Balbás, entre 1718 y 1737, y es una de las primeras expresiones del Churrigueresco en Nueva España.

Lo más característico es el uso del “estípite” (columna que tiene el fuste adelgazado hacia abajo) y la profusa ornamentación que hace desaparecer las formas arquitectónicas.

El arte colonial presenta apasionantes interrogantes:

1) ¿Simplemente por la obra constructora de monjes y soldados se puede explicar las mil iglesias por grado de altitud entre los trópicos de Cáncer y Capricornio?

2) ¿O es que en menos de un s. las civilizaciones azteca, maya, chibcha e inca abandonaron sus propias tendencias artísticas para pintar y esculpir Cristos, Madonnas y santos?

Sin duda contribuyeron a ello las armas de fuego y la fe misionera, y también un estilo: el Barroco que, al decir de Claude Arthaud, “es menor un estilo que una rebelión contra un estilo, una mentalidad, un estado de ánimo”.

La geografía americana y los materiales de construcción de que se disponían crearon gran variedad de matices en el arte colonial, dentro de ciertos rasgos comunes, por ejemplo, en México se emplearon 2 piedras de color: el “tezontle” y la “chiluca”, que por supuesto, produjeron efectos absolutamente diferentes a la piedra blanca de Arequipa (Perú).

El arte colonial más español es el que tuvo contacto con las metrópolis; por ejemplo, Lima y los asientos costeros. El más mestizo fue el del interior, como el que bordea el lago Titicaca.

No se puede buscar el aporte americano en las concepciones espaciales. Fue en el aspecto decorativo donde se manifestó un carácter propio. La fusión del artesanado indígena halló un campo de manifestación propicia en la decoración barroca de fachadas y retablos.

El arte colonial iberoamericano encontró su más genuina expresión gracias a la transformación impuesta por el medio, el temperamento y hasta el mismo proceso histórico de las formas europeas trasplantadas. Las 2 formas, la traída y la modificada, coexistieron durante 3 s., adaptándose ambas a las exigencias del ambiente y al gusto de los feligreses, para los que se levantaron iglesias y palacios, se tallaron imágenes, y se pintaron temas religiosos. Si se observa atentamente los productos del arte colonial se verá que las raíces precolombinas brotan entre los pliegues de vírgenes y santos, o en tallado de fachadas de iglesias con motivos de la flora y la fauna indígena.

En cuanto a los modelos humanos, los artistas de Tozanintla tallaron una verdadera corte india, y los evangelistas Antonio Francisco Lisboa, más conocido como el Aleijadinho, eran mulatos.

El arte colonial estuvo lejos de ser un mero trasplante de estilos españoles en un mundo nuevo, sino que nació de la fusión de civilizaciones diametralmente opuestas. A los patrones europeos les fueron incorporados el sentido indígena de las formas, del color y riqueza de su legado atávico.

Al instalarse en América la sociedad europea a través de las sucesivas conquistas, es indudable que se rompió el proceso, que si bien se encontraba en muy diferente grado de desarrollo en todo el continente, mantenía un fuerte substrato común. A una nueva realidad histórica corresponden unas nuevas formas de expresión plástica y, así, a través de escuelas y talleres, creadas para adiestrar a los indígenas en el uso de los nuevos materiales y proporcionarles los temas adecuados, la tradicional habilidad del artista americano, de la que, desde el primer momento se hicieron encendidos elogios, fue aprovechada al máximo.

El diferente grado de absorción de las nuevas fórmulas condicionó el resultado final, que demostró ser de enorme variedad. De esta forma, hay obras que se pueden calificar de típicamente europeas si no se conociera el carácter indígena de su autor, manifestado por el mismo en su firma o en los diferentes documentos biográficos conocidos. Tal llegó a ser en muchos casos la identificación con las nuevas exigencias temáticas y estilísticas. Pero también con demasiada asiduidad se califica como mano de obra indígena a toda aquella realización imperfecta, de torpe acabado, que no se ajusta a los cánones de lo señalado como prototipo europeo.

Al margen de una u otra posibilidad, basada siempre en la pérdida de las características autóctonas o en las infravaloraciones de éstas, al considerar la obra como simple reproducción de modelos extraños, numerosos objetos en los que es fácil reconocer los elementos de procedencia prehispánica, que no tratan de ocultarse y los de origen europeo. Es un conjunto de piezas que pertenecen tanto a la más cotidiana vida doméstica, prueba de ello son las diferentes prendas de vestir, como a los acontecimientos de gran significación religiosa, representados por recipientes de uso ritual en ceremonias de fecundación o de culto de los muertos.

