La tradición se remonta al s.IV (según algunas fuentes). En aquella época la iglesia recomendaba no consumir huevos, pero claro, las gallinas esto no lo entendían y seguían poniendo huevos sin parar ¡imagínate la cantidad de huevos con los que se juntaba una casa después de una semana sin poder comerlos! porque no los tiraban, no, nada eso, que se consideraba pecado, así que los guardaban hasta el Domingo de Resurrección, día en el que la prohibición llegaba a su fin.
Este domingo era el día en el que todos los huevos que se habían acumulado durante esa semana (que no eran pocos) se regalaban. Para ello había que decorarlos bien bonitos y meterlos en una cestita. No era plan quedarse con todos ellos, ¡imagínate a que niveles les hubiera subido el colesterol!.
Esta costumbre de decorar huevos es de las que me teletransporta a mi niñez, cuando mis padres se iban de vacaciones y nos endosaban a mis abuelos ¡bendito campo! ahí nos juntábamos todos porque, además, todas las casas del caserío eran de la familia (estilo colonia) así que venían todos mis primos, primeros, segundos, terceros, etc.
Eran unas vacaciones geniales en las que mi abuela Bibiana, que era muy beata, nos prohibía comer carne, nos obligaba a ir a misa y ¡cómo no! a todas las procesiones. Todavía me acuerda como si fuera hoy cuando nos arreglábamos, metíamos los zapatos de vestir en una bolsa, mi abuela cogía su paraguas para el sol y ¡ale! cogíamos caminito a la Ermita, que no te creas tu que estaba al lado de casa, no, de eso nada, por lo menos, por lo menos, teníamos que caminar un 1km. Una vez llegábamos a la Ermita parábamos en casa de unos amigos de mi abuela que nos daban agua ¡beber en un botijo! todo un placer, y allí nos cambiábamos los zapatos llenos de tierra del trayecto ¡toda una aventura!.
Pero esto no es lo que más me gustaba, lo que más me gustaba era cuando preparábamos las monas, cocíamos los huevos y…adivina ¿sabes como los decorábamos? pues con hierbas, hervíamos los huevos con unas plantas que por aquí llamamos “malvas” y se tintaban de color. Una vez teníamos los huevos decorados los poníamos en las monas y al horno. Ese horno me encantaba, era un horno de esos de piedra, de los de las casas de antes en los que todo lo que cocinabas salía con un sabor especial. Esperábamos a que se hicieran y ¡tachán! a merendar.
Vale, y después de todo este rollo sentimental que me ha sacado más de una sonrisa mientras escribía os enseño como hemos decorado este año los huevos de Pascua en casa. Nada que ver con los que yo hacía con mi abuela pero decorados al fin y al cabo.
Hemos utilizado:
Papel de seda de colores.
Una brocha.
Un bote de cola.
Unos huevos hervidos.
El proceso es muy fácil, cortamos pedacitos de papel de seda de diferentes colores y ponemos cola en un plato o en un botecito que no sea muy alto.
Cogemos el huevo y le vamos pegando trozos de papel de seda de diferentes colores. Cuando tengamos el huevo todo cubierto le daos una capa de cola por todo para que el papel de seda quede bien fijado y dejamos que se seque por completo.
Voilá! ya tenemos nuestros huevos de Pascua decorados y listos para regalar.
¿Te animas a probar? si te animas me encantaría que me contarás que te parece la idea, te espero en los comentarios.