Te busqué en tu hermosa silla mecedora, ya no existía.
Añoré tu interminable andanza por toda tu casa, silenciaron tus pisadas.
No aparte la vista de tu ventanita alegre, nadie levantó la cortina.
Finalmente, me asomé al calor de tu cocina, ahora en gélida bruma.
Tu puerta siempre abierta, ese abrazo ahora sellado.
En cada cita a tu abandono, tu morada se me cae a pedazos.