Su cronología no es limitada ya que son obras que comenzaron a realizarse durante el s. XVI y aún se llevan a cabo y su elaboración a lo largo de los s. atestigua que el arte que se realiza en América mantiene unas características de personalidad tan propias, que escapan a la mayoría de los intentos de clasificación

La extensa labor de divulgación e implantación de un credo religioso íntimamente ligado a una cultura y condicionante de una forma de concebir la vida en la comunidad de la Península Ibérica dio origen a numerosas fundaciones religiosas: conventos, colegios, iglesias, etc., en los que la utilización de la forma artística, muy especialmente la pintura y la escultura, ocupó un lugar destacado. La imagen vino en esta ocasión a reforzar y a veces a sustituir los continuos sermones con que se quiso incorporar a la población indígena a la nueva fe, al mismo tiempo que se atendía a las necesidades de la población europea.

Con presteza vertiginosa el continente americano se plagó de representaciones procedentes de los talleres artísticos europeos, atendiendo más al significado del motivo reproducido, al fondo, que a la procedencia de la forma, sin distinguir entre las numerosas escuelas estilísticas del Viejo Continente. Esta es una de las razones por las que el arte que se lleva a cabo durante en este período no se ajusta en modo alguno a una secuencia cerrada de sucesiones de estilos. Los modelos preferidos, los temas que se deriva del ciclo de la vida de la Virgen y de Cristo, amén de múltiples advocaciones, se prolongan en el tiempo y en el espacio, repitiendo su mensaje desde la Nueva España hasta el Río de la Plata.

La llegada de artistas y obras desde España, Italia y los Países Bajos y su diferente distribución por toda el área geográfica del Nuevo Mundo, dio origen a la creación de diferentes estilos que, con un fuerte substrato común, fueron adquiriendo una personalidad propia que los define como indiscutiblemente americanos y que ayuda a situarlos en torno a núcleos de gran actividad artística como, entre otros muchos, pudieron ser las ciudades de México y Cuzco y sus amplias zonas de influencia.

Para cubrir el ajuar propio de las iglesias y los conventos pronto se pusieron en funcionamiento los gremios artísticos que, a semejanza con los que funcionaban en España, intentaban dirigir y controlar la producción de las obras de arte, atentos a una estética propia, conocida y dominada, que valoraba la reproducción de la realidad visual, el uso de la perspectiva geométrica y de la belleza ideal, especialmente en los modelos religiosos, despreciando como monstruosas las obras llevadas a cabo en la época prehispánica, identificándolas como la supuesta monstruosidad de la religión que sustentaba. Y todo ello vigilado por una celosa autoridad eclesiástica que atendía para que se mantuviese la perfección de las imágenes sagradas.

Pero ni los gremios ni las iglesias pudieron supervisar las obras que se realizaron y así, al margen de controles estrictos y lejos de las exigencias del purismo estético, surgió un arte marginal pero profundamente auténtico.

La aplicación de la experiencia europea y el aprovechamiento de fórmulas indígenas consideradas de gran utilidad, dio origen a una sociedad que ya aparecía organizada en sus aspectos fundamentales a mediados del s. XVI y que rápidamente se fue consolidando.

La cabeza de esta pirámide, el Virrey, destinado a ostentar la representación personal del Rey y, en ocasiones, máxima figura, tanto del poder civil como del religioso, según lo demuestra la repetida existencia de arzobispos virreyes, es asistida por numerosos funcionarios que intentaban mantener el funcionamiento del aparato burocrático y que al ser nombrados desde la Península, prefiriéndose hombres nacidos o formados en ella, fueron la causa del rápido enfrentamiento entre quienes creían haber adquirido suficientes derechos como para poder ocuparse de los cargos del gobierno. Entre ellos, los propios grandes conquistadores que deseaban que se valorasen sus hazañas guerreras con prebendas casi feudales, o los que consideraban su condición de nacidos y arraigados en América como motivo más que suficiente para tenerlos en cuenta en el gobierno de lo que ya consideraban propio, y quienes, en una actitud un tanto distante, venían avalados por la confianza de la vieja metrópolis, constituyéndose así un germen que daría sus frutos definitivamente en la independencia.

A unos y otros se unió enseguida un grupo de importancia decisiva que fue adquiriendo prestigio social al ritmo que aumentaba su fortuna, originada en la explotación minera, que en los momentos iniciales llegaron a exportar el 95% de los productos que se extraen del continente americano, o en la dedicación de extensas áreas a la producción agrícolo – ganadera necesaria para atender a las continuas demandas de cueros, azúcar, tabaco, cacao, materias tintóreas, etc., que se hacían desde Europa, modificando así de una manera decisiva la economía del continente americano que, a la necesidad de cubrir el abastecimiento de la población indígena, sumo los hábitos alimenticios de la nueva población y la organización de un sistema en el que el comercio a gran escala era fundamental.

Y todo ello apoyado en una gran masa de población formada por indígenas, que trataban, de mantener sus costumbres agrupándose en los pueblos de indios, a los que, en el momento de su creación y legalmente, se vetó la entrada a quien no lo fuera, o se integraban en la medida de lo posible, en los esquemas europeos al vivir en las ciudades: un conjunto indeterminado de europeos, de muy desigual procedencia, de los que, como es lógico, destacaban los españoles, dedicados a múltiples oficios, entre los que no faltaban las armas y la religión, en sus grados más inferiores; un amplísimo número de mestizos, consecuencia del mestizaje entre blancos, indios y negros, distribuidos por todos los estamentos de la pirámide social y con una importancia tal durante el s. XVIII, que dieron origen a la llamada “sociedad de castas” y, por último, los negros, procedentes de muy diferentes regiones de África, y que durante mucho tiempo, estuvieron sometidos a la esclavitud.

La visión fiel de esta sociedad se perpetuó a través de la imagen reflejada por sus artes que, incluso dedicadas a temas profanos, no olvidaban sus condicionantes religiosos, dándole a los voluntariosos héroes clásicos un aspecto equívoco y simple, y ocultando en los retratados las características de su personalidad bajo el amplio desarrollo de los símbolos de lugar social que ocupan.

Los ojos con que el europeo llegó a conocer el paisaje, los hombres y las cosas de América, estuvieron a menudo empañados por un velo de exotismo, que unas veces le mostraba una tierra casi infernal, pobladas de seres de costumbres depravadas y sanguinarias, pueblos sin ley y, sobre todo, sin Dios, sujetos a ritos monstruosos, y otras, hacían coincidir con el Nuevo Mundo las tierras ricas en alimentos naturales, al acceso de la mano, ocupadas por hombres de cuerpos perfectos y mentes puras, entre los que las leyes, de existir, nunca hubieran sido transgredidas. A una y otra imagen no fueron ajenos los propios artistas europeos, quienes en muchas ocasiones, guiándose por fantásticas descripciones literarias, que por una visión directa, fabricaron un mundo irreal, ajeno al discutir cotidiano de la vida americana. Sin embargo, frente a esta visión fabulada, pronto se fue originando una iconografía verídica, con una minuciosidad que a veces alcanza la fidelidad de una disección científica, y así, el interés despertado por las cosas de América hacen que participen en la descripción de su mundo visual hombres aficionados al dibujo como el mismo cronista Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés en los comienzos del s. XVI, y expertos pintores, quienes acompañaron a la expedición organizada bajo el patrocinio de la Corona española por el capitán de fragata Alejandro Malaspina. Las intenciones políticas y científicas de la expedición no fueron obstáculo para que los artistas que la componían diesen una cumplida visión del mundo que se presentaba ante ellos, dejando cada uno en su obra una muestra de su diferente formación. Los italianos Fernando Brambila y Juan Ravenet, que conocían por primera vez la tierra americana, se dedicaron especialmente al paisaje y al retrato, respectivamente, géneros en los que destacaba su especialización y es indudable su interés por la perspectiva y la anatomía humana, elementos básicos de su formación académica, que permiten ver como la disposición de los grupos y el estudio de los desnudos responden a un canon de belleza clasicista. Otros como José Guió y Sánchez, atienden específicamente al dibujo de plantas y animales e incluso a su disección para ser enviadas a la Península. La identificación exacta de la realidad es clara y la descripción perfecta. Este tipo de dibujos, realizados por la mayoría de las investigaciones científicas que se llevaron a cabo durante el s. XVIII y parte del XIX, fueron posteriormente grabados, ilustrando con ellos las descripciones de los propios viajes y diferentes publicaciones con temas americanos.

Durante el s. XIX todo el continente fue recorrido por numerosos artistas, muchos ellos diplomáticos de Francia, Alemania e Inglaterra, quienes en beneficio del momento político presidido por las luchas de la independencia, vieron una nueva forma de enfrentarse con la naturaleza y el hombre, propia de las ideas románticas que circulaban por Europa. La crítica social también comenzó a ser utilizada incluso a través de un estilo mordaz y caricaturesco, diferenciándose así de la imagen real pero aséptica que el cientificismo anterior había captado al pasar de la visión apacible de un mundo idílico, hasta en escenas de violencia, al retrato efectivo de una sociedad con múltiples problemas.

En lo que respecta a las artes plásticas, se puede hacer una clasificación basada en las distintas artes que mayor difusión tuvieron:

Arquitectura:

En este traspaso cultural de los estilos artísticos imperantes en la Península, en gótico perdura más tiempo en América. Hay ciertas notas de mudejarismo como es la “carpintería de lo blanco”, en el s. XVI, se extendió por toda América del Sur y perduró hasta los días de la independencia, debido a que en América los movimientos artísticos europeos, plasmaron incesantemente las teorías que les habían inculcado. Igualmente, el renacimiento español, en lo que respecta a su repertorio pasó a Indias, donde se vio sometido a una continuidad que no estaba de acuerdo con la cronología estilística. Así, al gótico, entremezclado con el renacimiento, se deben las creaciones más originales del s. de la conquista.

En la época hispana hay que destacar, sobre todo, la importación del barroco, con su exuberancia decorativa, acompañada de múltiples matices regionales. Fue el gran estilo americano y en lenguaje barroco expresaron sus ansias de lujo y grandeza los ricos y opulentos hacendados de la Nueva España. Con su aparición a mediados del s. XVII comienzan a perfilarse las diferencias artísticas nacionales en Hispanoamérica. En general, no obstante, se mantienen fieles a los modelos renacentistas de muros rectilíneos y ángulos rectos, excepción hecha en Brasil, donde es fácil encontrar plantas de iglesias de líneas curvas, pero en la ornamentación alcanza mayor desarrollo que en la Península. Hay algunas notas diferenciadoras de los distintos países, como es la exaltación de los contrastes cromáticos en México, utilizando piedras de distintos colores, según su procedencia, así como torres de proporciones esbeltas, mientras que en toda América Central destacan las siluetas achaparradas de muros gruesos y proporciones horizontales. En la región costera peruana, los frecuentes terremotos impusieron construcciones ligeras y elásticas a base de estructuras de madera, muros de ladrillo y cúpulas de caña y barro. Lugares que destacaron por su sobriedad decorativa fueron Cuba y Venezuela. En la calidad artística influyó poderosamente el sustrato indígena que facilitaba los operarios y pequeños maestros, por lo que los países de las altas culturas precolombinas destacaron con respecto a los otros.

En cuanto a los tipos de arquitectura, en América se ve:

Religiosa: Cuando se discute la existencia de una arquitectura netamente americana se plantea, naturalmente, el problema de la creación espacial, pues la arquitectura es, ante todo, el arte del espacio, o mejor dicho, el arte capaz de crear espacios definidos. Así pues, las creaciones espaciales del ambiente americano son motivados por nuevos factores sociales; el principal de ellos, la evangelización de un pueblo numeroso, que solo podía hacerse fuera de los templos, en atrios, capillas abiertas y “posas”, las cuales son un elementos de interés dinámico, sobre todo en Bolivia, donde el conjunto de iglesia con atrio y posas en las esquinas (pequeñas capillas o altares) perduró hasta finales del s. XVII. El este medio de llevar el culto al aire libre se debe, sobre todo, a que en la región precolombina las ceremonias se realizaban en espacios abiertos, y esto incidió en el tipo de estructura arquitectónica americana, diferenciándose de la peninsular de forma más marcada en los lugares donde la raigambre indígena era muy fuerte.

La iglesia dejó de ser un edificio circundado por muros para ser un complejo de construcciones de diversa función, relacionados entre sí, aunque el templo siguió siendo el centro. Las leyes de Indias jerarquizan la ubicación urbana de la iglesia mayor y, en su caso, de la catedral, en la plaza, proliferando además, las iglesias conventuales.

Surgen numerosos puntos de población alrededor de pequeños oratorios, que servían en un principio de punto de reunión a un vecindario disperso. Debido a la escasez de medios y a la distancia a la gran urbe se da la circunstancia de iglesias con estructura de madera, barro, etc., siendo una arquitectura rural más funcional y precaria que la urbana.

La planta de los templos es habitualmente de 1 a 3 naves (aunque se dan caso de hasta 5 naves), en cruz latina, intentando destacar el presbiterio.

Civil: Importante fue la labor misionera y particularmente la de la Compañía de Jesús hasta su expulsión en 1767. Erigieron edificios específicos para la educación, impulsando casas de estudio, universidades y seminarios. Su tendencia a organizarse en patios claustrales se mantiene aun cuando los edificios comienzan a tener un alto grado de autonomía y secularización.

Por lo que respecta a otro tipo de edificios, también se importó el tipo de hospital isabelino. La combinación de patio y logias caracterizó desde la segunda mitad del s. XVI las innovaciones de la arquitectura hospitalaria. Se construyeron en muchos casos, hospitales para indios, españoles, mujeres, etc. Merece destacarse, hacia el final del período hispano, las llamadas ciudades hospitales, con el propósito de dar una educación social a los indios, y no solamente espiritual y del cuidado de las enfermedades, completadas con guarderías infantiles, sirviendo en algunos caso de posadas para los viajeros (“guateperos” de Michoacán).

Otros edificios importantes de carácter civil que cobraron importancia fueron el Ayuntamiento castellano y el modelo de palacio de planta rectangular. Con arquerías en los lados mayores, así como el tipo de casa andaluza.

Tanto en los conjuntos de edificios domésticos como en los conventuales, generalmente, las diversas unidades espaciales, casi siempre patios, suelen relacionarse entre sí, y la plaza adquiere gran relevancia, enclavándose en ella la representación del poder eclesiástico (templo) y el civil (ayuntamiento) al mismo tiempo.

Pintura:

El principio de la etapa hispana está caracterizado por la importancia de obras de arte extranjeras, lo que no impide que pasados los primeros años, comenzaran a florecer por todo el continente americano escuelas pictóricas de cierto nivel artístico. La primera manifestación artística se puede decir que, en general, fue la pintura mural. Durante todo el s. XVI la decoración interior de numerosos conventos e iglesias fue confiada a la pintura mural, realizados por artistas llegados a América junto con artistas indios a los que se instruyó en la técnica y gusto occidental. Los temas no fueron exclusivamente religiosos, sino que cultivaron también los temas profanos y decorativos, en algunos casos mezclándose con motivos europeos e indígenas en curioso mestizaje artístico (ejemplo de esto es la iglesia agustina de Izmiquilpán).

A América llegaron elementos italianos, flamencos y españoles, lo que incidió poderosamente en el tipo de pintura que se desarrolló. A grandes rasgos se puede hablar de una evolución que va desde el estilo romanista, importado de primera mano por artistas italianos, al barroco, con toda la variedad de los matices del rococó, que tuvo gran difusión en Hispanoamérica, y ya en los anales del s. XVIII y a comienzos del s. XIX la implantación del neoclasicismo, que en el arte pictórico desembocó en la plasmación de estampas costumbristas, escenas revolucionarias, despiadado realismo, etc., propios de una sociedad en cambio. En el paso del manierismo al barroco, con su carga de tenebrismo, hay que considerar ciertos hechos de mucha importancia:

1) La influencia del uso de estampas y grabados europeos como modelo.

2) La presencia de obras de Francisco de Zurbarán, cuyo influjo se extendió desde México hasta Brasil, a lo largo del s. XVIII.

El gusto pictórico, no obstante, no fue uniforme y destacaron por la calidad y abundancia de sus obras, las escuelas de México y Cuzco. En pintura destacan:

México: A comienzos del s. XVI, el mosaico, el arte de “plumería” (verdaderos tapices realizados con plumas coloreadas, trabajo típicamente indígena) sustituyeron en muchos casos la ausencia de pinturas para adornos de iglesias y edificios públicos. Los conquistadores se encontraron con el hecho de que los indígenas de las altas culturas precolombinas eran grandes artistas y, en particular, la pintura estaba muy extendida, pues la empleaban para adornas edificios, tallas, etc.; y su arquitectura, al igual que la griega, era normalmente policromada. Poseían escritura jeroglífica y los códices (total o parcialmente pictográficos) tenían una gran difusión. Esto dio origen a lo que se denominó “códices prehispánicos”, que siguieron produciendo los aborígenes, aunque con unas características diferentes: realismo, perspectiva, indicios de modelado y claroscuro y detalles de la nueva cultura. Pronto comenzaron a colaborar los pintores indígenas con los extranjeros y se crearon las primeras escuelas donde se enseñaba a los indios la pintura. Fray Pieter van der Moere, conocido como Fray Pedro de Gante o Pedro de Mura fundó la primera en la capital del Virreinato de Nueva España. A mediados del s. XVI hubo una tendencia a agruparse en gremios. La pintura fue en muchos casos un trabajo de colaboración, donde alrededor de un nombre hay que colocar un taller familiar o de colaboradores, siendo a veces difícil la distinción sobre la autoría de las obras. La etapa tenebrista y el claroscurismo es introducida hacia la mitad del s. XVI por el extremeño Sebastián de Artigas, discípulo directo de Francisco de Zurbarán (escuela sevillana) en la capital de Nueva España, y por Pedro García Ferrer, seguidor de Francisco Ribalta (escuela levantina) en Puebla. Esta pintura de tipo tenebrista dio paso a un arte agradable, de dibujo correcto y colorido brillante, con gusto por el retrato y reflejos del dinamismo decorativo del rococó. Un tema que aparece repetidamente durante el s. XVIII son las “escenas de mestizaje” o “castas”, series de cuadros donde aparecen escenas cotidianas de una familia compuesta por miembros pertenecientes a la raza blanca, india y mestiza. Los primeros artistas que destacan en México son europeos: Simón Peyrens, Andrés de la Concha, y Baltazar Echave. Sus obras son de tendencia religiosa. Los primeros pintores barrocos nacidos en México son hijos de los anteriores y, como ellos, pintan la vida de los santos. Posteriormente, Velasco, Villalpando y Correa, incursionan en los mismos temas. Su estilo es claramente barroco y simbólico. En el siglo XVI dos corrientes se mezclan: la nativa y la española durante un período que abarca desde 1521 hasta 1821, es decir, desde la caída del Imperio Azteca hasta la Independencia de México. Esta transculturación tiene un gran impacto sobre el pueblo y la civilización de México. El arte estípite, o ultra barroco, se ilustra de singular manera en los trabajos de Cabrera. Este pintor combina el manierismo a la Greco (figuras alargadas, espirituales) con el localismo. Además de la producción de artistas conocidos, existen cuadros originales de México, como los retratos de las monjas coronadas, comunes a varios países de América Latina, donde unas jóvenes novicias que juran sus votos perpetuos, y en la ceremonia de profesión despliegan por última vez sus riquezas antes de dedicarse a Dios. Son imágenes extrañas de jóvenes atiborradas de adornos. En cuanto a los retratos de castas, este género se desarrolla en el siglo XVIII paralelamente a las ciencias que intentan observar y clasificar todo. En este caso, se pretende sintetizar las reglas de la genética mostrando los rasgos característicos de las 16 diferentes clases sociales.

Perú: La influencia italiana es palpable por el alto grado de desarrollo que alcanzó el manierismo por todo el continente, destacando la escuela cuzqueña, gracias a la labor del hermano Bernardo Bitti (sin duda el mejor pintor de América del s. XVI) el cual encontró un campo maduro para plasmar sus teorías, por una sintonía con la sensibilidad indígena, que rechazaba el realismo y buscaba el mundo idealizado. Su trabajo coincide, por otro lado, con los momentos más significativos de la contrarreforma, por lo que vírgenes, santos, imágenes, etc., servían para enaltecer aquello que el protestantismo intentaba eliminar del culto. La importancia de la escuela cuzqueña fue tal que durante todo el s. XVI la ciudad de Cuzco era conocida como la “Florencia de los Andes”. La tendencia hacia la estilización, según José de Mesa Figueroa y Teresa Gisbert, se dio, sobre todo, en aquellas escuelas que estaban más impregnadas de la energía indígena, y que se eclipsa en las sociedades fuertes y prosperas de marcado sello español como Potosí, Lima, Virreinato del Río de La Plata, etc. Pasada esta primera etapa, la importación de grabados flamencos incide en el nuevo rumbo de la pintura, surgiendo una edad de oro cuzqueña, guiada de la mano del obispo Mollinedo Angulo. Merece destacarse por su brillantez a Juan de Espinosa Medrano y a Basilio de Santa Cruz Puma Callao, este último indígena europeizado. Pero es a finales del s. XVII y a comienzos del XVIII donde empiezan a aparecer las características propias de la escuela cuzqueña (y de todo el barroco andino): notas mestizas correlativas al eclipse de la inspiración europea.; temas escogidos como son los arcángeles armados y profusión de temas populares con elementos de la flora y la fauna locales. Dos clases de pintura: una más popular y otra de carácter más oficial, en la cual las pinturas empleadas eran de mayor calidad y se abusaba de los dorados. A este cambio en el gusto contribuyó la ruptura de los artistas indígenas con los gremios de los pintores extranjeros en el intento de crear un estilo propio. Diego Quispe Tito fue, sin duda, el autor de mayor relevancia de esta época, dejo un gran número de obras de gran belleza y originalidad, con innumerables seguidores. Son muchos los pintores desconocidos que dejaron muestras de escenas religiosas llenas de grandeza, tratadas de forma popular y sobredoradas. Estas características perviven durante el s. XVIII y entre los autores conocidos destacan: Marcos Zapata (también conocido como Marcos Zapaca Inca), Mauricio García y Pedro Nolasco. Otras escuelas pictóricas importantes fueron las del Alto Perú y la Escuela de Potosí, esta última, en contraste con las anteriores, enaltece la figura humana, más que los paisajes, joyas, pájaros, etc.

Quito (Ecuador): Alcanza su máximo esplendor en la segunda mitad del s. XVII el estilo zurbaranesco, pero con gran libertad de detalles locales y naturalistas. Durante el s. XVIII no alcanzó la altura que tuvieron las otras artes plásticas y continuaron siendo los grabados la fuente de inspiración, abundando los motivos ornamentales del rococó.

Escultura: El arte escultórico no alcanzó en el Nuevo Continente el nivel artístico que en las demás artes plásticas, aunque no por ello dejaron de florecer algunas escuelas de relativa importancia como las de Guatemala, Quito y el Alto Perú. En la primera etapa se caracterizó, sobre todo, por una escultura de relieve plano en general. Las órdenes religiosas preferían imágenes pintadas a las esculpidas, y los artistas indígenas no eran grandes artistas del relieve. La escultura al principio estaba al servicio de la arquitectura y es en el s. XVIII, con la explosión del barroco, cuando la imagen como tal alcanza su máximo apogeo. Al igual que en la pintura, la escuela andaluza y en particular la sevillana, difunde por toda América su radio de influencia, y en particular la obra de Juan Martínez Montañés. En escultura destacan:

México: En la Nueva España, a mediados del s. XVI, aparecen los primeros relieves de portadas y posas en las iglesias franciscanas. Estas son de estilo gótico y factura plana, por lo cual se atribuye a artistas indígenas y peninsulares de formación diferente. Muy entrada la centuria aparecen ya esculturas de primera calidad, perteneciendo a la última generación de artistas renacentistas. En la región de Michoacán fue muy empleado el “titsiguerí”, material que tiene por base la médula de la caña de maíz. El estilo característico es arcaizante y popular. Durante todo el s. XVII la escuela sevillana de Juan Martínez Montañés tuvo un gran número de seguidores. La escultura en piedra llena uno de los capítulos más importantes de las artes plásticas en el período barroco y la sensibilidad indígena marca con sus características peculiares gran número de obras de esta época. En las postrimerías del s. destacaron: Salvador de Ocampo y Juan de Rojas, el cual dejó innumerables obras de sillería de gran calidad y según advierte el profesor Diego Angulo Iñiguez, en la angulosidad de los pliegues de los ropajes se puede apreciar la sombra de Francisco de Zurbarán, tan intensa entre los pintores del Virreinato. La escultura funeraria también tuvo su importancia, y al igual que en la peninsular, muchas fueron labras en madera policromada, aunque no faltaron las realizadas en mármol, algunas de ellas todavía de estilo renacentista, aunque en el s. XVII imperaba el tipo de escultura barroca con gran movimiento, técnica suelta y plegado menudo de paños, resaltando el claroscuro. Durante la última etapa, el barroquismo mexicano es desbordante, buscan lo teatral y efectista, acentuando el realismo con los vestidos de tela, los ojos de cristal, pestañas y cabelleras de pelo natural, y hasta a veces, los dientes auténticos; no obstante, hubo imágenes dignas de figurar junto con las creaciones peninsulares de la época.

Antigua Guatemala: Tuvo una de las escuelas más importantes del continente americano. Desde el s. XVI sus obras se exportaron a toda América Central. Las figuras más sobresalientes fueron Juan de Aguirre y Quirio Cataño, representantes de los últimos maestros renacentistas. Durante la primera mitad del s. XVII en Centroamérica se puede hablar de un capítulo de la historia de la imaginería hispalense de gran calidad y es en la segunda mitad que ofrece al mundo artistas de gran calidad como Alonso de Paz y Toledo y Mateo de Zúñiga, al mismo tiempo que han llegado hasta nosotros obras de cierta calidad que permanecen anónimas en las que se ve una expresión barroca. Ya en el s. XVI hay que citar a Juan de Chávez, cuyo San Sebastián puede ser considerado el mejor estudio anatómico de la escuela antigüeña, de inspiración manierista. El final de la centuria está marcado, al igual que en toda Centroamérica, por el barroquismo exacerbado, con figuras vestidas, tallas pequeñas, etc., y la aparición de obras de estilo rococó.

Colombia: En el segundo cuarto del s. XVII la escultura es todavía bastante arcaizante, con paños de amplios pliegues y muchas angulosidades. Destaca un autor anónimo, se piensa que era franciscano, y se distinguió por su entusiasmo por el medio ambiente americano y la flora y la fauna del país; mirlos, guacharos, cocoteros, playas tropicales, etc. A él se deben los 12 relieves de los cuerpos laterales del retablo mayor de la Iglesia del Convento de San Francisco, en Bogotá. Hacia el final de la centuria las figuras de barro cocido que se realizaron en Colombia están muy relacionados con los maestros sevillanos de principios de s. La última etapa del barroco colombiano destaca por las perspectiva pictórica y una diversa policromía.

Quito (Ecuador): La escultura quiteña dio gran fama a la ciudad de Quito, caracterizada por una brillante policromía y sus obras se exportaron a toda América. Es una escultura de reminiscencias sevillanas y, en menor grado, granadinas, pero en lo que se refiere a la policromía y encarnado mantiene la tradición castellana de Alonso y Pedro de Berruguete y Juan de Juni. Los artistas encarnadores realizaron obras de una brillantez aporcelanada y en el s. XVIII fue frecuente el uso de la plata, en lugar del oro, para estofar las imágenes. La dramatización y el realismo fueron muy del gusto quiteño. Entre los grandes artistas destacan el mestizo Bernardo de Legarda, autor de grandes retablos salomónicos cubiertos de tallas barrocas y primorosas esculturas policromadas y famoso también por sus vírgenes aladas del Apocalipsis, dentro de las más pura tradición barroca, mantas con estrellas de oro, flores, media luna a los pies, etc., y Manuel Chilli, llamado el Caspicara, fuertemente influido por la escultura italiana. En Ecuador proliferan también las figuras religiosas de cera, los “belenes” con figuras pequeñas de madera y marfil, cera y cerámica. La escuela quiteña se mantuvo pujante durante todo el s. XIX.

Perú: La escultura del s. XVI del antiguo Virreinato del Perú también entra en el radio de difusión de la escuela sevillana. Se conservan gran número de vírgenes sedentes de esta época, y a la vez que esculturas de inspiración manierista, nos han llegado obras originales de escultores de formación popular, de raza indígena o mestiza, labradas den la madera liviana del maguey. Al comenzar el s. XVII llegan al Virreinato algunos seguidores de Juan Martínez Montañés, guiando el gusto popular hacia el barroquismo montañesino. Los autores claves de esta centuria son Pedro de Noguera, Luís Ortiz de Vargas y Martín Alonso de Mesa y Villavicencio, autores del coro de la catedral de Lima, cuyas figuras, casi de bulto redondo, llenas de vida y realismo, con los cabellos de menudos rizos, recuerdan las imágenes del maestro sevillano. Un foco artístico importante tuvo vida en la ciudad de Charcas, con, que nos dejó obras de maravillosa serenidad plásticos y extraordinarios estudios de anatomía. En la segunda mitad de la centuria, la escuela limeña decayó sensiblemente, destacando únicamente por las sillerías del coro, perviviendo hasta fechas bien tardías formas propias de la escultura sevillana de la primera mitad del s. De la última fase del barroco, en el s. XVIII, destaca la bella imagen de la inmaculada de la iglesia de Santa Catalana, bien representativa de la etapa del rococó peruano.

El barroco, más que un estilo artístico, fue una nueva manera de entender la vida (una “cosmovisión”) que se caracteriza por el escepticismo, la duda de todas las verdades y valores universalmente conocido aceptados. En el aspecto artístico, el estilo barroco se distingue por una marcada tendencia a la hipérbole y a desmesura manifestada por medio de formas retorcidas y complicadas. Fue, en todos los aspectos de la vida, una época de grandes contrastes que entremezclaba, por ejemplo, las luces y sombras, la espiritualidad y la sensualidad, y aún lo bello y feo. Finalmente el arte barroco se caracterizó también (tanto en la pintura como en la arquitectura) por su natural tendencia hacia la masificación.

Por haber sido los jesuitas los propagadores del arte barroco (especialmente en América) suele identificarse con esta orden religiosa, como también con el llamado “espíritu de contrarreforma”. En arquitectura, el barroco quiebra sus líneas, contorsiona las columnas, muestra frontones amanerados y mucho adorno por todas partes. Este estilo, en su trasplante al continente americano no se dio en estado puro, sino que adquirió matices sumamente complejos, entremezclándose con otros estilos vigentes en España (como el churrigueresco) y también con los aportes propios de los indígenas del Nuevo Continente, Los arquitectos y otros artistas que arribaron a América trajeron su estilo y el barroco se agregó al estilo gótico en las primeras construcciones de fortificaciones y templos, que en el caso mexicano llegaron incluso al peculiar esquema de los templos-fortaleza, propios de un barroco pesado y grueso, y necesarias defensas contra las corsarios extranjeros. Modelos de ellos son los fuertes de Veracruz, Portobelo y Cartagena de Indias; en cuanto a las iglesias (e mediados del s. XVI), cabe señalar las catedrales de Santo Domingo, Trujillo, México y Puebla de los Ángeles, donde comienza a comprobarse la exuberancia floral indígena que congenia coherentemente con las características propias del barroco. El aporte local es mayor en la decoración de los templos de Quito, Lima y Cuzco, convertidas en verdaderas ciudades barrocas de las que se comprueba un importante arte de imaginería jesuítico-guaraní.

La pobreza natural existente en el Virreinato del Río de la Plata también se apreció en sus manifestaciones artísticas y sus expresiones (en cabildos e iglesias), fueron sumamente pobres y conformados por estilos variados y muy superpuestos. En este aspecto sobresalieron los arquitectos Juan Bautista Primoli, Andrés Blanqui y Juan Kraus, a quienes se deben importantes aportes en la Catedral de Córdoba (cuya cúpula aún conserva la pureza barroca), en las Iglesias de Santa Catalina, de la Compañía de Alta Gracia, como el Convictoro de Montserrat, en Córdoba, y en Buenos Aires, el frente de la iglesia de San Ignacio y en el templo de San Francisco, entre los más significativos.

A partir del siglo XVII, el estilo barroco comenzó a aparecer poco a poco en la arquitectura colonial. Los templos y conventos añadieron elementos barrocos a su arquitectura. La catedral de Lima, por ejemplo, incorporó a su fachada una típica portada barroca de piedra labrada de manera similar a un retablo. Solo a fines del siglo XVII el barroco logró imponerse.

Este estilo se caracterizó por su recargada ornamentación, con líneas curvas que le dan movimiento y libertad. En los edificios se pueden apreciar columnas salomónicas en espiral ascendente, frontones curvos y partidos, torres y cornisas, así como elementos decorativos inspirados en la naturaleza (plantas y frutos), ángeles y santos. Para enriquecer la decoración, la arquitectura tenía además a la escultura.

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